Lujuria de vivir (37 page)

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Authors: Irving Stone

Tags: #Biografía, Drama

BOOK: Lujuria de vivir
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—¿Quién dijo que Pissarro trabajaba así antes que yo? ¡Te digo que este sistema es mío! Fui yo quien lo descubrió primero. Pissarro aprendió este «puntillismo» de mí. He estudiado la historia del arte desde los primitivos italianos, y te digo que nadie pensó en ello antes que yo... ¿Cómo te atreves a...?

Se mordió el labio furiosamente, y se volvió hacia uno de sus andamios dando la espalda a Vincent y a Gauguin.

Aquél estaba profundamente asombrado ante semejante cambio. El hombre que había estado trabajando tranquilamente inclinado sobre la mesa, tenía facciones serenas, casi perfectas, mirar frío e impersonal, como un sabio en su laboratorio, y voz pausada, casi pedagógica. El mismo velo de abstracción que ponía en sus pinturas, estaba patente en sus ojos. Pero el hombre que al otro extremo de la buhardilla mordía furiosamente su labio inferior y meneaba su oscura melena rizada, tan cuidadosamente peinada instantes antes, era el prototipo de la ira.

—Vamos, Georges —dijo Gauguin guiñando un ojo a Vincent—. Todo el mundo sabe que este sistema lo inventaste tú. Sin ti no habría «puntillismo» en la pintura.

Algo calmado, Seurat se acercó de nuevo a la mesa. La expresión de ira desaparecía poco a poco de sus ojos.

—Señor Seurat —dijo Vincent—. ¿Cómo podemos hacer de la pintura una ciencia impersonal puesto que lo que cuenta es esencialmente la expresión del individuo?

—¡Mire! Yo le enseñaré.

El pintor tomó una caja de lápices de la mesa y se agachó sobre el piso. La noche estaba completamente tranquila. Vincent se arrodilló a un lado del pintor y Gauguin al otro. Seurat, aún agitado, hablaba con animación.

—Opino —dijo— que todos los efectos en la pintura pueden ser reducidos a una fórmula. Supongamos que quiero dibujar una escena de circo. Aquí está un jinete, aquí el entrenador, aquí la galería y aquí los espectadores. Quiero sugerir la alegría. ¿ Cuáles son los tres elementos de la pintura? Línea, tono y color. Muy bien, para sugerir alegría, llevo todas mis líneas por encima de la horizontal, así. Hago dominar mis colores luminosos, así, y lo mismo mis tonos cálidos, así. ¡Aquí tienen! ¿No sugiere esto la abstracción de la alegría?

—Tal vez sugiera la abstracción de la alegría —repuso Vincent—, pero no capta la alegría misma.

Seurat lo miró un instante. Su rostro estaba en la penumbra, pero Vincent pudo observar qué hombre hermoso era.

—No persigo la alegría en sí, sino la esencia de la alegría. ¿Conoce usted a Platón, amigo mío?

—Sí.

—Pues bien, lo que los pintores deben aprender a reproducir, no es la cosa, sino la esencia de la cosa. Cuando un artista pinta un caballo no debe ser un caballo en particular que se puede reconocer en la calle. Dejemos eso para la cámara fotográfica, nosotros debemos ir más allá. Lo que debemos captar cuando pintamos un caballo, señor Van Gogh, es, como diría Platón, el «espíritu» caballar. Y cuando representamos un hombre no debe ser uno determinado sino el espíritu y la esencia de todos los hombres. ¿Me comprende, amigo mío?

—Comprendo —dijo Vincent—, pero no estoy de acuerdo.

—Ya estará de acuerdo más adelante.

Así diciendo, Seurat se puso de pie, se quitó el guardapolvo y limpió con él el dibujo que había trazado sobre el suelo.

—Ahora representemos a la tranquilidad —prosiguió—. Estoy reproduciendo una escena de la Isla de la Grande Jat te. Trazo todas mis líneas horizontales, así. Como tono empleo una perfecta igualdad entre fríos y cálidos, así; como color, tanto oscuro como claro, así. ¿Ven?

—Prosigue, Georges, y no preguntes estupideces —dijo Gauguin.

—Ahora llegamos a la tristeza... Hacemos descender todas nuestras líneas, así. Hacemos dominar los tonos fríos y los colores oscuros, así. ¡Aquí la tienen! ¡Es la esencia de la tristeza! ¡Un niño podría realizarlo! La fórmula matemática de prorratear el espacio sobre la tela podrá encontrarse en un manual. Ya estuve trabajando en él. El pintor sólo necesitará leer el libro, comprar los colores especificados y seguir las reglas. Será un pintor científico y perfecto. Podrá trabajar a la luz del día o artificial, podrá ser un monje o un libertino, tener siete años o setenta, todas sus pinturas poseerán la misma perfección impersonal y arquitectural.

Vincent parpadeó y Gauguin dejó oír una carcajada.

—Te cree loco, Georges —dijo.

Seurat borró su último dibujo con su guardapolvo y luego lo arrojó a un rincón.

—¿Es verdad, señor Van Gogh? —inquirió.

—No, no —protestó Vincent—. Me han llamado loco demasiadas veces a mí para agradarme el sonido de la palabra. Pero debo admitir: que tiene usted ideas muy extrañas.

Oyóse un insistente llamado a la puerta.


¡Mon Dieu!
—se lamentó Gauguin—, hemos despertado a tu madre otra vez. Y eso que me previno que si volvía aquí por las noches me echaría...

La madre de Seurat entró en la habitación. Vestía un pasado batón y un gorro de dormir.

—Georges, me prometiste no trabajar más durante toda la noche. Ah, ¿es usted, Paul? ¿ Por qué no paga usted su alquiler? Así al menos tendría un lugar donde ir a dormir.

—Si usted me aceptara aquí, mamá Seurat, no tendría que preocuparme del alquiler.

—No, gracias, basta con un artista en la familia. Miren, aquí les he traído café y brioches. Si tienen que trabajar, también tienen que comer. Supongo que tendré que bajar a buscar una botella de ajenjo para usted, Paul.

—¿No se la ha bebido usted toda aún, mamá Seurat?

—Acuérdese Paul que le dije que lo iba a echar .. —amenazó la señora.

Vincent salió de la penumbra donde estaba.

—Madre —dijo Seurat—, te presento a un nuevo amigo mío, Vincent Van Gogh.

La señora le estrechó la mano.

—Cualquier amigo de mi hijo es bien venido aquí, aún a las cuatro de la madrugada.

¿Qué desea usted tomar señor?

—Si a usted no le molesta, tomaré un vaso de ajenjo como Gauguin.

—¡De ningún modo! —exclamó este—. Mamá Seurat me raciona terriblemente, sólo puedo tomar una botella por mes. Toma cualquier otra cosa. Tu paladar salvaje no conoce la diferencia entre el ajenjo y el chartreuse.

Los tres hombres y mamá Seurat permanecieron charlando alrededor de su café y brioches hasta que la aurora comenzó a iluminar la habitación.

—Será preferible que me vaya a vestir para el día —dijo la señora—. Venga a cenar con Georges y conmigo un día de estos, señor Van Gogh. Nos sentiremos felices de recibirlo.

Frente a la puerta de calle, Seurat dijo a su nuevo amigo:

—Temo haberle descrito mi sistema algo crudamente, pero vuelva tan a menudo como lo desee y trabajaremos juntos. Cuando usted comprenda mi método verá que la pintura nunca podrá volver a ser lo que era antes. Ahora debo regresar a mi trabajo. Tengo que terminar de llenar otro lugarcito antes de irme a dormir. Le ruego salude a su hermano de mi parte.

Vincent y Gauguin caminaron por las calles desiertas y subieron hasta Montmartre. París aún no se había despertado. Las persianas estaban cerradas y las cortinas de los negocios bajadas.

—Vámonos hasta la cima de la
Butte
para ver cómo el sol despierta a París

Después de caminar por el Boulevard Clichy, tomaron por la Rue Lepic que pasaba por el «Moulin de la Galette» y seguía su camino tortuoso hacia la cima de la Colina de Montmartre. Las casas se tornaban cada vez más escasas, aumentando los espacios libres, con flores y árboles. Cuando terminó la Rue Lepic, los dos hombres se internaron en un sendero.

—Dime francamente, Gauguin —preguntó Vincent—. ¿Qué piensas de Seurat?

—¿De Georges? Esperaba tu pregunta. Sabe más de color que cualquier hombre desde Delacroix. Tiene teorías intelectuales sobre el arte, y eso está mal. Los pintores no deben pensar en lo que hacen. Dejemos las teorías para los críticos. Georges aportará una contribución definida al color, y su arquitectura gótica probablemente apresurará la reacción primitiva en el arte. Pero es un loco, completamente loco, como habrás podido darte cuenta por ti mismo.

A pesar de que la subida era bastante abrupta, llegaron, por fin a la cima y desde allí vieron a todo París extendido a sus pies. El Sena cortaba la ciudad en dos como una cinta de luz. Las construcciones cubrían la colina de Montmartre bajando hasta el valle del Sena y volvían a subir hacía Montparnasse. El sol rasgó las nubes iluminando el Bois de Vincennes. Al otro extremo de la ciudad se divisaba la mancha verde del Bois de Boulogne que estaba aún oscuro y somnoliento. Como tres enormes mojones en la gran ciudad, veíanse en el centro a la Opera, hacia el este a Notre Dame y hacia el oeste el Arco de Triunfo.

ROUSSEAU OFRECE UNA FIESTA

La paz descendió en el pequeño departamento de la Rue Laval. Theo agradeció a su buena suerte esos momentos de tranquilidad, pero no duraron mucho. En lugar de tratar de cambiar lentamente su modo de trabajar y su paleta anticuada, Vincent comenzó a imitar a sus amigos, olvidó todo lo que había aprendido de pintura hasta la fecha, tal era su deseo de convertirse en un Impresionista. Sus temas parecían copias horribles de Seurat, Toulouse-Lautrec y Gauguin. Estaba convencido que hacía magníficos progresos.

—Escúchame, muchacho —le dijo Theo una noche— ¿cómo te llamas?

—Vincent Van Gogh.

—¿Estás seguro que no eres Georges Seurat o Paul Gauguin?

—¿Qué diablos quieres decir, Theo?

—¿Crees realmente que puedes convertirte en un Georges Seurat? ¿No comprendes que sólo hay un Lautrec? ¿Un Gauguin... ¡a Dios gracias! Es absurdo que trates de imitarlos.

—No los imito, aprendo de ellos.

—Los imitas, te digo. Enséñame cualquiera de tus últimas telas y te diré con quién anduviste la noche anterior.

—Pero hago progresos, Theo, fíjate cuánto más claro es mi colorido.

—Retrocedes cada día más. Cada nueva pintura tuya se parece menos a un Vincent Van Gogh. Tu tarea será engorrosa y necesitarás a los de duro trabajo. ¿Eres tan débil que necesitas imitar a los demás? ¿No puedes limitarte a asimilar aquello que pueden ofrecerte?

—¡Theo, te aseguro que estas telas son buenas!

—¡Y yo te digo que son horribles!

La lucha había comenzado. Todas las noches cuando Theo regresaba a su casa cansado y nervioso por su trabajo, encontraba a Vincent que lo esperaba impacientemente con un nuevo cuadro. Se presentaba ante su hermano antes de que éste pudiera siquiera quitarse el sombrero.

—¡Mira ¡Dime si éste no es bueno! ¡Dime que mi paleta no está mejorando! ¡Fíjate el efecto de la luz solar... Mira a...

Theo tenía que elegir entre ocultar su verdadera opinión y pasar una velada agradable con su hermano, o decirle la verdad y verse perseguido por éste hasta el amanecer. A pesar de hallarse excesivamente cansado, no podía dejar de decir la verdad.

—¿Cuándo fuiste a lo de Edouard Manet por última vez? —preguntó.

—¿Qué importancia tiene eso?

—Contesta mi pregunta, Vincent.

—Pues... ayer a la tarde —repuso éste.

—¿No sabes hermano mío que hay en París casi cinco mil pintores que tratar de imitar a Edouard Manet? Y la mayoría de ellos lo hacen mejor que tú.

Exasperado, Vincent ensayó otro sistema. Pintó una tela en la cual podía advertirse el modo de trabajar de todos los Impresionistas.

—Magnífico —murmuró Theo esa noche—. Podríamos denominar este cuadro «Recapitulación»... Ese árbol es un genuino Gauguin... Esa muchacha del rincón indudablemente pertenece a Toulouse Lautrec... Diría que el golpe de luz es de Sisley, el color de Monet, las hojas de Pissarro, el aire de Seurat y la figura central de Manet...

Vincent luchaba amargamente. Trabajaba sin descanso todo el día y cuando su hermano regresaba a la noche, era reprendido como un niño. Como Theo dormía en el living room, Vincent no podía pintar allí durante la noche. Sus disputas con su hermano lo dejaban tan excitado que no podía conciliar el sueño, y pasaba largas horas hablando hasta que Theo, exhausto, se dormía, dejando que su hermano siguiera gesticulando solo. Lo único que hacía esta vida soportable para Theo, era el pensamiento de que pronto estarían instalados en la Rue Lepic donde él tendría su dormitorio para el solo con una buena cerradura en la puerta.

Cuando Vincent se cansaba de discutir acerca de sus pinturas, llenaba las veladas de Theo con turbulentos polémicas sobre arte y el comercio del arte y la importancia de ser un artista.

—No logro comprender, —decía quejumbroso a su hermano—. Tú eres gerente de una de las más importantes Galerías de arte de París y ni siquiera quieres exhibir uno de los cuadros de tu hermano.

—Valadon no me lo permite.

—¿Has probado, siquiera?

—Mil veces.

—Bien, admitamos que mis pinturas no sean suficientemente buenas, pero ¿qué me dices de las de Seurat, Gauguin y Lautrec? —Cada vez que me traen un nuevo cuadro, insisto para que Valadón me permita colgarlo en el Entresuelo.

—¿Eres tú dueño de esa galería o no?

—Desgraciadamente solo trabajo allí.

—Pues entonces deberías irte. Es degradante, sencillamente. Si yo fuera tú no lo soportaría.

—Hablaremos de eso mañana por la mañana, Vincent. He trabajado mucho
y
quiero dormir.

—No quiero esperar hasta mañana. Necesito hablar ahora mismo. Dime ¿para qué expones las obras de Manet, y Degas? Son pintores aceptados y comienzan a vender. Lo que debes hacer es luchar por los nuevos.

—Dame tiempo, hermano. Tal vez dentro de unos tres años...

—¡No! ¡No podemos esperar tres años! ¡Necesitamos exhibir nuestro trabajo ahora! Hazme caso, Theo, renuncia a tu empleo y abre una galería por tu propia cuenta. ¿Te das cuenta lo que significaría no tener más que preocuparte de Valadon ni de Bouguereau o de Henner?

—Para eso se necesitaría dinero. No tengo nada ahorrado.

—Ya nos arreglaremos para conseguirlo.

—El desarrollo de los negocios de arte es muy lento...

—¡No importa! Trabajaremos día y noche hasta que logremos establecerte.

—Sí. pero mientras tanto tendremos que comer.

—¿Me reprochas el no ganarme mi propia subsistencia? —¡Por Dios, Vincent!

¡Vete a la cama! ¡No puedo más!

—¡No me iré a la cama! ¡Quiero saber la verdad! ¿Esa es la única razón porque no abandonas la casa Goupil? ¿Porque tienes que hacerme vivir? ¡Vamos habla! Todo es culpa mía ¿verdad?!Si no fuese por mí serías libre!

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