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Authors: Agatha Christie

Tags: #policiaco, #Intriga

Noche Eterna (5 page)

BOOK: Noche Eterna
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—Es tan diferente —afirmó—. No tiene absolutamente nada que ver.

—¿Diferente de qué?

—De mí.

—¿Eres una niña rica? —le pregunté con un tono burlón—. ¿Una pobre niña rica?

—Sí. Soy una pobre niña rica.

Me habló de forma dispersa de su vida de riqueza, del ahogo de las comodidades, del aburrimiento, de no poder elegir a los amigos, de no hacer nunca lo que quería. De las ocasiones en que veía divertirse a otras personas, sin que ella pudiera conseguirlo. Su madre había muerto cuando ella era un bebé y su padre se había vuelto a casar. Después, al cabo de unos pocos años, él también había fallecido. Deduje que no sentía mucho aprecio por su madrastra. Vivía la mayor parte del tiempo en Estados Unidos, pero también viajaba mucho al extranjero.

A mí me pareció algo fantástico oírle contar que una muchacha de su edad podía llevar una existencia tan protegida. Era verdad que asistía a fiestas y recepciones, pero lo contaba de una manera que parecía haber ocurrido hacía cincuenta años atrás. No parecía haber ninguna intimidad ni la más mínima diversión. Su vida no tenía absolutamente nada que ver con la mía. Hasta cierto punto resultaba fascinante, pero al mismo tiempo me dejaba de piedra.

—Entonces, ¿no tienes a nadie que puedas llamar amigo de verdad? —le pregunté incrédulo—. ¿Qué me dices de los chicos?

—Me los eligen —respondió con amargura—. Todos son la mar de aburridos.

—Es como estar en una prisión.

—Ésa es la sensación que tengo permanentemente.

—¿De verdad que no tienes a nadie?

—Ahora sí. Tengo a Greta.

—¿Quién es Greta?

—Vino a casa como una
au pair
, bueno, no exactamente. Había tenido antes a una muchacha francesa que vivió con nosotros durante un año para que practicara el francés, y después vino Greta de Alemania para que habláramos en alemán. Greta es diferente. Todo es diferente desde que llegó.

—¿La aprecias mucho?

—Me ayuda. Está de mi lado. Ella lo arregla todo para que yo pueda hacer cosas e ir a donde quiera. Miente por mí. No hubiera podido ir al Campo del Gitano si no hubiese sido por Greta. Me hace compañía y se cuida de mí en Londres mientras mi madrastra está en París. Escribo dos o tres cartas y, si voy a alguna parte, Greta se encarga de echarlas al correo para que lleven el matasellos de Londres.

—¿Qué te impulsó a ir al Campo del Gitano? ¿Para qué fuiste allí?

Tardó unos segundos en responderme.

—Greta y yo lo arreglamos todo. Es maravilloso. Piensa las cosas. Sugiere ideas.

—¿Cómo es la tal Greta?

—Es hermosa. Alta y rubia. Puede lograr lo que quiera.

—Creo que no me gustará.

Ellie se echó a reír.

—Sí, sí que te gustará. Estoy segura. Además, es muy lista.

—No me gustan las chicas listas. Tampoco me gustan las rubias altas. Me gustan las muchachas pequeñas con el pelo del color de las hojas secas.

—Creo que tienes celos de Greta —opinó Ellie.

—Es posible. La quieres mucho, ¿verdad?

—Sí, la quiero
mucho
. Lo ha representado todo en mi vida.

—Así que fue ella quien te sugirió que fueras allí. Me pregunto qué motivos habrá tenido. No hay mucho que ver por aquella región. Me parece un tanto misteriosa.

—Es nuestro secreto —dijo Ellie con una expresión de vergüenza.

—¿Tuyo y de Greta? Cuéntamelo.

Ellie meneó la cabeza.


Necesito
tener mis propios secretos.

—¿Greta sabe que estás conmigo?

—Sabe que tengo una cita. Nada más. No hace preguntas. Sabe que soy feliz.

Después de aquella cita, pasé una semana sin ver a Ellie. Su madrastra había regresado de París, junto con un tal tío Frank. Comentó sin darle mucha importancia que era su cumpleaños y que darían una gran fiesta en Londres.

—No podré ir a ninguna parte —dijo—. Al menos durante la próxima semana. Pero después... después todo será diferente.

—¿Por qué será diferente?

—Porque podré hacer lo que quiera.

—¿Con la inestimable ayuda de Greta, supongo?

A Ellie siempre le provocaba mucha gracia mi manera de referirme a Greta,

—Es una tontería que sientas celos de ella. Tienes que conocerla. Te gustará.

—No me gustan las muchachas mandonas —repliqué obstinado.

—¿Por qué crees que es una mandona?

—Por las cosas que cuentas de ella. Siempre está ocupada arreglando esto y lo de más allá.

—Es muy eficiente. Arregla las cosas a la perfección. Por eso mi madrastra le tiene tanta confianza.

Le pregunté cómo era el tío Frank.

—No le conozco muy bien. Era el marido de una hermana de mi padre. Creo que es un poco como tú. Le gusta moverse mucho y en un par de ocasiones se metió en líos. Ya sabes que la gente siempre hace comentarios e insinuaciones.

—Un tipo socialmente poco recomendable, vaya. Un bala perdida.

—No creo que sea una mala persona, pero solía meterse en líos de dinero, y después los administradores y los abogados tenían que sacarle del apuro y hacerse cargo de las deudas.

—Entonces, está claro. Es la oveja negra de la familia. Creo que me llevaré mucho mejor con él que con esa Greta que es un dechado de virtudes.

—Es un encanto de persona cuando quiere —señaló Ellie—. Un compañero muy agradable.

—Pero a ti no acaba de gustarte, ¿verdad? —pregunté con un tono demasiado vivaz.

—Creo que me gusta, sólo que algunas veces, no sé como explicarlo... a veces tengo la sensación de que no sé lo que piensa o maquina.

—Ah, un intrigante.

—No sé, no te lo puede decir porque en realidad no sé como es —repitió Ellie.

Nunca sugirió que yo tuviera que conocer a los miembros de su familia. Algunas veces me preguntaba si no tendría que sacar el tema. No sabía cuál era su opinión al respecto. Por fin, se lo pregunté sin rodeos.

—Escucha, Ellie —le dije—, ¿crees que debo conocer a tu familia o prefieres que no lo haga?

—No quiero que la conozcas —respondió en el acto.

—Ya sé que no soy... —comencé.

—No me refería a eso en absoluto —me interrumpió—. Quiero decir que montarían un escándalo y no soporto los escándalos.

—A veces tengo la sensación de que esto es algo clandestino. Me pone en una situación un tanto comprometida, ¿no te parece?

—Soy lo bastante mayor para tener mis propios amigos. Estoy a punto de cumplir los veintiuno. Cuando los cumpla, tendré mis propios amigos y nadie podrá decir nada. Pero ahora, si les dijera algo, montarían un jaleo de padre y muy señor mío y me llevarían a alguna parte donde no podría verte. No, lo mejor es seguir como hasta ahora.

—Si te va bien a ti, a mí también. No quiero aparecer como el que siempre pone pegas.

—No se trata de eso. Sólo quiero tener a un amigo con quien poder hablar y contarle cosas. Alguien con quien poder —de pronto sonrió— imaginar cosas. No sabes lo maravilloso que es.

Sí, había algo de eso. ¡Imaginar cosas! Era lo que más hacíamos. Algunas veces era yo, pero más a menudo era Ellie quien decía: «Imagínate que hemos comprado el Campo del Gitano y que nos estamos construyendo una casa.»

Le había contado muchas cosas de Santonix y de las casas que diseñaba. Intenté describirle cómo eran y sus opiniones sobre cómo debían ser. No creo que se las describiera muy bien porque no soy muy bueno para las descripciones. Sin duda, Ellie tenía sus propias ideas sobre la casa, nuestra casa. Nunca decíamos «nuestra casa» pero era lo que los dos pensábamos.

Así que durante una semana no vi a Ellie. Yo había sacado del banco los ahorros que tenía (bastante escasos) y le había comprado un anillo con una pequeña gema verde. Fue mi regalo de cumpleaños y ella se mostró encantada y muy feliz.

—Es hermoso —dijo.

No llevaba muchas joyas y supongo que las que usaba eran diamantes y esmeraldas de verdad, pero le gustaba mi anillo.

—Es mi regalo de cumpleaños más bonito.

Después recibí una nota. Se marchaba con su familia al sur de Francia inmediatamente después de su cumpleaños.

«No te preocupes —escribid—, regresaremos dentro de dos o tres semanas de camino hacia Estados Unidos. Entonces nos volveremos a ver. Hay algo especial que quiero hablar contigo.»

Me sentía muy inquieto al no tener a Ellie, y me perturbaba saber que se encontraba en Francia. También tuve noticias del Campo del Gitano. Al parecer, lo habían vendido de forma privada pero no se sabía gran cosa del comprador. Una firma de abogados de Londres había efectuado la operación. Intenté conseguir más información, pero fue inútil. En el bufete no soltaron prenda. Naturalmente, no abordé a los abogados. Apelé a uno de los pasantes que no sabía gran cosa. Lo habían comprado para un cliente millonario que lo retendría hasta que la tierra se revalorizara gracias a las nuevas urbanizaciones de la zona.

La verdad es que resulta muy difícil averiguar algo cuando se trata de firmas importantes. Lo llevan todo en secreto. ¡Ni que fueran el MI5 o algo por el estilo!

Todo el mundo actúa en nombre de alguien a quien no se puede nombrar.

Cada vez me sentía más inquieto. Dejé de pensar en el asunto y fui a ver a mi madre.

Hacía mucho tiempo que no la visitaba.

Capítulo VI

Mi madre vivía en la misma calle desde hacía veinte años, una calle de casas tristes, todas muy respetables y carentes de toda belleza e interés. El umbral estaba bien pintado y tenía el mismo aspecto de siempre. Era el número 46. Toqué el timbre. Mi madre abrió la puerta y me miró. Ella también tenía el mismo aspecto de siempre: alta, delgada, el pelo gris peinado con la raya en medio, la boca como una ratonera y la mirada eternamente suspicaz. Tenía el aspecto de ser dura como la piedra, pero en lo que a mí respecta tenía un punto tierno. Nunca lo mostraba, si podía evitarlo, pero yo sabía que lo tenía. Nunca había dejado ni por un momento de desear que yo hubiese sido de otra manera, pero sus deseos nunca se harían realidad. Entre nosotros había un punto muerto permanente.

—Ah, eres tú.

—Sí, soy yo.

Se apartó un poco para dejarme pasar. Entré en la casa y me dirigí directamente a la cocina. Ella me siguió y continuó mirándome sin cambiar de expresión.

—Ha pasado mucho tiempo —dijo—. ¿Qué has estado haciendo?

Encogí los hombros.

—Esto y lo otro.

—Lo de siempre, ¿eh?

—Como de costumbre —asentí.

—¿Cuántos trabajos has tenido desde la última vez que nos vimos?

—Cinco —contesté después de pensar un momento.

—Ojalá crecieras de una vez por todas.

—Soy un adulto. He escogido mi estilo de vida. ¿Qué tal te van las cosas?

—Como siempre.

—¿Bien de salud y todo eso?

—No tengo tiempo para estar enferma —replicó mi madre, y después añadió bruscamente—: ¿A qué has venido?

—¿Necesito alguna razón en particular para venir?

—Nunca vienes si no es por algún motivo.

—No sé por qué te molesta tanto que quiera conocer mundo.

—¿Conducir coches de lujo por toda Europa? ¿A eso le llamas tú conocer mundo?

—Efectivamente.

—No tendrás mucho éxito en tu carrera. No si abandonas el trabajo sin avisar con anticipación. Dices que te has puesto enfermo y dejas abandonados a tus clientes en alguna ciudad extranjera.

—¿Cómo te has enterado?

—Llamaron de tu empresa. Querían saber si tenía tu dirección.

—¿Para qué me querían?

—Supongo que querían volverte a emplear. Aunque no entiendo la razón.

—Soy un buen conductor y les caigo bien a los clientes. Además, no es culpa mía si pillo una enfermedad.

—No lo sé.

Era obvio que en su opinión hubiera podido evitarlo.

—¿Por qué no te presentaste en la oficina cuando regresaste a Inglaterra?

—Porque tenía que atender otros asuntos.

Mi madre enarcó las cejas.

—¿Qué se te ha ocurrido ahora? ¿Qué nueva idea rocambolesca? ¿En qué has estado trabajando desde entonces?

—Empleado en una gasolinera, mecánico en un taller, vendedor a domicilio, he fregado platos en un restaurante de segunda, cosas así.

—Cada vez más bajo y hundiéndote —opinó mi madre con un tono de severa satisfacción.

—Te equivocas. Todo es parte del plan. ¡Mi plan!

Exhaló un suspiro.

—¿Qué quieres tomar, té o café? Tengo las dos cosas.

Respondí que café. Había superado el hábito de tomar té. Nos sentamos con nuestras tazas. Mi madre sacó un pastel y cortó dos trozos.

—Te noto cambiado —dijo de sopetón.

—¿Yo, en qué?

—No lo sé, pero estás cambiado. ¿Qué ha ocurrido?

—¡No ha ocurrido nada! ¿Que tenía que ocurrir?

—Estás excitado.

—Voy a robar un banco.

Mi madre no estaba de humor para bromas.

—No, no creo que vayas a robar ningún banco.

—¿Por qué no? Parece la forma más rápida y sencilla de hacerse rico en estos días.

—Sería demasiado esfuerzo y requiere mucha planificación. Tendrías que pensar mucho y eso no te va. Además, no es algo muy seguro.

—Tú crees que lo sabes todo de mí.

—No, no es verdad. En realidad no sé nada de ti, porque tú y yo no nos parecemos en nada. Pero sé cuando te traes algo entre manos. Ahora estás tramando algo. ¿Qué es, Micky? ¿Una muchacha?

—¿Por qué crees que se trata de una muchacha?

—Sabía que tarde o temprano acabaría por suceder.

—¿Qué quieres decir con eso de tarde o temprano? He salido con muchas chicas.

—No me refiero a eso. Cualquier joven sin nada más que hacer sale con chicas. Habrás salido con muchas, pero nunca nada serio hasta ahora.

—¿Crees que ahora lo es?

—¿Es una muchacha, Micky?

Rehuí su mirada.

—Digamos que sí.

—¿Qué clase de chica es?

—La chica más adecuada para mí.

—¿La traerás aquí para que la conozca?

—No.

—Con que es eso, ¿no?

—No, no lo es. No quiero herir tus sentimientos, pero...

—No vas a herir mis sentimientos. No quieres que la vea por si acaso llego a decir: «No lo hagas». Es eso, ¿verdad?

—No prestaría ninguna atención a lo que dijeras.

—Quizá no, pero te inquietaría. Sacudiría algo en tu interior porque siempre tomas buena nota de lo que digo y pienso. Hay cosas que he adivinado y tú sabes que he tenido razón. Soy la única persona en el mundo capaz de sacudir la confianza que tienes en ti mismo. ¿La muchacha es alguna mala pieza que te tiene cogido?

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