La lanzadera maniobró silenciosamente en el vacío del espacio hasta ponerse en posición. Cuando se hubo posado en uno de los hangares, Kahlee sintió un golpe sordo bajo los pies mientras el mecanismo de la plataforma acoplaba la nave en su sitio. Un pasillo hermético se extendió desde la estación para conectarse con las puertas de la lanzadera. El túnel presurizado y lleno de oxígeno permitía a los pasajeros ir desde los puntos de aterrizaje exteriores hasta el interior de la estación sin tener que pasar por el engorro de los trajes espaciales.
—Venga, vamos a recibir al invitado —murmuró Hendel, sin hacer esfuerzo alguno por ocultar su disgusto.
Los pasajeros llegaban a través del túnel a una sala de espera de paredes transparentes a prueba de balas. Varios postes unidos por una cinta roja a la altura de la cintura creaban un área para que los visitantes hicieran cola cuando llegaban en masa. Al final de la cola había una línea amarilla en el suelo. Tras ella esperaba una pareja de guardias de la Alianza, ambos armados, un recordatorio para todo el mundo de que la Academia Grissom era una operación conjunta civil y militar.
Tras los guardias, una única puerta llevaba desde la sala de espera al área de recepción, donde otro soldado de la Alianza ocupaba una computadora en la que registraba todas las llegadas y salidas. La puerta permanecía cerrada hasta que el soldado que se encargaba del registro estaba seguro de que los individuos de la sala de espera tenían autorización para entrar en la estación.
Cuando llegaron al área de recepción, Grayson estaba ya en la sala de espera, paseando impaciente tras la línea amarilla. Los guardias de la habitación permanecían en la misma posición, como si no notaran su prisa.
La mujer que ocupaba la mesa de registro levantó la mirada ante la aparición de Hendel y su rostro se iluminó cuando reconoció al jefe de seguridad del Proyecto Ascensión.
«Estás perdiendo el tiempo, hermana», pensó Kahlee.
—Un visitante, como habían anunciado —dijo con una voz un poco demasiado ligera y alegre para ser estrictamente profesional—. Estamos esperando autorización.
—Déjalo pasar —respondió Hendel con un suspiro.
La soldado sonrió y tecleó unos comandos. Sobre la puerta de cristal se encendió una luz verde y se oyó un chasquido cuando el cerrojo empezó a moverse. Unos instantes después, la puerta se abrió en silencio.
—Adelante, señor Grayson —dijo uno de los guardias, aunque Grayson ya casi había atravesado la puerta.
«Se le ve fatal», pensó Kahlee.
Grayson iba vestido con un sencillo traje de negocios y llevaba un maletín que parecía muy caro. Sus ropas estaban limpias y planchadas y era obvio que estaba recién afeitado. Pese a tales esfuerzos, ofrecía una imagen enfermiza, casi desesperada. Siempre había sido un hombre delgado, pero ahora parecía esquelético; el traje parecía colgar de él. Tenía el rostro demacrado y ojeroso, con la mirada hundida e inyectada en sangre, los labios secos y agrietados. Kahlee aun se resistía a aceptar la acusación de Hendel de que era un drogadicto, pero realmente lo parecía.
—Me alegro de verle de nuevo, señor Grayson —dijo Kahlee, avanzándose con el saludo antes de que Hendel pudiera decir nada inapropiado.
—Hacía mucho tiempo que no nos visitaba —añadió el jefe de seguridad, sin amilanarse—. Ya empezábamos a pensar que se había olvidado de cómo encontrarnos.
—Vendría más a menudo si pudiera —respondió Grayson, estrechándole la mano a Kahlee pero mirando a Hendel mientras hablaba.
No parecía enfadado. En todo caso, sonaba como si estuviera disculpándose. O como si se sintiera culpable.
—Las cosas han estado un poco complicadas últimamente.
—Gillian se ha puesto muy contenta cuando le hemos dicho que venía, señor —dijo Jiro por encima del hombro de Kahlee.
—Tengo muchas ganas de verla, doctor Toshiwa —respondió sonriente.
Kahlee se dio cuenta de que tenía los dientes descoloridos, como si los cubriera un brillo apagado. Otra marca de la adicción a la arena roja.
—¿Quiere que lo ayude con el maletín? —preguntó Hendel, casi a su pesar.
—Preferiría llevarlo yo mismo —respondió Grayson.
Kahlee notó un ligero gesto de disgusto en las facciones de Hendel.
—Vamos —dijo, y agarró suavemente a Grayson por el brazo y lo apartó de Hendel—. Vamos a ver a su hija.
—Lamento haber llegado a estas horas tan intempestivas —dijo Grayson mientras atravesaban la Academia y caminaban hacia la residencia del Proyecto Ascensión—. Siempre me cuesta ajustar mis planes a la hora local.
—Ningún problema, señor Grayson —le aseguró ella—. Usted es siempre bienvenido cuando viene a visitar a Gillian, sea de día o de noche.
—Siento tener que despertarla —prosiguió—. Pero tendré que irme en unas horas.
—Ya dejaremos que duerma mañana durante las clases —comentó Hendel, que caminaba unos pasos por detrás de ellos.
Grayson no dijo nada y Kahlee no estaba ni siquiera del todo segura de que hubiera oído el comentario, pero aquéllas fueron las últimas palabras que se cruzaron hasta llegar a la habitación de Gillian.
Kahlee pasó la mano frente al panel de acceso y la puerta se abrió.
—Encender luz —dijo suavemente, y la habitación se iluminó.
Gillian no estaba durmiendo. Como había dicho Jiro, estaba sentada en la cama con las piernas cruzadas, encima de la manta. El pijama rosa pálido que llevaba parecía una talla más pequeño; Kahlee recordó que Grayson se lo había regalado unos meses atrás, por su cumpleaños.
—Hola, Gigi —dijo Grayson, entrando en la habitación y llamándola por su apodo cariñoso.
A la niña se le iluminaron los ojos y extendió los brazos hacia él, pero no se movió de su posición.
—¡Papi!
Grayson se acercó a la cama y se inclinó hacia ella sin llegar a abrazarla. En cambio, agarró con fuerza a su hija de las manos, como ella esperaba.
—¡Cómo has crecido! —dijo Grayson, admirado, al tiempo que le soltaba una mano para dar un paso atrás y mirarla mejor.
Después de un largo silencio, añadió:
—Eres igual que tu madre.
Kahlee tocó a Hendel y a Jiro en el hombro, y les hizo un gesto hacia la puerta para indicar que sería mejor dejarlos solos. Los tres abandonaron la habitación y la puerta se cerró tras ellos con un sonido silbante.
—Vamos —dijo Kahlee, una vez en el pasillo—. Necesitan un poco de privacidad.
—Todos los visitantes deben ir acompañados mientras estén dentro de la Academia —objetó Hendel.
—Yo me quedaré aquí —se ofreció Jiro—. Ha dicho que sólo podía estar unas horas. No me importa esperar. Además, conozco perfectamente el historial de Gillian, por si tiene alguna pregunta.
—Me parece bien —dijo Kahlee.
Hendel puso un gesto como si quisiera replicar, pero sólo dijo:
—Asegúrate de hacer todos los trámites cuando se vaya y avísame cuando termine.
—Vamos —le dijo Kahlee a Hendel—. Acompáñame al comedor, que te invito a un café.
El comedor estaba vacío, aún faltaban varias horas antes de que el personal y los estudiantes bajaran a desayunar. Hendel se sentó a una de las mesas cerca de la puerta, mientras Kahlee se dirigía a una de las máquinas de bebidas. Tras introducir su tarjeta de empleada en la ranura, encargó dos tazas de café solo, las llevó hasta la mesa y le ofreció una a Hendel.
—Ese hijo de puta tiene peor aspecto que nunca —dijo el jefe de seguridad, tomando la taza—. Me apostaría algo a que va drogado.
—Eres demasiado duro con él —suspiró Kahlee y se instaló en la silla frente a Hendel—. No es el primer padre de un niño biótico que experimenta con arena roja. Es una manera que tenemos la gente normal de entender lo que quiere decir ser biótico.
—No —dijo, cortante—. Drogarte y hacer volar imperdibles por la habitación con el poder de tu mente durante unas horas no se parece en nada a ser biótico.
—Pero es lo máximo a lo que alguien como Grayson puede aspirar. Ponte en su lugar. Lo único que intenta es conectar con su hija.
—Pues que venga a verla más de dos veces al año.
—Estoy segura de que esto no es nada fácil para él —le recordó Kahlee—. Su esposa murió dando a luz. Su hija tiene problemas psicológicos que la hacen emocionalmente distante. Y encima descubre que tiene esa habilidad increíble y debe enviarla sola a una escuela privada. Seguro que cada vez que la ve es como si se montara en una montaña rusa emocional: amor, culpabilidad, soledad… Sabe que está haciendo lo mejor para ella, pero eso no quiere decir que sea fácil para él.
—Yo sólo sé que me da malas vibraciones. Y he aprendido a fiarme de mis instintos.
En vez de responder, Kahlee tomó un largo trago de la taza. El café era sabroso y caliente, pero dejaba un regusto bastante amargo.
—Tenemos que pedir a la dirección que nos consiga un café mejor —murmuró, intentando cambiar de tema.
—¿Cuánto tiempo hace que estás con Jiro? —le preguntó Hendel.
—¿Cuánto hace que lo sabes?
—Un par de meses.
—Pues tardaste unos dos meses en darte cuenta.
—Ten cuidado con ese crío, Kahlee.
La mujer rio.
—Tranquilo, que no lo romperé.
—No es eso —dijo él con voz seria—. Hay algo en él que me hace desconfiar. Es demasiado listo. Demasiado hábil.
—¿Otra vez los instintos? —preguntó, llevándose la taza hacia la boca para ocultar la sonrisa.
Obviamente Hendel no tenía instinto de protección sólo con los estudiantes.
—Ya has visto cómo ha reaccionado cuando he mencionado tu historia con Anderson.
—Muchas gracias por hacerlo, ahora que lo dices —dijo ella, arqueando las cejas.
—Se ha quedado igual —prosiguió Hendel, ignorando su puñetazo verbal—. Como si ya lo supiera.
—¿Y qué si ya lo sabía?
—Bueno, es obvio que tú no se lo habías dicho. Entonces ¿cómo se ha enterado? Los informes de la misión están sellados. Si lo sé yo es porque me lo contaste.
—La gente habla. Puede que se lo mencionara a alguien del personal que luego se lo dijo a él. Le estás dando demasiadas vueltas al asunto.
—Puede —admitió—. Pero ve con cuidado igualmente. Como ya te he dicho, he aprendido a fiarme de mis instintos.
Grayson pasó las siguientes cuatro horas con Gillian. La dejó hablar todo lo que quiso, en ciclos de conversación entusiasta, casi frenética, y largos silencios de retraimiento durante los que parecía incluso haber olvidado que estaba allí. Le gustaba oír su voz, pero tampoco le importaban los silencios. El simple hecho de verla de nuevo le hacía sentirse bien.
Cuando hablaba, era básicamente sobre las clases y la Academia: qué profesores le gustaban y cuáles no, sus asignaturas favoritas, cosas nuevas que había aprendido… Grayson notó que nunca mencionaba a otros estudiantes ni nada que tuviera que ver con su entrenamiento biótico. Pensó que sería mejor no presionarla. No tardaría mucho en obtener toda la información que necesitaba.
Ya casi tenía que irse. Había aprendido que cuanto más tiempo pasaba con ella, más difícil era despedirse. Por eso se ponía siempre un límite en cada visita: tener unos parámetros claros para la misión le hacía más fácil hacer lo que debía hacer.
—¿Gigi? —dijo suavemente.
Gillian estaba mirando hacia la pared, perdida de nuevo en su mundo interior.
—¿Gigi? —dijo un poco más alto—. Papá tiene que irse, ¿vale?
La última vez que se habían despedido ella ni siquiera le había dicho adiós. Esta vez, sin embargo, giró levemente la cabeza y asintió. Grayson no sabría decir qué era peor.
Después de levantarse de la cama, se inclinó para besarla en la frente.
—Métete en la cama, cariño. Bajo la manta. Intenta dormir.
La niña hizo lo que su padre decía, moviéndose lentamente como una autómata impulsada por sus palabras. Una vez estuvo dentro de la cama y hubo cerrado los ojos, Grayson atravesó la habitación y abrió la puerta.
—Apagar luz —susurró.
La habitación se oscureció y la puerta se cerró a su paso.
Jiro lo esperaba en el pasillo.
—¿Es éste un sitio seguro? —preguntó Grayson, con una voz más brusca de lo que habría querido.
—Tendría que serlo —respondió el joven en voz baja—. Todos están durmiendo. Podemos ir a mi habitación, si es que vamos a tardar un rato.
—Vamos a hacerlo rápido para que pueda irme enseguida de esta estación —dijo Grayson, inclinándose para poner el maletín en el suelo.
Abrió el cerrojo, levantó el doble fondo y sacó el botellín que le había dado Pel. Después se levantó y se lo dio a Jiro. El científico lo recibió y lo elevó para examinarlo a la luz del pasillo.
—Parece que han vuelto a cambiar de compuestos. Seguramente el Hombre quiere intentar algo distinto —comentó mientras se metía el botellín en el bolsillo—. No dejará rastro en los análisis médicos, ¿verdad? Quiero decir, no se puede rastrear, ¿no?
—¿A ti qué te parece? —preguntó Grayson fríamente.
—Vale, de acuerdo. ¿La misma dosis que antes?
—No me han dado instrucciones nuevas —replicó Grayson.
—¿Tienes idea de lo que se supone que le va a hacer este nuevo compuesto?
—Yo no hago preguntas de ésas —respondió Grayson, cortante—. Y tú tampoco las harás, si eres listo.
«Por Dios —pensó después de hablar—. Estoy empezando a sonar como Pel…». Sinceramente, no estaba seguro de si era algo bueno o malo, pero imaginaba que su antiguo compañero lo encontraría gracioso, en cierto sentido.
—No van a hacer nada que la dañe —añadió Grayson, aunque no estaba seguro de si intentaba convencer a Jiro o a sí mismo—. Es demasiado valiosa.
Jiro asintió.
—Aquí están los últimos resultados de los estudiantes del Proyecto Ascensión —dijo, y sacó un disco óptico de almacenamiento del bolsillo de la bata de laboratorio, y se lo dio a Grayson—. Además de mis investigaciones particulares en nuestra alumna estrella.
El científico hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta de Gillian.
Grayson recibió el DOA sin decir una palabra y lo escondió en el maletín.
—¿Estás liado con Sanders? —preguntó, una vez el disco estuvo guardado.
—Pensé que entraba dentro de los parámetros de la misión —respondió Jiro sonriendo—. Se supone que se lo tengo que sacar todo, ¿no? A veces meter es la mejor manera de sacar…
—Ten cuidado de no involucrarte emocionalmente —lo avisó Grayson—. Sólo trae problemas.