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Authors: Elvira Lindo

Tags: #Humor, Infantil y juvenil

Manolito tiene un secreto (2 page)

BOOK: Manolito tiene un secreto
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Pues eso, que la
sita
aquel día entró con una noticia muy grande que darnos, pero no dijo nada; se sentó en su mesa, mientras nosotros nos dábamos las últimas collejas y sardinillas vengadoras de la mañana, saltábamos por los asientos y nos lanzábamos pelotillas de papel chupadas soplando por el canuto de un boli, cosas que, ya te digo, a nosotros nos hacen una gracia mortal (y a los de Aluche a lo mejor no). Y estábamos en esa actividad extraescolar, cuando Mostaza señaló a la
sita
y dijo:

—¡Mirarla! ¿Qué la pasa?

Y se oyó como un eco que decía:

—¿Qué la pasa, qué la pasa?

Y no era un eco, éramos nosotros, que también estábamos alucinados. La
sita
seguía a su bola, y eso que nosotros seguíamos diciendo: «¿Qué la pasa?». La
sita
nos lleva años advirtiendo que se dice «¿qué le pasa?», pero es que a los niños de Carabanchel Alto no nos sale decir «¿qué-le-pasa?», aunque lo intentemos con toda la fuerza de nuestras gargantas. Aunque mentalmente estemos pensando «¿qué-le-pasa?», cuando vamos a decirlo nos sale «¿qué-la-pasa?» ¿Y por qué nos pasa esto? Académicos de todo el mundo han intentado descifrar este enigma sin éxito. Allá ellos con su enigma. A nosotros los enigmas nos chupan un pie.

La
sita
parecía que no se daba cuenta de que nos habíamos callado y la estábamos mirando con nuestras bocas abiertas, y que Mostaza la seguía señalando con el brazo levantado, que parecía la estatua de Cristóbal Colón, sin moverse, paralizado, sólo de vez en cuando sorbía la nariz para echarse los mocos para dentro, porque Mostaza casi siempre tiene unos mocos a medio caer, y cuando no los tiene es que ha conseguido metérselos durante un rato. La
sita
miraba al infinito y sonreía como si en vez de estar en nuestra clase estuviera ya jubilada dando vueltas por España en un autobús del Imserso, que dice que es lo que piensa hacer en cuanto nos pierda de vista.

No sabíamos si despertarla o dejarla vivir aquel sueño dorado. Al fin y al cabo, siempre habíamos soñado con un tipo de señorita así, una señorita que pensara en sus cosas mientras nosotros pensábamos en las nuestras. Pero como somos unos niños bastante complicados, decidimos despertarla. Paquito Medina se acercó y dijo bajito:

—Señorita, señorita…

Pero nada, ella a lo suyo. Se echó a reír un poquito, como si alguien le estuviera contando alguna gracia. A nosotros esto ya nos empezó a dar un poco más de miedo. «¡Dios mío, ha perdido la cabeza!», pensamos todos superalunísono. Entonces Yihad, que tiene métodos más terribles de despertar a las maestras, cogió con todo el morro el pito que la
sita
lleva colgado de un cordón y pegó un silbido que a nosotros nos hizo correr hacia nuestros sitios como si nos hubiera saltado un resorte, y a la
sita
la hizo levantarse de su silla y mirarnos como si fuera la primera vez que nos tenía delante de los ojos.

—¡Así me gusta, delincuentes! —nos dijo, paseándose entre los pupitres, con una pinta de supergenerala y nosotros de soldados que van a ir a la guerra—. ¡Así me gusta, que no haga falta que yo os mande sentar para que os sentéis, que no haga falta que yo os mande callar para que os calléis, que no haga falta que yo os mande estudiar para que estudiéis! Mostaza, límpiate los mocos. ¡Niños del mañana, niños que sean el orgullo y el ejemplo de esta ciudad! Vosotros, delincuentes, erais, hasta hace media hora que empezó el recreo, la vergüenza de Madrid, pero todo esto se va a arreglar en los próximos 15 días.

¿Por qué?, nos preguntamos los unos a los otros, porque a nosotros no nos importa ser la vergüenza de Madrid, ya estábamos acostumbrados.

—Os preguntaréis por qué vais a sufrir esa transformación…

Pues sí, nos lo preguntábamos bastante.

—Os lo diré. De aquí a 15 días os vais a convertir en los niños ejemplo no sólo de Carabanchel Alto, no sólo de Madrid, sino de toda España…

—¡Ooooohhhhh! —dijeron nuestras bocas a la vez.

—Dentro de 15 días vamos a recibir una visita muy importante, y tenemos que dar la talla. Habéis sido elegidos entre todos los colegios de Madrid para recibir una gran visita navideña…

—¡Los Reyes Magos! —dijo el Orejones, que a estas alturas ya ha escrito cinco cartas.

—¡Nada de Reyes Magos, que no tenéis en la cabeza más que caprichos y consumismo! Alguien más importante que los Reyes Magos.

—¡Los Reyes de España! —lo dijo Arturo Román, pero la verdad es que era lo que todos estábamos pensando.

—No, por Dios, dejaos de reyes, que no son reyes. Va a venir a visitarnos una autoridad muy importante.

—¡Clinton! —gritó Paquito Medina, que es el que más entiende de política internacional.

A nosotros nos pareció una buena idea.

—Sí, hombre —dijo la
sita
bajándonos de la nube—, no tiene otra cosa que hacer Clinton que venir a veros a vosotros.

—¿Pues quién? —dijimos.

—Os va a venir a ver… ¡el alcalde de Madrid! A ver, quién me dice cómo se llama el alcalde de Madrid —preguntó la
sita
con una sonrisa.

Se hizo un silencio aterrador y bastante sepulcral.

—Va a ser un trabajo duro —dijo la
sita
—. Pero juro ante Dios que os prepararé a fondo para que el alcalde nunca pueda olvidar esta visita.

CAPÍTULO DOS
El Orejones sabe recitar

La
sita
nos dio la charla. La
sita
a veces nos da clase y otras nos da la charla. Normalmente nos da clase, pero cuando nos portamos mal nos da la charla, o cuando quiere que seamos unos niños modelo. Entonces nos da la super-charla. Son dos cosas muy distintas:

A) Clase (las cuentas, nuestro entorno, la reproducción humana y de los rumiantes, los climas de la Comunidad de Madrid…).

B) La charla (sois unos niños imposibles; qué tranquilas estarán vuestras madres mientras yo estoy aquí; qué tranquila estaré yo cuando me jubile, que me voy a ir a un hotel de Benidorm en invierno donde no haya más que ancianos y parezca que los niños han desaparecido del planeta; la clase huele a chotuno; no te saques los mocos delante de la gente; no se escupe; no se dan portazos; no se pasan mensajitos de papel en clase; no se duerme en clase; no se ronca en clase…).

Son dos cosas muy distintas, pero el efecto que producen en nuestro cerebro es, como diría Paquito Medina, «prácticamente» el mismo, o como diría el mismo Paquito Medina, «la teoría del eterno retorno». Nosotros —el resto de la clase— no sabemos cómo llegan esas expresiones sabias a la cabeza de Paquito Medina, pero de lo que sí estamos seguros es de que es un culto. El niño más culto que hemos conocido. Según Paquito Medina, la
sita
(a la que llamaremos S por
sita
Asunción) expulsa unas palabras de su boca que llegan directamente hasta la capa de nuestros cerebros, los cerebros de D (D por delincuentes), y esas palabras que salieron de S y que luego están en la capa de los cerebros de D se supone que tendrían que traspasar la capa y entrar en el cogollo cerebral, como le sucede a la mayoría de la gente, pero no sabemos a qué fenómeno científico se debe, pero a nosotros se nos quedan las palabras encima de la cabeza y con cualquier golpe de aire, con que un niño abra una ventana, o que resople tu vecino de al lado, o simplemente porque sí, las palabras se marchan de tu cabeza y vuelven a la cabeza de la
sita
Asunción. ¿Por qué sabemos nosotros que vuelven a la cabeza de la
sita
Asunción?, se preguntará media España. Muy sencillo, respondo yo, porque la
sita
Asunción siempre nos da la misma charla y casi casi te puedo decir que la misma lección, porque casi todos los años damos la reproducción humana y la de los rumiantes y nuestro entorno vital y unas cuantas cuentas. Eso es lo que llama Paquito Medina, el niño culto, la teoría del eterno retorno, y me reconocerás, ahora que te lo he explicado, que tiene razones para ello.

Todo esto venía a cuento porque te decía que la
sita
nos dio la charla, nos dijo que no podía ser que unos niños de Carabanchel Alto no supieran cómo se llamaba el alcalde de Madrid, que iba a venir a visitarnos por Navidades, porque al alcalde le gusta visitar a los niños de la infancia en Navidad porque los niños le cantan villancicos y se visten de pastores y al alcalde se le llenan los ojos de lágrimas. La
sita
nos dijo que ésa era una razón más que suficiente para suspendernos en Conocimiento del Medio, porque unos niños que no saben cómo se llama su alcalde merecerían vivir fuera de los muros de la ciudad.

—¿Qué muros? —preguntó Mostaza.

—Es una forma de hablar, que no entendéis nada, por Dios —dijo la
sita
—. Y suénate los mocos, que ya te llegan por el labio inferior.

—Es que no tengo
klinex
,
sita
—dijo Mostaza.

—Pues que te lo deje algún compañero.

—¿Quién me lo deja? —dijo Mostaza.

Nadie levantó la mano.

—Pero qué falta de generosidad y de compañerismo tenéis —dijo la
sita
—. Nada, hijo mío, tus compañeros no te dejan un
klinex
. Pues sórbetelos para dentro, que me estás dando el desayuno.

Y Mostaza hizo «
nnnneeeeeeeesssss
» para arriba, y los mocos quedaron ocultos durante un rato.

La
sita
nos anunció que le daríamos la bienvenida al alcalde en el salón de actos, y que un año más tendríamos que ir disfrazados como seres vivientes del belén, pero que este año no valía que nos pusieran el traje de siempre, porque concretamente a nosotros, los niños de quinto, el traje de pastorcillo que nos hicieron nuestras madres en el primer curso se nos ha quedado tan chico que, cuando nos lo ponemos, los brazos se nos levantan para arriba de lo estrecho que nos está. Nos sale un poco de joroba, y con los hombros levantados y los brazos colgando, en vez de pastorcillos parecemos buitres. La
sita
dijo:

—Esos trajes pasarán a los niños más pequeños. Os tendrán que hacer uno nuevo. Vuestros padres tendrán que comprenderlo: no todos los días viene el alcalde a veros.

—Pero para qué le voy a dejar el traje a mi hermano —le dije yo a la
sita
— si mi hermano hace siempre de Niño Jesús.

La
sita
nos dijo que este año no habría Niño Jesús porque la dirección del colegio se había dado cuenta de que hacer un belén viviente con nosotros era imposible. Nos poníamos todos delante del portal de Belén y no había forma de echarnos para atrás.

—Incluso tú, Manolito, que ibas de árbol el año pasado, y el Orejones, que hacía de pozo. Allí estabais, en primera fila los dos. ¿De cuándo se ha visto que un árbol y un pozo se planten delante del Niño, a santo de qué? Nada, este año todos de pastorcillos, y los de preescolar, de ovejas, y nos quitamos de líos. Le cantáis una canción al alcalde y le recitáis dos poesías y se acabó. Cuantas menos cosas hagáis delante del alcalde menos posibilidades hay de que metáis la pata. Yo os presento, salís los pastores, luego salen las ovejas, luego las ovejas se sientan alrededor de vosotros, luego cantáis la canción. Luego, dos niños superdotados recitan y en cuanto acaben las poesías desaparecéis por detrás del telón. Y os metemos dentro de las clases. Lo importante es que el alcalde no os conozca tal y como sois.

—¿Y quién va a recitar,
sita
? —preguntó el Orejones.

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