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Authors: Esquilo

Orestíada (5 page)

BOOK: Orestíada
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ANTÍSTROFA 7.ª

CASANDRA.
¡Patria infeliz, perdida sin remedio! ¡Paternos sacrificios para salvar las torres, pródigos en ofrendas de las majadas nuestras! Pero nada ha impedido que la ciudad sufriera su infausta suerte y yo misma, pronto, habré de derramar ardientes lágrimas.

CORO.
Esto es igual de claro que lo que antes dijiste: un demon de maldad, harto pesado, de ti se ha apoderado y te induce a entonar esas voces lamentables, de muerte portadoras. Y al final yo no acierto a descifrarlas.

CASANDRA.
(Que se ha recobrado un tanto y es dueña de sí).
Mi profética voz, cual una novia, no mirará ya más entre sus velos. Soplando claramente, me parece, saltará hacia levante una desgracia aún más horrible que la que pregono, cual ola inmensa y cubrirá la orilla. ¡Ya no os informaré a través de enigmas! Vosotros sois testigos: seguí el rastro sin perderme, de crímenes antiguos: a este palacio no abandona nunca un coro con sus cantos monocordes, y lúgubre es su acento. No es la dicha lo que proclama. Y hablaré más claro: una ronda de Erinias de la raza —difícil de expulsar— vive en la casa, y que bebió, para aumentar sus fuerzas incluso sangre humana. Y, aferrados, de esta casa en los muros van cantando el himno de aquel crimen primigenio para luego escupir la repugnancia de su lecho fraterno, tan terrible terrible para aquel que lo ha pisado. ¿He fallado o he dado en la diana, cual un hábil arquero? ¿O es que yo acaso soy una profetisa de mentiras que va de puerta en puerta con su cháchara? ¡Depon, por tanto, ya tu testimonio! Pero antes júrame, con tu palabra que ignoras los pecados de esta casa.

CORIFEO. Y ¿un grave juramento afirmativo puede ser el remedio? Y sin embargo me sorprende que tú, que allende el mar creciste, y que hablas otra lengua, puedas describir, y tan bien, lo que no has visto.

CASANDRA. Apolo, el dios profético, incitóme.

CORIFEO. ¿Es que, aun siendo él un dios, te deseaba?

CASANDRA. Antes no osaba pregonar mis cuitas.

CORIFEO. En la prosperidad se es engreído.

CASANDRA. Por mí luchaba, sí, lleno de encanto.

CORIFEO. Y, ¿tuvisteis un hijo, como es norma?

CASANDRA. Prometida a este dios, rompí mis votos.

CORIFEO. ¿Ya poseías tus divinas artes?

CASANDRA. Ya cantaba a mis pueblos sus pesares.

CORIFEO. ¿Y lograste escapar a su despecho?

CASANDRA. Tras mi pecado no convenzo a nadie.

CORIFEO. Yo, al menos, creo en tus vaticinios.

CASANDRA.
(Nuevamente en trance).
¡Ay de mí! ¡Oh desventura! Nuevamente terrible, el mántico aguijón me azuza con siniestros preludios perturbándome. ¿No veis a aquellos jóvenes sentados ante el palacio cual visión de sueños? Son como niños muertos a las manos de los seres queridos; con sus palmas llenas de carne que es su propia carne, se ve cómo sostienen intestinos y entrañas ¡ay! —¡oh fardo lamentable!— que llegará a probar su propio padre. De todo alguien medita la venganza: es un león, oh sí, un león que anda suelto por el palacio y se revuelca en su lecho, esperando la llegada del señor que regresa, de mi dueño, pues que he de soportar el yugo esclavo. Y el jefe de las naves, el que, un día, Troya arrasara, ignora las maldades que ha tramado esa lengua tan odiosa de perra que hace un rato le lamía y le irguió, afectuosa, las orejas. A tal se atreve: la hembra es la asesina del macho. Es... ¿qué monstruo repugnante para acertar podría yo llamarla? Una Escila que mora en los escollos, —perdición de marinos—, una madre infernal, y rabiosa que respira un odio sin cuartel contra su estirpe. ¡Qué grito de triunfo y de victoria —como tras la victoria en el combate— ha proferido esa mujer audaz sobre toda medida! Que se alegra, da la impresión, del próspero regreso. Me es igual que no logre persuadirte. El futuro vendrá; pronto tú mismo, lleno de compasión, has de llamarme profetisa verídica en exceso.

CORIFEO. El banquete de Tiestes, celebrado con carne de sus hijos, reconozco, y lleno estoy de angustia. Me horrorizo al oír la verdad, no simple imagen. En cuanto a lo demás, sí que lo he oído, mas fuera de la pista estoy corriendo.

CASANDRA. Verás la muerte del Atrida, digo.

CORIFEO. ¡Calla, infeliz! No digas más blasfemias.

CASANDRA. De lo que digo no hay remedio alguno.

CORIFEO. Muy cierto, si ello ocurre. ¡Así no ocurra!

CASANDRA. TÚ ruegas mientras ellos se preparan.

CORIFEO. ¿Qué mano de varón prepara el crimen?

CASANDRA. Has bien perdido el rastro de mi oráculo.

CORIFEO. NO entiendo con qué medios pueda hacerlo.

CASANDRA. ¡Pues harto hablo yo bien la lengua griega!

CORIFEO. ¡Delfos también, y no es inteligible!

CASANDRA. ¡Ay, ay! ¡Qué fuerza ardiente! Ya se cierne de nuevo sobre mí. ¡Oh Apolo Licio! ¡Ay, ay de mí! La leona de dos patas, que comparte su lecho con el lobo, cuando el noble león ha abandonado su guarida, se apresta a darme muerte, pobre de mí. Como si preparara una ponzoña, mezclará mi paga en este bebedizo. Y mientras contra su esposo va afilando su machete, que va a hacerle pagar, promete, altiva, el haberme traído, con su muerte. ¿Para qué conservar, pues, estas prendas, escarnio de mi misma: el cetro y las ínfulas de profeta en torno al cuello? ¡Antes de que se cumpla mi destino, os voy a destruir!

(Rompe el cetro que lleva con ella).

¡Muy bien, pues! ¡Fuera! En viéndote caer, pago mi deuda. A otra en mi lugar colmad de males. Y ahora, ved, el propio Apolo el manto de profeta me quita. Y renegando de mí, consiente incluso que devenga con estos ornamentos el ludibrio de amigos y enemigos. Vagabunda, pobre hechicera y medio muerta de hambre, he de aguantar el verme así insultada. Y el dios que profetisa me hizo un día, me ha traído a morir. En vez del ara que tenía en mi patria, ahora me espera de mortal tajo verme herida, al lado de víctima que aún está caliente. Y con todo, no han de dejarme impune los dioses: vendrá otro, sí, un tercero, un vengador, asesino, retoño de su madre, y que pedirá las cuentas por la muerte del padre. Él, desterrado, vagante y fugitivo de esta tierra, un día ha de volver a dar remate a esta infamia que alcanza a un ser querido. Los dioses con solemne juramento traerlo prometieron a vengarse por el abatimiento de su padre. ¿A qué, pues, lamentarme, compasiva? Si vi a Troya sufrir lo que ha sufrido, y a mi conquistador así cayendo, por decreto divino; ¡ea!, en la casa voy a entrar a enfrentarme con la muerte. En estas puertas yo saludo al Hades. Certero golpe pido solamente y así cerrar los ojos sin espasmos entre chorros de sangre que la muerte me traigan compasiva y dulcemente.

CORIFEO. ¡Oh mujer desdichada en demasía, en demasía sabia! Mucho hablaste. Pero si sabes cuál es tu destino ¿por qué tan decidida vas al ara cual res que han consagrado al sacrificio?

CASANDRA. No existe escapatoria, forasteros.

CORIFEO. Mas el postrer instante es muy valioso.

CASANDRA. El día ya llegó. No valen fugas.

CORIFEO. Debes tu gallardía a un pecho osado.

CASANDRA. Ningún hombre feliz oye estas loas.

CORIFEO. Heroica muerte es dulce para el hombre.

CASANDRA.
(Dirigiéndose a las puertas del palacio).
¡Ay de ti, padre, ay de tus nobles hijos!

CORIFEO. ¿Qué ocurre que temblando retrocedes?

CASANDRA.
(Retrocediendo).
¡Ay, ay!

CORIFEO. ¿Retrocedes? El miedo es de tu mente.

CASANDRA. La casa hiede a muerte, hiede a sangre.

CORIFEO. ES el aroma de los sacrificios.

CASANDRA. ES un hedor igual al de un sepulcro.

CORIFEO.
(Con ironía).
No es aroma de Siria la que dices.

CASANDRA. Entro, pues, en palacio, por mí misma y por Agamenón llorando el hado. Basta ya de la vida. ¡Ay, extranjeros! Yo no gimo de miedo, simplemente, cual ave en un arbusto. Cuando muera, sed testigos por mí de estos sucesos el día en que, por mí, mujer, perezca otra mujer, y sea abatido un hombre que tuvo infausta esposa. Esa es la prenda de hospedaje que, como un moribundo, hoy os suplico.

CORIFEO. ¡Oh cuánta compasión siento, infeliz, por tu fatal destino!

CASANDRA. Quiero aún decir unas palabras; no entonar un lamento por mi vida: al Sol suplico, en esta luz postrera, que el vengador, al tiempo, también vengue mi muerte, sí, la muerte de esta esclava, de esta mujer que fue tan fácil presa.

(Entra en palacio).

CORIFEO. ¡Ay la fortuna humana! Si es dichosa, una sombra semeja, y si es infausta húmeda esponja todo el cuadro borra; y es esto más que aquello lo que siento.

CORO. ES la prosperidad, para los hombres, insaciable pasión: nadie renuncia a ella. Nadie le dice con la mano alzada: «La entrada te prohibo». A este varón los dioses concedieron vencer a Troya, y, llega ahora a la patria por los dioses honrado. Mas si hoy ha de pagar la sangre que vertiera en el pasado, y con su muerte, por culpa de otra muerte, ha de causar más muertes, ¿quién, quién, al escuchar esto, osaría decir que vino al mundo exento de desgracias?

AGAMENÓN.
(Desde el interior del palacio).
¡Ay de mí! ¡Me han herido de muerte en las entrañas!

CORIFEO. ¡Calla! ¿Quién grita que le hieren mortalmente?

AGAMENÓN. ¡Ay, ay de mí otra vez! ¡Una segunda herida he recibido!

CORIFEO. Se ha perpetrado el crimen, me parece, a juzgar por los gritos del monarca. ¡Ea!, deliberemos bien sobre este hecho.

CORO.
(Se divide en varios grupos).
Os diré lo que creo necesario: pedir que la ciudad traiga socorros. Yo opino que hay que entrar a toda prisa, y descubrir el crimen cuando aún el puñal mana sangre.

Lo comparto, y voto por la acción, ya no hay tiempo para perderse en dudas.

Está claro. El preludio es de un golpe para hacerse con el poder.

Es que nos retrasamos; y ellos hollan la gloria de la duda y no permiten que su mano tenga un descanso.

No sé qué sugerir. Mas antes de la acción hay que hacer planes. Yo pienso igual: que a un muerto, con palabras la voz ya no es posible devolverle. Para alargar la vida, ¿cederemos el poder al que ultraja este palacio? ¡Intolerable, sí, antes la muerte! Que es más dulce morir que ser esclavo. Con los gemidos como solo indicio, ¿vamos a presagiar que el rey ha muerto? Es al saber los hechos con certeza, cuando debe estallar la indignación: presumir y saber no son lo mismo. Abundo totalmente en esta idea de descubrir al rey lo que le ocurre.

(El
CORO
se dispone a entrar en palacio, pero aparece
CLITEMNESTRA.
Al fondo del palacio se ven los cadáveres de
AGAMENÓN
y de
CASANDRA).

CLITEMNESTRA.
(Que aparece ante la puerta con frialdad y dueña de sí misma).
Si antes dije palabras que exigía este trance y ahora lo contrario proclamo, no voy a sentir rubor. Pues, ¿cómo en otro caso el que se apresta a descargar su bilis contra aquel que le odia a su vez, fingiendo ser amigo suyo podría una trampa insalvable de muerte levantar? Ha tiempo que tenía preparado este proyecto. Y ya llegó la hora del triunfo final, ¡tras tanto tiempo! Aquí me yergo, do descargué el golpe ante mi víctima; y obré de tal manera, no os lo voy a negar, que no ha podido ni huir ni defenderse. Una red sin salida, cual la trampa para peces, eché en torno a su cuerpo —la pérfida riqueza de un ropaje—. Lo golpeo dos veces, y allí mismo entre un grito y un grito se desploma. Cuando está ya en el suelo, un tercer golpe le doy, ofrenda al Zeus de bajo tierra, protector de los muertos. Ya caído, su espíritu vomita; exhala, entonces, un gran chorro de sangre, y me salpica con negras gotas de sangrante escarcha. Y yo me regocijo cual las mieses ante el agua de Zeus, cuando está grávida la espiga. Y eso es todo. Alegraos por ello, argivos. Si es que os causa gozo. Yo exulto, y si fuera razonable verter sobre un cadáver libaciones, ahora fuera justo y más que justo. A tal punto, la crátera, de males execrables llenó, y ahora lo paga.

CORIFEO. Tus palabras nos causan gran asombro. ¡Qué osadía en tu lengua! ¡Qué soberbia jactancia ante tu esposo!

CLITEMNESTRA. Me tentáis cual si fuera mujer irreflexiva. Y os digo, sin temor dentro del pecho, —y lo sabéis muy bien—: nada me importa el que aprobéis o condenéis mis actos. Este es Agamenón, cadáver ya, mi esposo, muerto a los golpes de mi mano, digna obra de un experto artista. He dicho.

ESTROFA.

CORO.
(Muy agitado). ¿Qué mala hierba, mujer, nutrida por la tierra, qué ponzoña sacada del mar bebiste para atreverte a cargar sobre ti este sacrificio despreciando la maldición de un pueblo? Pero serás una mujer sin patria, odio implacable de tu propia tierra.

CLITEMNESTRA. ¿Ahora decretas para mí el destierro y soportar el odio de mis gentes y las imprecaciones de mi pueblo? Pero entonces no hiciste nada en contra de este varón, que, sin darle importancia, como si se tratara del destino de una res, cuando sobran las ovejas en el rebaño, osó sacrificar —el parto más querido de mi vientre— a su hija, para hechizar los vientos de Tracia. ¿No era este a quien debías de esta tierra expulsar, así lavando sus crímenes? Acabas de escucharme, ¡y te eriges ya en juez de mi conducta! Lanza tus amenazas a sabiendas de que estoy igualmente preparada. Y si tú me doblegas con tu brazo, podrás ser mi señor, mas si los dioses deciden lo contrario he de enseñarte a saber, aunque tarde, qué es prudencia.

ANTÍSTROFA.

CORO.
Altanero es tu espíritu, y hablaste palabras insensatas. Con tu crimen, no hay duda, tu mente ha enloquecido. Lo proclaman tus ojos inyectados de sangre. En pago de tu crimen sin amigos y sola
tú tendrás que pagar golpe por golpe.

CLITEMNESTRA. Pues escucha tú ahora la norma de mi propio juramento: por la total justicia de mi hija, por Ate y por Erinia en cuyo honor he cometido el crimen: jamás penetrará en este palacio ni asomo de terror, mientras alumbre Egisto el fuego de mi hogar que es hoy como siempre leal a mi persona. Porque él es para mí un no corto escudo de mi propio valor. Miradle, yace en tierra el que ofendiome, el encanto de todas las Criseidas de la tierra troyana. Con él, ella también, la prisionera, la adivina que, amante real, con él comparte el lecho, y que con él los bancos de una nave, desgastara. La muerte han conocido que merecían. Él así ha caído, y ella, cual cisne, su postrer lamento cantó, para yacer, enamorada, a su lado. ¡Ha sido él, mi esposo, quien aquí la ha traído, a mi banquete, a sazonar con ella las viandas!

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