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Authors: Elvira Lindo

Tags: #Humor, Infantil y juvenil

Manolito tiene un secreto (4 page)

BOOK: Manolito tiene un secreto
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«Esto» era quitarle el chupete al Imbécil. Se acercó a mi hermano y le quitó el chupete de la boca. Al hacerlo se oyó «¡
chup
!», porque el Imbécil lo tiene agarrado como una ventosa. El Imbécil se puso a llorar como un energúmeno, así que mi madre dijo:

—Da igual. Luisa, pobrecillo. Una oveja con chupete. ¿A quién le va a importar? Al fin y al cabo son niños.

Para que luego digan que no hay diferencias entre nosotros. A mí me quitaban las gafas sin compasión y al Imbécil le dejaban el chupete. Yo le dije al Imbécil que andará a cuatro patas para ser más superrealista, pero mi madre dijo que ni hablar, que aquella oveja andaría de pie para no mancharse la lana.

Salimos de casa: la Luisa y mi madre detrás de nosotros. Yo llevaba la mano encima del hombro del Imbécil y con la otra iba dando golpecillos al suelo con el bastón. Me servía de oveja lazarilla porque a mí me da como el superyuyu ir por la vida sin gafas. Yo y mi oveja lazarilla fuimos andando hasta el colegio, donde nos encontramos con miles de pastorcillos y miles de ovejas. El gran momento había llegado.

CAPÍTULO CUATRO
El rebaño del Imbécil

El Imbécil estaba superoculto en su traje de oveja porque mi madre le había metido gomaespuma dentro de la tela de borreguillo para que pareciera una oveja a punto de ser esquilada, y la cabeza también estaba tapada por un verdugo de borreguillo; sólo le había dejado un redondel para los ojos, la nariz y la boca, y como la boca estaba tapada como siempre por el chupete, la verdad es que al Imbécil lo distinguías por los ojos y por el mechón de pelo que le cae siempre encima de la frente. Los brazos le sobresalían sólo un poco del cuerpo de oveja, y de las piernas sólo se le veía de las rodillas para abajo. El pobre tenía que andar con las piernas y los brazos muy separados, y cuando bajaba algún escalón, pegaba un saltillo con los dos pies, porque mi madre le había hecho el traje de tal manera que no podía hacerlo si no era así. Bueno, qué digo mi madre, todas las madres de Carabanchel (Alto) lo habían hecho igual, porque así lo habían mandado las
sitas
de preescolar. Y las madres son como las ovejas, lo que hace una hacen todas.

Cuando entramos en el patío del colegio, las
sitas
nos fueron separando: pusieron a los ma/padres a un lado, a los pastorcillos/as a otro y a las ovejas/os a otro. Yo iba un poco
despistao
por el empeño de mi madre y la Luisa de quitarme las gafas para que fuera el verdadero pastorcillo de las postrimerías. El pastorcillo que sale en el anuncio del turrón. Sin embargo, ahí estaba Yihad, con sus 10 pendientes en las orejas; Melody Martínez, con uno de sus chicles gigantescos haciendo pompas; el Orejones, con el gorro de pastorcillo muy arriba porque las orejas no le entraban (parecía un ruso moscovita más que un pastorcillo), y Mostaza, con sus pantalones de chándal con la raya fosforescente al lado porque su madre no le había querido comprar unos negros. Es que la madre de Mostaza tiene todavía menos dinero que la mía, y cuando la
sita
dijo que había que llevar el traje de pastorcillo «impecable», la madre de Mostaza le mandó una nota a la
sita
que decía:

«No me llega el presupuesto para comprarle al niño unos pantalones negros, y menos antes de las Navidades. Si ve usted que el grupo se estropea porque el niño lleva pantalones de chándal, me lo pone usted el último del coro y como es muy bajo casi ni se le verá. Pero no me lo quite usted de la función, por Dios, que al chiquillo le hace mucha ilusión».

La
sita
no le quitó del coro de pastorcillo ni le puso el último porque Mostaza, y creo que ya lo he denunciado públicamente otras veces, es el niño que mejor canta de todo Carabanchel Alto. Para nosotros, los del Diego de Velázquez, Mostaza canta bastante mejor que Pavarotti. Algún día estará tan gordo como Pavarotti y cantará en los teatros de todo el mundo (mundial) y Carabanchel será famoso por ser el sitio donde nació Mostaza. Y vendrá a inaugurar una calle que se llamará calle de Mostaza. Y yo saldré en la tele diciendo que fui el primero que creí en él cuando todavía era un niño diminuto.

Un día le conté a Yihad la historia futura de Mostaza y va y me dice que me fuera olvidando de salir en el telediario, que el que saldría en el telediario sería él. Y le digo yo: «¿Y por qué vas a ser tú?». Y me suelta: «Porque tengo más facilidad de palabra». Y le digo yo: «Mentira podrida». Y me suelta: «Pues saldré en el telediario porque soy el que manda y ya está». Y como en eso lleva razón me tuve que callar, aunque el futuro de Mostaza me lo haya inventado yo con mi propio cerebro.

Susana Bragas-sucias se había llevado para la actuación una bolsa de pinturas de fiesta, con purpurinas y pintalabios, y las niñas se la fueron pasando y se pusieron las caras de una manera que, en vez de pastorcillas de las postrimerías, parecían pastorcillas en el espacio. La verdad es que el único pastorcillo verdadero de la antigüedad era yo, un pastorcillo sin gafas y con dos colores rojos que me había pintado la Luisa en los mofletes, porque según la Luisa, que es muy histórica, en la antigüedad todos los pastorcillos tenían muy buen color, ya que se pasaban la vida en el campo.

En esas cosas estaba pensando yo, envuelto en mi mundo borroso, cuando sentí los codazos de varios de mis compañeros en el estómago.

—¿Qué pasa? —dije yo saliendo de mi mundo.

—¿Es que no ves que tu madre te hace señas? —me dijo el Ore.

Pues no, no la veía, claro.

—¿Y qué señas hace? —le pregunté al Ore.

—Pues que te hace así con la mano para que vayas.

De una carrera me pasé del grupo de pastorcillos/as al grupo de ma/padres.

—Manolito, hijo —me dijo mi madre—, que no distingo a tu hermano.

Yo miré al grupo de ovejas/os que estaba en un rincón del patio. Para mí, aquel grupo era como una nube, no distinguía ni las cabezas.

—Si es que no veo, dame las gafas.

Mi madre se las sacó del bolsillo del abrigo mientras le decía a las otras madres:

—Hace que no ve, pero sí que ve, ve más de lo que dice.

Me quitó el gorro y me metió las gafas a presión, con la goma detrás. Qué felicidad. El mundo volvió a ser como antes. Lo terrible es que, aunque ahora lo veía todo superbien, era imposible reconocer a nadie en el grupo de ovejas/os. Todas eran iguales, enanas, gordas y con unos bracillos y unas piernecillas saliéndoles de las bolas de borrego. Mi madre dijo:

—A ver si lo ves, es el que lleva chupete.

—Es que el mío también lleva chupete —dijo otra madre.

—Y el mío, y el mío —dijeron otras madres como un coro de madres.

Lo que a mi madre le fastidiaba era haberse matado haciendo el disfraz del Imbécil para luego no poder distinguirlo cuando se subiera al escenario con el grupo de ovejas/os.

De pronto sonó el silbato de la
sita
que anunciaba que teníamos que formar en el patio. Una fila enorme de pastorcillos y una fila enorme de ovejas. Nos colocaríamos en el escenario para que cuando llegara el alcalde (de cuyo nombre no podíamos acordarnos) ya estuviéramos todos en nuestra posición. Primero, el alcalde visitaría las clases porque a los alcaldes les gusta ver las clases de los niños de la infancia. No me preguntes por qué, pero les gusta. Y luego le pasarían al salón de actos, y ahí estaríamos nosotros quietos como muertos. El Orejones daría un paso adelante y recitaría una poesía que había escrito Paquito Medina de recibimiento, y luego cada uno de los pastorcillos cogeríamos en brazos a una de las ovejas, porque íbamos a cantar un villancico bastante emocionante. Era un villancico que trataba de un pastorcillo muy pobre que no tiene nada que llevarle al Niño Jesús que acaba de nacer en el portal de Belén, y que después de pensar qué le llevo, qué le llevo a este Niño tan importante que ha nacido justo el día de Navidad (qué casualidad), después de machacarse el cerebro pensando, pues el pastorcillo llega a la conclusión de que, por mucho que le duela y le fastidie, lo único que tiene de valor material es su oveja, y con lágrimas en los ojos se la carga al hombro, y con el cacho de oveja al hombro y llorando lágrimas verdaderas va cantando hasta el portal de Belén, y por el camino se encuentra con otros pastorcillos que han pensado lo mismo que él, y todos llevan en los brazos a sus ovejas amadas.

Yo no sé si esta historia es real o no, pero para mí que lo lógico sería que todos los pastorcillos se pusieran de acuerdo y le regalaran entre todos sólo una oveja al Niño Jesús, que, por muy importante que sea, digo yo que no es normal que un niño recién nacido se vea de pronto con un rebaño de 50 ovejas, mientras que 50 pastorcillos se quedan sin ninguna. Este problema se lo planteó Arturo Román a la
sita
, porque Arturo Román, todo el mundo lo sabe, no da nada a nadie y se pasa de tacaño oscuro. La
sita
dijo que si fuera por nosotros la humanidad no habría avanzado, porque dijo que éramos unos seres mezquinos.

Total, que nos metimos al colegio. Las ovejas, todas iguales, empezaron a subir en fila las escaleras para ir al salón de actos. Una de las primeras de la fila tropezó. Se cayó encima de la siguiente y a partir de ahí bajaron todas rodando por las escaleras. No hubo víctimas. El borreguillo y la gomaespuma las protegía. Pero las tuvimos que levantar una a una, porque con aquel traje las ovejas se quedaban como las cucarachas, con las patas para arriba pidiendo auxilio. Una de las ovejas se puso a llorar. Por el sonido del llanto creo que fue el Imbécil. Intenté encontrarlo entre aquel montón. Pero al resto de las ovejas se les contagió el llanto, y todo el rebaño se puso a llorar.

CAPÍTULO CINCO
Ovejas Clónicas

Ya te digo, allí estaban, lanudas y gordas, todas aquellas ovejas amontonadas las unas encima de las otras al pie de la escalera. Yo no encontré al Imbécil porque, entre 50 ovejas, tú me dirás. De pronto me parecía oír su llanto, pero al momento se confundía con el llanto de las otras 49. Eran ovejas superclónicas, mil veces más clónicas que la oveja
Dolly
. Una de las
sitas
de preescolar, la de mi hermano, que aprovecho para decir públicamente que me gusta bastante, dijo que tratándose de un caso de extrema urgencia como ése, con el alcalde a punto de llegar al colegio y 50 niños de preescolar berreando, había que adoptar, por una vez y sin que sirviera de precedente, un método bastante antipedagógico. Dicho esto, desapareció, y los pastorcillos nos quedamos rodeando el montón de ovejas y bastante intrigados.

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