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Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #Ciencia Ficción

Mass effect. Ascensión (11 page)

BOOK: Mass effect. Ascensión
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—Todo está bajo control —le aseguró el joven, con una sonrisa chulesca insoportable.

Grayson imaginó que, en algún lugar, Pel se partía de risa.

OCHO

Feda’Gazu vas Idenna se ajustó la pistola que le colgaba del cinto y descendió del Land Rover. En la flotilla no llevaba nunca armas, pero cualquier quariano que abandonaba la seguridad de la Flota Migrante iba siempre armado.

Lige y Anwa, los dos miembros de la tripulación que había escogido para acompañarla a la cita, bajaron también y se pusieron uno a cada lado. Podía notar que estaban nerviosos. Igual que ella.

No se fiaba de Golo. Era quariano como ellos, pero también era un criminal tan vil y peligroso que lo habían exiliado de la Flota. Por eso se había negado a citarse con él en Omega: demasiados sitios para preparar una emboscada. Al principio le había puesto objeciones, pero al final había accedido a un encuentro en Shelba, un desolado y deshabitado mundo en el sistema Vinoss.

La atmósfera en Shelba era respirable —a duras penas—, pero la temperatura estaba siempre por debajo del punto de congelación, lo que no lo hacía habitable ni apto para establecer explotaciones agrícolas. Además, el suelo estaba formado solamente por metales y minerales comunes de bajo valor, de manera que las explotaciones mineras tampoco tenían sentido económicamente. Era un mundo ignorado, vacío y sin desarrollar. Si Golo quería jugársela, pedirle que se vieran allí iba a hacer que se pensara dos veces si valía la pena el esfuerzo.

Feda tembló, pese a que su traje ambiental la protegía contra la helada. Parte de ella quería olvidarse del trato, darse la vuelta y salir de allí. Pero Golo le había prometido un cargamento de filtros de aire y catalizadores de reacción, y varias de las naves de la flotilla necesitaban piezas de repuesto desesperadamente. Pese a sus reservas personales, no podía negarse a una oferta así con la conciencia tranquila.

—Ahí está —gritó uno de sus compañeros, señalando a través de la llanura azulada y las piedras verdes brillantes que formaban la superficie del planeta.

Un Rover de pequeño tamaño se aproximaba en la distancia, levantando nubes de polvo turquesa mientras corría hacia ellos. Feda lanzó otra mirada a su alrededor y buscó señales de otros vehículos en el horizonte. La tranquilizó no ver ninguno.

Apostado sobre una formación rocosa de color esmeralda a más de un kilómetro y medio de distancia, Pel observó a los quarianos llegar, a través de la mira telescópica de su rifle Volkov de francotirador. Había tenido sus dudas sobre si aparecerían, al considerar la reputación de Golo entre sus compatriotas, pero el quariano le había asegurado que vendrían. «Parece que tenía razón, el desgraciado».

Los quarianos bajaron del vehículo.

—Tenemos tres blancos —dijo una voz en los auriculares instalados en el casco de su traje ambiental.

—Escuadra alfa: el blanco derecho —respondió con voz monótona—. Escuadra beta: el blanco izquierdo. Yo me encargo del de en medio.

—Escuadra alfa: blanco confirmado —respondió la voz.

—Escuadra beta: blanco confirmado —respondió una segunda voz, en este caso femenina.

Mirando a través del punto de mira, confiaba en que su equipo alcanzaría a sus blancos, incluso desde aquella distancia. Pero todos los quarianos llevaban armadura, y las posibilidades de que una ráfaga penetrara las barreras cinéticas de sus escudos antes de que pudieran volver al vehículo, eran bajas. Golo aún tenía que cumplir su parte para que el plan funcionara.

—No disparéis hasta que os lo diga —ordenó, apuntando al quariano del centro.

Los quarianos esperaron pacientemente mientras su contacto se aproximaba. Feda no tardó en oír el sonido del motor del Rover y el crujido de los neumáticos sobre el terreno irregular. La fina atmósfera hacía que todo tuviera un sonido agudo y quebradizo.

Cuando el Rover se hubo acercado a cincuenta metros de ellos, Feda levantó la mano con la palma hacia el frente. El vehículo se detuvo. Unos segundos después, un quariano salió de él y empezó a caminar lentamente hacia su posición, con las manos levantadas por encima de la cabeza. Se paró a diez metros, justo como ella le había indicado cuando habían acordado los detalles de la entrevista. Lige y Anwa habían levantado sus rifles de asalto, apuntando con ellos al recién llegado.

—¿Golo? —preguntó para confirmar la identidad del hombre que había tras la máscara.

—¿Es que habéis venido a robarme? —respondió, haciendo un gesto con el mentón hacia las armas que le apuntaban.

No bajó los brazos y, al contrario que Feda y su tripulación, no llevaba armadura alguna.

—No quiero arriesgarme —replicó ella—. No contigo.

Había varios crímenes que podían provocar el exilio de la Flota: asesinato, delitos violentos reiterados, vandalismo o sabotaje de las bionaves o los depósitos de alimentos. Pero el crimen de Golo —intentar venderles quarianos a los Recolectores— parecía especialmente aberrante. La lealtad era una de las bases de la cultura quariana; la supervivencia de la Flota Migrante requería que todos los miembros de la comunidad trabajaran juntos. Intentar vender a otro quariano para provecho personal era como traicionar todo en lo que Feda creía; un pecado imperdonable.

—¿Has venido solo? —le preguntó ella.

Golo asintió.

—El material está en la parte de atrás del vehículo, si quieres verlo.

Feda sacó su pistola y la usó para cubrir a Golo, al tiempo que le indicaba a Lige con un gesto que inspeccionara el Rover. Se trataba de un vehículo sencillo, con una cabina para dos personas y un espacio para carga detrás, que era poco más que una caja rectangular con una puerta corredera vertical.

Lige apretó el panel lateral, pero en vez de abrirse la puerta, el panel lanzó un pitido y empezó a brillar una luz de color rojo.

—Está cerrado.

—¿Cuál es el código de acceso? —preguntó Feda, blandiendo amenazadoramente la pistola en dirección a Golo.

—Siete, dos, seis, nueve —respondió.

Lige pulsó los números.

Entonces se desató el infierno.

—Todos a punto —murmuró Pel en su transmisor mientras uno de los quarianos se aproximaba al vehículo de Golo.

Un instante más tarde hubo un brillante esplendor y la bomba que había en el Rover estalló. La explosión hizo que el quariano que había junto al vehículo saliera volando y al resto los tiró al suelo, Golo incluido.

—Fuego —dijo con voz calmada, mientras apretaba el gatillo de su rifle de francotirador con una presión suave y uniforme.

La explosión hizo que Feda cayera al suelo. Se golpeó contra la superficie con un ruido sordo, pero enseguida rodó hasta ponerse en pie y disparar a Golo, que todavía estaba caído, con las manos sobre la cabeza.

Apretó el gatillo, pero no pasó nada. Al mirar hacia abajo vio que el indicador de estado de su arma brillaba en rojo: el sistema de puntería automatizado había sufrido una sobrecarga. Lanzando maldiciones, dio un golpe para pasarlo a control manual, sabiendo perfectamente que el pulso que había afectado al arma le habría afectado también a los escudos cinéticos.

Una llamarada de dolor le estalló en el hombro cuando un proyectil hiperacelerado, no mayor que una aguja, atravesó sin esfuerzo las planchas protectoras de su armadura corporal para explotar en su carne. El impacto le hizo rodar sobre sí misma y soltar la pistola. Sintió cómo la rodilla se le desintegraba, se desplomó y gritó entre el inconfundible «zip-zip-zip» de las ráfagas de alta potencia que cortaban el aire.

Vio a Lige caído donde la explosión le había mandado. El impacto tan cercano de la detonación le había hecho añicos la máscara y le había convertido la cara en un amasijo sangriento. Sólo se distinguía con claridad un ojo que la miraba inerte, sin parpadear. El cuerpo saltaba al tiempo que las balas enemigas lo alcanzaban, disparos malgastados en un cadáver.

«¡Al vehículo!», le gritó su mente. Como respuesta, empezó a arrastrarse sobre el vientre hacia el Rover. Nunca llegó a sentir la ráfaga que le alcanzó en la parte posterior del cráneo y puso fin a su vida.

Pel siguió disparando, ráfaga tras ráfaga, sobre el cuerpo inmóvil, hasta que oyó la voz de Golo en los auriculares.

—Creo que ya podéis parar. Están todos muertos.

Pel se irguió, dobló el arma y la guardó en la funda que llevaba a la espalda.

—Escuadra Beta, reunión en el punto de encuentro. Escuadra Alfa, atención por si vienen refuerzos.

La gravedad en Shelba era de 0,92, según el estándar de la Tierra, de manera que pudo moverse con rapidez, incluso con las restricciones del traje ambiental. En unos cinco minutos ya estaba en la escena de la masacre. Allí lo esperaban Golo y las dos mujeres de la escuadra Beta, que quitaban las ropas y el equipo a los quarianos caídos. Los trajes negros estaban despedazados por los balazos y empapados en sangre, pero posiblemente nadie se daría cuenta de esos detalles hasta que fuera demasiado tarde.

Pel era demasiado grande para hacerse pasar por un quariano, pero las mujeres tenían más o menos el peso y altura ideales. Con las caras cubiertas por máscaras y vestidas con aquellos harapos sería difícil distinguirlas de sus víctimas.

—¿Has localizado su nave? —le preguntó Golo mientras se acercaba, poniéndose también el traje de uno de los cadáveres para ocultar su identidad.

—La hemos detectado al aterrizar —le dijo Pel—. A unos diez clics de aquí.

—Habrá tres o cuatro más a bordo —le informó el quariano—. Probablemente armados, pero sin trajes de combate. Recuerda que tienes que atrapar a uno vivo. El piloto, si fuera posible.

Hilo’Jaa vas Idenna, el piloto de la nave de reconocimiento
Cyniad
de la nave
Idenna
observó con sorpresa el Rover de Feda que apareció en el horizonte, camino hacia él.

Alargó la mano y apretó el botón de transmisión de la radio.

—¿Feda? Aquí Hilo. ¿Me recibes?

La respuesta llegó un segundo más tarde, tan oscurecida por el ruido estático que no pudo entenderla.

—No te oigo, Feda. ¿Va todo bien?

La única réplica fue un chirrido agudo que lo hizo estremecerse mientras apagaba el transmisor.

—Ponte a punto —dijo Hilo en el intercomunicador de la nave—. Feda está en camino.

—¿Por qué no ha llamado antes? —respondió una voz a través de los altavoces, instantes después.

—Parece que el Rover tiene problemas con la radio.

—¡Si la reparé la semana pasada!

—Pues tendrás que volver a repararla —respondió Hilo, con una sonrisa—. Estate a punto, por si acaso.

No era raro que se rompieran cosas en la
Cyniad
. Como todas las otras naves y vehículos de la Flota Migrante, el Rover había visto días mejores. La mayoría de las especies lo habrían sacado del servicio tiempo atrás o lo habrían enviado a la chatarrería, pero los quarianos, siempre faltos de material y de recursos, no podían permitirse ese lujo.

Hilo se preguntó cuánto tiempo podrían mantenerlo en funcionamiento a base de chapuzas antes de darse finalmente por vencidos y desmontarlo para ver qué piezas se podían aprovechar. Al menos esperaba que fuera unos meses. Incluso otro año, si había suerte.

«Suerte no es un concepto que se asocie a menudo con nosotros los quarianos», pensó al tiempo que el Rover se detenía junto a las compuertas de carga.

Tres figuras salieron de un salto de él. Una empezó a hacer señas con la mano hacia la nave para que abriera las compuertas y el Rover pudiera entrar. Hilo se levantó de la silla y bajó hacia el depósito para ayudar en la descarga. Ya estaba a medio camino, esquivando la mesa y las sillas de su minúsculo comedor, cuando oyó disparos y gritos.

Al tiempo que desenfundaba la pistola que llevaba en el cinto, apartó las sillas de una patada y salió disparado para ayudar a sus compañeros de tripulación. Bajó casi dejándose caer por la escala que llevaba al depósito, sin pensar ni por un instante que podía ser que llegara demasiado tarde.

En cuanto apareció en la escena se quedó helado y aturdido por lo que vio.

El contenedor de carga estaba abierto, pero no tenía nada dentro. La tripulación yacía muerta, abatida por las balas.

Varias figuras armadas y con armadura, demasiado grandes para ser quarianas, registraban la habitación buscando supervivientes. Su mente lo registró todo en un instante. Lo que lo confundió, sin embargo, fue ver a Feda, a Lige y a Anwa apuntándolo con sus armas. Incluso tan cerca como estaba, le llevó un segundo darse cuenta de que eran impostores.

Entonces ya era demasiado tarde. Uno de ellos disparó, la bala penetró en la pantorrilla y le desgarró el músculo. Gritó y soltó su arma. Entonces cayeron encima de él. Dos de las figuras lo apretaron contra el suelo mientras la tercera se cernía sobre él con la pistola a punto. Hilo se debatió salvajemente, demasiado abrumado para darse cuenta del dolor penetrante que le subía de la pierna o entender la amenaza que implicaba la pistola que le apuntaba a la cabeza.

—Estate quieto y te dejaremos vivir —dijo en perfecto quariano la figura que lo encañonaba.

Incluso en aquel estado de agitación, su mente fue capaz de entender quién hablaba. Feda les había advertido de que iban a encontrarse con un exiliado que había traicionado a su propio pueblo. Ahora la tripulación de la
Idenna
había caído en su trampa. Hilo se quedó sin fuerzas cuando su mente se dejó dominar por la desesperación y la angustia.

El quariano se le acercó, sin soltar el arma.

—¿Quién eres?

No respondió.

—Te he preguntado cómo te llamas —repitió y le golpeó en la cabeza con la culata del arma.

Los ojos se le llenaron de estrellas.

—¿Quién eres?

Él seguía sin responder.

La culata lo golpeó de nuevo, haciendo que se mordiera la lengua. Notó el sabor de la sangre, pero no perdió la consciencia.

—Yo soy Golo’Mekk vas Usela. Te lo pregunto por última vez. ¿Quién eres?

«Golo, tripulación de la
Usela
».

—¡No tienes derecho a usar ese nombre! —gritó Hilo dentro de su casco—. Eres vas Nedas! Golo nar Tasi!

«Tripulación de ningún sitio; Golo hijo de nadie. Un paria. Solo. Vilipendiado».

Esta vez la pistola le impactó en la máscara, con fuerza suficiente para agrietar el cristal. El extraño aroma terrorífico del aire sin filtrar —aire infectado con bacterias y gérmenes— penetró en el casco.

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