El suelo alfombrado amortiguó sus pasos mientras se dirigía desde la cabina hacia el camarote del pasaje. Pel y Keo ocupaban dos de las cuatro sillas, sentados uno frente a la otra en esquinas opuestas. Pel era un hombre de gran estatura, anchas espaldas y piel olivácea. Llevaba el pelo a lo afro y se había dejado una fina barba negra que le recorría la mandíbula. Cuando Grayson entró en la cabina, Pel se balanceaba lentamente, frente a él, al ritmo de la canción que sonaba en sus auriculares. Llevaba el ritmo con los dedos contra el muslo, y las uñas perfectamente recortadas le crujían contra el material oscuro de los pantalones del traje. Aún llevaba la corbata puesta, pero tenía la chaqueta desabotonada y las gafas de sol guardadas dentro del bolsillo pectoral derecho. Con los ojos casi cerrados parecía haberse perdido en los ritmos de la música. Una imagen pacífica y relajada que no cuadraba con su reputación de uno de los mejores agentes de protección personal de Terra Firma.
Keo iba vestida igual que su compañero, excepto por la corbata, pero no tenía la presencia física imponente que se espera normalmente de una guardaespaldas. Era unos doce centímetros más baja que Pel y probablemente pesara la mitad que él, pero mostraba una tensión en los músculos que daba claras pistas de la violencia que era capaz de ejercer.
Era difícil decir qué edad tenía, aunque Grayson sabía que, al menos, llegaba a la cuarentena. Los avances de la nutrición y la terapia genética para reducir los efectos de la edad, hacían que fuera común parecer tan sano y joven a los cincuenta como se era a los treinta, y el aspecto inusual de Keo hacía que fuera aún más difícil estimar su edad. Tenía la piel blanca como la tiza, lo que le daba un aspecto fantasmal, y el pelo plateado tan corto que permitía ver la carne pálida de su cuero cabelludo.
Los matrimonios entre las diversas etnias de la Tierra, durante los últimos dos siglos, habían convertido la piel de alabastro en una rareza, y Grayson sospechaba que la complexión de Keo era el resultado de una deficiencia menor de pigmentación que nunca se había molestado en corregir…, aunque era posible también que hubiera decidido aclararse la piel con fines cosméticos. AI fin y al cabo, la visibilidad era uno de los aspectos claves de su trabajo: haz que la gente sepa que estás trabajando y se lo pensarán dos veces antes de hacer cualquier tontería. El aspecto de Keo hacía que destacara entre la gente, pese a su corta estatura.
Estaba sentada de espaldas a Grayson, pero se giró para mirarle cuando entró en el camarote. Parecía tensa, a punto de saltar, dispuesta a todo. Era un contraste completo con la calma de Pel. A diferencia de su compañero, parecía incapaz de relajarse, incluso en los momentos más rutinarios.
—¿Qué pasa? —preguntó mirándole con recelo.
Grayson se detuvo y levantó las manos hasta el nivel de los hombros.
—Sólo venía a beber algo —dijo para tranquilizarla.
Tenía el cuerpo cargado de anticipación nerviosa y los dedos le temblaban, pero fue cuidadoso para que la voz no le traicionara.
El sueño era demasiado familiar. En los últimos diez años había revivido su primer asesinato si no miles, cientos de veces. Había tenido más misiones, por supuesto, más muertes. Había tomado muchas, muchas vidas sirviendo a una causa mayor. Si la Humanidad tenía que sobrevivir y triunfar sobre las otras especies, había que hacer sacrificios. Pero de todos los sacrificios, de todas las vidas que había segado, de todas las misiones que había completado, ésta era la que aparecía en sus sueños más que cualquier otra.
Al ver que el piloto no suponía una amenaza, Keo se giró y se sentó de nuevo, aunque aún parecía dispuesta a saltar ante la mínima provocación. Grayson caminó a sus espaldas hacia el pequeño frigorífico de la esquina del camarote. Tragó con fuerza, sintiendo la garganta tan seca que incluso le dolió y le pareció que la guardaespaldas movía ligeramente las orejas ante el sonido.
Con el rabillo del ojo vio a Pel quitarse los auriculares y tirarlos despreocupadamente sobre el asiento que tenía al lado mientras se levantaba para estirarse.
—¿Cuánto falta? —preguntó con un bostezo.
—Cuatro horas —replicó Grayson mientras abría el frigorífico y se agachaba para inspeccionar lo que había dentro, haciendo un esfuerzo para mantener la respiración regular y calmada.
—¿Todo en orden? —dijo Pel, mientras el piloto revolvía los contenidos del frigorífico.
—Todo marcha según el plan —respondió Grayson, tomando una botella de agua con la mano izquierda mientras con la derecha agarraba el mango del largo filo serrado que había escondido en la nevera antes de empezar el viaje.
Aunque sabía que se trataba de un sueño, Grayson no podía cambiar nada de lo que estaba a punto de suceder. El episodio continuaría sin cambios ni alteraciones. Estaba atrapado en el rol de observador pasivo. Era un testigo forzado a ver con sus propios ojos cómo los acontecimientos se desarrollaban según el curso original. Su propio subconsciente le impedía alterar su historia personal.
—Voy a ver cómo está la bella durmiente —dijo Pel con indiferencia, dándole a Grayson el código para actuar. Ya no había marcha atrás.
El único pasajero de la nave, además de ellos, era Claude Menneau, uno de los más altos miembros del partido político pro-humano Terra Firma. Era un hombre de gran riqueza y poder, una figura pública muy carismática aunque no necesariamente muy querida. Era el tipo de hombre que podía permitirse una nave interestelar privada completa, con su piloto y una pareja de guardaespaldas a tiempo completo para acompañarlo en sus frecuentes viajes.
Como de costumbre, poco después de despegar, Menneau se había encerrado en su camarote VIP en la popa de la nave para descansar y prepararse para su próxima aparición pública. En unas pocas horas aterrizarían en el espaciopuerto civil de Shanxi, donde Menneau iba a dirigirse a una multitud enfebrecida de simpatizantes de Terra Firma.
Después del escándalo de los sobornos de Nashan Stellar Dynamics, Inez Simmons había tenido que abandonar su puesto de líder del partido. Estaba claro que Menneau o un hombre llamado Charles Saracino serían sus sucesores al timón de Terra Firma, y ambos hacían numerosos viajes a las diversas colonias humanas para reunir apoyos.
Menneau, según las encuestas, aventajaba con más de tres puntos, pero las cosas estaban a punto de cambiar. El Hombre Ilusorio quería que Saracino ganara, y el Hombre Ilusorio siempre conseguía lo que quería.
Grayson se levantó y cubrió el cuchillo con la botella de agua, por si acaso Keo le estaba mirando. Afortunadamente la mujer seguía dándole la espalda enfocando toda su atención hacia la figura de Pel, que avanzaba con largas zancadas hacia el camarote VIP de la cola de la nave.
La condensación congelada de la botella de agua hizo que un frío húmedo se extendiera por la mano de Grayson. También tenía húmeda la mano derecha, caliente y sudorosa al agarrar con demasiada fuerza el mango del arma. Dio un silencioso paso para ponerse a escasos centímetros de Keo, frente a su expuesta y vulnerable nuca.
Pel nunca habría podido ponerse tan cerca de ella sin despertar sus sospechas y ponerla en guardia. Aunque habían trabajado juntos durante casi seis meses para Menneau, la mujer aún no confiaba del todo en su compañero. Pel era un ex mercenario, un asesino profesional de pasado oscuro. Keo siempre le tenía medio ojo puesto encima. Por eso debía hacerlo Grayson. No era que Keo confiara en él —Keo no confiaba en nadie—, pero la mujer no seguía todos sus movimientos como hacía con Pel.
Levantó el arma a punto de golpear, inspiró profundamente y lanzó la cuchillada con un movimiento ascendente hacia la parte blanda del cráneo, justo detrás de la oreja. Tendría que haber sido una muerte rápida y limpia, pero su instante de vacilación le costó caro porque le dio a Keo la oportunidad de sentir el ataque antes de que llegara. Reaccionó con un instinto de supervivencia, afinado en innumerables misiones, dio un salto y se giró para enfrentarse a su atacante, al tiempo que el filo la penetraba. Sus increíbles reflejos la salvaron de una muerte instantánea. En vez de atravesarla limpiamente hasta el cerebro, el filo se le clavó en la carne del cuello y se quedó atascado allí.
Grayson sintió cómo el mango se le escapaba de la mano sudorosa al tiempo que caía de espaldas y se alejaba de su víctima. Se detuvo al chocar con la pared cercana al frigorífico; no tenía adonde ir. Keo estaba de pie, y le miraba desde el otro lado del asiento. Él vio la fría certeza de su propia muerte en sus ojos. Sin la ventaja de la sorpresa, no estaba a la altura de los años de entrenamiento de combate de la guardaespaldas. No tenía ni siquiera un arma. El cuchillo seguía clavado en el cuello de la mujer, el mango vibraba ligeramente.
Keo ignoró la pistola que tenía en la cintura —no iba a arriesgarse a disparar dentro de una nave de pasajeros en pleno vuelo—, sacó un pequeño cuchillo de aspecto salvaje del cinturón y dio un salto por encima de la silla que la separaba de Grayson.
Había cometido un grave error. Con su inexperiencia, Grayson había convertido en una chapuza lo que tendría que haber sido una presa fácil. Sin embargo, aquello hizo que Keo le subestimara. La mujer se abalanzó sobre él con demasiada agresividad e intentó poner fin a la lucha enseguida, en vez de aguantar la posición o aproximarse con cautela por el lado de los asientos. Su error táctico dio a Grayson las décimas de segundo que necesitaba para recuperar la iniciativa.
Justo en el instante en que la mujer saltó, Grayson se lanzó hacia adelante. Keo no pudo detenerse ni cambiar de dirección en pleno vuelo y sus cuerpos chocaron, convirtiéndose en una masa de miembros enredados. Grayson sintió cómo el cuchillo le cortaba el bíceps izquierdo, pero a aquella distancia la menuda mujer no pudo reunir suficiente impulso y la herida fue superficial.
Keo le dio una patada para intentar quitárselo de encima, ganar distancia y poder utilizar su velocidad y rapidez. Grayson no la detuvo. En vez de eso, estiró la mano para recuperar el cuchillo que la mujer aún tenía clavado en el cuello. Lo sacó con un gesto limpio al tiempo que la guardaespaldas se ponía en pie. Mientras el filo salía libre, un géiser escarlata brotó de la herida; el filo serrado había seccionado la arteria carótida. Keo sólo tuvo tiempo de lanzarle una mirada incrédula y sorprendida, antes de que la repentina bajada de la presión sanguínea en el cerebro le provocara un colapso y cayera al suelo junto a Grayson.
El fluido cálido y pegajoso saltó a las manos y la cara de Grayson, que se incorporaba con un gesto de disgusto, y se alejaba ligeramente del cuerpo hasta sentir, de nuevo, la pared en la espalda. La sangre seguía corriendo, ganando y perdiendo intensidad en cada latido del corazón. Cuando el músculo se paró, unos instantes después, la corriente se hizo más lenta, pero no se detuvo.
Pel volvió del camarote VIP en menos de un minuto. Al ver a Grayson cubierto de sangre, levantó una ceja pero no dijo una palabra. Se movió con calma, se acercó al cuerpo de la mujer, pasando con cuidado por encima del charco de sangre para que no le manchara los zapatos y se agachó para buscarle el pulso. Satisfecho, se puso en pie y volvió al asiento en el que antes se relajaba.
—Buen trabajo, Asesino —dijo con una risa ahogada. Grayson seguía apoyado en la pared, paralizado por el terrible espectáculo. Había visto la vida escaparse rápidamente del cuerpo de Keo.
—¿Menneau está muerto? —preguntó. Era una pregunta estúpida, pero después de la descarga de adrenalina se sentía atontado y lento.
Pel asintió.
—Pero con menos pringue que aquí. A mí me gusta dejar los cuerpos limpios.
El hombre recogió los auriculares que había en el asiento de al lado.
—¿Lo limpiamos?
—No vale la pena —dijo Pel mientras se ponía los auriculares en las orejas—. En cuanto nos encontremos con el equipo que nos espera, tirarán la nave entera al sol más cercano. No te olvides de tu trofeo —comentó el hombre al tiempo que cerraba los ojos y volvía a balancearse al ritmo de la música.
Grayson tragó con fuerza y luego se obligó a ponerse en marcha. Impulsándose con la pared, se acercó al cuerpo caído. Keo estaba estirada medio de lado, con la pistola a su alcance. Grayson extendió una mano temblorosa hacia el arma…
El sueño terminaba siempre en el mismo punto. Grayson se despertaba siempre con el corazón retumbando, los músculos tensos y las palmas sudorosas, como si su cuerpo, al igual que el subconsciente, también hubiera revivido la experiencia.
Ni entonces ni ahora sabía por qué había tenido que morir Menneau. Sólo sabía que era por un bien mayor. Eso era suficiente. Estaba dedicado a la causa, y era completamente leal a Cerberus y a su líder. El Hombre Ilusorio le había dado una orden y él la había cumplido sin preguntas.
A pesar del error de permitir que Keo sobreviviera brevemente a su ataque inicial, la primera misión de Grayson podía calificarse de un éxito total. Habían entablado contacto con el otro equipo en el punto acordado y se habían deshecho de la nave, junto con los cuerpos de Keo y Menneau. No habían faltado sospechas y teorías acerca de la desaparición de Menneau, pero sin pruebas para justificarlas no se había resuelto en nada. Libre de su principal rival, Charles Saracino se había convertido en el líder de Terra Firma…, aunque nadie era capaz de decir con certeza qué efecto tendría aquello en los planes del Hombre Ilusorio a largo plazo.
La actuación de Grayson había impresionado a sus superiores en Cerberus y había recibido docenas de misiones durante la última década, pero todo había terminado en cuanto Gillian había sido aceptada en el Proyecto Ascensión.
No le gustaba pensar en Gillian. No cuando estaba solo en su apartamento, con la oscuridad acechando. Hizo desaparecer la imagen de su rostro y rodó sobre sí mismo con la esperanza de dormirse de nuevo. Un ruido proveniente de la puerta de la habitación lo paralizó. Aguzó el oído y oyó unas voces que salían del comedor de su pequeño apartamento. Era posible que se hubiera dejado el vídeo encendido cuando se había metido en la cama, demasiado drogado para apagarla. Posible, pero no probable.
En silencio, rodó fuera de la cama, dejando una masa de mantas tras de sí. Como no llevaba más que unos calzoncillos, su delgado cuerpo tembló ligeramente al contacto con el gélido aire de la habitación. Abrió cuidadosamente el cajón de la mesilla de noche y sacó su pistola. «La pistola de Keo», se autocorrigió, reviviendo de nuevo los recuerdos.