Mujercitas (21 page)

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Authors: Louisa May Alcott

Tags: #Clásico, Drama, Romántico

BOOK: Mujercitas
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La pequeña tumba en la que reposan sus crías se encuentra junto al castaño. Pero no podemos llorar sobre su tumba porque no sabemos dónde puede estar.

Ya no verá nunca más su lecho, ahora vacío, ni su pelota. No oiremos más su amoroso ronroneo ni dará golpes en la puerta del salón para que la dejemos entrar.

Ahora, otra gata persigue al que era su ratón. Una gata con la cara sucia que ni caza con la gracia con la que lo hacía nuestra querida mascota ni juega con la misma agilidad.

Sus sigilosas patas dejan marcado el suelo donde Snowball acostumbraba a jugar y, cuando ve un perro, le bufa en lugar de retirarse con elegancia como hacía nuestra mascota.

Es una gata útil y buena, que se esfuerza por mejorar, pero no podernos cederle el lugar que la anterior ocupaba en nuestros corazones ni adorarla como a aquella.

A. S.

ANUNCIOS

L
A SEÑORITA
O
RANTHY
B
LUGGAGE
, la inteligente y reconocida conferenciante, ofrecerá su célebre charla «L
AS MUJERES Y SU POSICIÓN
» en la sala Pickwick, el próximo sábado por la tarde, después de las representaciones habituales.

L
A COCINA DEL PALACIO
organiza unas sesiones semanales de cocina para muchachas. Dirige el curso Hannah Brown. Estáis todas invitadas.

L
A SOCIEDAD ANTISUCIEDAD
se reunirá el próximo miércoles y organizará un desfile en la planta alta de la sede del club. Los miembros deben acudir vestidos con el uniforme y con la escoba al hombro. La cita es a las nueve en punto.

L
A SEÑORA
B
ETH
B
OUNCER
abrirá una nueva sombrerería para muñecas la semana que viene con lo último en moda parisina. Se aceptan encargos.

E
L TEATRO
B
ARNVILLE
pondrá en escena, dentro de un par de semanas, una nueva obra que superará todo lo visto basta ahora en los escenarios norteamericanos. El título de la emocionante obra es
El esclavo griego o Constantino el vengador
.

COMENTARIOS

Si S. P. no pasase tanto rato enjabonándose las manos, no llegaría siempre tarde al desayuno. Rogamos a A. S. que no silbe en la calle. T. T., por favor, no olvides la servilleta de Amy. N. W. no debería sentirse incómoda porque su vestido no lleve nueve pinzas.

INFORME SEMANAL

Meg: bien.

Jo: mal.

Beth: muy bien.

Amy: regular.

Al terminar la lectura (doy fe de que el ejemplar recogido en estas páginas es una copia fiel de uno que las muchachas escribieron en su momento), el presidente recibió una ovación, tras lo cual el señor Snodgrass se levantó para hacer una propuesta:

—Señor presidente, caballeros —comenzó adoptando el tono y la actitud de un parlamento ario—, deseo proponer la admisión de un nuevo miembro, alguien que merece tan alto honor, lo agradecería con toda el alma, aumentaría el interés de nuestro club, mejoraría la calidad literaria del periódico y aportaría alegría y buenos modales. Propongo que el señor Theodore Laurence sea miembro honorario del C. P. Venga, ¡admitámosle!

El repentino cambio de tono de Jo hizo reír a las muchachas, pero todas se mostraron nerviosas y nadie se atrevió a comentar nada mientras Snodgrass volvía a tomar asiento.

—Lo someteremos a votación —anunció el presidente—. Quienes estén a favor que digan «sí».

Snodgrass pronunció un sonoro «sí», al que siguió, para sorpresa de todas, otro más tímido de Beth.

—Los que estén en contra que digan «no».

Meg y Amy estaban en contra, y el señor Winkle se levantó y dijo con suma elegancia:

—No queremos muchachos; solo saben burlarse y molestar. Este es un club de damas y queremos que siga siéndolo.

—Mucho me temo que se reiría de nuestro periódico y se burlaría de nosotras —apuntó Pickwick estirando el bucle que le caía sobre la frente como hacía siempre que se sentía indecisa.

Snodgrass se puso en pie y afirmó con vehemencia:

—Señor presidente, le doy mi palabra de honor de que Laurie no hará tal cosa. Le gusta escribir y mejorará la calidad de nuestra publicación, además de ayudarnos a no ser tan sentimentales, ¿No lo veis? Él hace tanto por nosotras, y nosotras, tan poco por él, que creo que al menos podemos ofrecerle un lugar en nuestro club y darle la bienvenida si acepta.

La mención a la ayuda recibida convenció a Tupirían, que se levantó y dijo:

—Es verdad, se lo debemos, aunque nos asuste. Yo digo que Laurie puede venir y, si quiere, también su abuelo.

El repentino arranque de generosidad de Beth dejó a las demás boquiabiertas y Jo se levantó para aplaudir.

—Está bien, votemos de nuevo. Recordad que se trata de nuestro Laurie. Decid «sí» bien alto —invitó Snodgrass muy animado.

Sonaron tres síes al unísono.

—¡Estupendo! ¡Dios os bendiga! Ahora, sin más dilación o, como dice Winkle, «cogiendo el toro por los cuernos», dejad que os presente a nuestro nuevo miembro. —Y para asombro de los demás miembros del club, Jo abrió la puerta del armario, donde apareció Laurie, sentado sobre un saco de trapos, colorado y tratando de contener la risa.

—¡Tramposa! ¡Traidora! ¡Jo! ¿Cómo has podido? —gritaron las tres muchachas mientras Snodgrass conducía triunfalmente a su amigo hacia el centro de la estancia; acercó una silla y le dio un distintivo que le hacía miembro de pleno derecho.

—Vuestra osadía no tiene parangón, par de granujas —dijo el señor Pickwick, que intentaba adoptar una expresión ceñuda y solo consiguió esbozar una amigable sonrisa de reprobación.

El nuevo miembro, que supo estar a la altura de las circunstancias, se levantó, saludó graciosamente al presidente y dijo con su tono más encantador:

—Señor presidente, queridas damas, perdón, caballeros… Permítanme que me presente. Soy Sam Weller, su humilde servidor.

—¡Bien, bien! —exclamó Jo golpeando la mesa con el mango de un viejo calentador de camas en el que se apoyaba.

—Mi fiel amigo y noble patrocinador —prosiguió Laurie tras hacer un gesto con la mano—, cuya presentación me halaga, no merece reprobación alguna por la estrategia utilizada esta noche. Yo la ideé y ella solo accedió después de mucho rogarle.

—Venga, no te eches toda la culpa ahora; sabes que fui yo quien propuso lo del armario —le interrumpió Snodgrass, que había disfrutado mucho con la broma.

—No le hagan caso, yo soy el impresentable, señor —dijo el nuevo miembro al tiempo que inclinaba la cabeza ante el presidente en un gesto acorde con su papel—. No obstante, juro por mi honor no volver a cometer una acción semejante y, a partir de ahora, prometo trabajar por el bien de este club inmortal.

—¡Eso! ¡Eso! —vitoreó Jo mientras hacía sonar la tapa del calentador como si fuera un platillo.

—Prosiga —pidieron Winkle y Tupman, y el presidente asintió con la cabeza.

—Solo quiero decir que, como muestra de mi gratitud por el honor concedido, y con vistas a mejorar las relaciones con las naciones vecinas, he instalado un buzón de correos en el extremo inferior del jardín. Se trata de un espacio amplio y agradable, con candados en las puertas, totalmente acondicionado para el particular. Se trata de una antigua pajarera. He abierto el techo para que quepan toda clase de objetos y nos permita ahorrar nuestro valioso tiempo. Se pueden dejar cartas, manuscritos, libros y paquetes y, puesto que cada nación tendrá una llave, creo que nos será muy útil, o eso espero. Esta es la llave del club. Ahora tomaré asiento, no sin antes agradecerles una vez más el honor que me conceden.

Se oyó un fuerte aplauso cuando el señor Weller dejó la llave sobre la mesa, el calentador sonó varias veces desconsoladamente y hubo de pasar un buen rato hasta que al fin se restableció el orden. Siguió después una larga conversación en la que todos participaron con sumo interés. La reunión resultó más animada que de costumbre y terminó bastante tarde, tras tres fuertes vítores en honor del nuevo miembro.

Nadie se arrepintió de haber aceptado a Sam Weller, que resultó ser un miembro educado y jovial. Sin eluda, su presencia animó las reuniones, y mejoró la calidad del periódico porque tenía el don de elaborar frases impactantes y redactar textos interesantes sobre temas patrióticos, clásicos, cómicos o dramáticos, pero nunca sentimentales. Jo lo consideraba una especie de Bacon, Milton o Shakespeare, y se sintió impulsada a mejorar sus propios escritos, con buenos resultados, o eso pensaba.

El buzón de correos se convirtió en una pequeña institución que funcionó a las mil maravillas, ya que recibía tantas cosas como una verdadera estafeta de correos. Tragedias y corbatas, poesías y fruta confitada, semillas para el jardín y largas cartas, música y pan de jengibre, gomas, invitaciones, reprimendas y cachorros. El viejo señor Laurence celebró la idea y se divertía enviando paquetes raros, mensajes misteriosos y telegramas graciosos. Y el jardinero, que estaba enamorado de Hannah, le mandó una auténtica carta de amor por mediación de Jo. ¡Cómo se rieron todas cuando se descubrió el secreto, sin sospechar las muchas cartas de amor que aquel buzón estaba destinado a recibir en años venideros!

11
EL EXPERIMENTO


¡
Y
a es 1 de junio! ¡Mañana los King se irán a la costa y quedaré libre! ¡Tres meses de vacaciones! ¡Cómo voy a disfrutarlas! —exclamó Meg, al volver a casa, un día de calor. Jo estaba tumbada en el sofá y parecía exhausta, algo poco habitual en ella, mientras Beth le quitaba las botas llenas de polvo y Amy preparaba limonada para todas.

—La tía March se ha ido hoy. ¡Alegraos por mí! —informó Jo—. Temí que me pidiera que la acompañara, porque, de haberío hecho, me hubiese sentido obligada. Plumfield es tan divertido como un cementerio, así que prefiero ahorrarme la visita. No paramos ni un momento hasta que lo tuvimos todo preparado, y a mí me daba un vuelco el corazón cada vez que me dirigía la palabra, porque en mi ansia por tenerlo todo listo lo antes posible me mostré tan dulce y encantadora que llegué a pensar que no se vería con ánimos de separarse de mí. Estuve temblando hasta que la vi subida al carruaje, y me dio un último susto de muerte cuando, ya en marcha, asomó la cabeza por la ventanilla y preguntó: «Josephine, ¿no podrías…?». No oí el final de la frase porque di media vuelta y puse pies en polvorosa. Eché a correr y no paré hasta que doblé la esquina y me sentí a salvo.

—¡Pobre Jo! Entró en casa como alma que lleva el diablo —explicó Beth abracando maternalmente los pies de su hermana.

—La tía March es una auténtico «zafiro», ¿verdad? —observó Amy tras probar la limonada con aire crítico.

—Supongo que quieres decir «vampiro», no que sea una joya. En todo caso, no importa, hace demasiado calor para discutir cuestiones lingüísticas —murmuró Jo.

—¿Qué vais a hacer durante las vacaciones? —preguntó Amy, cambiando de tema prudentemente.

—Yo me levantaré tarde y no haré nada —contestó Meg, sentada en la mecedora—. He estado madrugando todo el invierno y he dedicado mis días a trabajar para otros; ahora me apetece descansar y pasarlo en grande.

—¡Vaya! —dijo Jo—. Pues yo no pienso pasarme el día amodorrada. He conseguido una buena pila de libros y disfrutaré del sol leyéndolos encaramada en mi manzano preferido, cuando no esté con Laurie de j…

—Por Dios, no digas «juerga» —imploró Amy, para devolverle el desaire que le había hecho con la corrección de «zafiro».

—Bien, entonces diré «cultivándome»; de hecho, el término es muy adecuado porque Laurie es un caballero muy culto…

—Beth, ¿por qué no dejarnos de estudiar un tiempo y nos dedicamos a jugar y descansar, como ellas? —propuso Amy.

—Si a mamá no le importa, yo no tengo inconveniente. Quiero aprender algunas canciones nuevas y arreglar a mis niñas para el verano; están en muy mal estado y necesitan ropa nueva.

—¿Nos das permiso, mamá? —preguntó Meg volviéndose hacia la señora March, que estaba cosiendo, sentada, en el que todas llamaban «el rincón de Marmee».

—Podéis probar durante una semana y ver qué pasa. Creo que el sábado por la noche habréis llegado a la conclusión de que solo jugar es tan malo como solo trabajar.

—¡Oh, no! Estoy segura de que a mí me parecerá una delicia —elijo Meg, encantada.

—Bien, propongo un brindis. Como dice la buena de Sairy Gamp, «¡Más alegría y menos tonterías!» —exclamó Jo, que se puso en pie y alzó el vaso mientras servían otra ronda de limonada.

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