Orestíada (12 page)

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Authors: Esquilo

BOOK: Orestíada
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ATENEA. ¿El juicio de este pleito me confías?

CORIFEO. El honor te concedo que mereces.

ATENEA.
(A
ORESTES). ¿Qué quieres replicar a estas palabras? Dinos cuál es tu patria y tu linaje; cuéntanos tu infortunio, y de tus cargos defiéndete después. Si porque tienes fe en la justicia estás aquí sentado junto a mi estatua, como un venerable suplicante cual un nuevo Ixión, contesta mis preguntas con respuestas que sean fácilmente comprensibles.

ORESTES. ¡Soberana Atenea! Antes que nada esa gran inquietud borrar quisiera que aflora en tus palabras; pues no soy suplicante que espera aguas lustrales, ni me he sentado al lado de tu imagen con las manos manchadas. Buena prueba de todo te daré: es ley que el reo no debe abrir la boca hasta el momento en que le moje de una res la sangre que un purificador habrá vertido. Hace ya tiempo, en otra casa, el rito cumplí con reses y corrientes puras de agua lustral. Así, pues, te lo pido, aleja de tu pecho este cuidado. En cuanto a mi linaje, prontamente vas a saberlo: yo soy un argivo. Mi padre, Agamenón, tú lo conoces, era el caudillo de los héroes que un día se embarcaron. Destruiste con su concurso la ciudad de Troya. Murió este rey, no muy honrosamente, al volver a su casa; que mi madre con sus negros designios le dio muerte con una red traidora, testimonio de aquel crimen que un día en la bañera había cometido. A mi regreso —pues antes he vivido en el destierro— a mi madre maté, yo no lo niego, vengando, con su muerte, la del padre. Y de todo fue Loxias responsable, junto conmigo. Con muchos dolores —aguijones del alma— amenazóme si contra los culpables yo dejaba de cumplir su mandato. Tú, sentencia si obré o no con justicia, pues lo acepto, sea el que sea el fallo que tú emitas.

ATENEA. Si este caso se tiene por muy grave para que unos mortales lo diriman, tampoco puedo yo fallar un caso de muerte por encono. Sobre todo, cuando a mí has acudido con un gesto de suplicante, y puro, y sin peligro de mal para mi templo, y te he acogido en mi ciudad como ser sin reproche. Empero, unos derechos tienen estas que no resulta fácil conculcar, y si no alcanzan fallo victorioso en este pleito, invadirá la tierra el veneno de su resentimiento, peste insufrible. Son así las cosas. Y sea como sea, si se quedan aquí o las expulsamos de esta tierra me han de causar desdichas sin remedio. Pero puesto que aquí se ha presentado el caso, de esta sangre escogeré jueces atados por gran juramento y luego en un augusto tribunal lo tornaré, que dure para siempre. Buscadme los testigos y las pruebas, juramentado auxilio del derecho. Yo voy a recoger la flor y nata de mi ciudad, y volveré al instante para que justamente el pleito fallen sin transgredir en nada el juramento con espíritu inicuo y alevoso.

(Sale
ATENEA).

CORO.

ESTROFA 1.ª
Hoy habrá subversión, hoy nuevas leyes, si triunfa el derecho asesino de este matricida. A todos los mortales esta hazaña ha de abrirles la ruta a la licencia. ¡Qué de heridas abiertas por sus hijos aguardan a los padres, con el tiempo!
ANTÍSTROFA 1.ª
Todo, porque la ira de estas Furias —de la conducta humana centinelas— no van a castigar tales acciones: la muerte andará suelta. Y mientras cada cual el mal ajeno va contando, preguntará a su amigo: «¿Cuándo van a acabar estas desgracias?». Y el infeliz tan solo sugerirle podrá vanos remedios.

ESTROFA 2.ª
Que nadie ya, por la desgracia herido, pida ayuda invocando la Justicia, y la Erinia. Algún padre quizá, quizá una madre, lanzarán este grito lastimero, en medio de su angustia, pues se ha hundido el hogar de la Justicia.

ANTÍSTROFA 2.ª
Que es, a veces, el miedo provechoso: centinela del alma, en ella mora entronizado. Es útil la prudencia que inspira la atrición. Porque, ¿quién, individuo, o bien, ciudad, bajo este sol que alumbra si no abriga un temor dentro del pecho, honrará a la Justicia?

ESTROFA 3.ª
No elogies una vida licenciosa ni la que al despotismo está sujeta. Que Dios ha concedido la victoria siempre al término medio. Porque el resto, lo rige de otra guisa. Comedido es también lo que proclamo: de la impiedad es la insolencia el hijo, ciertamente; de la salud del alma brota toda ventura, de todos tan querida y anhelada.

ANTÍSTROFA 3.ª
En términos supremos te lo digo: tú venera el altar de la Justicia, no la ultrajes con tus impías plantas porque hayas divisado una ganancia. Que el castigo vendrá; su cumplimiento espera, soberano. Coloca, pues, el paternal respeto en un lugar muy alto. Y acepta con piedad la visita del huésped que acude a tu
morada.

ESTROFA 4.ª
Quien, porque quiere, es justo, y sin presiones, no quedará sin dicha; no irá jamás a una total ruina; El rebelde que, a fuerza de atropellos amontona riqueza injustamente, con el tiempo —te digo— habrá de amainar velas, cuando tenga sus cuitas al rompérsele el mástil de la nave.

ANTÍSTROFA 4.ª
Llama a gritos a quienes no le escuchan, desde el centro de la horrible tormenta; y los dioses se burlan de aquel varón ardiente viendo —¿quién lo dijera?— que se hunde, sin remedio entre males, impotente para evitar las olas. Y entonces estrella en los escollos de Justicia, su ventura de antaño, para, al final, hundirse, y perecer sin que le llore nadie.

(Reaparece
ATENEA.
Durante el canto coral se ha ido arreglando la sala para el juicio. Un heraldo señala a cada miembro del tribunal su puesto).

ATENEA. Heraldo, haz ya tu oficio y esta masa detén. Luego, con la trompeta etrusca, cuya voz llega al cielo, con su aliento que haga al pueblo escuchar su agudo canto.

Que mientras se reúne este consejo debe reinar silencio, y así el pueblo conocerá las normas que yo quiero para siempre instaurar, y así podamos fallar perfectamente este litigio que a estas dos partes puso cara a cara.

(Aparece
APOLO).

CORIFEO. Príncipe Apolo, impón tu autoridad en lo que es tuyo. Pero dime, ¿qué tienes que ver en esta causa tú?

APOLO. He venido a prestar mi testimonio. Según las leyes, es mi suplicante, y a mí ha acudido en busca de socorro. Yo soy quien de su crimen lo ha lavado. Pero aquí estoy también para apoyarle, que el responsable soy del matricidio.
(A
ATENEA). Abre, pues, el juicio y hasta el fin condúcelo como mejor entiendas.

ATENEA.
(A las
ERINIAS). La palabra os concedo, abre el debate. Si quien acusa habla el primero, puede narrar muy bien los puntos en litigio.

CORIFEO. Hablaremos muy breve, con ser muchas.

(A
ORESTES). Contéstame pregunta por pregunta: ¿Mataste o no mataste tú a tu madre?

ORESTES. Sí, la maté; no voy eso a negarlo.

CORIFEO. He aquí el primero de los tres derribos.

ORESTES. Aún no he caído y de vencer te jactas.

CORIFEO. Aún debes confesar cómo lo hiciste.

ORESTES. Le segué la garganta, lo confieso, con una espada que mi brazo armaba.

CORIFEO. ¿Quién a ello te impulsó, te dio la idea?

ORESTES.
(Señalando a
APOLO). Los oráculos de este; él me es testigo.

CORIFEO. ¿El profeta te indujo al matricidio?

ORESTES. SÍ, y hasta hoy mi suerte no deploro.

CORIFEO. De otra guisa hablarás, si te condenan.

ORESTES. Desde su tumba el padre me da ayuda.

CORIFEO. ¿En los muertos confías, matricida?

ORESTES. Con crimen doble se manchó ella el alma.

CORIFEO. Aclara tus palabras al jurado.

ORESTES. Mató a su esposo, asesinó a mi padre.

CORIFEO. TÚ, sin embargo, vives, y ella ha muerto.

ORESTES. ¿Por qué no la acosaste, estando viva?

CORIFEO. No comparten su sangre los esposos.

PRESTES. ¿ES que comparto yo la de mi madre?

CORIFEO. ¿Pues cómo te gestó ella en sus entrañas, asesino? ¿Reniegas de su sangre?

ORESTES.
(A
APOLO). ES hora de que prestes testimonio. Explícame, oh Apolo, si la vida le quité justamente. Porque el hecho tal como sucedió, yo no lo niego. Pero tú has de decir si fue en justicia, cual crees, que esta sangre fue vertida o lo fue injustamente. De este modo conseguiré informar a este jurado.

APOLO. Voy a testificarlo ante vosotros, institución augusta de Atenea. Fue en justicia. Y yo soy un profeta, no he de mentiros. Nunca de mi trono profético un oráculo he proclamado sobre varón, mujer o algún estado, que no me haya dictado Zeus, el padre de los dioses. Os invito a atender la gran autoridad de este argumento y aceptar los principios de mi padre. Más que Zeus nunca puede un juramento.

CORIFEO. Zeus, pues, según declaras, el augurio te sugirió que a Orestes ordenaba que vengara la muerte de su padre hollando los derechos de una madre.

APOLO. Sí, porque no es lo mismo que el que muera sea un noble investido con el cetro de Zeus, y a más, a manos de una esposa —que no cometió el crimen con la ayuda de un arco impetuoso, cual podría hacerlo una Amazona— mas del modo que vais ahora a escuchar, Ralas Atenea, y vosotros, que estáis para dar vuestro voto en este proceso: regresaba del campo de batalla, do lograra en casi todo un éxito notable. Ella lo acoge con palabras tiernas, ... y lo envuelve en un manto, y cuando ya lo ha prendido en los pliegues de aquel peplo recamado, golpe mortal le asesta. Tal fue, como os he dicho, el cruel destino del gran hombre caudillo de la armada. A ella os la he pintado de este modo, para que el pueblo, que ha de dar el fallo sienta en su pecho el diente de la ira.

CORIFEO. Zeus, según tú, da mayor importancia a la muerte de un padre. Y, sin embargo, al suyo, al viejo Crono, de cadenas un día lo cargó, y ¿ahora tú afirmas que no hay contradicción en tus palabras?
(Al tribunal).
Prestad mucha atención: sois mis testigos.

APOLO. ¡Monstruos aborrecibles, de los dioses espanto! Las cadenas él podía desatarlas, tiene remedio, existen mil formas de romperlas. Pero cuando la sangre de un varón bebió la tierra, no hay medio de volverle a la existencia. Contra este mal mi padre no fabrica hechizos, él que todo lo conmueve sin perder el aliento en el esfuerzo.

CORIFEO. Mira de qué manera lo defiendes para que sea absuelto. Fue la sangre de una madre lo que virtió —¿lo escuchas?— ¿Y luego va a vivir en Argos, bajo el techo de su padre? ¿Y a qué altares podrá acercarse? Di. ¿Qué cofradía podrá acogerlo en sus sagrados ritos?

APOLO. Te lo diré, y acepta mis razones: del hijo no es la madre engendradora, es nodriza tan solo de la siembra que en ella se sembró. Quien la fecunda ese es engendrador. Ella, tan solo —cual puede tierra extraña para extraños— conserva el brote, a menos que los dioses la ajen. Y daré mis argumentos: puede haber padre sin que exista madre, y muy cerca tenemos un testigo, la propia hija de Zeus, rey del Olimpo. No fue gestada en las tinieblas de una materna entraña, mas, ¿qué dios podría dar a luz a un retoño semejante? En cuanto a mí, oh Atenea, cual sé hacer en otros casos, quiero engrandecerte a ti, y a tu ciudad, y sus habitantes. A este
(por
ORESTES) en suplicante, lo he enviado a tu templo, porque te sea fiel eternamente, y en él halles, diosa, fiel aliado en sus descendientes. Y esa fidelidad se hará extensiva a sus hijos futuros, para siempre.

ATENEA. ¿Puedo, pues, ya ordenar, que, en conciencia emita este jurado un justo fallo puesto que ya se ha hablado lo bastante?

CORIFEO. Nosotros disparamos nuestras flechas. Ahora espero escuchar vuestro fallo.

ATENEA. Y, ¿vosotros? ¿Cómo debo actuar para no merecer vuestra repulsa?

APOLO. Ya oísteis lo que oísteis, extranjeros. Y que al votar respete vuestro pecho los juramentos que prestasteis antes.

ATENEA. Oíd lo que dispongo, oh habitantes del Ática, que hoy, por vez primera en un pleito juzgáis de asesinato. Desde ahora en adelante y para siempre, tendrá como tribunal augusto, de Egeo el pueblo, esta corte. Y en esta colina de Ares, asiento y campo de aquellas Amazonas que marcharon contra la ciudad, un día, por su odio hacia Teseo —y que en aquella ocasión edificaron las altas torres de esta ciudadela, donde a Ares sus sacrificios ofrecían, y por ello roca y monte recibieron el nombre que llevan—, digo, pues, que en esta roca el miedo y el respeto, hermano suyo, lejos del crimen habrán de mantener, noche y día, al ciudadano, entre tanto no subviertan estas leyes. Si en su caudal viertes lodo y turbias corrientes, y ensucias el agua clara, no tendrás agua potable.

Ni indisciplina excesiva, pues, ni gobierno despótico, que tales son los principios que aconsejo respetar sin, empero, eliminar de la ciudad para siempre todo temor. Pues si nada teme, ¿qué hombre va a seguir el recto camino? Si sentís justa reverencia hacia este tribunal, en él habréis de encontrar un protector baluarte de esta tierra, de este estado, cual no ha conocido nadie ni en Escitia ni de Pélope en la tierra. Y será virgen de corrupción, y severo, venerable, en vela siempre por proteger al dormido: tal es el consejo que yo instituyo, protección eterna de esta ciudad. He aquí el largo discurso que dirijo, sobre el futuro, a mis conciudadanos. Pero ahora el momento ya es llegado de poneros de pie, y vuestro voto depositar, y emitir la sentencia manteniéndoos fiel al juramento. He dicho.

(Los jueces se levantan y van depositando sus votos en las urnas).

CORIFEO. Os aconsejo no arrancar sus derechos a este pesado coro que se ha asentado en vuestra tierra.

APOLO. Pues yo os invito a respetar mi oráculo, que es también el de Zeus, y no impidáis que fructifique.

CORIFEO. Tú quieres tratar un delito de sangre, y no te incumbe. ¡Nunca más podrás dar ya un oráculo sin mancha alguna!

APOLO. ¿Es que, por tanto, entonces, se equivocó mi padre en sus decretos cuando Ixión, el primer asesino, fue a pedirle que lo purificara?

CORIFEO. Lo dices tú; pero yo, si no alcanzo justicia, en mi venganza voy a ser para esta tierra un fardo muy pesado.

APOLO. Tú no tienes derecho entre los dioses, ni jóvenes, ni antiguos; yo triunfo.

CORIFEO. Igual fue tu conducta con Admeto. Persuadiste a las Moiras que tornaran en inmortal a aquel que mortal era.

APOLO. ¿No es justo hacer el bien al que te ha honrado, en especial cuando él te necesita?

CORIFEO. La antigua ordenación arruinando, tú engañaste a las diosas con el vino.

APOLO. No alcanzarás victoria en este pleito, pronto vomitarás esa ponzoña, que ya no habrá de ser en el futuro pesada carga para tu enemigo.

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