Hendel siguió sus instintos, salió de su barrera protectora y se esforzó por apuntar el arma contra la fuerza gravitatoria, que emanaba de la singularidad y crecía rápidamente. Una vez tuvo el blanco en el punto de mira, disparó. La pistola aturdidora acertó a su objetivo y la singularidad desapareció con un chasquido, entre el silbido del aire atrapado. Los gritos de la niña se cortaron al instante, cuando los impulsos eléctricos la atravesaron. Por un momento pareció estar de puntillas, con la cabeza caída hacia atrás mientras los músculos se le ponían rígidos. Después se convulsionó y movió las extremidades en una breve danza espasmódica, antes de caer inconsciente en el suelo.
Hendel corrió a su lado y llamó por radio al equipo médico.
Gillian murmuró algo en sueños. Sentada a su lado sobre la cama del hospital, Kahlee extendió la mano para acariciarle la frente con intención de calmarla, pero en el último momento se dio cuenta de que era mejor no hacerlo.
No sabía si la niña se despertaba. Ya habían pasado casi diez horas desde que había soltado sus poderes bióticos en el comedor, y el médico había dicho que le llevaría entre seis y doce horas recuperar la consciencia después de recibir el impacto de la pistola aturdidora.
Kahlee se inclinó y susurró suavemente:
—¿Gillian? ¿Me oyes?
La niña respondió a su voz girándose hacia un lado. Parpadeó y luego abrió los ojos con fuerza, observando aquel lugar desconocido con terror confuso.
—No pasa nada, Gillian —le dijo Kahlee para calmarla—. Estás en el hospital.
La niña se incorporó lentamente y miró a su alrededor con las cejas fruncidas por la confusión.
—¿Sabes cómo has llegado aquí? —le preguntó Kahlee.
Gillian cruzó las manos sobre las rodillas y asintió, bajando los ojos para no tener que mirar a Kahlee.
—El comedor. He hecho cosas malas. He hecho daño a gente.
Kahlee dudó, sin saber qué nivel de detalle sería capaz de soportar la niña. Se habían producido muchos daños materiales y varias torceduras de tobillos y heridas en los dedos por efecto de la estampida. Las heridas más serias las había sufrido Nick, que tenía una conmoción cerebral y una contusión en la columna vertebral, aunque creían que se recuperaría completamente.
—Todos están bien —le dijo Kahlee—. Sólo quiero saber qué ha pasado. ¿Te has enfadado con alguien?
—Nick me ha tirado la leche —respondió, aunque Kahlee ya lo había oído del niño.
—¿Por qué te has enfadado tanto?
La niña no respondió. En vez de ello dijo con el ceño fruncido:
—Hendel me ha gritado. Estaba enfadado conmigo.
—No estaba enfadado. Tenía miedo. Todos teníamos miedo.
Gillian se quedó callada y luego asintió, para decir que lo sabía.
—¿Recuerdas algo más de lo que ha pasado?
La niña se quedó inexpresiva, como si estuviera sumergiéndose en sí misma, intentando buscar la respuesta.
—No —respondió finalmente—. Sólo me acuerdo de Hendel gritándome.
Kahlee ya se lo figuraba. Habían tomado lecturas a Gillian mientras estaba inconsciente, recogiendo los datos de sus chips inteligentes, para ver si les podían decir algo, pero lo que habían obtenido no tenía ningún sentido. Había habido un pico repentino en la actividad de sus ondas alfa en los días anteriores a su explosión, pero no existía ninguna explicación lógica para ello. Kahlee tenía la teoría personal de que podría haber habido un desencadenante emocional: sus niveles alfa se habían disparado el día después de la visita de su padre.
—¿Por qué no está Hendel? —preguntó Gillian, con voz culpable.
Kahlee respondió con una verdad a medias.
—Ahora está muy ocupado.
Como jefe de seguridad, todavía tenía que ocuparse de los efectos del suceso del comedor. Hacían todo lo que podían para quitarle importancia: habían hecho un comunicado oficial a los medios; el personal y los estudiantes habían recibido explicaciones, y se había notificado todo a los padres. Como precaución extra, la Academia Grissom seguía en bloqueo de emergencia. Sin embargo, por muy ocupado que estuviera Hendel, Kahlee sabía que había algo más que no le dejaba estar allí. Podía ser ira, decepción o incluso culpabilidad. Probablemente una mezcla de las tres cosas. Fuera como fuera, no iba a intentar explicarle algo así a una niña de doce años.
—¿Cuándo vendrá a verme?
—Pronto —prometió Kahlee—. Le diré que lo estás esperando.
Gillian sonrió.
—Te gusta Hendel.
—Es un buen amigo.
La niña sonrió aún más.
—¿Os casaréis algún día?
Kahlee no pudo evitar lanzar una carcajada.
—No creo que Hendel quiera casarse.
La sonrisa de Gillian se debilitó, pero sin desaparecer del todo.
—Tendría que casarse contigo —insistió, como si fuera una conclusión natural—. Eres buena.
Aquél no era el momento para explicarle por qué era imposible que se casaran, y Kahlee decidió cambiar de tema.
—Tienes que quedarte en esta habitación unos días, Gillian. ¿Lo entiendes?
Esta vez la sonrisa se le borró completamente y asintió.
—Ahora quiero dormir.
—De acuerdo —le dijo Kahlee—. Puede que no esté aquí cuando te despiertes, pero si necesitas algo aprieta el botón rojo de ahí y una enfermera vendrá a ayudarte.
La niña miró hacia el botón de llamada que colgaba al lado de su cama y asintió de nuevo. Después se estiró y cerró los ojos.
Kahlee esperó que Gillian se durmiera antes de levantarse y salir de la habitación.
Kahlee siguió sentada frente a su mesa e hizo caso omiso de la persona que había llamado a la puerta. Tenía la mirada fija en la pantalla de su computadora e intentaba encontrar algún significado a los números que habían obtenido de los implantes de Gillian. Lo que había pasado en el comedor tendría consecuencias. La gente exigiría respuestas pronto. Querían que les contara qué había pasado y por qué nadie lo había podido prever. Y aún no tenía ninguna explicación para darles.
Desde el pasillo llamaron a la puerta de nuevo con más insistencia.
—Abrir puerta —dijo, sin ni siquiera levantarse.
Esperaba que fuera Hendel, pero fue Jiro quien entró. Llevaba ropa informal, una camisa de botones azul de manga larga y pantalones negros. Tenía una botella de vino y un sacacorchos en una mano y un par de copas largas en la otra.
—He oído que has tenido un día duro —dijo—. Y he pensado que necesitarías una copa.
Estuvo a punto de decirle que volviera más tarde, pero en el último momento asintió. El joven entró y pasó la botella ante el panel de acceso para que la puerta se cerrara. Tras posar las copas sobre la mesa, se dispuso a abrir la botella.
—¿Tienes alguna idea de qué ha podido pasar? —preguntó mientras el corcho salía con un ruido suave pero claramente audible; ésa era la primera de la que prometía ser una serie interminable de preguntas.
—La verdad es que preferiría no hablar de trabajo, ahora mismo —respondió ella; se levantó de la silla y avanzó hacia él, mientras llenaba las copas de vino.
—Como mi señora desee —dijo guiñándole un ojo al tiempo que le entregaba una copa.
La mujer dio un pequeño sorbo, dejando que el sabroso buqué del vino le llenara el paladar. Tenía un sabor afrutado, aunque era más terroso que dulce.
—Delicioso —dijo y dio un sorbo un poco más largo.
—Lo compré la última vez que estuve en Elysium —replicó él con una sonrisa traviesa—. Pensé que sería un buen método para que mi jefa se soltara un poco.
—Ciertamente, con esto puedo soltarme casi del todo —confesó al tiempo que vaciaba la copa de un trago y la extendía para que Jiro se la volviera a llenar—. Ya que has abierto la botella, no vamos a dejar que se eche a perder.
Jiro le sirvió más vino. Cuando se giró para dejar la botella, Kahlee se estiró para darle un beso rápido. Él respondió tomándola de la cintura y la acercó a él hasta que sus cuerpos se tocaron.
—No sabía que tuviera un efecto tan rápido —rio.
—Soy una mujer rápida —respondió, desabotonándose la blusa con la mano libre.
—Dicen que hay que dejar al vino respirar antes de beberlo —le susurró él y le besó el lóbulo de la oreja.
—A mí me gusta así —replicó ella, dejando la copa sobre la mesa; abrazó a Jiro con las piernas alrededor de la cintura, y éste la llevó a la cama.
Su sesión de sexo no fue muy larga. Kahlee imprimió un paso rápido y feroz, intentando quitarse de encima el estrés y la tensión de aquel día, y Jiro la siguió alegremente. Cuando terminaron, se quedaron simplemente entrelazados sobre las sábanas, desnudos y cubiertos de sudor mientras intentaban recuperar el resuello.
—Sabes perfectamente cómo hacer que una mujer tenga sed —jadeó ella.
Captando el mensaje, Jiro se desenredó y se levantó de la cama. Unos segundos más tarde volvió con el vino.
—¿Estás más preparada para hablar ahora? —preguntó, alargándole la copa; después, se acurrucó a su lado—. Puede que te haga sentir mejor.
—Yo no estaba cuando ha pasado —le recordó; tomó el vino y se ciñó contra su cuerpo—. Sólo sé lo que me han contado.
—¿Has hablado con Hendel?
Mientras hablaba, Jiro le pasaba los dedos por el hombro y el cuello. Las suaves caricias eran tan agradables que le ponían la carne de gallina.
—No tenía mucho tiempo y sólo he hablado con él cinco minutos.
—Entonces ya sabes más que yo. ¿Qué ha pasado?
—Gillian ha destrozado el comedor —dijo simplemente—. Hendel ha tenido que abatirla con la pistola aturdidora.
—¿Alguna idea acerca de cómo ha empezado? ¿Qué lo ha provocado?
—Creemos que Nick se estaba burlando de ella.
Jiro sacudió la cabeza.
—Siempre metiéndose en líos, ese crío…
—Pues esta vez ha encontrado algo más de lo que buscaba. Hendel dice que Gillian lo ha hecho volar al menos ocho metros.
—¿Está herido?
—Sólo algo magullado. Nada serio.
—Bien —respondió, pero sus palabras sonaron vacías, como si fuera una respuesta automática—. ¿Has mirado los números de Gillian?
Kahlee asintió.
—Sus ondas alfa empezaron a subir el día que Grayson vino a verla. Casi se salen de la gráfica.
—¿Y sabes qué ha podido causar la subida?
Algo en su tono hizo que Kahlee se sintiera incómoda. Parecía que estaba más entusiasmado que preocupado.
—Ni idea —admitió, aunque después añadió dubitativa—: Hendel dice que ha creado una singularidad.
—¡Por Dios! —exclamó asombrado—. ¡Es increíble!
Kahlee se levantó de golpe, le apartó la mano con la que la acariciaba y le lanzó una mirada airada.
—¿¡Pero qué te pasa!? —gritó—. ¡Parece que estés contento de que haya ocurrido!
—Hombre, es que es impresionante —admitió, sin sombra de vergüenza o disculpa—. ¿Una niña sin entrenamiento avanzado utiliza una de las habilidades bióticas más poderosas? Joder, sabía que tenía potencial, pero no tanto.
—Te das cuenta del tipo de problemas de imagen que va a traer esto a la Academia, ¿verdad?
—Que la dirección se ocupe de eso —dijo él—. Nosotros tenemos que tomarnos esto como una oportunidad. Siempre nos hemos preguntado qué podría hacer Gillian si fuera capaz de alcanzar la fuente de su poder. ¡Éste podría ser el momento que hemos estado esperando!
Kahlee frunció el ceño pero se dio cuenta de que sólo estaba siendo honesto. De hecho, una pequeña parte de ella misma ya había pensado lo que Jiro había dicho en voz alta. Estaba preocupada por Gillian, claro, pero la científica que llevaba dentro ya estaba ocupada en pensar lo que aquello significaba para su investigación.
La mujer se relajó y tomó otro trago de la copa antes de tumbarse de nuevo sobre el pecho de Jiro. No podía enfadarse con él sólo por ser honesto ante ella. Tenía verdadera pasión por su trabajo; aún era joven e impulsivo. La gente que estaba al frente de la Academia Grissom, claro, era mayor y más sabia.
—No te entusiasmes demasiado —le advirtió—. Después de esto, la junta directiva probablemente decidirá que es demasiado peligroso que siga en el programa.
—No vas a dejar que la echen, ¿verdad? ¡Justo ahora que está mostrando progresos!
—Gillian no es la única estudiante del Proyecto Ascensión. Esta vez hemos tenido suerte, pero si vuelve a ocurrir puede haber heridos graves. O incluso alguna muerte.
—Por eso tiene que quedarse aquí —insistió Jiro—. ¿En qué otro lugar la ayudarían como necesita? ¿Quién más puede enseñarle a controlar su poder?
—Su padre puede emplear a tutores bióticos privados —respondió ella.
—Los dos sabemos que no es lo mismo —replicó en voz más alta—. No tendrá acceso al tipo de personal ni recursos que tenemos aquí.
—No es a mí a quien tienes que convencer —le dijo, elevando la voz para ponerla al nivel de la suya—. No soy yo quien va a tomar esa decisión. Es la junta directiva. Y su padre.
—Grayson querrá que siga en el programa —respondió con absoluta certeza—. Quizá podría hacer otra donación para convencer a la junta directiva de que la dejen quedarse.
—Esto necesitará algo más que dinero.
—Tú puedes hablar con ellos —continuó, presionándola más—. Diles que el Proyecto Ascensión necesita a Gillian. Sus números son muy superiores a los de cualquier otro niño de los que tenemos. Es como si fuera de una especie distinta. Debemos estudiarla. ¡Si podemos identificar la fuente de su poder podemos hacer que la ciencia de la biótica humana avance hasta niveles que ahora no somos capaces ni de imaginar!
Kahlee no respondió enseguida. En cierta manera, todo lo que había dicho era cierto. Pero Gillian era algo más que un sujeto de experimentación; tenía una identidad que iba más allá de los números en las tablas. Era una persona, una niña con trastornos del desarrollo, y Kahlee no estaba convencida de que seguir en el programa fuera lo mejor para ella, a largo plazo.
—Hablaré con la dirección —prometió finalmente, escogiendo las palabras con cuidado—. Pero no puedo asegurarte qué les recomendaré. Y puede que no me hagan caso, de todos modos.
—Podrías hacer que tu padre hablara con ellos —dijo él con una sonrisa irónica—. Creo que a él le harían caso. Al fin y al cabo, le pusieron su nombre a la escuela.
—No voy a implicar a mi padre en esto —dijo ella fríamente y con decisión.