Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (70 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Alfonso el Batallador, mientras tanto, no se había quedado quieto, como es natural. Enterado de los propósitos de sus enemigos, envió una tropa contra ellos. El encuentro tuvo lugar enViadangos, entre Astorga y León. Las armas hablaron. La Historia Compostelana ofrece una versión de la batalla demasiado parcial como para considerarla fiable. Los hechos seguros son éstos: uno, que el partido de Alfonso Raimúndez se dirigía a León para coronar al pequeño; dos, que en la hueste del niño abundaban los caballeros gallegos y leoneses e iba el propio obispo Gelmírez, además, por supuesto, del pequeño heredero; tres, que el ejército que mandó Alfonso el Batallador fue más fuerte y deshizo a su rival.

EnViadangos cayeron los condes Fernando García y Fernando Osorio, primos de la reina Urraca. El gallego Pedro Froilaz, conde de Traba, cayó preso; su esposa, la condesa de Traba, murió intentando pasar el puerto de Pajares. De entre los líderes de la facción del niño Raimúndez, sólo el anciano Gelmírez logró ponerse a salvo y, eso sí, lo hizo llevando consigo al pequeño heredero. El obispo de Santiago se apresuró a conducir al niño Alfonso con su madre, Urraca, que estaba en el castillo de Orcellón, en Castilla. El pequeño Alfonso Raimúndez quedó custodiado en Monzón de Campos.Y Urraca, soliviantada, resolvió ponerse personalmente al frente de la ofensiva contra su esposo.

Lo que empieza a pasar a partir de este momento sólo puede describirse como una convulsión permanente. Cada uno de los reyes se afana en fortalecer sus propias posiciones. Alfonso el Batallador presiona en las villas del Camino de Santiago, con frecuencia mediante ataques armados; ocupa guarniciones en La Rioja y La Bureba y además remplaza a los abades de varios monasterios: a su hermano Ramiro, por ejemplo —Ramiro el Monje—, le hace abad de Sahagún. Urraca, por su parte, marcha a Galicia, hace cuantiosas donaciones a Santiago de Compostela —que redundarán en beneficio del poderosísimo obispo Gelmírez—, reúne a los nobles gallegos y leoneses, reconcilia a las facciones de Froilaz y Arias y obtiene el apoyo masivo de los nobles castellanos. Todo eso ocurre mientras por todas partes las ciudades del reino se escinden en dos partidos claramente diferenciados.Y a río revuelto, ganancia de pescadores: Enrique y Teresa de Portugal, siempre jugando a dos, tres y cuatro barajas a la vez, aprovechan el caos para ofrecer su respaldo a unos y a otros a cambio de ventajas territoriales y económicas.

Un momento decisivo es la Pascua de 1112: Urraca, que ya se ha hecho con el liderazgo indiscutido de toda la nobleza leonesa, castellana y gallega, forma un ejército contra su marido; se le suma Enrique de Portugal con una tropa de refuerzo. La hueste debía de ser impresionante. Lo suficiente para marchar de Santiago a Astorga sin hallar resistencia. ¿Por qué a Astorga? Porque allí estaba Alfonso el Batallador, sitiando la ciudad. El Batallador, cuando vio llegar a las tropas de su esposa y enemiga, pidió refuerzos a Aragón. Hubo batalla. Las huestes aragonesas las mandaba el caballero Martín Muñiz. Enrique de Portugal salió herido del lance; moriría muy poco después. Pero esta vez Urraca había trabajado a conciencia. Ante la superioridad numérica de sus rivales, Alfonso opta por retirarse y se hace fuerte en Carrión. Las tropas de Urraca le perseguirán hasta allí.

A espaldas de Urraca, el paisaje dista de haberse aplacado. Una nueva revuelta estalla en Galicia: la pequeña nobleza vuelve a levantarse, y esta vez claramente a favor de Alfonso el Batallador. Gelmírez abandona la hueste y marcha a Santiago para calmar las cosas. Urraca, que no quiere soltar la pieza, trata de estrechar el cerco sobre su esposo en Carrión. En ese momento aparece en el campamento de Urraca un distinguido personaje: el legado del papa, Hermengaud, abad de La Chiusa. El legado Hermengaud viene con un doble objetivo: uno, separar al matrimonio; el otro, declarar una tregua, porque el papa ha convocado concilio y los obispos españoles tienen que acudir a Roma. Alfonso y Urraca, obedientes, declaran la tregua. El Batallador se retira de Carrión. Urraca entra en la ciudad. El legado Hermengaud, cumplida su tarea, marcha a Santiago para entrevistarse con Gelmírez. El anciano obispo compostelano es taxativo: hay que acabar con ese matrimonio como sea.

¿Como sea? En Carrión, Urraca delibera. ¿Qué hacer? La reina, dueña de la ciudad, decide convocar a una junta de «hombres buenos»: burgueses de la villa y nobles de su confianza, para que le aconsejen.Y los burgueses le hacen una propuesta sorprendente: que se reconcilie con el rey. ¿Por qué? Ya lo hemos dicho: porque los burgueses, en general, estaban con el Batallador, que les ofrecía franquicias y libertades muy apetitosas. Urraca se lo piensa. Los burgueses de Carrión ofrecen garantías: si el Batallador maltratara a la reina, ellos mismos expulsarían a los aragoneses. La decisión está tomada.

Parece increíble, pero hubo reconciliación. Fue la cuarta reconciliación entre Alfonso el Batallador y su esposa Urraca. Era el verano de 1112. Mientras el obispo Gelmírez y el legado Hermengaud urdían la ruptura del matrimonio regio, los reyes decidían suspender sus hostilida des y recomponer sus relaciones. Y usted se preguntará: ¿pero qué cachondeo es éste? Buena pregunta.

La ruptura definitiva entre Alfonso y Urraca

En realidad, si había razones para la reconciliación, también las había para la ruptura, y de hecho estas paces entre Urraca y Alfonso, la extraña pareja, apenas durarán unos pocos meses. Antes de que el año acabe ya hay de nuevo convulsiones. El panorama es de confusión generalizada. Se combate un poco por todas partes, y no siempre es fácil saber por qué. Sobre el paisaje de guerra banderiza que opone a los nobles de León y Castilla contra los de Aragón y Navarra, se añade el conflicto social —burgueses partidarios de Alfonso contra magnates partidarios de Urraca—, más los problemas internos gallegos —grandes nobles contra la pequeña nobleza—, más las disputas puramente locales que ahora, al calor del caos general, vuelven a aflorar con fuerza.Y a eso hay que sumar las esporádicas acometidas de los musulmanes, que aquí y allá, en las zonas fronterizas, exploran el terreno con expediciones de saqueo.

Todo esto termina llevando de forma inevitable a una nueva ruptura entre los reyes. Alfonso se apresura a poner guarniciones aragonesas en plazas castellanas, y especialmente en las de la Extremadura, es decir, la frontera que lleva desde Toledo hasta Salamanca. Urraca, por su parte, se siente acosada y pide auxilio al obispo de Santiago, Gelmírez.A todo esto, en Segovia estalla una revuelta y los partidarios de la reina han de sofocar el levantamiento. En la refriega muere nada menos que Álvar Fáñez, el glorioso guerrero. Con él desaparece el último gran nombre de la generación del Cid.

Ni Urraca ni Alfonso renuncian a su condición regia, por supuesto. Urraca firma como Totius Hispaniac Regina, o sea, reina de toda España.Y Alfonso el Batallador, conforme a la tradición leonesa, exhibirá el título imperial: Alfonsus Gratia Dei Imperator Leone et Rex Totius Hispaniac. La propia Urraca le reconocerá este título mientras sean marido y mujer, y al margen de que se hallen en guerra o estén reconciliados. El dato es interesante porque señala la imposible condición de estos dos personajes: atrapados en su propio estatuto regio, designados por el viejo Alfonso VI para materializar el sueño de una cristiandad española unida, ni el uno ni la otra eran realmente capaces de asumir la tarea, pero renunciar a ella significaría para ambos una derrota irreparable.

La crisis entre los esposos volvió a estallar a fines de 1112. No está claro qué ocurrió exactamente. Al parecer, los reyes repitieron el gesto de unos años atrás y Urraca marchó a Aragón mientras Alfonso seguía poniendo guarniciones en el Reino de Toledo, que ya controlaba casi completamente. En un determinado momento, y por razones desconocidas, Alfonso trató de encerrar a Urraca. Quizá fuera porque la reina había recibido a su hijo Alfonso Raimúndez, que tuvo que esconderse en Ávila para huir de las iras del Batallador. Urraca, aterrada, escribe una carta al obispo Gelmírez y le pide ayuda frente al «impío tirano aragonés», como llamaba ella a su propio marido.Y el obispo de Santiago, con ayuda del gallego Pedro Froilaz, organiza un ejército que marcha a toda prisa sobre Burgos.

Estamos en el verano de 1113, en Burgos, y llegamos a un momento decisivo de nuestro relato. El obispo Gelmírez y Pedro Froilaz, en nombre de la reina Urraca, han tomado la vieja capital castellana, expulsando de allí a la guarnición aragonesa. En ese instante llegan a Burgos dos mensajes distintos. Uno lo trae Bernardo de Sauvetat, el arzobispo de Toledo: es una carta del papa que pide a los obispos españoles que trabajen por la paz en el reino, lo cual, en las actuales circunstancias y con el precedente de la anterior bula de nulidad del matrimonio, sólo puede significar que trabajen para separar a Urraca y Alfonso. El otro mensaje lo trae un emisario de Alfonso el Batallador y contiene una petición que ya no puede causarnos sorpresa: ¡una nueva reconciliación!

Gelmírez se opuso con vehemencia a cualquier nueva reconciliación entre Urraca y Alfonso. Tenía sus razones. Era un hecho que el matrimonio estaba causando perjuicios sin cuento al reino. Era un hecho que el matrimonio había sido declarado nulo por el papa. Era un hecho, también, que Urraca vivía con otro hombre. Sí, en efecto: con Pedro González de Lara. ¿Se acuerda usted de Pedro González de Lara, aquel noble que combatió en Candespina, y que allí dejó solo a Gómez González Salvadórez, el amante y principal paladín de la reina, porque quería quitarse de en medio a su rival? Pues él mismo era: Pedro González de Lara había conquistado por fin el lecho de la reina Urraca y todo el mundo en la corte lo sabía. El obispo Gelmírez, en fin, tenía sobradas razones para impedir cualquier reconciliación.

Y sin embargo Urraca, una vez más, accedió.Ya era la quinta reconciliación entre los reyes. Muchos y muy poderosos intereses debían de pesar en la decisión. Para empezar, muy probablemente, la postura de los burgueses, que seguía siendo de simpatía hacia el Batallador. De hecho, sabemos que Gelmírez, cuando volvía a Santiago, furioso por no haber podido impedir las paces entre Alfonso y Urraca, sufrió un atentado personal en Carrión; los partidarios del Batallador querían quitar de en medio a aquel anciano prelado que se había convertido en su principal obstáculo.

De todas formas, Gelmírez no era el único obstáculo para la reconciliación. Inmediatamente Teresa de Portugal, ya viuda, actúa. Lo hace de una forma novelesca: manda mensajes a Alfonso el Batallador y le persuade de que su esposa, Urraca, en realidad intenta envenenarle. Teresa, recordemos, era hermanastra de Urraca; todo esto tiene rasgos de culebrón.

Simultáneamente, la irregular situación de la reina, casada con uno —Alfonso—, pero liada con otro —Pedro González—, vuela ya en todas las bocas. La Iglesia echa su cuarto a espadas. En octubre de 1113 el concilio de Palencia había encargado al arzobispo de Toledo, Bernardo, que buscara una vía de arreglo. Bernardo fracasará, y es fácil entender por qué. Estaba claro que había que pasar a argumentos irreversibles.Y en la época no había más que un argumento realmente irreversible: una pena de excomunión. Eso fue lo que planteó el concilio de León, ya en octubre de 1114, y cuando la situación general sólo podía definirse como sísmica. Lo que dijo el concilio fue inequívoco: que los cónyuges se separaran bajo pena de excomunión. No había más remedio que aceptar el dictamen. Alfonso repudió a Urraca. Lo hizo asumiendo el argumento papal: la consanguinidad.

En aquel momento Alfonso tenía una vez más a Urraca consigo, más presa que aliada. El Batallador formó una comitiva, por supuesto con la reina, y se dirigió a Soria, en tierras castellanas. Allí entregó a Urraca a sus súbditos con una lapidaria explicación: «No quiero vivir con ella en pecado». Así los reinos volvieron a separarse. El sueño alfonsí de unir León, Castilla, Aragón y Navarra se deshacía después de cinco años de infructuosos intentos.

Las implicaciones políticas del asunto no eran pequeñas. ¿Qué pasaba con los castellanos o leoneses que habían tomado partido por Alfonso el Batallador? Por ejemplo, ¿qué pasaba con el veterano Pedro Ansúrez, que a lo largo de todo este intenso conflicto había tratado de mantenerse fiel simultáneamente a Urraca, su reina, y a Alfonso, su rey? Ansúrez, caballero de cuerpo entero, devolvió a la reina Urraca sus dominios. Era lo que le mandaba la ley después de anulado el matrimonio. Pero, al mismo tiempo, eso suponía traicionar al rey de Aragón, su otro señor, al que también debía fidelidad. Ansúrez se vistió de rojo, en signo de oprobio, y montado sobre un caballo blanco marchó a entregarse al Batallador: según el código feudal, el viejo Ansúrez se sentía merecedor de castigo. Ni que decir tiene que Alfonso, emocionado por el noble gesto, le perdonó.

Pero había más implicaciones políticas. A Urraca se le planteaba un serio problema en el suroeste de sus dominios, donde el condado de Portugal, regido ahora por la viuda Teresa, ya se había convertido de hecho en un territorio independiente.Y sobre todo, había que resolver el complicadísimo problema de Castilla. Desde el punto de vista jurídico, la cosa estaba clara: el Reino de Castilla quedaba vinculado al Reino de León y, por tanto, bajo mando de Urraca. Pero también Alfonso estaba interesado en retener Castilla, y ello por dos razones: una, que él mismo se había encargado de colocar guarniciones en la cabecera del Tajo; la otra, que a Castilla correspondían las parias de Zaragoza y, por tanto, el derecho de conquista, y ése era precisamente el objetivo de Alfonso, reconquistar Zaragoza. Por eso el Batallador insistirá en defender sus derechos sobre Castilla.

Entramos ahora en una fase nueva, y ya iba siendo hora. ¿Qué estaba pasando con la lucha contra los almorávides, que había remitido, pero estaba lejos de haber concluido? ¿Qué estaba pasando en los condados catalanes, que tenían que hacer frente a la amenaza almorávide en el Mediterráneo?Y en un estrato más profundo, ¿qué estaba pasando en las tierras de España: en las ciudades reconquistadas por los cristianos y también en las regiones de la España mora, ahora bajo el poder almorávide? Todo eso lo veremos aquí.

13

SUENA LA HORA DE ARAGÓN

Belorado: la primera feria comercial de España

Por encima y por debajo de las convulsiones políticas en la España cristiana, la vida de la gente proseguía.Y en estos años ocurre un acontecimiento de gran importancia: nace la primera feria comercial de nuestro país. En el verano del año 1116, el rey Alfonso I el Batallador concede fueros a una localidad concreta: Belorado.Y entre esos fueros incluye el permiso para celebrar todos los años una gran feria. Era la primera vez. Otras más vendrán.Y así la España medieval va a cambiar de piel.

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