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Authors: Anne Rice

Memnoch, el diablo (2 page)

BOOK: Memnoch, el diablo
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David sonrió. Durante unos instantes se reflejó una luz dorada en sus ojos marrones.

—¿No me dijiste eso unas veinticinco veces antes de que nos separáramos?

Nos sentamos a una pequeña mesa que había junto a la pared. El bar estaba medio lleno, justo en la proporción ideal. ¿Qué aspecto teníamos David y yo? ¿La de dos jóvenes que trataban de ligarse a algún hombre o mujer mortal? Ni lo sé ni me importa.

—Nadie me ha hecho daño —dijo David—, y nadie ha mostrado la menor curiosidad hacia mí.

Alguien tocaba el piano, muy suavemente por tratarse del bar de un hotel. Interpretaba una pieza de Eric Satie, por fortuna.

—Tu corbata —dijo David, inclinándose hacia delante mientras mostraba su resplandeciente dentadura, aunque sin dejar ver los colmillos—, ese pedazo de seda que llevas alrededor del cuello, supongo que no es de Brooks Brothers —dijo soltando una carcajada—. ¿Cómo se te ha ocurrido ponerte esos zapatos puntiagudos? ¿A qué viene todo esto?

El camarero se acercó, proyectando una enorme sombra sobre la mesa, y murmuró las frases de rigor, que no alcancé a oír debido al alboroto.

—Me apetece una bebida caliente —dijo David, lo cual no me sorprendió—. Un ponche de ron o algo por el estilo.

Yo asentí e indiqué al camarero con un pequeño gesto que tomaría lo mismo.

Los vampiros siempre piden bebidas calientes. No las beben, pero perciben su calor y aroma, lo cual resulta muy reconfortante.

David me miró de nuevo, mejor dicho, ese cuerpo familiar que ocupaba David. Para mí, David siempre sería el anciano mortal que yo había conocido y apreciado, además de ese magnífico y bronceado armazón de carne robado al cual él iba dando forma lentamente con sus expresiones, modales y talante.

No te inquietes, querido lector, pues David cambió de cuerpo antes de que yo lo convirtiera en vampiro. No tiene nada que ver con esta historia.

—¿Vuelves a sentirte perseguido? —preguntó David—. Eso fue lo que me dijo Armand y también Jesse.

—¿Dónde los viste?

—¿A Armand? En París —respondió David—. Me lo encontré de forma casual por la calle. Fue al primero que vi.

—¿No trató de lastimarte?

—¿Por qué iba a hacerlo? ¿Por qué me habías llamado? ¿Quién te persigue? Explícate.

—Así que has visto a Maharet.

David se reclinó en la silla y meneó la cabeza.

—Lestat —dijo—, he examinado unos manuscritos que ningún ser humano ha visto jamás; he acariciado unas tablillas de arcilla que...

—David
el Erudito
—le interrumpí—. Educado por los miembros de Talamasca para ser el perfecto vampiro, aunque jamás sospecharon que acabarías convirtiéndote precisamente en esto.

—¿Es que no lo comprendes? Maharet me condujo a los lugares donde conserva sus tesoros. No sabes lo que significa sostener en las manos una tablilla cubierta de símbolos anteriores a la escritura cuneiforme. En cuanto a Maharet... He vivido no sé cuántos siglos sin conocerla, sin saber siquiera que existía.

Maharet era la única persona a quien David temía. Supongo que ambos lo sabíamos. Mis recuerdos de Maharet no contenían nada amenazador, sólo el misterio de una superviviente del milenio, un ser tan anciano que cada gesto suyo parecía de mármol líquido y cuya suave voz constituía la destilación de toda la elocuencia humana.

—Si Maharet te ha dado su bendición, no tienes de qué preocuparte —dije, soltando un breve suspiro. Me preguntaba si algún día volvería a verla. Era un encuentro que no deseaba en absoluto.

—También he visto a mi amada Jesse —declaró David.

—Claro, debí suponerlo.

—Recorrí el mundo entero buscándola desesperadamente, de la misma forma que tú me buscabas a mí.

Jesse. Pálida, menuda, pelirroja, nacida en el siglo veinte, muy culta y dotada de poderes extraordinarios. David la había conocido como humano; ahora la conocía como ser inmortal. Jesse había sido su pupila en la orden de Talamasca. Ahora David era comparable a Jesse en belleza y poder vampírico.

Jesse había sido introducida en la Orden por la vieja Maharet, de la primera generación de vampiros y nacida como ser humano antes de que los mismos humanos empezaran a escribir su propia historia o supieran siquiera que tenían una historia. Maharet formaba parte de los Mayores, era la Reina de los Malditos, un vampiro hembra, al igual que su hermana muda, Mekare, de quien ya nadie hablaba.

Jamás había visto a un neófito apadrinado por una persona tan anciana como Maharet. La última vez que la vi, Jesse parecía una vasija transparente que contuviera una inmensa fuerza. Supuse que a estas alturas debía de tener muchas historias que contar, su propias andanzas y aventuras.

Yo había transmitido a David mi añeja sangre mezclada con un linaje aún más antiguo que el de Maharet. Sí, sangre de Akasha y del anciano Marius. También le había transmitido mi fuerza, que, como todos sabemos, era incalculable.

De modo que David y Jesse se habían hecho grandes amigos. ¿Qué había sentido Jesse al ver a su anciano mentor vestido con la llamativa indumentaria de un joven macho humano?

De pronto sentí envidia y desesperación. Yo había conseguido apartar a David de aquellas frágiles y blancas criaturas que lo habían atraído hacia su santuario ubicado en tierras lejanas, donde sus tesoros podían permanecer ocultos durante generaciones, al abrigo de cualquier crisis o guerra. Recordé algunos nombres exóticos, pero no logré recordar adonde habían ido las dos pelirrojas, la anciana y la joven, que habían admitido a David en su santuario.

En aquel momento oí un ruido y volví la cabeza. Después me acomodé de nuevo en la silla, avergonzado por haberme sobresaltado delante de David, y me concentré en silencio en mi víctima.

Se hallaba aún en el restaurante del hotel, muy cerca de donde nos encontrábamos nosotros, acompañada de su hermosa hija. Esa noche no se me escaparía, de eso estaba seguro.

Al cabo de unos instantes suspiré y aparté la vista. Hacía meses que seguía a mi víctima. Era muy interesante, pero no tenía nada que ver con todo aquello. ¿O tal vez sí? Puede que la matara esa misma noche, aunque lo dudaba. Después de haber espiado a la hija, y sabiendo lo mucho que la quería, decidí aguardar a que ella regresara a casa. ¿Por qué había de ser cruel con una joven tan bella? Sí, era evidente que su padre la quería mucho. En esos momentos le estaba rogando que aceptara un regalo, algo que acababa de hallar y que era muy valioso para él. Por desgracia, no logré visualizar el regalo ni en la mente de él ni en la de ella.

Había resultado muy fácil seguir a mi víctima, pues se trataba de un individuo llamativo, codicioso, a veces bondadoso y siempre muy divertido.

Pero volvamos a David. Cuánto debía de amar ese espléndido ser inmortal que estaba sentado ante mí al vampiro hembra Jesse para convertirse en pupilo de la decrépita Maharet. Pero ¿es que no sentía yo ningún respeto hacia los ancianos? ¿Qué demonios pretendía? No, ésa no era la cuestión. La cuestión era... ¿Qué pretendían de mí? ¿De qué huía? ¿Por qué?

David aguardaba educadamente a que yo volviera a centrar la vista en él, cosa que hice pero sin decir nada. No inicié la conversación, de modo que él hizo lo que la gente educada suele hacer, hablar despacio como si yo no lo estuviera mirando fijamente a través de las gafas violeta, tras las cuales parecía ocultar un siniestro secreto.

—Nadie ha tratado de hacerme daño —repitió con la típica flema británica—, nadie cuestiona que tú fuiste mi creador, todos me han tratado con respeto y amabilidad, aunque querían saber los detalles de cómo conseguiste sobrevivir al ladrón de cuerpos. No imaginas lo mucho que te quieren y lo preocupados que estaban por ti.

David se refería a la última aventura, gracias a la cual nos habíamos encontrado y yo lo había convertido en uno de los nuestros. En aquel momento, no se había dedicado precisamente a alabarme por ello.

—¿De veras crees que me quieren? —pregunté, refiriéndome a los otros, los escasos representantes de nuestra espectral especie que quedaban por el mundo—. Ninguno de ellos trató de ayudarme —añadí, pensando en el ladrón de cuerpos, al cual había conseguido derrotar.

Es posible que sin la ayuda de David no hubiera ganado la batalla. Prefería no pensar en algo tan terrible, pero desde luego tampoco deseaba pensar en mis brillantes y dotados colegas vampíricos, que se habían limitado a presenciar la escena desde lejos sin mover un dedo para ayudarme.

El ladrón de cuerpos había ido a parar al infierno. El cuerpo en cuestión estaba sentado frente a mí, ahora ocupado por David.

—Bien, me alegro que se preocuparan por mí —dije—. Alguien me está siguiendo, David, y esta vez no se trata de un astuto mortal que conoce los trucos de la proyección astral y la forma de apoderarse del cuerpo de otra persona. Me siento perseguido.

David me miró fijamente, no con expresión incrédula sino intentando asimilar lo que acababa de decirle.

—¿Te persiguen?

—Así es —asentí—. Estoy asustado, David, muy asustado. Si te dijera lo que opino sobre... sobre esa cosa que me persigue, te reirías.

—¿Estás seguro?

El camarero depositó sobre la mesa las bebidas calientes. Despedían un vapor delicioso. El pianista seguía interpretando suavemente a Satie. En aquellos momentos la vida casi merecía la pena de ser vivida, incluso por un depravado monstruo como yo. De pronto se me ocurrió una idea.

Hacía dos noches, en este mismo bar, oí a mi víctima decirle a su hija:

—He vendido mi alma por lugares como éste.

Yo me encontraba a muchos metros de ellos, a una distancia insalvable para cualquier mortal, pero percibía cada palabra que salía de labios de mi víctima, cuya hija me tenía cautivado; se llamaba Dora. Era la única persona a la que esa extraña y apetecible víctima amaba, su única hija.

Me di cuenta de que David me observaba con curiosidad.

—Pensaba en la víctima que me ha atraído hasta aquí —dije—, y en su hija. Esta noche no saldrán. Las calles están nevadas y sopla un fuerte viento. Él acompañará a su hija a la suite, desde la cual podrán contemplar las torres de San Patricio. No quiero perder de vista a mi víctima.

—No te habrás enamorado de unos mortales —dijo David.

—No. Se trata de un nuevo método de caza, simplemente. Ese hombre es muy singular, posee unas características que me atraen. Lo adoro. Sentí deseos de alimentarme de su sangre la primera vez que lo vi, pero no deja de sorprenderme. Hace medio año que lo sigo por doquier

Volví a concentrarme en ellos. Sí, iban a subir a la suite, tal como supuse. Acababan de levantarse de la mesa y se disponían a abandonar el restaurante. Hacía una noche de perros y Dora, aunque deseaba ir a la iglesia para rezar por su padre, y a su vez rogarle que se quedara y rezara con ella, tenía miedo de salir. A través de sus pensamientos y de algunas palabras sueltas que captaba advertí que compartían un recuerdo. Dora era una niña cuando mi víctima la había llevado por primera vez a la catedral.

Él no creía en nada, mientras ella era una especie de líder religioso. Theodora. Predicaba sobre los valores morales y el alimento del alma ante las audiencias de la televisión. ¿Y el padre? Decidí que era preferible matarlo antes de averiguar más detalles sobre él, para evitar que se me escapara ese magnífico trofeo por no lastimar a Dora.

Miré a David. Estaba sentado y apoyaba los hombros contra la pared revestida de raso oscuro, mientras me observaba atentamente. Bajo esa luz, nadie habría sospechado que no era humano, ni siquiera uno de los nuestros. En cuanto a mí, seguramente parecía una excéntrica estrella del rock ansiosa de que la atención del mundo entero la aplastara lentamente hasta matarla.

—La víctima no tiene nada que ver en ello —dije—. Otro día hablaremos de ese asunto. Estamos en este hotel porque la seguí hasta aquí. Ya conoces mis costumbres, mi forma de cazar. Ya no necesito sangre, como tampoco la necesita Maharet, pero no soporto la idea de no conseguirla.

—¿Qué jueguecito te traes entre manos? —preguntó el exquisitamente educado y británico David.

—Ya no busco a simples asesinos, a gente malvada, sino a cierto tipo de criminal más sofisticado, alguien con la mentalidad de Iago. Ese hombre es un narcotraficante. Excéntrico y brillante, se dedica a coleccionar obras de arte y disfruta ordenando que liquiden a alguien a tiros, gana billones en una semana con la cocaína y la heroína, y quiere con locura a su hija, que dirige una iglesia televangélica.

—Estás obsesionado con esos mortales.

—Mira a mis espaldas. ¿Ves a esas dos personas que se dirigen hacia los ascensores? —pregunté.

—Sí —respondió David, mirándolos fijamente.

Se habían detenido en el lugar preciso. Yo podía sentirlos, oírlos y olerlos, pero era incapaz de establecer con exactitud dónde se encontraban a menos que me volviera. Allí estaban, el hombre de tez oscura, sonriente, que miraba embelesado a su hija, una niña-mujer pálida y con aspecto inocente, de unos veinticinco años de edad, si mis cálculos no andaban errados.

—Conozco la cara de ese hombre —dijo David—. Es un pez gordo a escala internacional. Tratan de imputarle los suficientes cargos para encerrarlo en la cárcel, pero es un tipo listo. ¿No organizó hace poco un asesinato bastante sonado?

—Sí, en las Bahamas.

—¿Cómo demonios diste con él? ¿Lo viste en persona en alguna parte, ya sabes, como quien se encuentra una concha en la playa, o viste su fotografía en los periódicos y revistas?

—¿Reconoces a la chica? Nadie sabe que son padre e hija.

—No, no la reconozco —contestó David—. ¿Por qué? ¿Acaso es conocida? Es muy guapa y muy dulce. Supongo que no pensarás alimentarte de su sangre...

Su caballerosa indignación ante semejante atrocidad me hizo sonreír. Me pregunté si David pedía permiso a sus víctimas antes de chuparles la sangre o si, cuando menos, insistía en que se presentaran debidamente. No tenía idea de qué métodos empleaba para matar a sus víctimas, ni con qué frecuencia necesitaba alimentarse de sangre humana. Yo le había transmitido mi fuerza. Eso significaba que no tenía que hacerlo cada noche, lo cual no dejaba de ser una ventaja.

—La chica canta himnos a Jesús en un programa de televisión —dije—. Un día instalará la sede de su iglesia en un viejo convento en Nueva Orleans. Actualmente vive sola, y graba sus programas en unos estudios que se hallan en el Quarter. Creo que el programa se transmite por un canal ecuménico vía satélite fuera de Alabama.

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