Reconoció el valor del arma, la recogió y se la llevó consigo cuando abandonó el garaje para explorar el resto de la base. Se perdió varias veces en los confusos pasillos, pero finalmente llegó a la sala principal, que habían convertido en barracones.
Había doce literas, pero sólo nueve mostraban señales de uso. Grayson había encontrado siete cuerpos en el almacén; sumándoles los dos guardias que había visto cerca de su celda, aquello explicaba por qué no se había encontrado con nadie más durante su registro del edificio. Una vez estuvo seguro de que había encontrado a todos los ocupantes del almacén, se permitió bajar algo la guardia.
En cualquier otra estación o mundo habría estado preocupado por si la policía aparecía para investigar el ruido del combate, pero Omega no tenía fuerzas del orden público, y los disparos y explosiones de cohetes normalmente hacían que los vecinos perdieran toda la curiosidad por lo que hubiera pasado. Alguien iría a investigar un día u otro, probablemente quien le estuviera alquilando el almacén a Pel y a su equipo, pero Grayson no esperaba que aparecieran en varios días.
Los barracones llevaban a una serie de pequeñas oficinas que Pel había dispuesto como puestos de comando e inteligencia. Examinando los ordenadores y DOAs, Grayson encontró los informes de su misión original. Estaban codificados, por supuesto, pero sólo con la clave básica de Cerberus, y Grayson no tuvo problemas para descifrarlos.
A Pel lo habían enviado a Omega para que encontrara un modo de infiltrarse en la flota quariana. Desgraciadamente, los informes no estaban completos. Mencionaban una nave que habían capturado, llamada
Cyniad
, y un solo prisionero al que habían interrogado, pero los resultados de la interrogación no aparecían por ningún sitio. Estaba claro que Pel había dejado de mantener los informes al día tan pronto como decidió pasarse al negocio de los misteriosos Recolectores, y no era tan idiota para dejar rastros electrónicos ni escritos de su plan de traicionar al Hombre Ilusorio.
La mención de la nave quariana y el prisionero, combinada con la escopeta quariana modificada que había encontrado, no le dejaron a Grayson ninguna duda acerca de quién había liberado al resto de los prisioneros. Un equipo de rescate quariano habría venido a por su compatriota, y por alguna razón habían decidido llevarse a Gillian, a Kahlee y a Hendel con ellos en su huida hacia la libertad.
Una vez estuvo satisfecho de haber sacado toda la información posible de los documentos, prosiguió con su lento y cuidadoso registro de las instalaciones. En otra oficina, situada cerca de lo que imaginaba que era el centro del edificio, descubrió una pequeña puerta construida en el suelo. Era de diseño primitivo; no corría sobre raíles, sino que se abría hacia arriba con un par de bisagras metálicas. Estaba cerrada y atrancada con un simple cerrojo de pasador.
Grayson apuntó a la puerta con su nueva escopeta y usó el pie para abrir el pasador. Después de esperar varios segundos y ver que no ocurría nada, se inclinó hacia adelante con cautela y abrió la puerta, preparado para disparar contra cualquier blanco que apareciera.
El subterráneo estaba completamente oscuro. Sólo se veía una escalera de madera desvencijada que descendía hacia las tinieblas. Grayson encendió la linterna que había instalada en el cañón de la escopeta y usó su rayo de luz para atravesar la negrura, mientras bajaba lentamente por las escaleras.
Cuando llegó abajo trazó rápidamente un círculo para iluminar todas las esquinas. La habitación era cuadrada, de unos seis metros por lado. Las paredes estaban hechas con ladrillo y cemento. Estaba completamente vacía a excepción de una figura inmóvil, estirada cabeza arriba junto a una de las paredes.
Apuntó con la linterna —y el cañón— sobre el cuerpo; Grayson se acercó. Sólo cuando estuvo a un metro escaso se dio cuenta de lo que estaba viendo: había encontrado al prisionero quariano.
Movió la linterna lentamente desde la cabeza a los pies y se dio cuenta de que el prisionero estaba atado de pies y manos, y totalmente desnudo. Grayson no había visto nunca a un quariano sin su traje ambiente y el casco, pero dudó que se pudiera considerar a aquel individuo representativo de su especie. Tenía el rostro convertido en una masa deforme de protuberancias, heridas, cortes y quemaduras, pruebas evidentes de la tortura que había sufrido. Alguien le había arrancado todos los dientes y le había hundido una mejilla. La otra mejilla estaba abierta completamente, como si alguien la hubiera cortado en horizontal, desde los labios a lo que era la versión quariana de la oreja.
Un ojo estaba tan hinchado que se había cerrado completamente. Al otro le faltaban ambos párpados y los pedazos de carne que quedaban daban testimonio de que se los habían arrancado con un par de tenazas. Grayson pensó con repugnancia cuánto habría disfrutado Pel con aquel método de tortura: además del dolor atroz de la brutal extracción, la víctima se quedaba ciega a medida que el globo ocular se deshidrataba lenta y dolorosamente por la exposición al aire.
El resto del cuerpo mostraba señales similares de tortura.
Le habían roto los dedos de las manos y los pies e incluso le habían arrancado algunos. Cada centímetro cuadrado de piel había sufrido golpes, cortes, quemaduras o corrosión por ácido. Sin embargo, había algo aún más inusual en el cuerpo que hizo que Grayson se agachara para observarlo más de cerca.
Una sustancia gris arcillosa se extendía desde las heridas del quariano por toda su piel. Grayson tardó unos instantes en darse cuenta de que eran algún tipo de hongos bacteriales; además de sufrir aquellas torturas sádicas, el quariano había contraído una enfermedad alienígena.
Lanzó un gruñido de disgusto y se irguió para alejarse del cuerpo. Para su sorpresa, el quariano reaccionó con un breve chillido de terror.
«¡Dios mío, este desgraciado aún está vivo!».
El quariano intentaba hablar y repetía la misma frase una y otra vez con voz temblorosa y ronca. Las palabras sonaban distorsionadas por los dientes que le faltaban y el rostro deformado, por lo que Grayson reunió varias repeticiones, antes de que su traductora automática fuera capaz de descifrar lo que decía.
—Frecuencia 43223… Mi cuerpo viaja a estrellas lejanas, pero mi alma nunca abandona la Flota… Frecuencia 43223… Mi cuerpo viaja a estrellas lejanas, pero mi alma nunca abandona la Flota…
Repetía sin cesar la misma frase con voz débil y vacilante. Grayson se agachó de nuevo a su lado, con cuidado de no tocar la carne infectada.
—No te preocupes —dijo dulcemente, sabiendo que la traductora repetiría sus palabras en la lengua del quariano—. Nadie te va a hacer daño. Ya ha pasado todo.
El quariano no pareció oírle y siguió repitiendo su frase más y más deprisa, vomitaba información mientras su mente atormentada intentaba evitar desesperadamente la tortura.
—Ya ha pasado todo —susurró Grayson e intentó calmar al prisionero—. Ya ha pasado todo.
Sus palabras parecieron tener el efecto opuesto, porque el quariano empezó a debatirse contra las ataduras que le inmovilizaban las muñecas y los tobillos. Lanzó un grito de frustración y empezó a toser y escupir. Un leve vapor negruzco y hediondo escapó de sus labios y de la herida de la mejilla, e hizo que Grayson diera un salto hacia atrás para evitarlo.
El ataque finalizó con el quariano dejando escapar una serie de suspiros balbucientes entrecortados, hasta quedarse completamente quieto y en silencio. Grayson reunió todas sus fuerzas para soportar el terrible hedor que emanaba del cuerpo y se acercó lo suficiente para asegurarse de que había dejado de respirar.
Dejó el cuerpo en las tinieblas del subterráneo y subió por las escaleras hasta la planta baja. Después de cerrar y atrancar la puerta detrás de él, reunió todo lo que le pareció de valor que fuera transportable. Quince minutos más tarde estaba al volante del segundo Rover de Pel y conducía por las calles de Omega equipado con provisiones y la escopeta quariana en el asiento de al lado.
Sabía que tenía que seguir concentrado en su objetivo real y no hacer caso a la vocecilla que le resonaba en la mente, proponiendo que buscara a un traficante de drogas para conseguir una dosis. En vez de eso se dirigió a una estación de transmisiones cercana para conectarse a la red de comunicaciones y enviarle un mensaje al Hombre Ilusorio para contarle todo lo que había ocurrido.
Pel había traicionado a Cerberus, pero Grayson seguía siendo leal a la causa… y sabía que podrían ayudarlo a encontrar a Gillian de nuevo.
Ya habían pasado seis horas desde que Kahlee y los otros habían escapado del almacén de Omega.
Lemm había logrado dar con la localización de la flotilla quariana conectándose a la red de comunicaciones y examinando las últimas noticias. La Flota Migrante atravesaba un remoto sistema controlado por volus, situado en los confines del espacio del Consejo. Según las noticias, varios diplomáticos volus presentaron una petición a la Ciudadela para que hiciera todo lo posible por conseguir que los quarianos abandonaran su sistema lo antes posible.
Kahlee dudó que aquellas maniobras políticas fueran a tener ningún impacto real. La Ciudadela aún se recuperaba de los cambios que había provocado la aparición de Saren con su ejército geth. Su objetivo principal era eliminar las pocas bolsas de resistencia geth que quedaban esparcidas por la galaxia; un objetivo por el que se esforzaba una coalición de emergencia liderada por la Humanidad y la Alianza. En cuanto hubieran rechazado a los geth hasta más allá del Velo de Perseo, Kahlee sospechaba que el siguiente punto en el orden del día sería la reestructuración del Consejo, que tendría enormes repercusiones políticas. Lo último que preocupaba a las mentes de la Ciudadela era la Flota Migrante.
Kahlee sabía que durante el largo período de paz interestelar que había precedido a la llegada de la Humanidad, las varias especies de la galaxia tendían a ver las actividades de la Flota como una molestia menor… hasta que pasaban por uno de sus sistemas. Entonces el curso de acción más efectivo era ofrecer restos innecesarios, como naves decomisionadas, materias primas y piezas de repuesto al Almirantazgo quariano.
A los quarianos no les importaba dejarse sobornar con tales regalos, a cambio de seguir adelante e ir a molestar a otro sistema. Kahlee no era nadie para juzgarlos, pero lo veía como el equivalente interestelar de la mendicidad.
«Y en cuarenta horas nos uniremos a ellos, si tenemos suerte», pensó sacudiendo la cabeza, aún sin poder creerse lo que había ocurrido en los últimos días.
Lemm introdujo los detalles de su trayectoria en la navegación y luego se retiró a reposar, tras dar el salto a velocidad MRL. Kahlee todavía tenía muchas preguntas que hacerle —por ejemplo, cómo sabía quién era—, pero a la vista de lo que había hecho por ellos, decidió tener un poco más de paciencia. Le daría unas horas para descansar y recuperarse de la herida antes de bombardearlo a preguntas. Además, lo que más le preocupaba era comprobar cómo se encontraba Gillian, ahora que había despertado.
Lo primero que dijo al recuperar la consciencia fue «tengo hambre». Hendel solucionó rápidamente el problema sirviéndole una doble porción de las raciones acumuladas en la nave.
Como la nave seguía la ruta preprogramada, nadie tenía que preocuparse de los controles. Los tres —Kahlee, Gillian y Hendel— se habían reunido en la cabina de pasajeros. La niña comía de la bandeja de plástico que tenía sobre las rodillas mientras los dos adultos sentados frente a ella la miraban.
Estaba a punto de terminarse la comida. Como hacía en la Academia, masticaba con determinación concentrada, sin pararse, sin perder el ritmo, mascaba la comida metódicamente, bocado a bocado. De todos modos, Kahlee se dio cuenta de que no seguía su clásico ritual de tomar un solo bocado de cada plato antes de pasar al siguiente. De hecho, ni siquiera tocó el postre de galleta de manzana hasta que hubo comido el resto.
Una vez estuvo satisfecha, dejó la bandeja en el asiento que tenía al lado y habló por segunda vez desde que había recuperado la consciencia.
—¿Dónde está mi padre?
Su voz no mostraba emoción alguna; era plana y monótona, como los primitivos sintetizadores de voz del siglo veinte.
No había una manera fácil de responder a aquella pregunta. Por suerte, Kahlee y Hendel ya habían discutido cómo reaccionar a ella, mientras la niña dormía por efecto de las drogas que le habían administrado sus captores.
—Tiene trabajo —mintió Kahlee, pensando que la niña no podría soportar la verdad en aquellos momentos—. Vendrá luego, pero de momento estamos sólo tú, yo y Hendel. ¿De acuerdo?
—¿Cómo va a encontrarnos, si nos llevamos su nave?
—Encontrará otra —le aseguró Kahlee.
Gillian la miró fijamente y entrecerró los ojos, como si sospechara que le estaban mintiendo y quisiera ver la verdad a través del engaño. Unos segundos después asintió, aceptando la situación.
—¿Vamos a volver a la escuela?
—Todavía no —le dijo Hendel—. Vamos a encontrarnos con algunas otras naves. Quarianos. ¿Recuerdas cuando estudiamos los quarianos el año pasado en clase de historia?
—Son los que crearon a los geth —dijo simplemente.
—Sí —admitió Kahlee, esperando que aquello no fuera lo único que asociara con la especie de su rescatador—. ¿Te acuerdas de algo más sobre ellos?
—Expulsados de su sistema natal por los geth casi tres siglos ha, la mayoría de los quarianos habitan ahora a bordo de la Flota Migrante, una flotilla de cincuenta mil naves que van desde lanzaderas de pasajeros a estaciones espaciales móviles —respondió.
Kahlee se dio cuenta de que recitaba literalmente su libro de texto de historia.
—Siendo el hogar de diecisiete millones de quarianos, no resulta extraño que la flotilla tenga escasos recursos —continuó la niña—. Por ello, cada quariano debe llevar a cabo un rito de paso, conocido como el Peregrinaje para llegar a la edad adulta. Abandonan la Flota y sólo pueden volver cuando han encontrado algo de valor.
—Es suficiente, Gillian —dijo Hendel con dulzura y la cortó antes de que les recitara el capítulo entero.
—¿Por qué vamos a encontrarnos con una nave quariana?
Kahlee no estaba segura de cuánto recordaba Gillian acerca del violento recibimiento que se habían encontrado al aterrizar en Omega, de manera que respondió con vaguedad.