Los quarianos que abandonaban la flotilla tenían la opción de llevarse raciones de viaje: contenedores de pasta nutricional altamente concentrada que podían ingerir a través de una abertura sellable en la parte inferior de su casco. La pasta era sosa, sin sabor alguno, pero podían llevar raciones para un mes en una mochila, y estaba disponible en los comercios de los sistemas Terminus y el espacio del Consejo.
De todos modos, a Golo, un exiliado sin esperanzas de volver nunca a la Flota, no le entusiasmaba demasiado la idea de consumir únicamente tubos de pasta durante el resto de su vida. Por suerte, había hecho un trato a largo plazo con un tendero elcor que le proporcionaba cargamentos regulares de cocina turiana purificada.
Luchó varios minutos más con la muchedumbre hasta que llegó finalmente a la tienda. Una vez dentro, le sorprendió encontrar a otro quariano. Llevaba armadura sobre su traje ambiente —una manera segura de atraer atención indeseada, en opinión de Golo—, y llevaba lo que parecía una escopeta muy cara en la espalda. Era imposible averiguar su edad, bajo la ropa y la máscara, pero Golo sospechaba que era joven. No sería la primera vez que encontraba a otro miembro de su especie que había ido a Omega como parte de su Peregrinaje.
Saludó levemente con la cabeza. El otro no dijo nada, pero le devolvió el saludo. Golo recogió su pedido en la caja. Al girarse le sorprendió ver que el otro quariano se había ido.
El refinado instinto de supervivencia de Golo lanzó una alarma. Los miembros de su especie eran extremadamente sociales. Su primera reacción al encontrar a otro quariano en un mundo extraño sería iniciar una conversación, no desvanecerse sin mediar palabra.
—Volveré luego a buscarlo —dijo, dándole la bolsa al tendero elcor.
—Preocupación genuina: ¿hay algún problema? —le preguntó el elcor, en la voz profunda y monótona típica de su especie.
—¿Le importa si salgo por la puerta de atrás?
—Oferta sincera: adelante, si así lo desea.
Golo desapareció por el fondo de la tienda y se escurrió por la salida de emergencia hacia el callejón. No había dado ni cinco pasos cuando oyó a alguien hablando en quariano directamente a su espalda.
—No te muevas o te vuelo la cabeza.
Golo se quedó congelado, porque sabía que la escopeta que había visto antes podía decapitarlo literalmente a esa distancia.
—Gírate despacio.
Hizo lo que le ordenaron y, como ya esperaba, se encontró con el joven quariano que había visto en la tienda apuntándolo con la escopeta desde el centro del callejón.
—¿Eres Golo?
—No me estarías apuntando si fuera otra persona —respondió, al ver que no tenía ninguna esperanza de salir de aquélla a base de mentiras.
—¿Sabes por qué estoy aquí?
—No —respondió sinceramente.
En la década anterior había cometido docenas de actos que podrían haber llevado a otro quariano a perseguirlo para vengarse de él. No tenía sentido intentar adivinar cuál de ellos motivaba a este joven en particular.
—Una nave de exploración de
Idenna
estuvo la semana pasada haciendo negocios en Omega. La nave
Cyniad
. Han desaparecido y creo que tú sabes lo que les ha pasado.
—¿Quién eres? ¿Eres parte de la tripulación? —preguntó Golo para ganar tiempo hasta que se le ocurriera un plan.
—Me llamo Lemm’Shal nar Tesleya —respondió el otro.
A Golo no le sorprendió que le respondiera. Incluso dentro de la flotilla, los quarianos tendían a llevar sus trajes ambiente a todas horas: una capa extra de protección contra roturas en el casco y otros desastres que podían ocurrirles a sus naves desvencijadas. Por ello, intercambiar nombres en cada encuentro era un hábito muy arraigado. Había contado con eso y saber el nombre de su adversario le daba algo con lo que trabajar.
No reconocía el nombre de clan «Shal», pero el «nar» en su apellido lo marcaba técnicamente casi como un niño, lo que quería decir que estaba de Peregrinaje.
Además, estaba asociado a la nave
Tesleya
, no a la
Idenna
, y por lo tanto no conocía a la tripulación personalmente. Tenía que haber oído acerca de ellos de alguna otra fuente, probablemente otro quariano al que había encontrado durante sus recientes viajes.
Golo imaginó rápidamente lo que había pasado. Alguien había mencionado la desaparición de la nave de exploración
Cyniad
y ahora, Lemm creía que si podía localizarla junto con su tripulación —o al menos descubrir qué les había pasado— le podría ofrecer esa información al capitán de la
Idenna
. A cambio, le aceptarían en la tripulación de la nave
Idenna
y su Peregrinaje habría llegado a su fin.
—¿Qué te hace creer que sé algo acerca de la
Cyniad
? —preguntó, intentando tirarse un farol para ver si el joven iba a dejarlo.
—La Flota Migrante no hace negocios en Omega —respondió Lemm, sin bajar su arma—. Alguien tiene que haber contactado con ellos para proponerles el negocio que les ha hecho venir. Sólo un quariano sabría cómo hacerlo, y tú eres el peor quariano de la estación.
Golo frunció el ceño. El chaval no tenía más que suposiciones; había sido pura suerte que estuviera en lo cierto. Por unos momentos consideró la posibilidad de negar que estuviera implicado, pero luego se dio cuenta de que tenía una opción más fácil de salir de aquélla.
—Veo que mi reputación me precede —admitió—. Contacté con la tripulación de la
Cyniad
, pero yo no era más que el intermediario. El individuo que quería hacer tratos con ellos era un humano.
—¿Qué humano?
—Me dijo que se llamaba Pel —respondió con indiferencia—. Me pagó por contactar con la
Cyniad
y decidí aceptar su dinero. No quise saber nada más del negocio.
—¿No te preocupaba qué le podía pasar a la tripulación de la
Cyniad
? ¿No pensaste que podías estar llevándolos a una trampa?
—La Flota me abandonó. ¿Por qué tendría que haberme preocupado de lo que le pasara? Mientras yo saque provecho…
Aquél era el mejor tipo de mentira: una tejida con un hilo desagradable de verdad. Aceptando de manera honesta su insensibilidad y codicia, hacía parecer más plausible su falta de implicación directa.
—Me das asco. ¡Tendría que pegarte un tiro aquí mismo!
Golo imaginó que, si no estuviera llevando el visor, habría escupido al suelo.
—No sé lo que le pasó a la tripulación de la
Cyniad
—dijo rápidamente Golo, antes de que Lemm estuviera lo bastante furioso para apretar el gatillo de verdad—, pero sé cómo puedes averiguarlo.
Después de dudar un momento, añadió:
—Dame quinientos créditos y te lo diré.
Lemm levantó la escopeta hasta ponerle el cañón a la altura de los ojos y dio un paso adelante hasta que el arma le tocó la máscara.
—¿Y si me lo dices gratis?
—Pel tiene un almacén en el distrito Talon —dijo rápidamente Golo.
Lemm dio medio paso atrás y bajó la escopeta.
—Llévame. Ahora mismo.
—No seas idiota —replicó Golo, envalentonándose al ver que el arma ya no lo apuntaba—. ¿Y si tiene guardias? ¿Qué crees que harán cuando vean a dos quarianos paseando por la calle hacia su escondite? Si quieres hacerlo hay que ser más listo —añadió con voz de mercader experto—. Te puedo decir dónde está el almacén, pero eso es sólo la parte fácil. Tendrás que explorar el terreno y averiguar qué hay en su interior antes de entrar. Necesitas un plan, y yo te puedo ayudar con eso.
—Has dicho que no te importa lo que pase a la Flota Migrante. ¿A qué vienen ahora estas ganas de ayudar? —pregunto Lemm, sin ocultar su desconfianza.
—Podría fingir que me siento culpable por la posibilidad de haber llevado a la
Cyniad
hasta una trampa —explicó Golo, tejiendo otra media verdad—. Pero la verdad es que he pensado que sería la mejor manera de evitar que me metas ese cañón en la cara otra vez.
Lemm pareció satisfecho con sus explicaciones.
—Muy bien. Vamos a intentar lo que dices.
—Vámonos de la calle —sugirió Golo—. Tenemos que ir a un sitio más privado, como mi apartamento.
—Guíame hasta allí —respondió Lemm; dobló la escopeta y se la guardó en la funda que llevaba a la espalda.
Golo sonrió bajo la máscara mientras salían del callejón.
«Pel y su equipo te van a hacer papilla, chaval. Especialmente cuando avise de que vas a visitarlos».
—¿Cuándo va a decirnos adónde vamos? —preguntó Kahlee, haciendo que Grayson se despertara.
Después de que desaparecieran los efectos de la descarga de adrenalina de la huida, su cuerpo se había colapsado sobre el asiento del piloto y se había quedado dormido. Daba un poco lo mismo; tras determinar la ruta no tenía que hacer nada durante el viaje MRL. Sabía que la nave lo despertaría con una alerta cuando estuvieran al alcance del relé de masa, que los llevaría desde el espacio del Consejo hasta los sistemas Terminus, y se había dejado llevar simplemente por la fatiga.
—Perdón —murmuró con la boca seca y la lengua hinchada—. Creo que me he quedado dormido.
Kahlee se sentó a su lado y arrugó la nariz, como si hubiera notado un hedor punzante. Grayson se miró la ropa y se dio cuenta de que estaba empapado en sudor; el sudor de un adicto a la arena roja en la primera fase del síndrome de abstinencia. Avergonzado, hizo lo que pudo para alejarse de ella sin que se notara.
—Me preguntaba adónde vamos —dijo Kahlee con tacto, simulando que no había notado el olor.
—Y yo —añadió Hendel, a su espalda.
Giró en el asiento y vio al jefe de seguridad de pie en la puerta de la cabina, que cubría casi por completo la entrada de la cabina de pasajeros.
—Pensaba que estabas cuidando de Gillian —le espetó Kahlee.
—Está durmiendo —respondió Hendel, irritado—. Está bien.
—Tengo un contacto en Omega —dijo Grayson volviéndose hacia la mujer.
—¿Omega? —repitió ella, con una mezcla de alarma y sorpresa en la voz.
—Es la única opción —respondió él, sombrío.
—Puede que sí. Tengo amigos que pueden ayudamos —le dijo Kahlee—. Conozco personalmente al capitán David Anderson. Le confiaría mi vida. Puedo garantizar que los protegerá a usted y a su hija.
Para alivio de Grayson, Hendel intervino para rechazarla idea.
—Eso no es aceptable. Cerberus tiene mucha gente dentro de la Alianza. Puede que Anderson sea de confianza, pero… ¿cómo nos vamos a poner en contacto con él? Es un tipo importante. No podemos presentamos en la Ciudadela y entrar por las buenas en su despacho. Cerberus tiene probablemente agentes que informan sobre todos sus movimientos. Si le mandamos un mensaje, sabrán que estamos de camino y no llegaremos hasta él.
—Nunca pensé que se pondría de mi lado —respondió Grayson, estudiando cuidadosamente al hombre para intentar adivinar cuáles eran sus intenciones.
—Lo único que quiero es lo mejor para Gillian. Ahora mismo lo que tenemos que hacer es salir del espacio del Consejo. Claro que Omega no sería mi primera elección. Hay muchos otros sitios para esconderse en los sistemas Terminus.
—No podemos ir a ninguna de las colonias humanas —insistió Grayson—. La Alianza tiene a personal estacionado allí y controla todas las naves que llegan. En cualquiera de los planetas controlados por alienígenas llamaríamos demasiado la atención. Omega es el único sitio donde podemos confundirnos entre la masa.
Hendel consideró sus razones y luego dijo:
—Tenemos que saber quién es su contacto.
Al parecer, aquello sería lo más cerca que estaría de darle la razón a Grayson.
—Un cliente mío que se llama Pel —mintió Grayson—. Le he vendido casi dos docenas de naves en los últimos veinte años.
—¿A qué se dedica? —preguntó Kahlee.
—Importación y exportación —respondió él, evasivo.
—O sea que es un camello —gruñó Hendel—. Te he dicho que nos llevaría a ver a su camello.
—¿Cómo sabemos que no nos entregará a Cerberus? —quiso saber Kahlee.
—No sabe nada de que Gillian sea biótica ni de por qué vamos a Omega —explicó Grayson—. Le he dicho que me han pillado con arena roja en un viaje a la Ciudadela. Cree que estoy escapando de Seg-C.
—¿Y qué se supone que pintamos nosotros en todo esto? —preguntó Hendel.
—Ya sabe que tengo una hija. Le diré que Kahlee es mi novia y usted es el funcionario corrupto de Seg-C al que soborné para que me dejara escapar de la estación.
—O sea, que nos está esperando —dijo Hendel.
Grayson asintió.
—Le he enviado un mensaje al salir de la Academia. En cuanto salgamos de velocidad MRL en el próximo relé de masa, me conectaré a la red de comunicaciones para ver si me ha respondido.
—Quiero ver su mensaje.
—¡Hendel! —exclamó Kahlee, ofendida ante la violación de la privacidad de Grayson.
—No me la voy a jugar —respondió Hendel—. Le estamos confiando nuestras vidas. Quiero saber con quién estamos tratando.
—Vale —dijo Grayson—. Ningún problema.
Tras echar una mirada rápida a las lecturas para tener una idea de dónde se encontraban añadió:
—Llegaremos al relé en una hora.
—Eso le da tiempo de pasar por la ducha —dijo Hendel—. Intente quitarse de encima la peste a drogas antes de que despierte su hija.
Grayson no podía replicarle. Sabía que Hendel tenía razón.
Sesenta minutos después estaba de vuelta en el asiento del piloto, limpio y con ropa nueva. Había dejado de sudar, pero ahora las manos le temblaban ligeramente mientras ajustaba los controles. Sabía que sólo empeoraría mientras no tomara una nueva dosis.
Kahlee seguía sentada en el asiento del pasajero y Hendel estaba de nuevo detrás de él, apoyado en el marco de la puerta. Gillian dormía plácidamente en la parte de atrás; Grayson había ido a verla después de salir de la ducha.
Un sonido de campanilla electrónica salió del panel de navegación para avisarles un segundo antes de que la nave saliera de vuelo MRL. Sintieron la leve ola de la deceleración, y las pantallas de navegación volvieron a la vida a medida que recibían las señales de naves cercanas, pequeños asteroides y otros objetos lo bastante grandes para que los captaran los sensores.
El enorme relé de masa apareció como un punto azul parpadeante en el centro del monitor. Pese a los temblores que le recorrían los músculos, Grayson tecleó con rápida confianza sobre los controles para trazar su aproximación.