Read Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval Online
Authors: José Javier Esparza
Tags: #Histórico
¿De verdad Abdelmalik había pactado con los cristianos? Imposible saberlo: las fuentes moras así lo dicen, pero todo parece una forma de justificar que el Imperio almorávide conquistara Zaragoza, el único territorio musulmán de la Península que aún no estaba en su poder. En cuanto a Abdelmalik, que sólo había reinado cuatro meses, pudo refugiarse en Rueda de jalón, donde se hizo fuerte. Allí construyó un señorío que se extendía desde la ciudad de Borja hasta los alrededores de Calatayud.Y entonces Abdelmalik, esta vez sí, mandó mensajes al rey Batallador: era la única opción que le quedaba al último y efimero rey taifa de Zaragoza.
Alfonso el Batallador acogió de buen grado la propuesta de colaboración de Abdelmalik. Para el rey de Aragón, Zaragoza se había convertido en una obsesión permanente. Los incesantes trastornos derivados de su matrimonio con Urraca apartarán sus ojos de este objetivo, pero ni siquiera durante ese desdichado periodo dejó de haber actividad bélica ante Zaragoza. Hay que recordar lo que Zaragoza significaba para el Reino de Aragón: el control del valle del Ebro, el dominio sobre la gran llanura aragonesa y la repoblación de fértiles espacios ricos en producción agraria y surcados por importantes rutas comerciales. Con Zaragoza en sus manos, Aragón sería una auténtica potencia. Pero en la mentalidad de Alfonso, que era un cruzado, había algo más: era la gran victoria de la cruz sobre el islam; una victoria que por sí sola justificaba una vida de combates.
Aquí ya hemos visto la estrategia de los aragoneses: la paulatina ocupación de las ciudades enemigas mediante el emplazamiento de puntos de acoso, a partir de los cuales lanzaban sus ofensivas. Así fue en Graus, Huesca, Monzón y Barbastro, y lo mismo será en Zaragoza. Pero Zaragoza no era un objetivo fácil: estamos hablando de una de las grandes ciudades de aquel tiempo, no tan populosa como Córdoba, pero perfectamente comparable a Toledo. Reconquistar Zaragoza iba a exigir esfuerzos nunca antes desplegados por Aragón. Pero el Batallador estaba decidido.
Todo comenzó, en realidad, en 1110, en el mismo lance que, como veíamos antes, expulsó de la ciudad al rey taifa Abdelmalik bajo la presión almorávide.Volvemos a ese momento en el que el destronado rey moro ofrece su ayuda a Alfonso. El pacto es el siguiente: Abdelmalik renunciará a Zaragoza y pondrá sus huestes al servicio del Batallador, si a cambio éste le cede la plaza de Tudela. Alfonso, al parecer, aceptó: Zaragoza bien valía una Tudela mora que, por otro lado, iba a ser vasalla de Aragón. Así los ejércitos del Batallador y Abdelmalik marcharon contra Zaragoza en el verano de 1110. Derrotaron a la tropa que les salió al paso. Llegaron a tan sólo una jornada de distancia de la ciudad. Pero los almorávides, dispuestos a no soltar la presa, enviaron un ejército al mando del gobernador de Murcia. Alfonso comprendió entonces que tomar Zaragoza iba a exigir una preparación minuciosa.Y a ello se empleó.
El gobernador musulmán de Zaragoza era Muhamad ibn al-Hayy, el mismo que había llegado con sus tropas desde Valencia para expulsar a Abdelmalik. Un tipo belicoso y perfectamente consciente de su situación. También consciente, por supuesto, de los numerosos problemas en los que Alfonso el Batallador se veía envuelto por su matrimonio castellano. De hecho, este al-Hayy no perdió la oportunidad para desencadenar ataques bien localizados hacia Tudela, hacia el río Cinca, también hacia Huesca. De esta última ofensiva mora guardamos un testimonio llamativo: el de un cristiano hecho preso junto a su familia. Se llamaba Íñigo Sanz de Laves, y él mismo lo contaba así:
A causa de mis pecados fui cautivo en Ayera junto ami mujer, mi hijo y mi hija, cuando vino Ibn al-Hayy a tierra de Huesca con una gran multitud, y nos llevaron los sarracenos, y nos pusieron en cárcel y en cadenas, y nos acuciaron el hambre y la sed y muchas penas.Y salí después de muchas penas y muchos trabajos, seis años después de la cautividad, Dios misericordioso y colaborante el señor Fortún Dat.
Este señor Fortún Dat fue el que pagó la fianza por el rescate del pobre Íñigo Sanz de Laves y su familia. Imposible saber cuántos aragoneses se vieron cautivos por las campañas de los sucesivos jefes almorávides de Zaragoza. Después de al-Hayy vino Ibn Tifilwit. Al parecer llegaron a algún tipo de acuerdo con el gobernador de la vecina Lérida, un tal Abifiliel, lo que permitió a los moros recuperar algunas plazas perdidas con la caída de Barbastro: Chalamera, Ontiñena, Pomar de Cinca, Sariñena… El papa Pascual II envía un mensaje a los caballeros de Barbastro y les reprocha no poner a salvo sus bienes y propiedades en otros lugares, dada la inseguridad militar de la zona. Durante algunos años, pareció que la obra de la Reconquista en Aragón iba a frenarse en seco. Pero no fue así.
No fue así porque Alfonso el Batallador, incluso bajo el caos de sus problemas en Castilla, seguía preocupado por Zaragoza. La documentación cita a un personaje importante: don Lope Garcés Peregrino, tenente. Nos dice también que en julio de 1117 el propio rey visita la puerta Cinejia, en el lugar donde hoy está el famoso «Tubo» de Zaragoza, y allí confirma al obispo Esteban de Huesca la donación de la iglesia de las Santas Masas, hoy llamada de Santa Engracia.Y más aún: el Batallador se entera de que el concilio de Toulouse ha concedido el rango de cruzada a los combates de los cristianos en España. El rey no pierde el tiempo. Así lo cuenta la crónica musulmana de al-Makkari:
Por fin, pensando que había llegado el momento de asestar el golpe decisivo, Alfonso envió mensajeros a la tierra de Francia, convocando a todas las naciones cristianas de allí para ayudarle en su empresa.Y las gentes de estos países, contestando a su llamada, se congregaron bajo su estandarte como enjambres de langostas u hormigas. Pronto se encontró Alfonso a la cabeza de innumerables fuerzas, con las que acampó ante Zaragoza.
Era mayo de año 1118. Alfonso el Batallador ya tenía lo que necesitaba para rendir Zaragoza: un ejército de dimensiones imponentes. Bajo sus banderas, numerosos cruzados experimentados en las guerras de Tierra Santa. Nos movemos en pleno ambiente de cruzada. La movilización en Europa ha sido excepcional. Junto a las tropas del Batallador aparecen Bernardo Atón, vizconde de Carcasona; Bernardo, conde de Cominges; Céntulo de Bigorra; Pedro, vizconde de Gavarret; Guy de Lons, obispo de Lescar; Auger, vizconde de Miramont; Arnaldo de Labedán. El hijo del vizconde de Labourt, llamado Español, va a profesar como monje en un monasterio, pero antes ha vendido sus bienes para poder costearse el viaje a la cruzada de Zaragoza.Y entre los numerosos nobles franceses que han querido combatir en la ciudad del Ebro destaca el vizconde Gastón de Bearn, un hombre que acaba de llegar de Jerusalén, feroz guerrero y avezado especialista en máquinas de asedio. La conquista de Zaragoza va a comenzar.
¿Quién era Gastón de Bearn? Vale la pena dedicarle unas palabras, porque el personaje encarna muy bien el ideal cruzado de este tiempo. Gastón había nacido hacia 1070 en la familia vizcondal de Bearn, una región del Pirineo francés fronteriza con Huesca. Tenía la misma edad que Alfonso el Batallador, se conocieron de niños y los dos compartían el mismo ideal cruzado. Compartían alguna cosa más: Gastón se casó con una prima carnal de Alfonso. Tenía entonces apenas quince años. Casi inmediatamente heredó el vizcondado.Y enseguida tuvo que afrontar la terrible prueba de guerrear contra los parientes que le disputaban el señorío. Gastón venció. Antes de cumplir los veinte años ya se había labrado una justificada fama de guerrero implacable.
Gastón, como buen cruzado, sólo tenía un objetivo en su vida: conquistar Jerusalén. En 1096 se enroló en la cruzada, bajo el mando de Raimundo de Tolosa. Participó en numerosos combates. Fue el primer cruzado que vio las murallas de Jerusalén.Y sobre todo: él fue quien ideó el sistema de máquinas de asalto —los castillos rodantes— que permitió conquistar la ciudad. Lo hizo con una mezcla de ingenio y energía: persuadiendo a una flota genovesa varada en un puerto cercano para que le entregara la madera de sus barcos. El 15 de julio de 1099 cayó Jerusalén. Gastón fue de los primeros en entrar en la ciudad santa. Después, decepcionado por las peleas entre los jefes cristianos, abandonó Tierra Santa y retornó a su vizcondado.
Este Gastón y Alfonso el Batallador estaban hechos de la misma pasta: guerreros y religiosos, en su vida no había otro horizonte que la derrota del islam y la victoria de la cruz. Los dos cruzados reanudaron su contacto apenas volvió el de Bearn de Tierra Santa. No les costó ponerse de acuerdo. Hubo caballeros gascones de Bearn en la victoria deValtierra en 1110. Gastón recibió la tenencia de Barbastro en 1113. Sus huestes participaron también en la reconquista de Tudela cuatro años después. Ahora, ante los muros de Zaragoza, Gastón de Bearn, más cerca de los cincuenta años que de los cuarenta, estaba al frente de la muchedumbre de cruzados que desde Francia había acudido a la cita.Y el vizconde aportaba algo más: veinte catapultas y varios castillos rodantes para el asedio; su especialidad.
El asedio comenzó el 22 de mayo. Ocho días después, las tropas de Gastón de Bearn ocuparon el arrabal de Altabás, abrieron brecha en las defensas moras y se extendieron en torno a la ciudad fortificada. Los cruzados ocuparon todo menos la Aljafería. Allí se dispusieron a resistir los almorávides. Los moros intentaron algunas salidas, pero sin éxito. Finalmente también la Aljafería cayó. La situación de los sitiados se volvió desesperada. Pero en Granada, donde habían llegado las noticias del asedio, se movilizó un fuerte ejército para socorrer a los almorávides de Zaragoza. Lo mandaba el propio gobernador granadino, Abdala ibn Mazdalí. Los refuerzos marcharon sobre Tarazona y, después, sobre Tudela. Desde allí enviaron a Zaragoza tropas de caballería que consiguieron entrar en la ciudad. El desánimo cundió entre los cruzados. Muchos francos volvieron a sus casas. No, por supuesto, el veterano Gastón de Bearn, que permaneció en el asedio. Era ya septiembre de 1118.
Momento crítico: Zaragoza sigue sitiada, pero los refuerzos que ha recibido de los almorávides hacen muy dificil ganar la partida. La presencia del gobernador Ibn Mazdalí ha dado nuevos bríos a los defensores. Pasan los meses y los problemas logísticos se multiplican: los víveres se acaban, hay hambre, hay sed, no hay dinero. Tanto los sitiados como los sitiadores están al borde de la extenuación. El obispo de Huesca vende los bienes de su iglesia para obtener comida para las tropas. Dentro de la ciudad la situación no es mejor: los cruzados han cortado las conducciones de agua hacia el interior. Alfonso I el Batallador examina el paisaje. Todo se va a jugar a una carta, la de la resistencia: quien mejor aguante las penalidades, triunfará. Siguen pasando las semanas.Y entonces Alfonso se entera de algo que cambia súbitamente las cosas: en los primeros días de noviembre ha muerto Mazdalí, el jefe granadino de los almorávides. El Batallador no se lo piensa dos veces: es el momento de atacar. Toda la fuerza se concentra en un punto: el torreón de la Zuda, el centro del recinto amurallado. Será el punto decisivo.
Zaragoza capituló el 18 de diciembre de 1118. Los almorávides estaban al límite de sus fuerzas; los cristianos, también. Fueron nueve meses de asedio con hambre, sed y, en las últimas semanas, un intensísimo frío. Al contrario de lo que sucedió en otras conquistas cruzadas, aquí, en Zaragoza, tanto Alfonso el Batallador como Gastón de Bearn se ocuparon de que las capitulaciones de la rendición fueran ejemplares. En aquella época había en Zaragoza unos veinte mil musulmanes: a quienes quisieran marcharse se les ofreció la posibilidad de hacerlo llevando consigo sus bienes, pero la gran mayoría permaneció en la ciudad. Alfonso ofreció condiciones muy ventajosas: los musulmanes conservarían sus propiedades rurales, pagarían los mismos impuestos que antes de la conquista, podrían conservar su religión y sus leyes… La única condición que se les imponía era la obligación de residir en los arrabales, y no en el casco urbano. ¿Por qué? Para evitar algaradas como las que había conocido la Valencia del Cid.
La generosidad de Alfonso el Batallador para con los vencidos impresionó mucho a los cristianos, pero, sobre todo, dejó boquiabiertos a los propios musulmanes. En particular, a los moros les sorprendió que el rey de Aragón no despojara a los musulmanes de Zaragoza que prefirieron marcharse de la ciudad. Apenas medio siglo después de la conquista, un cronista musulmán, Ibn al-Kardabús, lo expresaba de esta manera: habían formado ya los moros que salían de Zaragoza una larga caravana, cuando el rey…
Cuando estaba dispuesta esta multitud para la marcha, cabalgó el rey cristiano fuera de la ciudad con su escolta.Y presentándose ante los emigrantes, les ordenó formar en filas y mostrarles cuantos bienes, grandes o pequeños, llevara cada uno consigo. Hecho esto, fueron exhibidos tesoros sin cuento.Y con todo, cosa extraña, aunque el rey sabía muy bien que jamás en su vida volverían a recrearse sus ojos en tal cúmulo de riquezas, se abstuvo de tomar nada y les dijo:
—Si no hubiera pedido que me enseñaseis las riquezas que cada cual lleva consigo, hubierais podido decir : «El rey no sabía lo que teníamos; en otro caso, no nos hubiese dejado ir tan facilmente. Ahora podéis ir a donde os plazca, en completa seguridad».
El rey, además, envió un cuerpo de tropas para escoltar a los emigrantes hasta las fronteras de sus dominios, que todos alcanzaron a salvo, sin ser obligados al pago de ninguna otra pecha o tributo que el misal, que cada hombre, mujer o niño estaba obligado a pagar antes de salir.
Un caballero de una pieza, Alfonso el Batallador
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Al mismo tiempo, el rey Batallador no dudó en estimular la rápida cristianización de la ciudad. Encomendó a los benedictinos que fundasen un monasterio en el palacio de la Aljafería, el que había sido sede del poder musulmán, que ahora pasaba a ser residencia del rey de Aragón. Toda la ciudad vieja fue repoblada con cristianos que habían participado en la conquista. Otros muchos llegaron y fueron asentados en el extrarradio, de manera que la ciudad creció de manera notable en pocas semanas.Alfonso dictó asimismo un fuero que regulaba escrupulosamente las medidas para mantener el orden dentro de la ciudad. ¿Quién fue nombrado señor de la ciudad? Naturalmente, Gastón de Bearn, el veterano cruzado. Nadie discutirá que lo merecía.
La reconquista de Zaragoza abrió literalmente el mapa de Aragón. Aquel minúsculo reino montaraz, que había nacido ochenta años atrás bajo el impulso del viejo rey Ramiro, se convertía ahora, en manos de su nieto Alfonso, en una potencia que se había adueñado nada menos que de Zaragoza. La expansión iba a proyectarse en todas direcciones: hacia Tudela y el valle del Ebro, hacia Tarazona y la dehesa del Moncayo, hacia el valle del Alhama en La Rioja, hacia Borja y el jalón… Incluso la vetusta Soria, destruida y abandonada desde muchos años antes, será enseguida repoblada y reconstruida por el impulso de Alfonso el Batallador.Y todo eso, en el plazo de apenas un año después de la conquista de Zaragoza. Un episodio fundamental de la historia de España.