Read Noche Eterna Online

Authors: Agatha Christie

Tags: #policiaco, #Intriga

Noche Eterna (2 page)

BOOK: Noche Eterna
4.62Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—No creo en la buenaventura ni tampoco tengo cuartos. Al menos, no para malgastarlos.

Se acercó un poco más y continuó suplicando:

—Seis peniques. Venga, sólo seis peniques. Lo haré sólo por seis peniques. ¿Qué es eso? Nada en absoluto. Lo haré por seis peniques, por un chico guapo que sabe hablar y comportarse. Quizá llegue muy lejos.

Saqué seis peniques del bolsillo no porque creyera en ninguna de sus estúpidas supersticiones, sino porque, por alguna razón, me caía bien la vieja farsante, aunque la viera venir. Me arrebató la moneda.

—Déme las manos. Las dos.

Me sujetó las manos con las suyas que parecían garras y miró mis palmas abiertas. Permaneció en silencio durante un par de minutos. Luego me las soltó bruscamente, como si quisiera apartarlas lo más lejos posible, y retrocedió.

—¡Si sabe lo que es bueno para usted, se alejará del Campo del Gitano ahora mismo y no regresará nunca más! —afirmó con un tono acre—. Es el mejor consejo que le puedo dar. No regrese nunca más.

—¿Por qué no? ¿Por qué no debo regresar nunca más?

—Porque si lo hace, volverá para tropezar con la pena, la desgracia y quizás el peligro. Hay problemas, terribles problemas que le estarán esperando. Olvídese de que alguna vez vio este lugar. Se lo advierto.

—Que me...

No tuve tiempo de acabar la frase porque la mujer ya se alejaba hacia la casa. Entró y cerró de un portazo. No soy supersticioso, pero creo en la suerte, por supuesto, ¿quién no? Pero no en esas tonterías supersticiosas sobre casas malditas. Sin embargo, tenía la molesta sensación de que aquella vieja siniestra había visto
algo
en mis manos. Me miré las palmas. ¿Qué podía ver alguien en las manos de otro? Decir la buenaventura era pura tontería, un truco para sacarte dinero, para aprovecharse de tu ridícula incredulidad y quitarte los cuartos. Miré el cielo. El sol se había ocultado, el día parecía diferente. Había algo sombrío en él, una amenaza. Viene una tormenta, pensé. Había comenzado a soplar viento; las hojas de los árboles se agitaban. Continué mi camino a través del pueblo, silbando para mantener el ánimo.

Miré de nuevo el cartel que anunciaba la subasta de The Towers. Incluso tomé nota de la fecha. Nunca había asistido a la subasta de una finca, pero me dije que a ésta asistiría. Sería interesante ver quién compraba The Towers. Quiero decir que sería interesante ver quién se convertiría en el dueño del Campo del Gitano. Sí, creo que fue allí donde comenzó todo. Se me ocurrió una idea fantástica. Pujaría por el Campo del Gitano contra los constructores locales que se retirarían desilusionados por no haberla conseguido a precio de saldo. Yo la compraría, y después iría a ver a Rudolf Santonix y le diría: «Constrúyeme una casa. He comprado el terreno para ti». Buscaría a una muchacha maravillosa y viviríamos juntos y eternamente felices.

A menudo tenía esta clase de sueños. Naturalmente, nunca se hacían realidad, pero eran divertidos. Eso era lo que creía entonces. ¡Divertido!
¡Divertido!
¡Dios mío! ¡Si lo hubiera sabido!

Capítulo II

Fue pura casualidad lo que me llevó aquel día a la vecindad del Campo del Gitano. Yo conducía un coche alquilado por unas personas de Londres que querían asistir a una venta, no a la venta de una casa, sino del mobiliario y los enseres. Era una casa grande en las afueras de la ciudad, una casa bastante fea por cierto. Mis pasajeros eran una pareja ya mayor, aparentemente interesados en una colección de
papier maché
, por lo que pesqué de su charla, aunque vaya usted a saber qué era el
papier maché
. Mi madre lo había mencionado una vez al referirse a las palanganas. Dijo que una palangana de
papier maché
era muy superior a cualquier otra de plástico. Me pareció algo bastante curioso que unas personas ricas se tomaran la molestia de hacer un viaje sólo para comprar una colección de aquellos chismes.

Sin embargo, no olvidé el nombre y me prometí que lo buscaría en el diccionario o leería algo en alguna parte para saber qué era el
papier maché
. Tenía que ser algo de valor para que unas personas alquilaran un coche con el fin de ir a una subasta rural y pujar por ello. Me gusta saber las cosas. En aquel entonces tenía sólo veintidós años y sabía algo de lo que había aprendido aquí y allá. Sabía bastante de coches, no era mal mecánico y conducía bien. En un tiempo había trabajado con caballos en Irlanda y había estado a punto de meterme en líos con una banda de traficantes de drogas, pero fui listo para dejarlo a tiempo. El trabajo de chofer en una casa de alquiler de coches de categoría no estaba nada mal: te ganabas un buen dinero con las propinas. Tampoco te matabas, pero el trabajo era aburrido.

En una ocasión trabajé en la recolección de fruta durante el verano. No pagaban mucho, pero me divertí. Hice muchas cosas. Trabajé de camarero en un hotel de tercera, fui socorrista en una playa, vendí enciclopedias, aspiradoras y no sé cuantas cosas más. También fui ayudante de jardinero en un jardín botánico y aprendí un poco sobre las flores.

Nunca me até a nada. ¿Qué necesidad tenía? Todo lo que hacía me resultaba interesante. Algunas cosas requerían más trabajo que otras, pero eso no me molestaba. No soy un gandul. Supongo que debo ser un poco trotamundos. Me gusta ir a todas partes, verlo todo, hacer de todo. Quiero encontrar algo. Sí, eso es, quiero encontrar algo.

Desde que salí de la escuela quería encontrar algo, pero entonces no tenía idea de lo que podía ser. Sencillamente, eso era algo que buscaba de una manera vaga, nada metódica, lo cual me producía cierta insatisfacción. Tenía que estar en alguna parte y, tarde o temprano, acabaría por encontrarlo. Podía ser una muchacha. Me gustan las chicas, pero hasta ahora no había conocido a mi media naranja. Te gustan, pero vas pasando de una a otra sin problemas. Son como mis trabajos. Están bien por algún tiempo, pero después acabas hasta las narices y quieres pasar al siguiente. He pasado de trabajo en trabajo y de chica en chica desde que salí de la escuela.

Hay unos cuantos que reprueban mi manera de vivir. Supongo que son aquellos que me quieren bien, pero eso es porque no saben nada de

. Quieren que me busque una novia decente, ahorre, me case y me conforme con un empleo fijo. Un día tras otro, año tras año, y así por los siglos de los siglos, amén. ¡Muchas gracias, pero a otro perro con ese hueso! Tiene que haber algo mejor que eso. No todos nos conformamos con esta dócil seguridad, con el clásico estado de bienestar del que va tirando a la pata coja. Sin duda, pensaba en un mundo donde el hombre ha sido capaz de colocar satélites en el cielo y todos se llenan la boca hablando de viajar a las estrellas. Tenía que haber algo capaz de motivarme, de hacerme latir el corazón, algo que valiera la pena buscar por todo el mundo. Recuerdo un día que caminaba por Bond Street durante mi etapa de camarero y llegaba tarde al trabajo. Me había parado a mirar el escaparate de una zapatería. Tenían unos zapatos muy finos. Como dicen en los anuncios: «Lo que lleva el hombre elegante» y aparece la foto del tipo en cuestión. ¡Casi siempre parece un petimetre, lo juro! Esos anuncios siempre me han divertido.

Pasé del escaparate de la zapatería al siguiente. Era el de una galería de arte. Sólo había tres cuadros colocados artísticamente y un trozo de terciopelo de color neutro enganchado en una esquina de un marco dorado. Bastante afeminado, ustedes ya me entienden. No soy de los que gustan del arte. Una vez, sólo por curiosidad, me di una vuelta por la
National Gallery
. La verdad es que no me gustó nada. Enormes cuadros de muchos y brillantes colores de batallas en valles pedregosos, o santos esqueléticos dejándose asaetear. Retratos de damas bobaliconas vestidas de seda, terciopelo y encajes. Decidí allí mismo que el arte no estaba hecho para mí, pero el cuadro que miraba ahora era otra cosa. Había tres obras en el escaparate: el paisaje de una campiña que no estaba mal, el retrato de una mujer pintado de una forma tan curiosa, tan desproporcionada, que a duras penas se veía que era una mujer. Supongo que era lo que llaman
art noveau
. No entendí de qué iba. La tercera era la mía. No tenía gran cosa, ya me entienden. Era... ¿cómo podría describirla? Era muy simple. Con mucho espacio y unos pocos círculos concéntricos, todos de diferentes colores y, por cierto, unos colores extraños que no te los esperas. Aquí y allá había unas manchas de color que no parecían significar nada en absoluto. ¡Sólo que de alguna manera significaban algo! No soy muy bueno para las descripciones. Lo único que puedo decir es que sentía unas ganas tremendas de seguir mirándolo.

Me quedé allí con una sensación rara, como si me hubiera ocurrido algo muy extraño. Por ejemplo, me hubiera gustado tener aquellos zapatos elegantes. Me refiero a que me preocupo por mi atuendo. Me gusta vestir bien para causar una buena impresión, pero nunca se me hubiera pasado por la cabeza comprarme un par de zapatos en Bond Street. Sé muy bien los precios de locura que piden por ellos. Aquellos zapatos podían costar quince libras. Hechos a manos o algo así, los llamaban, como si eso justificara el precio. Comprarlos era tirar el dinero. Unos zapatos con clase, pero te la hacían pagar. No soy tonto.

Pero ese cuadro… supongamos que estuviera dispuesto a comprarlo, ¿cuánto costaría? Estás loco, me dije. A ti no te van los cuadros, eso era muy cierto, pero quería este cuadro, me gustaba la idea de que fuera mío. Podría colgarlo y sentarme a mirarlo todo cuanto quisiera porque era mío. ¡Yo comprando cuadros! Era una locura. Miré el cuadro de nuevo. Que deseara comprarlo no tenía sentido y, de todas maneras, tampoco podría permitírmelo, aunque en aquel momento, no iba escaso de fondos. Un buen soplo en las carreras. Este cuadro podía costar mucha pasta. ¿Veinte libras? ¿Veinticinco? Tampoco pasaría nada si entraba a preguntar. No me comerían, ¿verdad? Entré con aire agresivo y a la defensiva.

En el interior, todo era a lo grande y muy silencioso. Se respiraba un ambiente tranquilo, con las paredes tapizadas en un color neutro y con una butaca muy elegante donde podías sentarte y admirar los cuadros. Un hombre que se parecía un poco al modelo del caballero perfectamente vestido de los anuncios se acercó. Hablaba en voz muy baja para no desentonar con el ambiente. Tampoco se comportaba como si fuera alguien importante, como hacen en todas las tiendas de Bond Street. Escuchó lo que le dije y luego sacó el cuadro del escaparate. Lo sostuvo contra la pared, para que lo contemplara todo lo que me viniera en gana. Entonces se me ocurrió de esa manera en que de pronto sabes exactamente cómo son las cosas que, en cuestión de cuadros, no se aplicaban las mismas reglas que con los otros objetos. Alguien podía entrar en un lugar como éste vestido con prendas viejas y el cuello de la camisa raído, y resultar ser un millonario que quisiera comprar algo para su colección. O alguien con un aspecto vulgar, vistiendo prendas chillonas como era mi caso, al que le gustara tanto un cuadro que fuera capaz de emplear en él el dinero procedente de algún desfalco.

—Un magnífico ejemplo del talento del artista —comentó el hombre que sostenía el cuadro.

—¿Cuánto vale? —pregunté sin andarme con rodeos.

La respuesta me dejó sin aliento.

—Veinticinco mil libras —dijo con voz amable.

Soy muy bueno en eso de poner cara de póquer. Permanecí impasible. Al menos eso creo. Mencionó un nombre que sonó extranjero. El nombre del artista, supongo, y después añadió que acababan de conseguirlo en una casa de campo, donde vivía una gente que no tenía idea de lo que valía. Seguí disimulando y exhalé un suspiro.

—Es mucho dinero, pero creo que lo vale —opiné.

Veinticinco mil libras. ¡Qué barbaridad!

—Sí —dijo, y suspiró. Bajó el cuadro con mucho cuidado y lo llevó de nuevo al escaparate. Me miró sonriente—. Tiene usted muy buen gusto.

Sentí que de alguna manera nos habíamos entendido el uno al otro. Le di las gracias y volví a Bond Street.

Capítulo III

No sé escribir con soltura, me refiero a como lo haría un escritor de verdad. Por ejemplo, aquella escena del cuadro que vi no tiene que ver con nada. Quiero decir que de aquello no salió nada, que no condujo a ninguna parte y, sin embargo, siento que de alguna manera es importante, que encaja en algún lugar. Fue una de las cosas que me ocurrieron que significan algo. De la misma manera que el Campo del Gitano era importante para mí o para Santonix.

No he contado mucho de él. Era un arquitecto. Supongo que eso ya lo sabían. Los arquitectos son otra de mis cosas con la que no he tenido mucho que ver, aunque sé algo del oficio de la construcción. Conocí a Santonix en una de mis andanzas. Fue cuando trabajaba de chofer y llevaba a los ricos de aquí para allá. Estuve unas cuantas veces en el extranjero. Dos en Alemania, hablo un poco el alemán; un par en Francia, también me las apaño con el francés; y una en Portugal. Por lo general, eran personas mayores, que tenían dinero y mala salud por partes iguales.

Cuando conduces para gente rica, comienzas a entender que el dinero tampoco es nada extraordinario. Tienen amagos de ataques, tienen que estar tomando una infinidad de pastillas y se enfadan por lo que les sirven en los restaurantes o por el servicio de los hoteles. La mayoría de los ricos que he conocido eran bastante desgraciados. También tenían sus problemas. Los impuestos y las inversiones. Había que oírles hablar entre ellos o con los amigos. ¡La preocupación! Eso es lo que mata a la mayoría. Tampoco su vida sexual es nada del otro mundo. Están casados con rubias de piernas largas que los engañan con algún amigo en alguna parte o, si no, están casados con verdaderas arpías que no les dejan ni un segundo en paz. No, prefiero ir por libre. Michael Rogers que disfruta viendo el mundo y que sale con chicas guapas cuando le apetece.

Vivía al día, pero no me quejaba. La vida era divertida y estaba satisfecho de que fuera así. Supongo que lo hubiera sido de todas maneras. Eso es algo que va con la juventud que, cuando se acaba, también se acaba la diversión.

Creo que detrás de todo esto siempre hay otra cosa: buscar a alguien o a algo. Sin embargo, para continuar con lo que estaba diciendo, recuerdo un viejo que llevé a la Riviera, Le estaban construyendo una casa. Fue a echar un vistazo a las obras. Santonix era el arquitecto. La verdad es que no sé la nacionalidad de Santonix. Primero pensé que era inglés, aunque no había escuchado antes su apellido. Pero no creo que lo fuera. Supongo que era de algún país escandinavo. Saltaba a la vista que era un hombre enfermo. Era joven, muy rubio y delgado, con un rostro que producía una sensación extraña porque las dos mitades no coincidían. Tenía bastante mal genio con los clientes. Cualquiera hubiera creído que, siendo ellos quienes ponían el dinero, tenían todo el derecho a cabrearse. Pero no era así, Santonix los ponía de vuelta y media, y siempre estaba muy seguro de sí mismo, cosa que no sucedía con sus patrones.

BOOK: Noche Eterna
4.62Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Boss by Abigail Barnette
Redrum by Boston George
Loving His Forever by LeAnn Ashers
Defenseless by Corinne Michaels
Tank: Apaches MC by Stephens, Olivia
Darkwater by Georgia Blain
Area 51: The Legend by Doherty, Robert
Through Glass Eyes by Muir, Margaret