Era importante que los niños no crecieran sintiéndose superiores o mejores a otros por sus habilidades. Por supuesto, ésa era la lección más difícil de transmitir.
—Seshaun es más alto que tú, ¿verdad? —apuntó Kahlee, después de pensar un poco.
—Son todos más altos que yo —murmuró Nick, cruzando las piernas.
Se estiró, dejó descansar los codos sobre la cama y se puso el mentón sobre las manos, con la extraordinaria flexibilidad que tienen los niños.
—¿Antes de los implantes se metía contigo?, ¿te molestaba sólo porque era más alto que tú?
—No —respondió Nick poniendo los ojos en blanco porque sentía que le esperaba un sermón—. Eso está mal —añadió, sabiendo que era lo que la mujer quería oír.
—Ser más alto o más fuerte o mejor en biótica no quiere decir que puedas hacer lo que quieras —dijo Kahlee, aunque sabía que el niño sólo la escuchaba a medias. Pese a todo, confiaba en que si lo repetía suficientes veces el mensaje le llegaría algún día—. Tienes un don especial, pero eso no quiere decir que esté bien hacer daño a otros.
—Ya lo sé —admitió el niño—. Pero ha sido un accidente. Y ya le he pedido perdón.
—Pedir perdón a veces no es suficiente —respondió Kahlee—. Por eso te ha castigado Hendel.
—¡Pero tres semanas es muuucho tiempo!
Kahlee se encogió de hombros.
—Hendel era soldado y tiene mucha fe en la disciplina. Vamos a ver qué tal están tus lecturas.
El niño, aún con el mentón entre las manos, bajó la cabeza para mostrar la nuca. Kahlee extendió la mano para tocarlo con cuidado justo encima del cuello de la camisa, preparada para la pequeña chispa que le saltó hasta la punta del dedo. Nick dio un pequeño salto, aunque estaba más acostumbrado que ella al proceso. Los bióticos soltaban a veces pequeñas descargas rápidas de electricidad. Sus cuerpos generaban electricidad estática de manera natural, como si hubieran caminado por encima de una alfombra con calcetines de lana.
Le estiró la piel del cuello entre el índice y el pulgar de la mano izquierda y con la mano derecha se sacó una aguja del bolsillo de la bata de laboratorio. En la punta tenía un transmisor diminuto de forma esférica.
—¿Estás listo? —preguntó.
—Listo —respondió Nick, con los dientes apretados mientras la aguja penetraba entre dos de sus vértebras con una presión firme y regular.
El cuerpo del muchacho se tensó y dejó escapar un leve gruñido antes de relajarse. Kahlee sacó una omniherramienta de otro de sus bolsillos y fijó la mirada en la pantalla para asegurarse de que los datos de Nick se estaban transmitiendo adecuadamente.
—¿Tú también eras soldado? —preguntó Nick, aún con la cabeza gacha.
Kahlee parpadeó sorprendida. La Academia Grissom era una institución civil mixta y de la Alianza. La mayor parte de los fondos venían de ésta, pero estaba organizada como un internado, más que como una academia militar. Los padres podían visitar a sus hijos cuando querían o sacarlos del programa por cualquier razón. Los servicios de seguridad, protección y apoyo los ofrecía personal militar uniformado, pero la mayoría de los instructores, investigadores y personal académico eran civiles. Eso era especialmente importante para la Alianza, porque ayudaba a aplacar el miedo a que ésta estuviera intentando convertir a niños en supersoldados bióticos.
—Formaba parte de la Alianza —admitió Kahlee—, pero ahora estoy retirada.
Programadora brillante con un toque especial para inteligencias artificiales y sintéticas, Kahlee se había alistado a los veintidós, poco después de que muriera su madre. Había pasado catorce años trabajando en varios proyectos de alta seguridad para la Alianza antes de volver a la vida civil. En los años siguientes había trabajado de consultora
freelance
para corporaciones, y se ganó la reputación de ser una de las mejores expertas en su campo. Cinco años atrás la junta directiva de la Academia Grissom le había ofrecido un lucrativo puesto en el Proyecto Ascensión.
—Ya decía yo que tenías que haber sido soldado —dijo Nick, satisfecho de sí mismo—. Pareces muy dura, como si estuvieras a punto de pelear en cualquier momento. Igual que Hendel.
Kahlee se quedó un momento desconcertada. Había recibido entrenamiento de combate básico, porque era obligatorio para el personal de la Alianza, pero nunca habría dicho que se parecía en nada a un curtido veterano como Hendel. La mayor parte de su servicio lo había pasado en laboratorios de investigación, rodeada de computadoras y otros científicos, no en el campo de batalla.
«Excepto aquella vez que ayudé a Anderson a matar a un maestro guerrero krogan», le recordó una parte de su mente. Intentó apartar el recuerdo. No le gustaba pensar en Sidón y lo que vino después de aquello: había perdido demasiados amigos allí. Pero era difícil mantener los recuerdos controlados, cuando el rostro de Saren llevaba meses apareciendo continuamente en los vídeos de noticias. Y cada vez que veía imágenes de
Sovereign
atacando la Ciudadela, no podía sino pensar que tenía que haber alguna conexión entre la investigación ilegal del doctor Shu Qian en Sidón y la gigantesca nave que Saren había utilizado para liderar el asalto geth.
—¿Señora Sanders? Creo que ya está…
La voz de Nick hizo que volviera en sí. El transmisor del cuello lanzaba un leve pitido.
—Perdona, Nick —murmuró mientras sacaba la aguja.
Nick se sentó, frotándose la nuca.
Kahlee se metió la aguja en el bolsillo y comprobó de nuevo los resultados en la omniherramienta para verificar que tenía los datos que necesitaba. Ése era su trabajo principal en el Proyecto Ascensión. Los implantes bióticos más nuevos, llamados configuración L4, estaban equipados con una red de chips de inteligencia virtual. Los chips de IV controlaban la actividad de las ondas cerebrales del biótico, aprendían los complejos patrones de pensamiento de su huésped, y se adaptaban para maximizar su potencial biótico.
Analizando los datos que recogían los chips, Kahlee y su equipo podían hacer delicados ajustes al programa de IV, coordinando los amplificadores del individuo para obtener beneficios aún mayores. De momento, las pruebas mostraban entre un diez y un quince por ciento de crecimiento en habilidad biótica respecto a las antiguas configuraciones L3 en el noventa por ciento de los sujetos, sin efectos secundarios aparentes. Sin embargo, como la mayor parte de la investigación en biótica, no habían hecho más que empezar a rascar la superficie de lo que era posible.
Nick se estiró de nuevo en la cama, agotado por el pinchazo en la columna.
—Ahora soy más fuerte, ¿verdad? —dijo en voz baja, con una leve sonrisa en los labios.
—Sólo con los números es imposible decirlo —respondió Kahlee, evadiendo la pregunta—. Tengo que volver al laboratorio y analizar los datos.
—Me parece que me estoy volviendo más fuerte —dijo el muchacho mientras cerraba los ojos, seguro de sí mismo.
Ligeramente alarmada, Kahlee le acarició suavemente la pierna y se levantó de la cama.
—Descansa bien, Nick —dijo, dejándolo solo en su habitación.
Mientras la puerta de la habitación de Nick se cerraba a sus espaldas, Kahlee vio a Hendel avanzando por el pasillo, vestido con sus habituales pantalones canela y una camisa ajustada negra de manga larga. Era un hombre de gran estatura, de más de metro ochenta, de gruesos cuello, pecho y brazos, con una barba recortada y un bigote que le cubrían el mentón y el labio superior, pero dejaban libres las mejillas. Su cabellera de color castaño oxidado y su nombre eran testimonio de que tenía sangre escandinava. Sin embargo, su piel oscura y su apellido, Mitra, indicaban que no era ése el único componente de su árbol genealógico. De hecho había nacido en los suburbios de New Calcutta, una de las regiones más ricas de la Tierra. Kahlee suponía que sus padres aún vivían allí, aunque ya no eran parte de su vida. Su relación disfuncional con Grissom no era nada comparada con la de Hendel y su familia. No habían hablado en veinte años, desde que le habían dejado en el programa de Entrenamiento y Aclimatación Biótica cuando era un adolescente. El programa MYAB no había disfrutado de la atmósfera abierta del Proyecto Ascensión en la Academia Grissom, sino que se había llevado a cabo en una instalación militar de alto secreto, antes de que lo desmantelaran al considerarlo un rotundo fracaso. Las mentes que idearon el programa MYAB habían querido que los instructores actuaran sin interferencia de las familias, y no habían escatimado esfuerzos en convencer a los padres de que los bióticos eran peligrosos. Intentaron hacer que se avergonzaran e incluso temieran a sus propios hijos e hijas con el objetivo de separar a los estudiantes de sus familias. En el caso de Hendel habían hecho un trabajo magnífico.
El hombre se aproximaba con decisión y rapidez, propulsado por largas y veloces zancadas. Con la vista clavada en el suelo, ignoró las miradas curiosas de los niños que le observaban al pasar por delante de sus puertas.
«Eso es lo que se llama caminar como un soldado», pensó Kahlee.
—¡Oye! —gritó sorprendida al ver que el hombre pasaba como una bala junto a ella como si no la hubiera visto—. ¡Mira por dónde vas!
—¿Eh? —dijo Hendel, deteniéndose un instante y mirándola por encima del hombro, como si no la hubiera visto hasta aquel momento—. Perdón, es que tengo prisa.
—Te acompaño —se ofreció Kahlee.
El hombre retomó su ritmo, seguido de su compañera. Cada pocos pasos Kahlee tenía que hacer una pequeña carrera para mantener su tempo.
—¿Estabas con Nick? —preguntó él.
—Está enfadado —respondió Kahlee—. Cree que has sido injusto.
—Ha tenido suerte —gruñó Hendel—. En mis tiempos le habrían dado una bofetada que le habría hecho sangrar las orejas. Hoy en día no hay nada más que sermones y confinamientos. No me extraña que la mitad de esos críos salgan de aquí convertidos en gamberros que no saben ni limpiarse los mocos.
—Creo que más bien tiene que ver con la adolescencia que con la biótica —apuntó Kahlee con una leve sonrisa.
Hendel era muy duro de palabra, pero Kahlee sabía que nunca permitiría que los niños que tenía a su cargo sufrieran ningún daño.
—Alguien tiene que enderezar a ese crío —avisó Hendel—. Si no terminará como uno de esos que van a un bar, intentan ligarse a la novia de alguien y luego usan la biótica para tumbar al novio cuando viene a pegarles. Todo le parecerá un juego…, hasta que a alguien se le crucen los cables y le rompa una botella en la cabeza cuando no mire.
A Kahlee le gustaba Hendel, pero aquello era un ejemplo de su visión pesimista y deprimente de la vida. Claro que tenía parte de razón. Había bióticos que actuaban como si fueran indestructibles, tocados por superpoderes. Pero sus talentos tenían un límite. Generar el efecto de campo de masa llevaba tiempo, a la vez que requería una concentración mental muy intensa. La fatiga no tardaba en aparecer. Después de una o dos intervenciones, el biótico quedaba exhausto, tan vulnerable como cualquier otra persona.
Había varios casos documentados de bióticos que habían presumido de su poder: haciendo trampas con los dados o la ruleta en un casino; alterando la trayectoria de la pelota en un partido de baloncesto; incluso gastando bromas a la gente, quitándoles las sillas de debajo. Y las consecuencias de tales actos eran a menudo muy serias. Masas enfurecidas habían asaltado o incluso linchado a bióticos como venganza por delitos menores, al reaccionar de forma exagerada por la ignorancia y el miedo.
—A Nick no le pasará eso —le aseguró ella—. Aprenderá. Tarde o temprano nos escuchará.
—Igual lo que necesita es que un profesor le suelte una descarga —replicó impasible.
—A mí no me mires —respondió Kahlee riendo, al tiempo que daba un salto para no quedarse atrás—. Yo nunca llevo la pistola aturdidora.
Todo el personal del Proyecto Ascensión recibía como equipo unas pequeñas armas de
electroshock
fabricadas por Aldrin Labs. Las pistolas aturdidoras podían dejar a cualquier estudiante inconsciente y servían de precaución, en caso de que alguno lanzara un ataque biótico serio contra un compañero o un profesor. Por razones legales, todo el personal no biótico estaba obligado a llevar la pistola aturdidora mientras estaba de servicio, pero Kahlee ignoraba abiertamente la norma. Odiaba las pistolas. Le recordaban a la desconfianza y el miedo que dominaban en el programa MYAB. Además, en todos los años que llevaba funcionando el Proyecto Ascensión, ningún miembro del personal había tenido que utilizarlas.
«Y nadie las utilizará nunca, si Dios quiere», pensó.
—¿Adónde vamos con tanta prisa? —preguntó en voz alta.
—A ver a Gillian.
—¿Tiene que ser ahora mismo? —replicó Kahlee—. Jiro le está tomando las lecturas.
Hendel la miró con aire de curiosidad.
—¿Sin supervisión?
—Sabe perfectamente lo que hace.
Por alguna razón, a Hendel nunca le había gustado Jiro. Puede que fuera por la diferencia de edad, ya que Jiro era uno de los miembros más jóvenes del personal. O puede que fuera el simple choque de sus personalidades: Jiro era alegre, extrovertido y parlanchín, mientras que Hendel era, en una palabra, estoico.
—No tengo nada en contra de Jiro —le aseguró, aunque él mismo sabía que no decía toda la verdad—. Pero Gillian no es como los otros estudiantes.
—Te preocupas demasiado por ella.
—Mira quién habla… —replicó él.
Kahlee dejó pasar el comentario. Tanto ella como Hendel e dedicaban mucho tiempo y atención extra a Gillian. No era exactamente justo para el resto de estudiantes, pero Gillian era especial y necesitaba más ayuda que los otros.
—Le gusta Jiro —explicó Kahlee—. Puede hacerlo solo sin problemas, sin que le estés encima como un padre sobreprotector.
—Esto no tiene nada que ver con tomarle las lecturas —gruñó Hendel—. Grayson quiere venir a verla otra vez.
Kahlee se detuvo y agarró a su compañero por el codo, haciendo que se detuviera y se diera la vuelta hacia ella.
—No —dijo con firmeza—, no quiero que seas tú quien se lo diga.
—La seguridad de este ala es responsabilidad mía —replicó Hendel en tono defensivo—. Todas las solicitudes de visita tienen que pasar por mí para que las apruebe.
—No me dirás que estás pensando en serio denegar la solicitud… —preguntó Kahlee, horrorizada—. ¡Es su padre! ¡Tiene sus derechos!