Read Memoria del Fuego. 1.Los nacimientos.1982 Online
Authors: Eduardo Galeano
Tags: #Historico,Relato
[54][62]
Moctezuma
Grandes montañas han llegado, moviéndose por la mar, hasta las costas de Yucatán. El dios Quetzalcóatl ha vuelto. Los indios besan las proas de los barcos.
El emperador Moctezuma desconfía de su sombra.
—¿Qué haré? ¿Dónde me esconderé?
Moctezuma quisiera convertirse en piedra o palo. Los bufones de la corte no consiguen distraerlo. Quetzalcóatl, el dios barbudo, el que había prestado la tierra y las hermosas canciones, ha venido a exigir lo que le pertenece.
En antiguos tiempos, Quetzalcóatl se había ido hacia el oriente, después de quemar su casa de oro y su casa de coral. Los más bellos pájaros volaron abriéndole camino. Se hizo a la mar en una balsa de culebras y se perdió de vista navegando hacia el amanecer. Desde allí, ha regresado ahora. El dios barbudo, la serpiente emplumada, ha vuelto con hambre.
Trepida el suelo. En las ollas, bailan los pájaros mientras hierven. Nadie ha de quedar, había presentido el poeta. Nadie, nadie, nadie de verdad vive en la tierra.
Moctezuma ha enviado grandes ofrendas de oro al dios Quetzalcóatl, cascos llenos de polvo de oro, ánades de oro, perros de oro, tigres de oro, collares y varas y arcos y flechas de oro, pero cuanto más oro come el dios, más oro quiere; y ansioso avanza hacia Tenochtitlán. Marcha entre los grandes volcanes y tras él vienen otros dioses barbudos. De las manos de los invasores brotan truenos que aturden y fuegos que matan.
—¿Qué haré? ¿Dónde me iré a meter?
Moctezuma vive con la cabeza escondida entre las manos.
Hace dos años, cuando ya se habían multiplicado los presagios del regreso y la venganza, Moctezuma envió a sus magos a la gruta de Huémac, el rey de los muertos. Los magos bajaron a las profundidades de Chapultepec, acompañados por una comitiva de enanos y jorobados, y entregaron a Huémac, de parte del emperador, una ofrenda de pieles de presos recién desollados. Huémac mandó decir a Moctezuma:
—No te hagas ilusiones. Aquí no hay descanso ni alegría.
Y le ordenó hacer ayuno de manjares y dormir sin mujer.
Moctezuma obedeció. Hizo penitencia larga. Los eunucos cerraron a cal y canto las habitaciones de sus esposas y los cocineros olvidaron sus platos preferidos.
Pero entonces fue peor. Los cuervos de la angustia se precipitaron en bandadas. Moctezuma perdió el amparo de Tlazoltéotl, la diosa del amor que es también la diosa de la mierda, la que come nuestra porquería para que el amor sea posible; y así el alma del emperador se inundó, en soledad, de basura y negrura. Envió nuevos mensajeros a Huémac, una y otra vez, cargados de súplicas y regalos, hasta que por fin el rey de los muertos le dio cita.
La noche señalada, Moctezuma fue a su encuentro. La barca se deslizó hacia Chapultepec. El emperador iba parado en la proa, y la niebla de la laguna abría paso a su radiante penacho de plumas de flamenco.
Poco antes de llegar al pie del cerro, Moctezuma escuchó un rumor de remos. Una canoa irrumpió, veloz, y alguien resplandeció por un instante en la bruma negra: iba desnudo y solo en la canoa y alzaba el remo como una lanza.
—¿Eres tu, Huémac?
El de la canoa se arrimó hasta casi rozarlo. Miró a los ojos del emperador, como nadie puede. Le dijo: «Cobarde», y desapareció.
[60][200][210]
La capital de los aztecas
Mudos de hermosura, los conquistadores cabalgan por la calzada. Tenochtitlán parece arrancada de las páginas de Amadís, cosas nunca oídas, ni vistas, ni aún soñadas… El sol se alza tras los volcanes, entra en la laguna y rompe en jirones la niebla que flota. La ciudad, calles, acequias, templos de altas torres, se despliega y fulgura. Una multitud sale a recibir a los invasores, en silencio y sin prisa, mientras infinitas canoas abren surcos en las aguas de cobalto.
Moctezuma llega en litera, sentado en suave piel de jaguar, bajo palio de oro, perlas y plumas verdes. Los señores del reino van barriendo el suelo que pisará.
Él da la bienvenida al dios Quetzalcóatl:
—Has venido a sentarte en tu trono —le dice—. Has venido entre nubes, entre nieblas. No te veo en sueños, no estoy soñando. A tu tierra has llegado…
Los que acompañan a Quetzalcóatl reciben guirnaldas de magnolias, rosas y girasoles, collares de flores en los cuellos, en los brazos, en los pechos: la flor del escudo y la flor del corazón, la flor del buen aroma y la muy amarilla.
Quetzalcóatl nació en Extremadura y desembarcó en tierras de América con un hatillo de ropa al hombro y un par de monedas en la bolsa. Tenía diecinueve años cuando pisó las piedras del muelle de Santo Domingo y preguntó: ¿Dónde está el oro? Ahora ha cumplido treinta y cuatro y es capitán de gran ventura. Viste armadura de hierro negro y conduce un ejército de jinetes, lanceros, ballesteros, escopeteros y perros feroces. Ha prometido a sus soldados: Yo os haré, en muy breve tiempo, los más ricos hombres de cuantos jamás han pasado a las Indias.
El emperador Moctezuma, que abre las puertas de Tenochtitlán, acabará pronto. De aquí a poco será llamado mujer de los españoles y morirá por las pedradas de su gente. El joven Cuauhtémoc ocupará su sitio. Él peleará.
Canto azteca del escudo
Sobre el escudo, la virgen dio a luz
al gran guerrero.
Sobre el escudo, la virgen dio a luz
al gran guerrero.
En la montaña de la serpiente, el vencedor.
Entre montañas,
con pintura de guerra
y con escudo de águila.
Nadie, por cierto, pudo hacerle frente.
La tierra se puso a dar vueltas
cuando él se pintó de guerra
y alzó él escudo.
[77]
«La Noche Triste».
Hernán Cortés pasa revista a los pocos sobrevivientes de su ejército, mientras la Malinche cose las banderas rotas.
Tenochtitlán ha quedado atrás. Atrás ha quedado la columna de humo que echó por la boca el volcán Popocatépetl, como diciendo adiós, y que no había viento que pudiera torcer.
Los aztecas han recuperado su ciudad. Las azoteas se erizaron de arcos y lanzas y la laguna se cubrió de canoas en pelea. Los conquistadores huyeron en desbandada, perseguidos por una tempestad de flechas y piedras, mientras aturdían la noche los tambores de la guerra, los alaridos y las maldiciones.
Estos heridos, estos mutilados, estos moribundos que Cortés está contando ahora, se salvaron pasando por encima de los cadáveres que sirvieron de puente: cruzaron a la otra orilla pisando caballos que se habían resbalado y hundido y soldados muertos a flechazos y pedradas o ahogados por el peso de las talegas llenas de oro que no se resignaban a dejar.
[62][200]
La distribución de la riqueza
Hay murmuración y pelea en el campamento de los españoles. Los soldados no tienen más remedio que entregar las barras de oro salvadas del desastre. Quien algo esconda, será ahorcado.
Las barras provienen de las obras de los orfebres y los escultores de México. Antes de convertirse en botín y fundirse en lingotes, este oro fue serpiente a punto de morder, tigre a punto de saltar, águila a punto de volar o puñal que viborea y corre como río en el aire.
Cortés explica que este oro no es más que burbujas comparado con el que les espera. Retira la quinta parte para el rey, otra quinta parte para él, más lo que toca a su padre y al caballo que se le murió, y entrega a los capitanes casi todo lo que queda. Poco o nada reciben los soldados, que han lamido este oro, lo han mordido, lo han pesado en la palma de la mano, han dormido con él bajo la cabeza y le han contado sus sueños de revancha.
Mientras tanto, el hierro candente marca la cara de los esclavos indios recién capturados en Tepeaca y Huaquechula.
El aire huele a carne quemada.
[62][205]
Durero
Estas cosas se han desprendido del sol, como los hombres y las mujeres que las hicieron y la lejana tierra que ellos pisan.
Son casquetes y ceñidores, abanicos de plumas, vestidos, mantas, arneses de caza, un sol de oro y una luna de plata y cerbatanas y otras armas de tanta hermosura que parecen hechas para resucitar a sus víctimas.
El mejor dibujante de todos los tiempos no se cansa de mirar. Ésta es una parte del botín que Cortés arrancó a Moctezuma: las únicas piezas que no han sido fundidas en lingotes. El rey Carlos, recién sentado al trono del Sacro Imperio, exhibe al público los trofeos de sus nuevos pedazos de mundo.
Alberto Durero no conoce el poema mexicano que explica que el verdadero artista encuentra placer en su trabajo y que dialoga con su corazón porque no lo tiene muerto y comido por las hormigas. Pero viendo lo que ve, Durero escucha esas palabras y descubre que está viviendo la mayor alegría de su medio siglo de vida.
[108]
Hacia la reconquista de Tenochtitlán
Poco falta para que termine el año. No bien asome el sol, Cortés dará orden de partir. Sus tropas, pulverizadas por los aztecas, se han reconstruido en pocos meses, al amparo de los indios aliados de Tlaxcala, Huexotzingo y Texcoco. Un ejército de cincuenta mil nativos obedece sus órdenes y nuevos soldados han venido desde España, Santo Domingo y Cuba, bien provistos de caballos, arcabuces, ballestas y cañones. Para pelear por agua, cuando llegue a la laguna, Cortés dispondrá de velas, hierros y mástiles para armar trece bergantines. Los de Huexotzingo pondrán la madera.
Con las primeras luces, asoma a lo lejos la serranía de volcanes. Más allá, brotada de las aguas prodigiosas, espera, desafiante, Tenochtitlán.
[54]
La espada de fuego
La sangre corre como agua y está acida de sangre el agua de beber. De comer no queda más que tierra. Se pelea casa por casa, sobre las ruinas y los muertos, de día y de noche. Ya va para tres meses de batalla sin treguas. Sólo se respira pólvora y náuseas de cadáver; pero todavía resuenan los atabales y los tambores en las últimas torres y los cascabeles en los tobillos de los últimos guerreros. No han cesado todavía los alaridos y las canciones que dan fuerza. Las últimas mujeres empuñan el hacha de los caídos y golpetean los escudos hasta caer arrasadas.
El emperador Cuauhtémoc llama al mejor de sus capitanes. Corona su cabeza con el búho de largas plumas, y en su mano derecha coloca la espada de fuego. Con esta espada en el puño, el dios de la guerra había salido del vientre de su madre, allá en lo más remoto de los tiempos. Con esta serpiente de rayos de sol, Huitzilopochtli había decapitado a su hermana la luna y había hecho pedazos a sus cuatrocientos hermanos, las estrellas, porque no querían dejarlo nacer.
Cuauhtémoc ordena:
—Véanla nuestros enemigos y queden asombrados.
Se abre paso la espada de fuego. El capitán elegido avanza, solo, a través del humo y los escombros.
Lo derriban de un disparo de arcabuz.
[60][107][200]
El mundo está callado y llueve
De pronto, de golpe, acaban los gritos y los tambores. Hombres y dioses han sido derrotados. Muertos los dioses, ha muerto el tiempo. Muertos los hombres, la ciudad ha muerto. Ha muerto en su ley esta ciudad guerrera, la de los sauces blancos y los blancos juncos. Ya no vendrán a rendirle tributo, en las barcas a través de la niebla, los príncipes vencidos de todas las comarcas.
Reina un silencio que aturde. Y llueve. El cielo relampaguea y truena y durante toda la noche llueve.
Se apila el oro en grandes cestas. Oro de los escudos y de las insignias de guerra, oro de las máscaras de los dioses, colgajos de labios y de orejas, lunetas, dijes. Se pesa el oro y se cotizan los prisioneros. De un pobre es el precio, apenas, dos puñados de maíz. Los soldados arman ruedas de dados y naipes.
El fuego va quemando las plantas de los pies del emperador Cuauhtémoc, untadas de aceite, mientras el mundo está callado y llueve.
[60][107][200]
Ponce de León
Estaba viejo, o se sentía. El tiempo no alcanzaría, ni aguantaría el cansado corazón. Juan Ponce de León quería descubrir y conquistar el mundo invicto que las islas de la Florida le habían anunciado. Por la grandeza de sus hazañas, quería dejar enana la memoria de Cristóbal Colón.
Aquí desembarcó, persiguiendo el río mágico que atraviesa el jardín de las delicias. En lugar de la fuente de la juventud, ha encontrado esta flecha que le atraviesa el pecho. Nunca se bañará en las aguas que devuelven el brío de los músculos y el brillo de los ojos sin borrar la experiencia del alma sabida.
Los soldados lo llevan, en brazos, hacia el navío. El vencido capitán murmura quejas de recién nacido, pero su edad sigue siendo mucha y avanza todavía. Quienes lo cargan comprueban, sin asombro, que aquí ha tenido lugar una nueva derrota en la continua pelea de los siempres contra los jamases.
[166]
Pies
La rebelión, primera rebelión de los esclavos negros en América, ha sido aplastada. Había estallado en los molinos de azúcar de Diego Colón, el hijo del descubridor. En ingenios y plantaciones de toda la isla, se había propagado el incendio. Se habían alzado los negros y los pocos indios que quedaban vivos, armados de piedras y palos y lanzas de caña que se quebraron, furiosas, inútiles, contra las armaduras.
De las horcas, desparramadas por los caminos, penden ahora mujeres y hombres, jóvenes y viejos. A la altura de los ojos del caminante, cuelgan los pies. Por los pies, el caminante podría reconocer a los castigados, adivinar cómo eran antes de que llegara la muerte. Entre estos pies de cuero, tajeados por el trabajo y los andares, hay pies del tiempo y pies del contratiempo; pies prisioneros y pies que bailan, todavía, amando a la tierra y llamando a la guerra.
[166]
El más largo viaje jamás realizado
Nadie los creía vivos, pero llegaron anoche. Arrojaron el ancla y dispararon toda su artillería. No desembarcaron en seguida ni se dejaron ver. Al amanecer aparecieron sobre las piedras del muelle. Temblando y en andrajos, entraron en Sevilla con hachones encendidos en las manos. La multitud abrió paso, atónita, a esta procesión de esperpentos encabezada por Juan Sebastián de Elcano. Avanzaban tambaleándose, apoyándose los unos en los otros, de iglesia en iglesia, pagando promesas, siempre perseguidos por el gentío. Iban cantando.