—¿Quién demonios es Jim Jones?—preguntó Blatt. Respondió Kline.
—Jonestown. El suicidio masivo. Cianuro en los refrescos. Murieron novecientas personas.
—Ah, sí, el antiácido. —Blatt sonrió—. Claro, Jonestown. Locos de remate.
Hardwick levantó un dedo de precaución.
—Hay que tener mucho cuidadín con los hombres que te invitan a un sitio en medio de la selva que han bautizado con su nombre.
El ceño del capitán estaba alcanzando una intensidad de tormenta.
—¿Dave?—dijo Kline—. ¿Tiene alguna idea sobre el gran plan de Flores?
—El problema con la idea de la comuna es que Flores vivía en la propiedad de Ashton. Si estaba reuniendo a esas mujeres y metiéndolas en alguna parte, tenía que ser cerca. No creo que se trate de eso.
—¿Entonces qué?
—Creo que se trata de lo que nos contó: «Por todas las razones que he escrito».
—¿Y esas razones en qué se resumen?
—Venganza.
—¿Por?
—Si tomamos en serio el prólogo de Edward Vallory, por alguna ofensa sexual grave.
Estaba claro que a Kline le gustaba el conflicto, así que a Gurney no le sorprendió que la siguiente opinión que pidió fuera la de Anderson.
—¿Bill?
El hombre negó con la cabeza.
—La venganza normalmente adopta la forma del ataque físico, huesos rotos, asesinato. En todas las llamadas desapariciones, no hay el menor indicio de ello. —Se inclinó en la silla—. ¡Ni el menor indicio! Creo que hemos de tomar un enfoque más basado en las pruebas. —Sonrió, en apariencia, complacido con su limpio resumen.
La mirada de Kline se posó en la sargento Wigg, cuya propia mirada estaba, como siempre, en la pantalla del ordenador.
—Robin, ¿algo que añadir?
Ella respondió de inmediato, sin levantar la cabeza.
—Hay demasiadas cosas que no tienen sentido. Esto es una ecuación llena de datos erróneos.
—¿Qué clase de datos erróneos?
Antes de que ella pudiera responder, la puerta de la sala de conferencias se abrió y entró una mujer delgada que podría haber inspirado una pintura de Grant Wood. Sus ojos grises se posaron en el capitán.
—Lamento interrumpir, señor. —Su voz sonó como si estuviera afilada por los mismos vientos fríos que su cara—. Ha ocurrido algo significativo.
—Entra—le ordenó Rodriguez—. Y cierra la puerta.
Ella cerró. Se quedó tan firme como un soldado esperando permiso para hablar.
Rodriguez parecía complacido con su formalidad.
—Muy bien, Gerson, ¿de qué se trata?
—Nos han informado de que una de las mujeres jóvenes de nuestra lista, a las que se tenía que llamar y localizar, fue víctima de un homicidio hace tres meses.
—¿Hace tres meses?
—Sí, señor.
—¿Tienes los detalles?
—Sí, señor.
—Adelante.
Su expresión era rígida como el cuello almidonado de su blusa.
—Nombre: Melanie Strum. Edad: dieciocho años. Graduada el 1 de mayo de este año en la Academia Mapleshade. Fue vista por última vez por su madre y su padrastro en Scarsdale, Nueva York, el 6 de mayo. Su cuerpo se encontró en el sótano de una mansión en Palm Beach, Florida, el 12 de junio.
Rodriguez hizo una mueca.
—¿Causa de la muerte?
—Le cortaron la cabeza, señor.
Rodriguez miró a Gerson.
—¿Cómo nos ha llegado esa información?
—A través del proceso de llamadas. El nombre de Melanie Strum estaba en la parte de la lista que me asignaron a mí. Yo hice la llamada.
—¿Con quién hablaste?
Ella vaciló.
—¿Puedo ir a buscar mis notas, señor?
—Deprisa, si no te importa.
Durante el minuto en que ella estuvo ausente, la única persona que habló fue Kline.
—Esto podría ser—dijo con una sonrisa de excitación—. Esto podría ser la clave.
Anderson puso la cara de un hombre que tuviera una llaga en el interior del labio. Hardwick parecía intensamente interesado. Wigg era inescrutable. Gurney estaba menos inquieto de lo que habría estado dispuesto a admitir. Se dijo que su falta de
shock
o de tristeza se debía a que desde el principio había asumido que las chicas desaparecidas estaban muertas. (En alguna ocasión, cuando estaba solo y agotado, algún sistema de defensa interna se rompía y se veía a sí mismo como un hombre tan emocionalmente desconectado de las vidas de los demás, tan asimétricamente consagrado a su programa de resolución de enigmas, que apenas se podía considerar un miembro de la raza humana. Sin embargo, esa visión perturbadora pasaba con una buena noche de sueño, después de la cual se decía que su falta de sentimientos era el resultado normal de una carrera en la Policía.)
Gerson volvió a entrar en la sala, bloc en mano. Llevaba el cabello castaño recogido en una cola tirante, lo que provocaba que sus rasgos parecieran inmóviles, igual de expresivos que los de una calavera.
—Capitán, tengo información de la llamada de Strum.
—Adelante.
Ella consultó su bloc.
—El teléfono lo respondió Roger Strum, el padrastro de Melanie. Cuando le expliqué el propósito de la llamada, se mostró confuso, luego expresó su rabia por que todavía no supiéramos que Melanie estaba muerta. Su mujer, Dana Strum, se unió a la conversación en el supletorio. Estaban ofendidos. Proporcionaron la siguiente información: la Policía de Palm Beach había entrado en la casa de Jordan Ballston tras un chivatazo y había descubierto el cadáver de Melanie en un congelador del sótano. La Policía…
Kline lo interrumpió.
—Jordan Ballston, ¿el tipo de los fondos de inversiones?
—No hubo mención específica a los fondos, pero en mi llamada de seguimiento al Departamento de Policía de Palm Beach me dijeron que Ballston vivía en una casa de diez millones de dólares.
—¿El puto congelador?—murmuró Blatt, como si la contaminación alimentaria fuera lo que más lo inquietara.
—Muy bien—dijo Rodriguez—, continúa.
—El señor y la señora Strum siguieron expresando su rabia por que Ballston hubiera salido bajo fianza. ¿A quién estaba sobornando? ¿Tenía a la Policía en el bolsillo? Comentarios de ese estilo. El señor Strum indicó que si Ballston lograba salvarse con su dinero, él personalmente le metería un balazo en la cabeza a ese mal nacido. Lo repitió varias veces. Pude determinar que el 6 de mayo, el día que se fue de casa, tuvieron una discusión con Melanie sobre un coche que quería que le compraran, un Porsche Boxster que costaba cuarenta y siete mil dólares. Explicaron que ella se puso hecha una furia cuando se negaron, les dijo que los odiaba, que no quería vivir más con ellos, que no quería volver a hablarles nunca más. Dijo que se iría a vivir con una amiga. A la mañana siguiente se había marchado. La siguiente vez que la vieron fue en el depósito de cadáveres de Palm Beach.
—¿Ha dicho que la Policía local estaba siguiendo un chivatazo cuando encontraron el cadáver?—preguntó Gurney—. ¿Hay algo más concreto sobre eso?
Gerson miró a Rodriguez, aparentemente para confirmar el derecho de Gurney a hacerle preguntas.
—Adelante—dijo el capitán con una mezcla de sentimientos.
La agente vaciló.
—Le dije al investigador jefe de Palm Beach que estábamos interesados en el caso y que queríamos disponer de la máxima información posible. Respondió que estaba dispuesto a hablar con la persona a cargo de la investigación que estuviéramos llevando a cabo aquí. Dijo que estaría disponible durante la siguiente media hora.
Después de unos pocos minutos de sopesar los pros y los contras, el fiscal y el capitán coincidieron en que la llamada, con el intercambio de información que se produjera, sería un plus en todos los sentidos. Se trasladó el teléfono fijo de la sala de conferencias al centro de la mesa en torno a la que estaban sentados. Gerson marcó el número directo que le había dado el detective de Palm Beach, le explicó con brevedad quién estaba en la sala y pulsó el botón del altavoz.
Rodriguez cedió la iniciativa a Kline, que proporcionó los nombres y cargos de la gente sentada a la mesa y describió el caso como una posible investigación de personas desaparecidas en su primera fase.
El tenue acento sureño del hombre que se hallaba al otro lado de la línea indicaba que era nativo de Florida, una rara avis en ese estado y casi insólito en Palm Beach.
—Al estar solo en mi oficina, me siento un poco en inferioridad numérica. Soy el teniente detective Darryl Becker. Comprendo por lo que he hablado con la agente de antes que están interesados en saber más del asesinato de Strum.
—Sin duda agradeceremos todo lo que pueda contarnos, Darryl—dijo Kline, que parecía estar absorbiendo y reflejando el acento de Becker—. Una pregunta que se me ocurre de buenas a primeras, ¿qué clase de chivatazo les llevó al cadáver?
—Uno no especialmente voluntario.
—¿Cómo fue?
—El caballero que ofreció la información no era lo que llamaría un ciudadano con espíritu público que quisiera ayudar a las fuerzas del orden. Averiguó la información de una manera más que comprometedora.
—¿De qué demonios está hablando?—murmuró Blatt, no tanto para sus adentros.
—¿Cómo fue?—repitió Kline.
—El hombre es un ladrón. Un ladrón profesional. Se gana la vida así.
—¿Lo cogieron en la casa de Ballston?
—No, señor. Lo cogieron saliendo de otra casa al día siguiente de haber entrado en la de Ballston. El nombre del ladrón resulta que es Edgar Rodriguez; no es pariente de su capitán, estoy seguro.
A Blatt se le escapó una risa monosilábica.
Los músculos de la mandíbula del capitán se tensaron. El absurdo comentario pareció enfadarle sobremanera.
—Deje que lo adivine—dijo Kline—. Edgar se veía venir una larga temporada en prisión y ofreció cambiar cierta información sobre el sótano de Ballston, algo que había visto allí, por un enfoque más benevolente de su situación.
—Así es a grandes rasgos, señor Kline. Por cierto, ¿cómo se escribe?
—¿Disculpe?
—Su apellido. ¿Cómo escribe su apellido?
—K-L-I-N-E.
—Ah, con K. —Becker sonó decepcionado—. Pensaba que a lo mejor era como Patsy.
—¿Perdón?
—Patsy Cline. No importa. Perdón por la digresión. Adelante con sus preguntas.
Kline tardó un momento en volver a centrarse.
—Entonces…, ¿lo que le dijo bastó para conseguir una orden de registro?
—Sí.
—Y cuando ejecutaron la orden, ¿qué encontraron?
—A Melanie Strum en dos piezas. Envuelta en papel de aluminio. En el fondo del congelador. Debajo de cuarenta kilos de pechugas de pollo. Y de una buena cantidad de brécol congelado.
Hardwick lanzó una risa ronca de las suyas, más sonora que la de Blatt.
Kline parecía desconcertado.
—¿Qué hacía el ladrón abriendo paquetes de aluminio en el fondo de un congelador?
—Contó que siempre es el primer sitio en el que mira. Según él, la gente cree que es el último lugar donde miraría un ladrón, así que ponen allí sus cosas de valor. Dijo: «Si quieres encontrar diamantes, mira en el congelador». Comentó que le hacía gracia que tanta gente pensara que había tenido una idea brillante, que pensaran que iban a engañarle, que eran más listos que él. Se rio con eso.
—¿Así que fue al congelador, empezó a desenvolver el cuerpo y…?
—En realidad—le interrumpió Becker —, empezó a desenvolver la cabeza.
Las diversas exclamaciones guturales de horror en torno a la habitación fueron seguidas por un silencio.
—¿Siguen ahí, caballeros?—La voz de Becker sonaba divertida.
—Aquí estamos—dijo Rodriguez.
Se produjo otro silencio.
—Caballeros, ¿tienen más preguntas o esto más o menos cierra el caso de sus personas desaparecidas?
—Una pregunta—intervino Gurney—. ¿Cómo hicieron la identificación?
—Teníamos una coincidencia parcial en la sección de delitos sexuales de la base de datos del NCIC.
—¿Un familiar directo?
—Sí. Resultó ser el padre biológico de Melanie adicto a la heroína, Damian Clark. Había sido condenado por violación, agresión sexual con agravante, abuso sexual de una menor y otros varios delitos desagradables hace unos diez años. Localizamos a la madre, que se había divorciado del marido violador y se había casado con un hombre llamado Roger Strum. Ella vino e identificó el cadáver. También tomamos una muestra de ADN suya y obtuvimos una confirmación del parentesco de primer grado, como en el caso del padre biológico. Así que no hay ninguna duda sobre la identidad de la chica asesinada. ¿Alguna pregunta más?
—¿Tiene alguna duda sobre la identidad del asesino?—preguntó Gurney.
—No muchas. Hay algo turbio en el señor Ballston.
—Los Strum parecían bastante ofendidos por su libertad bajo fianza.
—No tanto como yo.
—¿Logró convencer al juez de que no hay riesgo de fuga?
—Lo que logró fue presentar una garantía de fianza de diez millones de dólares y acceder a lo que equivale a un arresto domiciliario. Ha de permanecer dentro de los límites del condado de Palm Beach.
—No parece satisfecho con eso.
—¿Satisfecho? ¿He mencionado que el forense concluyó que, antes de ser decapitada, Melanie Strum había sido violada al menos veinte veces y que tenía cortes de una cuchilla afilada en prácticamente todos los centímetros de su cuerpo? ¿Estoy satisfecho de que el hombre que hizo esto esté sentado al lado de su piscina de un millón de dólares con sus gafas de diseño de quinientos dólares mientras el bufete de abogados más caro del estado de Florida y el equipo más elegante de relaciones públicas de Nueva York hacen todo lo posible para presentarlo como la víctima inocente de un departamento de Policía incompetente y corrupto? ¿Me está preguntando si estoy satisfecho con eso?
—¿Así que nos quedaríamos cortos si dijéramos que no está cooperando con la investigación?
—Sí, señor. Desde luego. Eso sería quedarse muy cortos. Los abogados del señor Ballston han dejado claro que su cliente no dirá ni una palabra a nadie de la Policía sobre el falso caso fabricado contra él.
—Antes de que decidiera no decir nada, ¿ofreció alguna explicación de la presencia de una mujer asesinada en su congelador?
—Solo que habían hecho trabajos frecuentes en su casa, que había tenido muchos empleados domésticos y Dios sabe cuánta gente podría haber tenido acceso a su sótano, por no mencionar al mismo ladrón.