Mass effect. Ascensión (22 page)

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Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Mass effect. Ascensión
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—¿Ha comprobado la puerta? —le preguntó a Kahlee.

—Han desconectado el panel de acceso. Sólo se abre desde fuera —respondió mientras cruzaba las piernas, buscando una posición más cómoda—. ¿Tiene alguna idea de cómo salir de aquí?

Lo único que pudo hacer Grayson fue negar con la cabeza. No había nada más que decir y simplemente siguieron sentados durante unos buenos diez minutos hasta que la puerta se abrió ruidosamente, sorprendiéndolos a ambos. Pel entró en la habitación, acompañado por un par de guardias armados, y puso una pequeña silla de madera en el centro de la sala. Mientras se sentaba, los guardias tomaron posiciones uno a cada lado de la puerta, que permaneció abierta.

—He pensado que te debía una explicación, después de todo lo que ha pasado —dijo.

—¿Dónde está mi hija? —preguntó Grayson airado, sin preocuparse de los intentos de Pel de justificar su traición.

—No te preocupes, está a salvo. No le vamos a hacer daño. Es demasiado valiosa. Lo mismo para tu amigo —añadió, y se volvió hacia Kahlee.

—¿Cuánto te paga Cerberus? —preguntó ella.

Pel rio y Grayson sintió un calambre en el estómago.

—Cerberus paga bastante bien —admitió el hombre—. ¿No es así, Asesino?

Kahlee se giró hacia él, pero Grayson no pudo devolverle la mirada.

—O sea que Hendel tenía razón —dijo, más desesperanzada y derrotada que otra cosa, al darse cuenta de la verdad—. Jiro y tú trabajabais juntos. ¿Cómo puede hacerle un padre eso a su propia hija?

Grayson no se vio capaz de defenderse diciendo que no era el verdadero padre de Gillian. No había ninguna conexión biológica entre ellos, pero la había criado desde que era una niña. Durante diez años había sido el único que había cuidado de ella, la educó y la crio hasta que la aceptaron en el Proyecto Ascensión. Había sido y seguía siendo el centro y totalidad de su mundo. No había duda alguna para él de que era su hija en todos los sentidos; si no lo hubiera sido, todo habría resultado mucho más fácil.

—Las cosas no tendrían por qué haber ido así —dijo en voz baja—. Gillian es especial. Lo único que estábamos intentando era ayudarla a acceder a sus habilidades bióticas. Sólo queríamos que llegara a su potencial máximo.

—Suena un poco como tu Proyecto Ascensión, ¿no? —le dijo Pel a Kahlee, sonriendo.

—¡Nosotros no haríamos nunca nada que pusiera en peligro la vida de una estudiante! —le replicó ella, mostrando por fin su ira—. ¡No hay nada que merezca ese riesgo!

—¿Y si eso significara ayudar a docenas o incluso miles de otras vidas? —preguntó Grayson sin levantar la voz—. ¿Y si tu hija tiene el potencial de salvar a toda la raza humana? ¿Qué merece eso? ¿Qué arriesgarías por ello?

—En otras palabras —intervino Pel, aún sonriendo—, para hacer una tortilla hay que romper los huevos.

—¡No son huevos! —gritó Kahlee—. ¡Son niños!

—No se puede salvar a todo el mundo —dijo Grayson, repitiendo las palabras del Hombre Ilusorio, aunque sin levantar la cabeza—. Para que la Humanidad sobreviva, hay que hacer sacrificios por el bien mayor. La Alianza no lo entiende. Cerberus sí.

—¿Es eso lo que somos? —preguntó Kahlee con una voz llena de desprecio—. ¿Mártires de la causa?

—No —dijo Pel, interrumpiéndola de nuevo alegremente—. Mira, Cerberus nos paga bien… pero los Recolectores pagan mejor.

—Pensaba que los Recolectores no eran más que un mito —murmuró Kahlee, como si sospechara que Pel se estaba riendo de ella.

—Pues son reales. Y pagan muy bien por los humanos bióticos sanos. Con la niña y tu amigo sacaremos lo bastante para vivir como reyes el resto de nuestras vidas.

—¿Qué quieren hacer con ellos los Recolectores? —preguntó ella.

Pel se encogió de hombros.

—Me parece que es mejor no conocer los detalles escabrosos. Quiero seguir durmiendo tranquilo. Ya sabes a lo que me refiero, ¿verdad, Asesino?

—Eres un traidor a la causa. Un traidor a toda la raza humana.

—Veo que Cerberus te lavó completamente el cerebro —dijo Pel riendo—. ¿Sabes? Si todos sus agentes fueran tan dedicados como tú, el Hombre se podría dar por satisfecho de haber conseguido algo. Lo que pasa es que la naturaleza humana implica mirar por uno mismo. Es una lástima que nunca lo hayas entendido.

—¿Qué nos va a pasar a nosotros? —preguntó Kahlee.

—Imagino que los Recolectores nos darán una propinilla por ti, preciosa, ya que eres especialista en humanos bióticos. A mi viejo amigo lo entregaremos gratis. Así ganaremos algo de tiempo hasta que Cerberus se dé cuenta de lo que ha pasado.

—El Hombre Ilusorio os perseguirá como si fuerais perros —gruñó Grayson.

Pel se levantó de la silla.

—Por lo que me pagan, estoy dispuesto a correr ese riesgo.

Hizo un gesto hacia Kahlee y añadió:

—Métela con los otros. Si dejamos a estos dos solos, seguro que le arrancará los ojos al Asesino.

Uno de los guardias dio un paso adelante, levantó a Kahlee y la arrastró fuera de la celda. Con la silla en la mano, Pel se detuvo justo antes de cerrar la puerta.

—No es nada personal, Asesino —dijo.

Siempre tenía que decir la última palabra.

DIECISÉIS

Pel siguió al guardia y a Kahlee por el pasillo hasta llegar a la habitación del fondo, y abrió la puerta para meterla dentro. La mujer dejó escapar un grito entrecortado al ver las dos figuras inermes sobre el suelo.

—Tranquila, bonita —dijo Pel con un guiño—. Sólo están inconscientes.

El guardia la empujó dentro y la puerta se cerró antes de que Kahlee pudiera responder.

—Estad atentos a las cámaras —avisó Pel a los guardias que vigilaban los monitores de cada celda—. Si uno de los bióticos se mueve lo más mínimo, le metéis otra dosis del zumo dulces-sueños. No nos la podemos jugar con ellos.

Los hombres asintieron y Pel los dejó para dirigirse a su habitación en la planta baja. Ya era más de medianoche y estaba listo para echar una cabezadita.

Por supuesto, primero tenía que atravesar el perturbador laberinto del interior del edificio. Como si quisiera reproducir las calles del distrito, el almacén era un caos de corredores y escaleras. Tenía que bajar hasta la planta baja, tomar un pasillo que torcía alternativamente a derecha e izquierda, subir otra vez por las escaleras hasta un pequeño balcón que daba al garaje y entonces tomar por tercera vez una escalera que lo llevaría a la enorme sala común que habían convertido en barracones.

—Hace un rato ha llegado un mensaje de Golo —dijo Shela, la mujer que era, en la práctica, su lugarteniente.

Estaba sentada en el borde de su litera, quitándose las botas para irse a dormir. Aparte de los dos guardias que vigilaban a los prisioneros y el que patrullaba el garaje, el resto del equipo estaba durmiendo.

—¿Tiene información nueva acerca de cuándo van a aparecer los Recolectores?

Shela negó con la cabeza.

—Le he preguntado, pero sólo me ha dicho que vendrán cuando estén listos. Hay que tener paciencia.

Pel se sentó suspirando y preguntó:

—Pues…, ¿para qué ha llamado?

—Quería avisarnos. Dice que otro quariano va a intentar colarse en el edificio mañana por la noche. Nos ha mandado todos los detalles.

Pel levantó una ceja, sorprendido. Podía ser que Golo fuera un sucio quariano tramposo y traicionero, pero no se podía negar que tenía recursos.

—Vale, mañana prepararemos algo para recibirlo.

—¿Qué hacemos con el que tenemos en el subterráneo? —preguntó Shela.

Con todo lo que había ocurrido después de la llegada de Grayson, Pel casi se había olvidado del piloto quariano que habían capturado de la
Cyniad
. Finalmente habían conseguido que les diera la información que buscaban, pero no creían poder sacarle mucho más. Entre la tortura y la fiebre por las enfermedades que había contraído cuando Golo le había quebrado la máscara, el prisionero quariano había quedado reducido a una masa enloquecida y balbuceante. Claro que ahora que iban a cortar los lazos que les unían a Cerberus todo se convertía en una pérdida de tiempo…, aunque gracias a ello Shela le había podido enseñar ciertas técnicas nuevas de interrogación bastante interesantes.

—Ahora no nos sirve de nada. Mañana por la mañana nos encargaremos de él —dijo Pel.

—La última vez que le he visto estaba bastante mal —apuntó Shela—. No creo que llegue a mañana.

—¿Te apuestas algo?

—Van veinte créditos a que no ve salir el sol.

—Trato hecho.

Justo cuando Pel se inclinó para estrecharle la mano y sellar el trato, el estruendo de varias descargas de escopeta disparadas con rapidez hizo que el edificio se estremeciera. El ruido provenía de encima de sus cabezas.

Lemm era joven, pero no tonto. Sabía que no podía fiarse de Golo, de manera que, cuando el quariano se había dormido, había salido de su apartamento y se había dirigido de vuelta al tejado del distrito Talon. Calculaba que había un cincuenta por ciento de posibilidades de que Golo estuviera más implicado con los humanos de lo que decía, y no tenía intención alguna de dejar que lo pillaran en una emboscada. La mejor manera de evitarlo era atacar un día antes. Si Golo no había avisado a los humanos, nada cambiaba. Si lo había hecho, en cambio, Lemm conservaba la ventaja, porque no le estarían esperando hasta el día siguiente.

Se movió con rapidez por los tejados, sintiendo cómo la adrenalina le corría por las venas mientras avanzaba hacia el almacén de dos plantas que había estado vigilando. El espacio era muy valioso en Omega, y pasar de un edificio a otro no requería más que un salto de cinco o seis metros para cruzar la distancia que los separaba. Incluso con la mochila a la espalda, el mayor riesgo no era caerse. Lo que más temía era encontrarse con los habitantes de uno de los edificios tomando el aire, que era mucho mejor allí que a nivel de la calle. Si aquello ocurriera, el encuentro terminaría seguramente con alguien muerto de un tiro.

Por suerte, llegó hasta su destino sin toparse con nadie. Después del último salto de tres metros, desde el edificio contiguo al almacén, dio una voltereta para absorber el impacto y hacer menos ruido.

Al ponerse en pie se detuvo un instante, y escuchó para ver si algún ruido indicaba que lo habían descubierto. Como no oyó nada anormal, se acercó hasta el borde del tejado y miró por la gran ventana que tenía debajo.

Era imposible ver a través del cristal tintado. Claro que no le interesaba lo que había al otro lado, al menos no inmediatamente. Lo que hizo fue sacar su omniherramienta y activar la linterna. El delgado rayo de luz le permitió localizar los pequeños emisores de infrarrojos en el marco de la ventana. Con un botón cambió la función de la omniherramienta para interceptar la señal sin hilos y desconectar el sistema de alarma.

Como la ventana no tenía agarrador, no tendría más remedio que fabricarse su propia abertura. Se quitó la mochila de la espalda y la dejó sobre el tejado para buscar en ella y encontró el cortador de vidrio. El láser atravesó la ventana con un silbido de alta frecuencia apenas audible. Empezó por cortar una diminuta abertura en la esquina superior, justo del tamaño necesario para que una minivideocámara instalada en un alambre pudiera atravesarla y observar el interior.

Las imágenes de la cámara iban a parar directamente a su omniherramienta, donde podía ver lo que le esperaba al otro lado. La ventana estaba al final de un corredor. A cada lado había varias puertas que parecían llevar a cuartos de almacenaje. Al fondo se veía una pequeña mesa, donde dos guardias armados jugaban a las cartas y lanzaban miradas puntuales a la fila de monitores que había sobre la mesa.

Gracias a la función de aumento de imagen de la cámara, pudo observar de cerca las imágenes de los monitores. Había seis en total: cuatro mostraban habitaciones vacías, pero en una de ellas se veía una figura solitaria acurrucada en un rincón y en otra tres ocupantes, dos estirados en el suelo y un tercero sentado entre ellos.

Lemm sacó rápidamente la cámara; era obvio que las salas de almacenaje se habían convertido en calabozos, y los guardias estaban vigilando a sus prisioneros. En Omega no había policía ni fuerzas de orden público, lo que dejaba una única explicación razonable.

«Traficantes de esclavos». Y sabía muy bien quiénes eran esos esclavos.

Enfurecido al ver a sus compatriotas quarianos encerrados como animales, Lemm guardó la cámara, se puso la mochila al hombro, preparó su escopeta y se deslizó por el tejado hasta posar los pies, en equilibrio precario, sobre el marco de la ventana. No se molestó en usar el cortador de vidrio, sino que simplemente se lanzó hacia adelante, confiando en que su traje ambiente lo protegería de los pedazos de cristal.

La fuerza del impulso lo llevó hasta el pasillo, donde golpeó el suelo, dio una voltereta hacia adelante y se levantó al tiempo que disparaba. Ninguno de los guardias esperaba el ataque y los pilló completamente desprevenidos.

Los escudos cinéticos de sus trajes de combate desviaron la mayor parte de las dos primeras descargas de la escopeta, de manera que sobrevivieron lo justo para ponerse en pie. La tercera y la cuarta descarga, sin embargo, los abatieron antes de que pudieran desenfundar sus armas y los lanzaron volando con tanta fuerza que volcaron la mesa, esparciendo los monitores por la habitación.

Lemm sabía que tenía que trabajar rápido y se concentró en las celdas. Cuatro estaban vacías, con las puertas abiertas. El quariano se acercó a una de las puertas cerradas, pasó la mano por delante del panel de acceso y rezó para que no estuviera protegido por una clave. Por suerte se abrió y le dejó ver las tres figuras que había dentro. Entonces fue cuando Lemm se dio cuenta de su terrible error.

¡No eran quarianos! ¡Eran prisioneros humanos! Un hombre y dos mujeres. «No —se corrigió—, un hombre, una mujer y una niña». La mujer se levantó de un salto al verle, pero los otros no se movieron. Para su sorpresa, Lemm creyó reconocerla.

—¿Kahlee Sanders?

Ella asintió rápidamente.

—¿Y tú?

—Ahora no hay tiempo —respondió él, y recordó los planos que había memorizado—. Sólo tenemos un minuto hasta que lleguen los refuerzos. Vamos.

—No puedo dejarlos aquí —dijo Kahlee, e hizo un gesto hacia los dos cuerpos del suelo.

La niña la podrían cargar a peso, pero el hombre era mucho más grande que Lemm y Kahlee. El quariano se apresuró en acercarse al cuerpo y examinarlo con su omniherramienta.

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