Lujuria de vivir (16 page)

Read Lujuria de vivir Online

Authors: Irving Stone

Tags: #Biografía, Drama

BOOK: Lujuria de vivir
13.24Mb size Format: txt, pdf, ePub

Era un hombre de gran energía, la que sabía controlar perfectamente. Pintaba sin cesar; aún cuando estuviese cansado de hacerlo, seguía pintando, hasta que recobraba fuerzas para continuar pintando.

—Jet no está en casa, Vincent —le dijo al joven—. ¿Quieres que vayamos al estudio? Estaremos más cómodos allí.

Vincent aceptó vivamente. ¡Deseaba tanto ver aquel estudio!

Se dirigieron hacia una gran construcción de madera que se hallaba en medio del jardín, lo que permitía a Mauve estar completamente aislado para trabajar.

La espaciosa habitación olía deliciosamente a tabaco, pipas y barniz. La cubría una espesa alfombra de Deventer. Los muros estaban llenos de estudios, y veíanse varios caballetes con cuadros. En un rincón había una mesa antigua con un pequeño tapiz persa enfrente de ella. La pared que daba hacia el norte tenía una amplísima ventana por la cual entraban raudales de luz. A pesar de su aspecto bohemio dominaba en el ambiente el orden que emanaba del carácter de Mauve.

Inmediatamente ambos comenzaron a hablar del tema que más les interesaba en el mundo: la pintura, y Mauve enseñó al joven el trabajo en el cual estaba empeñado en ese momento: un paisaje iluminado pálidamente por la luz del crepúsculo.

Cuando llegó la esposa de Mauve, insistió en que Vincent se quedara a comer. Después de la comida, el joven sentóse ante la chimenea con los niños, y comenzó a pensar cuán agradable sería si tuviese un estudio propio, con una amante esposa que creyese en él, e hijos para quienes sería todo el universo. ¿Llegaría para él algún día ese momento feliz?

Los dos hombres no tardaron en regresar al estudio con sus pipas bien llenas. Vincent sacó sus copias del paquete y se las enseñó a Mauve. Este las examinó con su experto ojo de profesional.

—Como ejercicios no están mal. Pero carecen de importancia. Estuviste copiando como un escolar. La obra creadora ha sido hecha para otros.

—Creí que me serviría para «sentir» las cosas.

—Nada de eso. Hay que crear y no imitar. ¿No tienes algún dibujo propio?

Recordando las palabras de Tersteeg, el joven no sabía si mostrárselos o no al artista. Había venido a La Haya para pedir a Mauve que fuese su maestro, y temía que si veía que su trabajo no era bueno...

—Sí —repuso por fin— he hecho estudios de caracteres.

—Bien, enséñamelos.

—Tengo algunos croquis de los mineros del Borinage y de los campesinos de Brabante. No están muy bien, pero...

Con el corazón palpitante el joven le mostró sus croquis. Mauve los estudió durante largo rato mientras se pasaba una mano por entre el cabello. De pronto, con un dibujo que representaba a un campesino, se acercó al caballete donde estaba su último cuadro, y después de compararlos exclamó:

—¡Ahora comprendo dónde está el error!

Y tomando un lápiz corrigió varios trazos, siempre consultando el bosquejo de Vincent.

—Ahora está mejor —dijo alejándose para contemplar su obra— Ahora parece como si ese hombre perteneciera a la tierra.

Se acercó a su primo y colocándole la mano sobre el hombro le dijo:

—Tu trabajo es bueno; rústico y torpe aún, pero bueno. Hay en él cierta vitalidad que no se encuentra a menudo. Déjate de copias, Vincent, compra una caja de pinturas y empieza a trabajar con ellas, cuanto antes lo hagas será mejor. Tu dibujo es deficiente aún, pero mejorará.

Considerando el momento propicio, Vincent se atrevió a decir:

—He venido a La Haya a continuar mi trabajo, primo Mauve. ¿Serías tan amable como para ayudarme de vez en cuando? Necesito la ayuda de un hombre como tú. Te pido que sólo me dejes ver tus estudios y hablar de ellos de tanto en tanto. Todo artista joven necesita un maestro, primo Mauve y te estaría muy agradecido si me dejaras trabajar a tu lado.

Mauve echó un vistazo a todas sus telas inconclusas. El poco tiempo que le dejaba su trabajo, le agradaba pasarlo en familia. La afectuosa simpatía con que había envuelto a Vincent pareció desvanecerse. Este excesivamente sensitivo, lo sintió al instante.

—Soy un hombre muy ocupado —dijo su primo— y me es difícil ayudar a los demás. Un artista debe ser egoísta; debe dedicar todo su tiempo a su propio trabajo. Dudo de que pueda enseñarte algo.

—No pido mucho —insistió Vincent—. Sólo que me dejes trabajar aquí y mirarte cuando pintas... Y de vez en cuando podrías indicarme algún error en mis dibujos. Eso es todo.

—Crees que pides poco —repuso Mauve— pero créeme, tomar un aprendiz es asunto serio.

—Te prometo no ser ninguna carga para ti —insistió el joven. Mauve reflexionó largo rato. Siempre se había opuesto a tomar un aprendiz; le desagradaba tener gente a su lado mientras trabajaba. No le gustaba hablar de sus creaciones y siempre había tenido disgustos cuando había querido ayudar a principiantes. No obstante, Vincent era primo suyo; el Tío Vincent Van Gogh y las Galerías Goupil le compraban todas sus obras y además había algo tan vehemente en el pedido del muchacho, tanta pasión... La misma pasión que había notado en sus dibujos, que se dejó vencer.

—Bien —dijo por fin— probaremos

—¡Oh primo Mauve!

—Pero ten por entendido que no te prometo nada concreto. Cuando te instales en La Haya, ven aquí y trataremos de ayudarnos mutuamente. Ahora voy a pasar una temporada en Drenthe, así que te espero a principios del invierno.

—Magnífico. Justamente pensaba venir para esa época. Necesito aún de unos momentos de trabajo en el Brabante.

—Perfectamente Entonces estamos de acuerdo.

Durante el viaje de regreso a casa de sus padres, el corazón de Vincent, parecía cantarle en el pecho. Jubiloso se decía para sí:

—¡Tengo un maestro! ¡Tengo un maestro! Dentro de pocos meses estudiaré con un gran pintor y aprenderé a pintar. ¡Cuánto estudiaré durante estos meses, para demostrar que he hecho progresos!

Cuando llegó a Etjen, encontró allí a su prima Kay Vos.

KAY VIENE A ETTEN

La profunda pena de Kay la había espiritualizado. Había amado entrañablemente a su esposo y .su muerte parecía haber matado algo en ella. Ya no poseía aquella magnífica vitalidad, ni aquel entusiasmo y alegría de antaño. Toda su persona parecía haber perdido aquel brillo que antes poseía, y haberse transformado en profunda tristeza y melancolía.

—Cuán agradable es que hayas venido por fin, Kay —dijo Vincent

—Gracias, primo, eres muy bueno.

—¿Has venido con el pequeño Jan?

—Sí, está en el jardín.

—Es la primera vez que vienes al Brabante ¿verdad? Me alegra estar aquí para hacértelo conocer. Haremos grandes paseos por el campo.

—Me agradará mucho, Vincent.

La joven hablaba amablemente pero sin entusiasmo. Vincent notó que su voz era más profunda y menos vibrante que antes. Recordó cuán simpática había sido para con él en Amsterdam. ¿Debía o no hablarle de la muerte de su esposo? Comprendía que era su deber decirle algo, pero sentía que era más delicado no recordarle de nuevo su dolor.

Kay supo apreciar su tacto. El recuerdo de su esposo era sagrado para ella, y no quería hablar de él con nadie. También recordó las agradables veladas de Amsterdam cuando jugaba a las cartas con sus padres y Vos mientras Vincent leía algo más lejos a la luz de la lámpara. Su pena silenciosa emocionó al joven, quien le tomó afectuosamente la mano, mientras ella, elevando sus ojos tristes lo miró con profunda gratitud. Su primo notó cuán exquisita la había tornado el sufrimiento. Antes sólo había sido una muchacha feliz, ahora era una mujer cuyo apasionado sufrimiento la hacía más profunda y emotiva. Recordó el viejo dicho que dice: «Del dolor nace la belleza».

—Te agradará el Brabante —dijo a la joven—. Hoy pasaré todo el día dibujando en el campo. ¿Por qué no vienen conmigo Jan y tú?

—Te molestaríamos.

—¡Oh, no! Me agrada que me acompañen. Te enseñaré muchas cosas interesantes durante nuestro paseo.

—Y será bueno para Jan, lo fortificará.

La joven le estrechó ligeramente las manos que aún conservaba entre las suyas.

—Seremos buenos amigos, ¿verdad, Vincent?

—Sí, Kay.

Vincent, salió al jardín, llevó allí un banco para Kay y se puso á jugar con el pequeño Jan, olvidando por completo las grandes noticias que traía de La Haya.

Después de la cena recién comunicó a su familia que Mauve lo había aceptado como alumno, y como Kay estaba presente repitió las palabras elogiosas de Tersteeg y Mauve, cosa que no se hubiera permitido en otra circunstancia.

—Debes aplicarte en obedecer todas las indicaciones del primo Mauve —díjole su madre—. Es un hombre de éxito.

A la mañana siguiente temprano, Kay, Vincent y el pequeño Jan partieron para Liesbosch, donde el joven quería dibujar. A pesar de que nunca se había molestado en llevar algo para comer a mediodía, su madre preparó un lindo almuerzo para los tres. En el camino vieron sobre una acacia, un nido de urraca y Vincent, prometió al niño buscarle huevos de pájaros. Atravesaron por el bosque de pinos y llegaron a campo abierto donde había un arado detenido cerca de un carro. Vincent armó su pequeño caballete, sentó a Jan sobre el carro e hizo un rápido croquis. Kay silenciosa miraba a su hijo que se divertía. Vincent no interrumpió su silencio, se sentía feliz de tenerla a su lado mientras trabajaba. Nunca hubiera creído que la presencia de una mujer podía serle tan agradable.

Luego, siguieron caminando hasta llegar a la ruta que llevaba a Roozendaal. Rompiendo por fin su silencio, Kay dijo:

—¿Sabes Vincent? Al verte trabajar ante tu caballete recordé lo que solía pensar de ti en Amsterdam.

—¿Y qué pensabas Kay?

—¿No te lastimará si te lo digo?

—De ningún modo.

—Pues pensaba que no estabas hecho para la carrera religiosa. Sabía que estabas perdiendo tu tiempo.

—¿Y por qué no me lo dijiste?

—No tenía derecho de hacerlo.

Una piedra del camino la hizo tropezar, y Vincent la tomó del brazo para sostenerla, olvidando luego soltárselo.

—Sabía que llegarías a darte cuenta por ti mismo. Nadie hubiera podido convencerte...

—Recuerdo que una vez me preveniste de que iba a convertirme en un clérigo de mentalidad estrecha. Eran palabras extrañas en labios de la hija de un ministro de Dios.

Los ojos de la joven parecieron entristecerse.

—Es verdad —dijo— pero Vos me enseñó muchas cosas que antes no comprendía.

Vincent le dejó el brazo. La mención de Vos pareció elevar una barrera intangible entre ellos.

Después de caminar una hora, llegaron a Liesbosch y de nuevo Vincent armó su caballete cerca de una lagunita. Mientras Jan jugaba en la arena, Kay se instaló algo más lejos sobre un banquito que había traído; tenía entre las manos un libro abierto, pero no leía. Vincent dibujaba con ardor. No sabía si su entusiasmo provenía de las palabras alentadoras de Mauve o de la presencia de Kay, pero sentía nueva seguridad en el lápiz. Hizo varios croquis sucesivos. Deseaba vivamente que su trabajo fuese bueno aquel día, a fin de que Kay pudiera admirarlo.

Cuando llegó la hora del almuerzo, fueron hacia un roble cercano instalándose bajo su sombra, y Kay comenzó a sacar las provisiones del canasto. El ambiente estaba agradable y perfumado. Kay se sentó de un lado del canasto con Jan, mientras Vincent lo hacía del otro. El recuerdo de la familia de Mauve le vino a la memoria, y emocionado, le resultaba difícil tragar bocado.

Cuanto más observaba a Kay la encontraba más bonita. No podía alejar su mirada de ella, de su delicada tez, ojos profundos y labios perfectos. Era como si en él se despertara un apetito insaciable que no podía aplacarse con alimento.

Después del almuerzo Jan se quedó dormido sobre la falda de su madre. El joven la contemplaba mientras acariciaba la cabecita rubia de su hijo, y miraba tristemente el rostro inocente. Sabía que Kay estaba en pensamiento en su casa de Keizersgracht con el hombre que amaba, y no en la campiña del Brabante con su primo Vincent.

El joven dibujó toda la tarde. Jan había simpatizado mucho con él, y a cada rato venía a sentarse sobre sus rodillas para mirarlo trabajar, luego brincaba y corría alegremente de un lado para otro y volvía hacia Vincent para enseñarle alguna flor o alguna piedra que había encentrado, acosándolo con preguntas. Vincent sonreía feliz; le agradaba el cariño sencillo de ese pequeño ser.

Como el otoño estaba acercándose, los días eran más cortos, y tuvieron que pensar en el regreso. Durante el camino se detenían a menudo para contemplar la puesta de sol reflejada sobre el agua de las lagunas. Vincent le enseñó a su prima los dibujos que acababa de hacer, ésta los miró levemente encontrándolos toscos e imperfectos, pero el joven había sido bueno con Jan, y conociendo demasiado bien el dolor, no quiso provocarlo.

—Me agradan, Vincent —dijo sencillamente.

Sus palabras lo llenaron de alegría. Siempre había sido comprensiva y buena para él. Ella comprendía sus esfuerzos, era la única en el mundo que los comprendía. Con su familia no podía hablar de sus proyectos; con Tersteeg y Mauve se había visto obligado a asumir la humildad del principiante, a pesar de que no la sintiera siempre. Con Kay podía abril su corazón. Habló largo rato, con creciente entusiasmo y palabras incoherentes. Caminaba cada vez más de prisa a tal punto que la joven tenía dificultad en seguirlo. Siempre que Vincent sentía algo profundamente se volvía violento y brusco, contrastando con su calma habitual. Ese cambio de modales y ese torrente de palabras sorprendió y asustó a Kay, que lo consideró de mala educación y fuera de lugar. No comprendió que le brindaba el cumplido más grande que un hombre puede brindar a una mujer.

Le habló de todos aquellos sentimientos que habían quedado ocultos en el fondo de su ser desde que Theo había partido para París. Le contó sus deseos y ambiciones, explicándole el espíritu que deseaba imprimir a su trabajo. Kay se preguntaba cuál sería el motivo de su agitación; no lo interrumpía pero tampoco lo escuchaba. Vivía en el pasado, siempre en el pasado, y le parecía de mal gusto que alguien pudiese vivir con tanta intensidad y alegría en el futuro. El joven estaba demasiado entusiasmado para percatarse de la indiferencia de su prima. Continuó hablando y gesticulando hasta que un nombre que pronunció, llamó la atención de Kay.

—¿Neuhuys? —preguntó—. ¿El pintor que vivía en Amsterdam?

Other books

Crushing Crystal by Evan Marshall
Immortal by Bill Clem
Charlene Sands by Winning Jennas Heart
Swap Meet by Lolita Lopez
Sacrificed to the Demon (Beast Erotica) by Sims, Christie, Branwen, Alara