Otra vez Ana Cornelia miró al bosquejo que su hijo tenía entre las manos y que para ella no era más que una diversión de criatura.
—¿Piensas trabajar haciendo dibujos?
—Sí.
Le explicó la decisión que había tomado y el deseo de Theo en ayudarlo. Contrariamente a lo que esperaba, Ana Cornelia manifestó satisfacción. Y dirigiéndose rápidamente al comedor, volvió con una carta en la mano.
—Nuestro primo, Anton Mauve es pintor —dijo—, y gana mucho dinero. Hace pocos días he recibido esta carta de mi hermana. —Mauve se ha casado con su hija Jet, como recordarás— y me escribe que el señor Tersteeg de las Galerías Goupil vende todo lo que hace Anton por quinientos o seiscientos florines.
—Sí, Mauve se está convirtiendo en uno de nuestros pintores más importantes — repuso Vincent.
—¿Y cuánto tiempo lleva para hacer uno de esos cuadros, hijo mío?
—Eso depende... Algunos se hacen en unos pocos días y otros llevan años.
—¡Años! ¡Dios mío!
Permaneció un rato silenciosa y luego preguntó:
—¿Puedes dibujar a las personas... hacer retratos?
—No sé. Tengo arriba algunos dibujos, te los enseñaré.
Cuando volvió a bajar, su madre se había puesto su gorro blanco y estaba preparando el desayuno. Los azulejos blancos y azules de la cocina daban a la misma un aspecto de alegría.
—Te estoy preparando tu bizcocho de queso favorito, ¿recuerdas?
—¡Oh, madre¡ ¡Si me acuerdo!
Le echó los brazos alrededor del cuello, y ella lo miró sonriendo emocionada.
Vincent era su primogénito y su preferido, su falta de felicidad constituía la única pena de su vida.
El joven le enseñó los dibujos hechos de los mineros en el Borinage. Después de observarlos un rato, la señora preguntó:
—Pero, Vincent, ¿qué les pasa a los rostros?
—Nada. ¿Por qué? —¡Es que no tienen ninguno! —Ya sé. Sólo me interesaba la figura, el conuco. —Pero puedes dibujar rostros también, ¿verdad? Estoy segura que habrá gran cantidad de señoras en Etten que querrán que les hagas el retrato. Podías ganar mucho dinero.
—Sí, tal vez, pero tendré que esperar a que mi dibujo sea correcto.
La señora que estaba partiendo unos huevos en la sartén, se detuvo con una cáscara en cada mano.
—Quieres decir que tienes que aprender a dibujar correctamente para poder vender tus retratos.
—No —repuso el joven mientras bosquejaba rápidamente—. Tengo que aprender a dibujar correctamente, para dibujar correctamente y nada más.
—Temo no comprender, hijo —contestó Ana Cornelia volviendo a sus cacerolas.
—Yo tampoco —dijo Vincent—, pero es así.
Durante el desayuno, Ana Cornelia participó a su esposo de los proyectos de su hijo. Más de una vez habían discutido entre ellos el asunto del porvenir del muchacho.
—¿Y podrás ganarte la vida dibujando, Vincent? —inquirió su padre.
—Al principio, no, Pero Theo me ayudará, y en cuanto haya aprendido a trabajar podré ganar dinero, al menos así lo espero. Los dibujantes en Londres y en París ganan de diez a quince francos por día y los que ilustran las revistas ganan más.
Theodorus lanzó un suspiro de satisfacción. Al menos su hijo parecía querer abandonar la vida de perezoso que llevaba desde hacía tantos años.
—Espero que si comienzas este trabajo, continuarás con él —dijo—. Nunca llegarás a nada si cambias continuamente de parecer.
—Ya no cambiaré más, padre —le aseguró Vincent.
LOCO
Cesó de llover y mejoró el tiempo. Vincent, con su caballete y sus implementos de dibujo, gustaba ir al campo en exploración; le agradaba especialmente instalarse en los matorrales cerca del Seppe o bien a orillas de un bañado en el Passievaart donde se entretenía dibujando los nenúfares. Etten era una ciudad pequeña, y sus habitantes lo miraban con recelo. Nunca habían visto un traje de terciopelo como el suyo, y no les parecía propio que un hombre fuerte se pasase todo el día en los campos dibujando. A su modo, Vincent era cortés con los feligreses de su padre, pero éstos no querían tener nada que hacer con él. Para aquel pueblo provinciano, el joven resultaba algo incomprensible. Todo en él les parecía extraño, su modo de vestir, sus modales, su barba rojiza, su pasado, su continuo trajinar por los campos y su falta de ocupación. Le tenían desconfianza y hasta miedo, por el hecho de ser distinto a ellos, y sin embargo, él nunca les había hecho daño, y sólo deseaba que lo dejaran tranquilo. Vincent no tenía la menor idea de que no agradaba a la gente aquella.
Estaba empeñado en hacer un estudio del bosque de pinos que los leñadores abatían, y en el primer plano de su estudio, se destacaba un gran árbol. Uno de los leñadores solía venir todos los días a mirar su trabajo, y luego de un momento se retiraba riendo. Intrigado, Vincent un día le preguntó cortésmente:
—¿Le parece gracioso que dibuje un árbol?
El hombre estalló en una carcajada.
—¡Ya lo creo! ¡Graciosísimo! ¡Usted debe estar loco!
El joven permaneció pensativo un momento y luego preguntó:
—¿Estaría loco si plantara un árbol?
—No, por cierto —contestó el leñador con toda seriedad.
—¿Y si lo cuidara para que creciera y se desarrollara?
—Tampoco.
—¿Y estaría loco si recogiera sus frutos?
—¡Pero usted se burla de mí!
—Y dígame —insistió Vincent—, ¿estaría loco si lo cortara como ustedes hacen?
—No, los árboles deben cortarse.
—Entonces puedo plantar un árbol, cuidarlo, recoger el fruto
y
cortarlo, pero si lo dibujo, estoy loco, ¿no es así?
El campesino volvió a reírse.
—Sí, usted debe estar loco para permanecer así, sentado, horas enteras. Todo el pueblo lo dice.
Después de la cena, la familia Van Gogh pasaba la velada reunida alrededor de la mesa. Unos leían, otros cosían, otros escribían y Vincent dibujaba. Su hermano menor Cor, era un niño tranquilo que casi nunca hablaba. Ana, una de sus hermanas se había casado y no vivía con ellos. Elizabeth no lo quería y simulaba ignorarlo, en cuanto a Willemien, era simpática y accedía a posar para él cuantas veces se lo pidiese, pero sus relaciones no tenían nada de espiritual.
El joven trabajaba todas las noches bajo la enorme lámpara instalada en el centro de la mesa. Copiaba los estudios o bosquejos que había hecho durante el día en el campo. Theodorus lo miraba hacer y rehacer sus dibujos una docena de veces y arrojarlos siempre descontento. Finalmente, el eclesiástico no pudiendo contenerse más preguntó a su hijo:
—Dime, ¿nunca consigues hacer bien tu dibujo?
—No —repuso Vincent.
—Y entonces, ¿no estarás equivocado en empeñarte en dibujar? Creo que si tuvieses talento, si tuvieses pasta de artista, harías bien esos bosquejos desde el primer momento.
Vincent echó una mirada a su estudio que representaba a un campesino inclinado sobre una bolsa que llenaba de papas. No podía conseguir el correcto movimiento del brazo de aquel hombre.
—Tal vez, padre —contestó Vincent.
—Lo que quiero decir, es que me parece que no deberías tener necesidad de dibujar esas cosas docenas de veces. Si tuvieses habilidad natural conseguirías hacerlo la primera vez.
—La naturaleza siempre empieza por resistirse al artista, papá —repuso el joven sin dejar su lápiz—, pero trabajaré seriamente y no me dejaré desanimar por esa resistencia. Al contrario, cuanto más tenga que luchar más me sentiré estimulado para obtener la victoria final.
—No comprendo —dijo Theodorus—. El bien nunca puede provenir del mal, ni el buen trabajo del malo.
—Tal vez sea así en teología, pero no en la vida real—. No puede ser.
—Te equivocas, hijo mío. El trabajo de un artista o es bueno o es malo. Y si es malo no es un artista. Debe comprender eso desde el principio y no perder su tiempo y sus esfuerzos.
—Pero, ¿y si su arte lo hace feliz, a pesar de ser malo?
Theodorus no supo qué contestar.
—No —prosiguió Vincent borrando la bolsa de papas—. En el fondo la naturaleza y el verdadero artista se comprenden. Tal vez para esto sean necesarios años de lucha, pero al final el trabajo malo se convertirá en bueno y se justificará.
—¿Y si no sucede así? ¿Si siempre permanece malo? Hace días que estás dibujando ese campesino y siempre está mal. Supongamos que continúas dibujándolo durante años y que siempre siga mal, ¿entonces?
Vincent se encogió de hombros.
—El artista se arriesga a eso, padre.
—¿Y si ese riesgo no le proporciona recompensas?
—¿Recompensas? ¿Qué recompensas?
—Dinero... Posición en el mundo... Vincent elevó la vista y observó a su padre como si fuera la primera vez que lo viera. —Creí que estábamos discutiendo el arte bueno y el malo —dijo.
EL ESTUDIANTE
Día y noche trabajaba con empeño. Si pensaba en el porvenir era solo para desear que se aproximara el momento en que dejaría de ser una carga para Theo. Cuando estaba cansado de dibujar, leía, y cuando se sentía demasiado fatigado de lo uno y de lo otro, dormía. Su hermano le envió papel Ingres, láminas anatómicas de un caballo, una vaca y un cordero; algunos de los «Modelos para Artistas» de Holbein, lápices de dibujo, plumas, la reproducción de un esqueleto humano, sepia y algún dinero, además de la exhortación de trabajar mucho y no convertirse en un artista mediocre. A este consejo Vincent le contestó: —Haré todo lo que pueda, pero te diré que no desprecio la calificación de mediocre, y creo que no se puede llegar a sobreponerse a la mediocridad se la desprecia. En cuanto a trabajar mucho, estoy plenamente de acuerdo. "Ni un día sin un trazo», como nos aconseja Gavarni.
Cada vez se convenía más que el dibujo de las figuras era necesario, y que indirectamente influía en el diseño de los paisajes. Si dibujaba un sauce como si fuese un ser viviente —y en realidad lo era— entonces los segundos planos tomaban su exacto valor. Le agradaban muchísimo los paisajes, pero mucho más le gustaban los estudios de la vida que con tanto realismo habían sido dibujados por Gavarni, Daumier, Doré, De Groux y Filicien Rops. Tenía la esperanza que insistiendo en el estudio de los campesinos lograría hacer trabajos ilustrativos para las revistas y periódicos. Deseaba poder ganarse la vida durante; los largos años que debería pasar perfeccionando su técnica y la forma de su expresión.
Un día, su padre, que creía que leía para distraerse le dijo:
—Vincent, siempre estás hablando de lo mucho que debes trabajar, entonces, ¿por que pierdes tu tiempo con esos estúpidos libros franceses?
El joven colocó una marca en el 'Tere Goriot" que estaba leyendo y miró a su padre. Siempre abrigaba la esperanza de que algún día éste lo comprendiera cuando hablaba de cosas serias.
—Para aprender a dibujar, no sólo es necesario practicar con el lápiz —dijo—, sino que se necesita un profundo estudio de la literatura.
—Es algo que no entiendo. Si quiero predicar un buen sermón no pierdo mi tiempo mirando a tu madre preparar la comida.
El joven no se molestó en discutir la analogía, limitándose a decir:
—No puedo dibujar una figura sin conocer los huesos y los músculos de que está formada. Y no puedo dibujar una cabeza sin conocer la mentalidad y el alma de esa persona. Para pintar la vida, hemos de comprender no sólo la anatomía, sino los sentimientos de la gente y el mundo que los rodea. El pintor que sólo conoce su arte, será un artista muy superficial.
—Ah, Vincent —suspiró su padre—. Temo que te conviertas en un teorista.
Días más tarde el joven sintió enorme satisfacción al recibir algunos libros de Casaagne que Theo le enviaba a fin de corregir su perspectiva. Entusiasmado, se los enseñó a Willemien.
—Esto me será de gran provecho para corregir mi dibujo.
La joven le sonrió con los claros ojos de su madre.
—Quieres decir —preguntó Theodorus que desconfiaba de todo lo que venía de París— que aprenderás a dibujar leyendo libros de arte.
—
Sí.
—Eso es en verdad extraño.
—Es decir, si pongo en práctica las teorías que contienen. Desgraciadamente la práctica no puede comprarse como los libros.
Pasaron los días y llegó el verano. Ahora ya no era la lluvia que le impedía salir, sino el calor. Dibujó a su hermana Willemien sentada ante su máquina de coser, copió por tercera vez los estudios de Bargue, dibujó cinco veces un hombre con una azada, «Un bêcheur», cada vez en distintas posturas, dos veces un sembrador, dos una muchacha con una escoba. Luego una mujer con un gorro blanco y pelando papas, un pastor apoyado sobre su pértiga, y, finalmente, un viejo labrador enfermo sentado ante el fogón con la cabeza entre las manos. Campesinos, labradores, hombres y mujeres era lo que debía dibujar constantemente, observando todo lo que perteneciera a la vida rural. Ya no se sentía impotente ante la naturaleza y ello le procuraba una satisfacción como jamás había conocido.
La gente del pueblo continuaba considerándolo raro y lo mantenían a distancia. A pesar de que su madre, Willemien —y su padre también, a su modo— le profesaban cariño y afecto, en el fondo de su ser, donde nadie en Etten podía penetrar, se sentía terriblemente solo.
Los campesinos, poco a poco se tornaban más amables y comenzaban a confiar en él. Vincent encontraba que su simplicidad tenía cierta homogeneidad con el suelo que trabajaban, y trataba de captar ese sentimiento en sus dibujos. A menudo, en sus bosquejos, el campesino se confundía con la tierra. El joven no comprendía cómo llegaba a dibujar de ese modo, pero sentía que estaba bien.
—No puede haber línea de separación entre ambos —dijo una noche a su madre que le pedía explicaciones—. Se pertenecen el uno a la otra, están hechos de la misma materia y de idéntica esencia.
Un día, Ana Cornelia, deseosa de contribuir al éxito de su hijo le dijo:
—Vincent, ¿podrías volver esta tarde a las dos? Quisiera que me acompañaras a un té.
Su hijo la miró atónito.
—Pero, mamá, no puedo perder mi tiempo en esa forma.
—¿Y por qué perderías tu tiempo yendo a una reunión así?
—Porque en un té no hay nada para pintar.
—He ahí donde te equivocas. Todas las señoras de importancia de Etten estarán allí.
El joven hizo un esfuerzo para serenarse, y buscando sus palabras trató de explicar a su madre lo que quería decir.