Lujuria de vivir (43 page)

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Authors: Irving Stone

Tags: #Biografía, Drama

BOOK: Lujuria de vivir
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Recién al amanecer terminó la reunión. Los inquilinos del piso de abajo estaban cansados de golpear el techo con escobas y cepillos en demanda de silencio. Theo se acostó alrededor de las cuatro, pero Vincent, el Père Tanguy y algunos de los más entusiastas se reunieron en torno de su lecho para suplicarle que dejara la casa Goupil a fin del mes.

A medida que pasaban las semanas la agitación aumentaba en intensidad. E1 mundo artístico de París se hallaba dividido en dos campos , los pintores aceptados se referían a los hermanos Van Gogh tratándolos de locos.

Vincent hablaba y trabajaba furiosamente día y noche. ¡Había tantos detalles que poner a punto! La ubicación del local, la fijación del precio de los cuadros, cuáles serían los pintores que formarían parte de la comunidad, quién administraría la casa de la colonia y en qué forma. Theo, casi a pesar suyo, poco a poco se veía ganado por la excitación febril. Su departamento de la Rue Lepic estaba invadido noche tras noche por los artistas entusiasta. Los reporteros no tardaron en aparecer, así como los críticos de arte que venían a discutir el nuevo movimiento. Pintores de toda Francia acudían a París para incorporarse a la nueva sociedad.

Si Theo era el soberano, Vincent era el organizador real. Redactó infinidad de proyectos, constituciones, presupuestos, reglamentos, manifiestos para los periódicos y panfletos destinados a informar a la Europa entera del prepósito de la Colonia Comunista de Arte.

Estaba tan ocupado que se olvidaba de pintar.

La organización logró reunir casi tres mil francos. Los pintores contribuían con todo lo que podían. Organizaron una feria callejera en el Boulevard Clichy, y cada artista se encargó de vender sus propias obras. Llegaban cartas de toda Europa y algunas contenían billetes de banco destinados a la colonia. Las personas amantes del arte concurrían al departamento, y, contagiados por el entusiasmo reinante, dejaban su aporte en la caja general. Vincent era secretario y tesorero a un tiempo. Su hermano insistía en que debían reunir por lo menos cinco mil francos antes de iniciar la realización del proyecto. Había encontrado un negocio en la Rue Troncho, cuya situación le pareció conveniente y Vincent descubrió una magnifica mansión antigua en el bosque de St Germain, en Laye, que podía obtenerse por una bagatela. Día a día aumentaban los cuadros que los pintores enviaban al departamento de la Rue Lepic, hasta que literalmente no hubo lugar para moverse en él. Cientos y cientos de personas entraban y salían de aquel departamento. Discutían, reñían, blasfemaban, comían, bebían y gesticulaban frenéticamente, a tal punto que Theo recibió orden del propietario de desalojar el departamento.

Al final del primer mes los muebles Luis Felipe estaban destrozados.

Vincent no tenía tiempo de pensar siquiera en su paleta. Tenía que escribir cartas, entrevistar una cantidad de personas y ganar para la causa a todo pintor que encontraba. Hablaba tanto que estaba completamente afónico. Una afiebrada energía se reflejaba en su mirada. Comía cuando podía, y casi nunca encontraba tiempo para dormir. Estaba constantemente en movimiento.

A principios de la primavera ya habían reunido los cinco mil francos. Theo pensaba presentar su renuncia a la casa Goupil para principios de mes. Habíase decidido a alquilar el local de la Rue Tronchet, y Vincent acababa de depositar una pequeña suma a fin de retener la casa de St Germain. Theo, Vincent, el Père Tanguy, Gauguin y Lautrec confeccionaron juntos la lista de los miembros con los cuales se abriría la colonia, y Theo, por su parte, eligió del montón de cuadros que le habían remitido, aquellos que pensaba exponer en su primera exhibición. Rousseau y Antequin tuvieron una violenta discusión para saber cuál iba a decorar el interior del negocio y cuál el exterior. Theo ya se había acostumbrado a no dormir, y esto ya no le molestaba. Estaba tan entusiasmado como lo había estado Vincent al principio, y trabajaba febrilmente a fin de que la Colonia pudiese inaugurarse para el verano. Discutía largamente con su hermano para decidir si la segunda casa se instalaría sobre el Atlántico o sobre el Mediterráneo.

Una mañana Vincent se acostó alrededor de las cuatro, completamente aniquilado. Theo no lo despertó, dejándolo dormir hasta mediodía. Cuando se levantó se sintió renovado. Anduvo de un lado para otro en su estudio y se detuvo ante el caballete sobre el cual se hallaba un cuadro empezado desde hacía varias semanas y cubierto de polvo. La pintura sobre la paleta estaba seca y duros los pinceles. Una voz interior parecía preguntarle: «Vincent, ¿eres pintor u organizador comunista?»

Tomó las pilas de cuadros de todas clases que se amontonaban por todos lados y los llevó sobre la cama de su hermano, dejando en su estudio únicamente sus pinturas. Unas tras otra las colocó sobre el caballete observándolas con detenimiento.

Sí, había hecho progresos. Lentamente, muy lentamente, su colorido se había aclarado. Ya no imitaba; ya no se notaba en ellos la influencia de sus compañeros. Por primera vez advirtió que su técnica era muy personal, muy distinta de todo lo que había visto hasta entonces. No sabía cómo había logrado semejante resultado. E1 impresionismo se había filtrado en su propia naturaleza dando por resultado un nuevo medio de expresión.

Colocó sobre el caballete su cuadro más reciente. Y casi lanzó una exclamación de alegría. Sus pinturas comenzaban a denotar un método definido, propio.

E1 descanso de las últimas semanas le permitió observar con más clarividencia su obra. No cabía duda de que había desarrollado una técnica impresionista muy particular.

Se miró al espejo. Su barba necesitaba arreglo, su cabello estaba demasiado largo, su camisa y sus pantalones parecían casi harapos. Planchó su traje, se puso una camisa limpia de Theo, tomó un billete de cinco francos de la caja de la Colonia, y se dirigió al barbero. Cuando estuvo listo fue a ver a su hermano a la Casa Goupil.

—Theo —le dijo—, ¿puedes venir conmigo un momento?

—¿Qué sucede? —inquirió éste extrañado.

—Toma tu sombrero —repuso Vincent—, y vayamos a un café donde nadie pueda molestarnos.

Una vez que estuvieron instalados frente a una mesita en rincón, Theo dijo:

—¿Sabes, Vincent, que ésta es la primera vez que puedo hablarte a solas desde hace un mes?

—Lo sé, Theo. Creo que he sido un imbécil.

—¿Qué quieres decir?

—Hermano mío, dime con franqueza: ¿soy pintor o soy un organizador comunista?

—Pero, ¿qué quieres decir? —repitió Theo.

—He estado tan atareado organizando esa colonia que no he tenido tiempo para pintar. Y cuando la colonia esté inaugurada jamás dispondré de un momento para mi arte. Theo, ¡lo que yo quiero es pintar! No he luchado durante estos siete años para terminar siendo organizador de una casa para otros pintores. ¡Estoy hambriento de pintura! Tan hambriento que sería capaz de tomar el primer tren que sale de París e irme donde pudiera estar tranquilo para pintar.

—Pero Vincent, después de todo lo que hemos...

—Ya te dije que he sido un imbécil. ¿Me permites que te confiese algo?

—¿Qué?

—Que estoy harto de los demás pintores. Estoy cansado de su charla, de sus teorías, de sus interminables disputas. No, no sonrías; sé que he tomado buena parte en ellas He ahí justamente el punto. Mauve solía decir: «Un hombre puede pintar o hablar de pintura, pero no puede hacer ambas cosas a la vez». Dime, Theo, ¿me has mantenido durante siete años únicamente para oírme enunciar ideas?

—Has hecho muy buen trabajo para la colonia, Vincent.

—Sí, pero ahora que todo está listo para su inauguración, me doy cuenta de que no deseo ir allí. No podría vivir sin trabajar, sin pintar. ¿Me comprendes? Cuando estaba solo en el Brabante y en La Haya, creía ser una persona importante; era un hombre solo luchando contra el mundo. Era un artista, el único artista viviente. Todo lo que pintaba me parecía de valor. Sabía que tenía esa habilidad y que tarde o temprano el mundo diría de mí: «Este pintor es magnífico».

—¿Y ahora?

—¡Ay!, ahora soy uno de tantos. Hay cientos de pintores alrededor mío. Piensa un poco en todas las pinturas que están amontonadas en nuestro departamento y que han sido enviadas por pintores ansiosos de unirse a nuestra colonia. Ellos también están convencidos de que llegarán a ser grandes pintores. Tal vez yo sea como ellos. ¿Cómo puedo saberlo? ¿Qué tengo ahora para sostener mi coraje? Antes de venir a París no sabía que existía esa sarta de tontos que se creen grandes artistas. Ahora lo sé, y es doloroso.

—Pero eso no tiene nada que ver contigo.

—Tal vez no. Pero nunca más podré borrar del todo esa pequeña duda. Cuando estaba solo en el campo, me olvidaba que todos los días se pintan en el mundo miles de cuadros. Me imaginaba que el mío era el único, y que poseía yo un hermoso don. Aun seguiría pintando aunque supiera que mi trabajo era atroz; pero esa... ilusión es de gran ayuda... ¿Comprendes, Theo?

—Sí.

—Además, no soy un pintor de la ciudad. Este no es mi ambiente. Soy un pintor rural, y quiero volver a mis campos. Quiero ir en busca de un sol tan ardiente que queme todo en mí, excepto el deseo de pintar.

—Entonces..., ¿quieres... abandonar París?

—Sí. Debo hacerlo.

—¿Y la colonia?

—Me retiraré de ella; pero tú debes seguir.

Theo sacudió su cabeza.

—No seguiré sin ti.

—¿Y por qué no?

—No lo sé. Yo sólo acepté esto porque tú lo deseabas.

Permanecieron silenciosos durante unos momentos.

—¿No presentaste tu renuncia aún, Theo?

—No; pensaba hacerlo el primero de mes.

—¿Te parece que podríamos devolver el dinero a quien pertenece ?

—Sí... ¿Y cuándo piensas irte?

—Cuando mi paleta se haya aclarado del todo. Iré hacia el sur, no sé adónde; pero

en algún lugar en que pueda estar solo y dedicarme a pintar sin descanso.

Colocó uno de sus brazos alrededor de los hombros de su hermano, en un gesto afectuoso, y le dijo:

—Theo, ¿verdad que no me desprecias? ¿No estás enojado porque abandone todo después de haberte metido en este lío? —¿Despreciarte? —repitió el joven, sonriendo con infinita tristeza y acariciando la mano que estaba sobre su hombro—. No... no Te comprendo. Creo que tienes razón. Y ahora, muchacho... termina tu copa. Debo regresar a lo de Goupil.

¡HACIA EL SUR! ¡HACIA EL SOL!

Vincent trabajó durante otro mes, pero a pesar de que su paleta era ahora tan luminosa como la de sus amigos, no lograba alcanzar la forma de expresión que considerara satisfactoria. Al principio creyó que se debía a la crudeza de sus dibujos, y se empeño en mejorarlos trabajando con serenidad. El proceso meticuloso de colocar la pintura lo irritaba, pero la contemplación, luego, de su obra era aún peor. Trató de esconder sus pinceladas trabajando con pintura delgada, pero no le dio ningún resultado. Una y otra vez luchó para llegar a aquel medio de expresión que no solamente seria único, sino que le permitía expresar todo lo que tenía que decir.

—Hoy casi he conseguido lo que quería —le dijo un día a su hermano—. Pero aun no lo logré del todo. ¡Si al menos supiera qué es lo que se pone en mi camino!

—¡Creo que podría decírtelo —repuso Theo tomando el cuadro de manos de su hermano! —¿Sí? ¿Y qué es? —París. —¿París?

—Sí. París fue tu campo de prueba, y mientras permanezcas aquí no serás otra cosa que un alumno. ¿Recuerdas nuestra escuela en Holanda, Vincent? Nos enseñaron allí todo lo que los demás habían hecho, pero nosotros nunca hicimos nada.

—¿Quieres decir que aquí no encuentro tema simpático?

—No. Lo que te quiero decir es que mientras permanezcas aquí nunca te independizarás de tus maestros. Voy a encontrarme muy solo sin ti, Vincent; pero sé que debes partir. Tendrás que buscar tú mismo el lugar que te agrade, y hacerlo antes de llegar a la madurez...

—¿No sabes en qué país estuve pensando mucho últimamente? —No.

—En África. —¿Es posible?

—Sí. Durante todo el invierno he añorado el sol radiante. Es allí donde Delacroix encontró su colorido. Tal vez también yo me encuentre a mí mismo.

—África queda muy lejos —murmuró Theo pensativamente.

—Es que necesito sol, Theo, necesito su calor y su fuerza. Me atrae como si fuese un imán. Hasta que dejé Holanda no supe que existía una cosa tan magnífica como el sol. Y ahora me parece que no podría pintar si no pongo sol en mis cuadros. Tal vez necesite de su calor para llegar a la madurez. El invierno de París me ha dejado helado hasta los huesos, y creo que cae frío se ha introducido hasta en mi paleta y mis pinceles. Si consiguiera que el sol africano me quitara ese frío y pusiera un poco de su fuego en mi paleta...

—¡Hum!... —murmuró su hermano—. Lo pensaremos. Tal vez estés en lo cierto.

Paúl Cézanne ofreció una reunión de despedida para todos sus amigos. Con la ayuda de su padre había conseguido comprar el lote de terreno sobre la colina que dominaba Aix, y partía para allí para construir su estudio.

—Vete de París, Vincent — dijo a su amigo— y ven a Provence. No a Aix, por supuesto, pues ése es mi territorio, pero a algún lugar cercano. El sol es allí más caliente y más puro que en cualquier otro lugar del mundo. Encontrarás un colorido y una luminosidad en Provence como no has visto en ningún otro lugar. Yo pienso permanecer allí el resto de mis días.

—Creo que el próximo que abandonará París seré yo —dijo Gauguin—. Vuelvo a los trópicos. Si crees que tienes verdadero sol en Provence, Cézanne, es porque no conoces las Marquesas. Allí la luz solar y el color son tan primitivos como la gente.

—Ustedes deberían ser adoradores del sol —dijo Seurat. —En cuanto a mí —terció Vincent—, creo que partiré para el África. —¡Ajá! —murmuró Lautrec—. Tenemos otro Delacroix en ciernes. —¿Hablas en serio, Vincent? —preguntó Gauguin. —Sí. Tal vez no me vaya allí directamente, pues creo que me convendría detenerme en algún rincón de Provence para acostumbrarme poco a poco al sol.

—No te puedes quedar en Marsella, pues esa ciudad pertenece a Monticelli —dijo Seurat.

—Y tampoco puedo ir a Aix —repuso el joven—
,
pues pertenece a Cézanne. Monet ya hizo Antibes, y estoy de acuerdo que Marsella es sagrada a «Fada». ¿Dónde me aconsejarían entonces que me detuviera?

—¡Espera !—exclamó Lautrec—. ¡Conozco un lugar ideal! ¿No pensaste nunca en

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