En esos días se hizo amigo de una familia de campesinos llamada De Groot. Dicha familia estaba compuesta del padre, la madre, un hijo y dos hijas y todos trabajaban en el campo. Constituían el prototipo de las familias campesinas brabanzonas; vivían en una choza de una sola habitación, con camas empotradas en los muros según la costumbre local. En medio del cuarto había una mesa, dos sillas y algunos bancos y arcones. Del techo pendía una lámpara.
La base de la alimentación de los De Groot eran las papas. Su cena se componía de papas, café negro y de vez en cuando una rebanada de tocino. Se ocupaban en plantar papas, las cuidaban, las cosechaban y las comían. Eso constituía toda su vida.
Stien de Groot era una linda muchacha de unos diecisiete años. Para trabajar usaba un ancho gorro blanco y blusa oscura con cuello blanco. Vincent tomó la costumbre de ir a visitarlos todas las tardes. El y Stjen congeniaban mucho.
—¡Miren! —solía decir la joven a su familia—. ¡Soy una gran dama! ¡Están haciendo mi retrato! ¿Quiere que me ponga mi gorro nuevo, Mijnherr?
—No, Stien, estás muy bonita así.
— ¡Bonita! ¡Yo! —exclamaba la joven largando una alegre carcajada.
Sus ojos eran grandes y alegres, y cuando se inclinaba hacia la tierra para recoger las papas su cuerpo tenía líneas aún más gráciles que las de Kay Vincent consideraba que la nota esencial en el dibujo de las figuras era la acción y que el gran error de las figuras en los cuadros de los antiguos maestros estribaba en que estaban inactivas. Dibujó a los De Groot en todas las posturas imaginables, trabajando en el campo, sentados alrededor de su mesa, comiendo papas. Stien solía acercarse a admirar su trabajo y bromear con él. El domingo, a veces, la joven poníase un gorro y un cuello limpios y se paseaba con Vincent por el campo y los bosques. Un día la joven le preguntó:
— ¿Lo quería a usted Margot Begeman? —Sí.
—Y entonces ¿por qué trató de matarse? —Porque su familia no quiso dejarla casar conmigo. —¡Que tonta¡ ¿Sabe lo que hubiera hecho yo en lugar de matarme? ¡Pues lo hubiera amado!
Soltó una alegre risa y corrió por entre los pinos hasta el bosque. Durante toda la tarde anduvieron jugando entre los árboles. Stien tenía el don de la risa y cualquier cosa que dijera Vincent la hacía reír. Era muy vehemente, y cuando no le agradaba lo que el joven dibujaba, o bien estropeaba el dibujo echándole café encima o bien lo arrojaba al fuego riendo. A menudo solía ir a su estudio para posar, y cuando partía, la habitación quedaba toda revuelta.
Así pasó el verano y el otoño, iniciándose el invierno, y la nieve obligó a Vincent a permanecer en su estudio casi todo el tiempo. La gente de Nuenen no gustaba posar, y si no hubiera sido por el dinero, nadie hubiera venido. En La Haya Vincent había dibujado casi noventa costureras a fin de hacer un cuadro con un grupo de tres, y ahora que quería pintar a la familia De Groot sentada alrededor de su mesa comiendo papas, sentía que para lograrlo, necesitaba antes dibujar a todos los campesinos de la vecindad.
El Padre católico no miraba con buenos ojos que su sacristán hubiese alquilado dos cuartos a un hombre que además de hereje era artista, pero como el joven era tranquilo y cortes, no tenía motivos para echarlo de allí. Un día, Adriana Schafrath entró agitada en el estudio y le dijo:
—¡El Padre Pauwels desea verlo inmediatamente!
El sacerdote era un hombre grande, de rostro encendido. Cuando entró en el estudio, con una sola mirada desaprobó et desorden que allí reinaba.
—¿En qué puedo servirlo, Padre —inquirió Vincent cortesmente.
—¡Usted a mí en nada! ¡Soy yo quien lo serviré a usted! trataré de ayudarlo en este asunto!
—¿A qué asunto se refiere, Padre?
—Ella es católica y usted protestante, pero conseguiré una dispensa especial del
Obispo y podrán casarse dentro de pocos días.
Vincent se acercó al sacerdote y lo miró sorprendido.
—No comprendo de qué se trata. Padre —dijo.
—¡Usted comprende muy bien! Toda esta comedia es inutil Stien está encinta y el honor de la familia requiere que hable con usted.
—¡Al diablo con la muchacha!
—Bien puede invocar el diablo
—¿Pero está usted seguro, padre? Aquí hay un error.
—No acostumbro acusar a las personas sin tener una prueba positiva.
—¿Y fue Stien que le dijo que yo... era el culpable?
—No. Se niega a decirnos quien la sedujo.
—Y entonces ¿por qué me confiere ese honor a mí?
—Ustedes han sido vistos muchas veces juntos... Además viene a menudo a su estudio. ¿No es así?
—Pues bien ¿qué otra prueba necesitamos?
Antes de contestar Vincent reflexionó un instante y luego dijo con tranquilidad:
—Siento mucho todo esto, Padre, especialmente porque traerá disgustos a Stien, pero le puedo asegurar que mis relaciones con ella han sido irreprochables.
—¿Pretende usted que lo crea?
—No —contestó el joven con sencillez.
Aquella noche Vincent esperó a la joven en la puerta de su casa a su regreso del campo. La familia entró y ellos dos permanecieron de pie ante la choza.
—¿Es cierto, Stien? —preguntó el joven.
—Sí, ¿quiere sentir? —dijo, y tomándole la mano se la colocó sobre su vientre.
—El padre Pauwels acaba de acusarme de ser yo el padre.
La joven se rió.
—¡Ojalá hubiera sido! Pero usted nunca quiso ¿verdad? ¿Así que el Padre Pauwels dice que fue usted? ¡Qué gracioso!
—¿Qué es lo que te parece tan gracioso?
—¿Me guardará el secreto si se lo digo?
—Te lo prometo.
—¡Fue el ayudante de su iglesia!
Vincent emitió un prolongado silbido y luego preguntó:
—¿Lo sabe tu familia?
—No. Jamás se los diré. Pero saben que no ha sido usted.
Ambos entraron en la choza. La atmósfera no había cambiado en absoluto; los De Groot aceptaban el embarazo de Stien como una cosa natural, y trataron a Vincent como siempre, por lo cual comprendió que creían en su inocencia.
Pero en el pueblo era distinto. Adriana Schafrath, que había escuchado detrás de la puerta las palabras del Padre Pauwels, hizo correr la voz de la culpabilidad de Vincent y de la intención del sacerdote de obligarlo a casarse con la muchacha, y el pueblo le tomó aún más aversión que antes.
Vincent pensó entonces en la partida; había pintado todo lo que tenía que pintar de la vida campesina de la región y estaba harto de sufrir la mala voluntad del pueblo. Pero ¿dónde ir?
—Mijnherr Van Gogh —le dijo un día Adrian tristemente—. El Padre Pauwels dice que debe usted abandonar esta casa.
—Perfectamente, así lo haré.
Entró en su estudio y empezó a mirar a sus pinturas y dibujos que representaban dos años de rudo trabajo. Había cientos de estudios de tejedores, de campesinos y de paisajes de la región. Se sintió desalentado. ¡Su trabajo era tan fragmentario! Había allí estudios de todas las faces posibles de la vida campesina, pero ningún trabajo que resumiera el conjunto. ¿Dónde estaba su A
ngelui
del campesino brabanzón? ¿Cómo podía alejarse de allí sin haberlo pintado?
Echó un vistazo al calendario: faltaban doce días para el primero de mes. Llamó a Adriana y le dijo:
—Avise al Padre Pauwels que he pagado hasta el día primero y que no me iré antes de esa fecha.
Luego, tomando su caballete, una tela, papeles, pinturas y pinceles, se dirigió a la cabaña de los de Groot. No había nadie allí, pero se instaló en un rincón de la habitación y comenzó a dibujar el interior. Cuando llegó la familia y se sentó alrededor de la mesa, Vincent empezó un croquis del conjunto y siguió trabajando hasta que fue hora de irse a la cama.
Durante toda la noche siguió trabajando en su estudio y al amanecer se acostó a dormir. Cuando se despertó miró el trabajo de la noche anterior, y descontento, quemó su tela en la estufa, regresando de nuevo a lo de Groot. ¡Costara lo que costara quería expresar sobre el lienzo la vida campesina que resumía aquella sencilla familia reunida alrededor de su mesa comiendo papas después de un día de ruda labor!
Pero, a la mañana siguiente volvió a arrojar su tela al fuego.
Una especie de rabia sorda por su impotencia se apoderó de él. Sólo faltaban diez días para su partida definitiva de Nuenen y aún no había logrado realizar su intento. Noche tras noche iba a lo de De Groot y trabajaba afanosamente hasta que éstos se acostaban; noche tras noche ensayaba nuevas combinaciones de colores, distintos valores y proporciones, y a la mañana siguiente constataba que no había conseguido el efecto apetecido y que su trabajo resultaba incompleto.
Llegó el último día del mes y Vincent estaba en un estado de frenesí indescriptible. Casi no comía ni dormía, sosteniéndose a base de su energía nerviosa. Cuando más fracasaba, más aumentaba su excitación. El último día esperaba ansioso el regreso de los De Groot de su trabajo para iniciar por última vez su cuadro. Era su postrera oportunidad, ya que a la mañana siguiente partiría del Brabante para siempre. Trabajó largas horas, los De Groot parecían comprender la situación y permanecieron mucho más tiempo que de costumbre charlando en su dialecto alrededor de la mesa. Vincent no sabía ni lo qué hacía, pintaba sin descanso en medio de una inconciencia nerviosa. A eso de las diez los De Groot se caían de sueño y Vincent, exhausto, no podía dar una pincelada más. Reunió sus cosas, se despidió de todos y dando un beso a Stien partió en medio de la noche oscura.
Una vez en su estudio, colocó su tela contra una silla, encendió su pipa y comenzó a observar su trabajo. Todo estaba mal. No había logrado captar el espíritu de la escena. ¡Era un nuevo fracaso! ¡Sus dos años de trabajo en el Brabante no habían servido para nada! Siguió fumando su pipa hasta el final, arregló su valija, descolgó sus dibujos y pinturas de las paredes y los guardó en un gran cajón, y se echó exhausto sobre el diván.
Nunca supo cuánto tiempo transcurrió así; de pronto, se puso de pie, arrancó la tela del marco arrojándola a un rincón y colocando otra, empezó a mezclar sus pinturas y se sentó a trabajar.
«Se comienza una lucha titánica para copiar de la naturaleza sin lograrlo, y se termina por crear de su propia paleta y entonces la naturaleza dócil, se somete, poniéndose de acuerdo con la obra creadora del artista. Creen que invento
—
no es así
—
no hago más que recordar...»
Era como se lo había dicho Pietersen en Bruselas; había estado demasiado cerca de sus modelos.
Ahora, con ardor extraordinario, volvió a repetir la cena de !a choza de los De Groot ,allí estaba la mesa con su mantel manchado, los muros ennegrecidos de humo, la lámpara colgando del centro. Stien, sirviendo a su padre las papas humeantes, la madre virtiendo el café en las tazas, el hermano bebiendo, en fin, todos los detalles de aquella escena sencilla de la vida campesina.
Cuando salió el sol, Vincent se levantó de su banquito. Una gran paz y tranquilidad lo invadió. La nerviosidad de los últimos doce días se había disipado por completo. Miró su trabajo y sonrió. ¡Había pintado su
«Angelui»!
Había captado lo imperecedero en lo perecedero. El Campesino del Brabante no moriría jamás. Lavó su cuadro con clara de huevo. Llevó el cajón con sus pinturas a la Rectoría para que su madre se lo guardara y se despidió de ella.
Regresó a su estudio y debajo del cuadro recién terminado escribió: «Comiendo papas». Lo empaquetó junto con varias de sus mejores telas y partió para París.
PARIS
¡AH SI, PARIS!
¿Entonces no recibiste mi última carta? —preguntó a Theo a la mañana siguiente mientras se desayunaban.
—Creo que no —repuso Vincent—. ¿Qué me decías en ella?
—Te anunciaba mi ascenso en lo de Goupil.
—¡Oh Theo! !Qué magnifico! ¿Por qué no me lo dijiste ayer?
—Estabas demasiado excitado para escucharme... Me han puesto al frente de la galería del Boulevard Montmartre.
—¡Magnífico! —volvió a repetir el joven—. ¡Entonces tendrás una galería propia
—Tanto como propia no lo será... Deberé seguir la política de los Goupil... No obstante obtuve que me dejaran exponer a los Impresionistas en el Entresuelo...
—¿Y a quiénes expones?
—A Monet, Degas, Pissarro y Manet.
—Nunca los oí nombrar.
—Pues conviene que me acompañes a la galería y que observes sin pérdida de tiempo el trabajo de esos artistas... ¿Quieres mis café, Vincent?
—Sírveme media taza más... Gracias... Ah, Theo, cuán feliz me sient0 de estar aquí contigo.
—Hace mucho tiempo que te esperaba... Sabía que tarde o temprano vendrías a París. Tal vez hubiera sido preferible que aguardaras hasta junio fecha en que me mudaré a la Rue Lepic Allí tendremos tres amplias habitaciones, mientras que aquí no podras hacer gran cosa por falta de espacio.
Vincent echó una mirada circular a su alrededor. El departamento de Theo se componía de una habitación, una cocinita y un gabinete. La habitación estaba amueblada con auténticos muebles estilo Luis Felipe.
—Para poner un caballete aquí habría que quitar parte del moblaje —dijo Vincent sonriendo.
—Tienes razón, Vincent, los muebles están demasiado amontonados pero los fui comprando a medida que se me presentaba la ocasión y son exactamente los que necesito para el nuevo departamento. Pero, vamos, Vincent, te llevaré caminando hasta el boulevard para que comiences a conocer a París. Es a la mañana temprano cuando realmente se «siente» a la ciudad.
El joven se colocó su pesado y elegante abrigo negro, tomó su sombrero, sus guantes y su bastón y se dirigió hacia ia puerta.
—¿Estás listo? —inquirió volviéndose hacia su hermano, y al verlo exclamó: — ¡Santo Dios, qué facha! En cualquier otro lado que no fuese París te harías arrestar con semejante traje!
—¿Qué tiene? —preguntó el joven mirándose extrañado—. Hace casi dos años que lo llevo y nunca nadie me ha dicho nada...
Theo se rió alegremente.
—Bah, no importa, los parisienses están acostumbrados a la gente como tú. Esta noche, después que se haya cerrado la galería, iremos a comprarte ropa.
Bajaron las escaleras y después de pasar frente a la portería se encontraron en la Rue Laval. Era una calle bastante ancha y de aspecto próspero, con lindos negocios.