Read Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval Online
Authors: José Javier Esparza
Tags: #Histórico
A Urraca, visiblemente, no le importaba tanto la cuestión portuguesa como sujetar a los magnates gallegos. ¿Por qué? ¿No era más importante, políticamente hablando, la cuestión portuguesa? Quizá no: Portugal sólo era un territorio de la corona, mientras que en la cuestión gallega Urraca se jugaba el equilibrio entre su propio estatuto como reina y el estatuto de su hijo como heredero; porque en Galicia, recordémoslo, estaban los principales apoyos del pequeño Alfonso Raimúndez.
Son turbios y confusos los acontecimientos que se suceden en Galicia en los años inmediatamente posteriores a Lanhoso. Vuelven a producirse choques, encierros y negociaciones. Resumámoslo todo en la tónica ya descrita: la reina intenta neutralizar al obispo y el obispo intenta neutralizar a la reina. Sin embargo, algo sale ahora en limpio de este conflicto interminable: todas las partes —la reina, el obispo, el heredero y hasta Teresa de Portugal— parecen de acuerdo en un reparto de poder. Urraca se reserva la plena soberanía sobre León y Castilla, el dominio de hecho sobre Galicia corresponde a Gelmírez, a Teresa se le reconocen sus posesiones portucalenses y el heredero, Alfonso Raimúndez, manda ya en el viejo Reino de Toledo y en la Extremadura, es decir, en toda la frontera sur.
El problema que se le plantea ahora a la corona leonesa es Castilla, y más precisamente: la expansión castellana de Alfonso el Batallador, el rey de Aragón y Navarra. Después de la victoria de Cutanda, Alfonso ve muy fortalecidas sus posiciones occidentales, es decir, La Rioja, Soria y el camino hacia el Tajo por Guadalajara.Y como además es titular de la corona navarra, le corresponde el dominio sobre extensas zonas de Burgos y Álava que se proyectan peligrosamente hacia el núcleo de poder castellano, para inquietud de Urraca y, sobre todo, de su hijo, Alfonso Raimúndez. Para Urraca y el heredero, es imperativo marcar una frontera estable con Aragón… y lo más al este posible.
El Batallador tiene en ese momento un problema: Lérida. En Lérida sigue habiendo un poder musulmán; es el núcleo islámico más septentrional que queda en España. Los moros de Lérida han logrado sobrevivir gracias a su posición geográfica: es un auténtico tapón entre Aragón y el condado de Barcelona. El Batallador, cruzado de cuerpo entero, aspira a bajar el Ebro hasta su desembocadura. ¿Para qué? Para encontrar una salida al mar que le permita llegar a Tierra Santa, nada menos. Ahora bien, para eso tiene que expulsar a los almorávides de Lérida. ¿Puede hacerlo? Sí.Y entonces los de Lérida, que se saben inferiores, buscan un pacto con Ramón Berenguer III de Barcelona. El pacto consiste en lo siguiente: los almorávides cederán al conde de Barcelona el castillo de Corbins, que es la puerta de Lérida, a cambio de que Ramón les ayude a parar al Batallador.
Ramón Berenguer III aceptó la propuesta. ¿Por qué? Porque el de Barcelona tampoco quería ver al Batallador Ebro abajo. Los ojos de Ramón Berenguer estaban puestos en Tortosa, y una expansión aragonesa hasta el mar frenaría en seco las aspiraciones de Barcelona. En este momento el condado de Barcelona es un complejísimo mosaico de territorios y posesiones que se derrama sobre las dos vertientes del Pirineo. No es propiamente un reino: se trata de un conjunto de vinculaciones feudales distintas en cada caso y que no permiten hablar de una entidad política homogénea. Pero el líder de ese conjunto no deja de ser el conde de Barcelona, que se aplica a cimentar su hegemonía sobre la base de pactos locales. Esos pactos aseguran el dominio de Barcelona en la Provenza francesa.Y del mismo modo que pacta con unos, pacta con otros; por ejemplo, con los almorávides de Lérida.
Alfonso de Aragón se tomó muy a mal el pacto de Barcelona con los moros de Lérida. Consta que intentó bloquear esta ciudad. Consta que contó con la ayuda de numerosos nobles que sin embargo eran vasallos del conde de Barcelona. Consta también que Ramón Berenguer aprovechó la ocasión para hacer cuantiosas donaciones en Lérida y Tortosa, como si contara ya con que esas plazas iban a ser suyas. Eso era, en realidad, tanto como romper el pacto de Barcelona con los moros. Entonces los almorávides enviaron refuerzos que aseguraron la posición de Lérida y además infligieron a Ramón Berenguer una severa derrota en el castillo de Corbins. El conde de Barcelona y el rey de Aragón terminarán llegando a un acuerdo para delimitar los respectivos campos de reconquista.
Con el Batallador frenado en Lérida, Urraca y su hijo encuentran una oportunidad para marcar su territorio por el este, en la frontera con el Reino de Aragón. Soria, Guadalajara, Toledo, Segovia: ésos son los lugares que están en disputa. Habrá asedios y demostraciones de fuerza, pero no guerra. El 20 de abril de 1124, un concilio presidido por el obispo Gelmírez declara en España la paz y tregua de Dios, que ante todo signi fica que los reinos cristianos no pelearán entre sí.Apenas un mes más tarde, el pequeño Alfonso Raimúndez, que ya ha dejado de ser pequeño, es armado caballero con espada y lanza: tiene dieciocho años. Los respectivos ámbitos de soberanía se van perfilando con mayor nitidez: Urraca y su hijo marcan sus fronteras con el Batallador. El rey de Aragón y Navarra conserva importantes plazas occidentales: Castrojeriz, Carrión, buena parte de La Rioja, también Soria… Pero entonces…
Alfonso el Batallador estaba en buena posición para imponer sus criterios. No había en ese momento espada más poderosa en la cristiandad. Frenado por el oeste, su camino seguía abierto en el este: en 1124 había encabezado una portentosa campaña sobre tierras valencianas que le llevó hasta Peña Cadiella, la antigua fortaleza del Cid en el camino de Valencia hacia Alicante.Y tal era su prestigio, que en ese momento el rey cruzado recibió una sorprendente petición: los mozárabes de Granada le pedían auxilio.
Los mozárabes de Granada: los cristianos que vivían bajo el islam, oprimidos por la intolerancia almorávide, expoliados por los impuestos y marginados de la vida pública. Tan hartos estaban que pidieron socorro al Batallador. Era una locura: una expedición militar a la boca del lobo. Pero el Batallador era exactamente el tipo de persona que jamás diría no a semejante aventura. Contengamos el aliento: las banderas de Aragón y Navarra van a lanzarse nada menos que sobre el centro del poder almorávide.
La caravana mozárabe de Alfonso el Batallador
Empecemos por el principio. ¿Por qué los mozárabes pidieron ayuda a Alfonso? Porque bajo los almorávides vivían mal; francamente mal. Aquí hemos explicado ya el problema económico: los almorávides llegaron prometiendo bajadas generalizadas de impuestos, pero, al poco tiempo, los subieron. No sólo reimplantaron los tributos —muy gravosos— de la época de las taifas, sino que además añadieron otros nuevos.Y quienes pagaban esos impuestos eran, muy en primer lugar, los cristianos de Al-Ándalus, es decir, los mozárabes. Pero a ese problema económico, que ya de por sí hacía la vida muy dificil, se añadió pronto un problema de persecución religiosa que hizo el paisaje simplemente insufrible.
Los almorávides, recordémoslo, eran fundamentalistas y, en tanto que tales, intransigentes. Es decir que, de entrada, los cristianos y judíos de AlÁndalus ya quedaban sometidos a un estatuto de inferioridad por el mero hecho de ser tales. Pero, además, a medida que el régimen almorávide perdía fuerza y el descontento crecía en las calles, los poderosos de aquel momento recurrieron a un expediente habitual del poder en todos los tiempos: señalar un chivo expiatorio.Y ese chivo, víctima propiciatoria, eran los mozárabes, los cristianos, culpables de todos los males. Parece que en esto tuvieron un papel decisivo los alfaquíes, es decir, los doctores de la ley islámica, que eran el principal soporte del poder almorávide.Y así los cristianos andalusíes llegaron al borde mismo de la desesperación.
Hubo una primera ola represiva muy fuerte en 1099, recién llegados los almorávides al poder. Muchos mozárabes huyeron al norte cristiano, llenando las ciudades repobladas en Castilla y en el Camino de Santiago.Y hubo otra ola represiva después, cuando los reveses militares minaron el crédito de la casta ahnorávide que gobernaba Al-Ándalus. Los alfaquíes presionaron al emir para que los exterminara sin contemplaciones. El emirYusuf no podía hacerlo: necesitaba esa mano de obra para trabajar los campos y pagar los impuestos. Pero tampoco podía despachar a los alfaquíes sin más ni más. ¿Qué pasó? Las fuentes moras callan. Pero la represión debió de recrudecerse. Tanto que, andando el año 1125, los mozárabes de Granada escribieron al único hombre que podía ayudarles: Alfonso el Batallador.
Sabemos cómo plantearon los granadinos su petición de auxilio: como una auténtica tentación. Eran muchos los peticionarios: las gentes de la capital granadina, los de las Alpujarras, también los de las montañas del Darro. En sus cartas ponderaban las riquezas del lugar: su abundancia en cebada, trigo y lino; sus numerosas huertas de frutas, sus grandes campos de olivas, sus factorías de seda, sus viñas, sus aceites… Todo eso se ofrecía al Batallador.Y el rey no tendría que hacerlo solo: más de doce mil hombres —decían los mozárabes granadinos— estaban dispuestos a sumarse en Granada a las fuerzas del rey cristiano cuando asomaran sus banderas por aquellos parajes. Así se lo aseguraban:
Aparecerá su número cuando tú llegues. Este número es bastante, y los puntos flacos del país son visibles.Y entre nosotros hay orden y disposición y saldremos a ti, desde ella, en la totalidad.
La propuesta era sugestiva: llegar hasta Granada, derrotar a los almorávides, desmantelar el poder musulmán en la región y emplazar en su lugar un principado cristiano; un principado donde los musulmanes podrían seguir viviendo conforme a sus creencias, como en Zaragoza, pero cuyo territorio ya no estaría en el haber de la media luna, sino en el de la cruz. Si eso se consiguiera, la victoria cristiana asombraría al mundo. Era una apuesta extraordinaria. También descabellada. Pero Alfonso, ya ha quedado dicho, era de ese tipo de hombres que jamás dirían que no a una aventura así.
Alfonso el Batallador debió de pensárselo con tiento, porque invadir Granada eran palabras mayores. Pero, para un cruzado como él, ¿qué mejor horizonte que llevar sus banderas hasta el corazón mismo del islam español? A lo largo del verano planificó cuidadosamente la expedición. Llamó a sus gentes: de Navarra, de La Rioja, de todo el territorio aragonés, pero también a sus habituales compañeros del sur de Francia. Alineó a casi cinco mil caballeros y unos quince mil infantes. A todos les hizo jurar por el Evangelio. Entre otras cosas, los soldados de Alfonso juraron que nadie abandonaría a su compañero.Y el 2 de septiembre de 1125 el enorme contingente cruzado partió hacia la mayor aventura jamás emprendida por el Reino de Aragón.
¿Quiénes iban en las tropas de Aragón? Por supuesto, el rey en cabeza.Y además, de nuevo, el veterano Gastón de Bearn, el cruzado francés que tanta importancia tuvo en la conquista de Zaragoza. Más nombres: los obispos de Zaragoza y Huesca, por ejemplo. Hay que recordar una y otra vez que esto, para aquella gente, era una cruzada, y las consideraciones religiosas eran mucho más fuertes que las económicas o políticas.
El Batallador no atacó directamente Granada. Lo hizo dando un largo rodeo que comenzó en tierras valencianas. ¿Por qué? En principio, porque atacar desde el norte le hubiera exigido atravesar el Reino de Toledo, que no era suyo.Y además, porque al parecer tenía otras peticiones de socorro de mozárabes valencianos. Por eso escogió un camino singular: los llanos de Teruel, que en aquella época estaban prácticamente despoblados. Las huestes de Aragón pasaron por Daroca y Monreal; después, ya en zona teóricamente musulmana, avanzaron por Teruel y Segorbe, que en realidad eran áreas más llenas de mozárabes que de musul manes. El 20 de octubre el ejército cruzado llegó a las puertas de Valencia. Para los almorávides fue una infinita sorpresa.
Nadie, en efecto, esperaba en la Valencia mora la llegada del Batallador. Nadie menos los mozárabes de la comarca, que inmediatamente engrosaron las huestes de Aragón. El gobernador almorávide de Valencia, Abu Muhammad Badribn Warqa, se aprestó a la defensa, pero no hubo asedio: el objetivo de Alfonso no estaba allí. Después de saquear los alrededores para abastecerse, y recogiendo a cuantos mozárabes quisieron seguirle, el Batallador siguió camino.
Lo que estamos viendo es una asombrosa cabalgada que los mozárabes bien pudieron sentir como una campaña de liberación. Plaza a plaza, ciudad a ciudad, Alfonso llega, ataca, enrola a los mozárabes y se marcha. Lo hace en Alcira, primero; después en Denla, el 31 de octubre. En las semanas siguientes, guiado por los propios mozárabes de la región, recorre todas las tierras del Levante: Játiva, Orihuela, después Lorca y Murcia. Siempre es el mismo procedimiento.Y los mozárabes, ciudad tras ciudad, se van sumando al ejército del rey cruzado.
¿Por dónde quería llegar Alfonso a Granada? Por el sureste. Cruza el río Almanzora, llega aVera. Estamos ya en la provincia de Almería. Desde allí marcha a Purchena. Se detiene ocho días. En ese plazo los mozárabes de la región acuden a engrosar las huestes aragonesas. Acto seguido se dirige a Baza. Luego, a Guadix. En todos estos sitios repite la operación: breves asedios de algunos días que ponen en jaque a las guarniciones almorávides y permiten a los mozárabes afluir al campo cristiano «deslizándose por todos los caminos y por todo paso hondo», como dice la Crónica. El 7 de diciembre el Batallador abandona Guadix. Estamos en pleno invierno cuando el ejército cruzado marcha sobre Sierra Nevada.
Granada está ya a dos pasos. El Batallador se detiene. Instala su campamento en la aldea de Graena, no lejos de Guadix. Allí celebra la Navidad y organiza a sus huestes para el asalto final. Los ejércitos de Aragón y Navarra llevan ya sobre sus espaldas tres meses de marcha y victoria. Miles de mozárabes de Castellón,Valencia, Murcia y Almería se han unido a sus fieles. ¿Cuántos? Las crónicas dicen que cincuenta mil. Quizá sea un número exagerado, pero incluso la mitad ya sería algo prodigioso. El 7 de enero de 1126 Alfonso el Batallador está delante de Granada. El rey cruzado va a afrontar la prueba final.
Ante la portentosa cabalgada de Alfonso, que duraba ya cuatro meses, el emir almorávide había reaccionado concentrando toda su fuerza en un solo punto: Granada, el centro del problema. Alí ibnYusuf envió órdenes a ejércitos de todo su reino, incluidas las principales guarniciones de África. Todos acudieron a Granada, donde gobernaba uno de los hermanos del emir:Abu-l-TahirTamín. Los africanos, con refuerzos venidos de Valencia y Murcia, se desplegaron en torno a la ciudad, que así quedó rodeada por un fuerte cinturón defensivo. «La gente de Granada rezó la oración del temor, las atalayas anunciaron la proximidad del ejército cristiano y se extendió el miedo», dice la crónica mora. El Batallador estaba allí.