Orestíada (9 page)

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Authors: Esquilo

BOOK: Orestíada
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(CLITEMNESTRA
sale del palacio).

CLITEMNESTRA. Extranjeros, hablad, si es que tenéis algo que hablar; que en esta casa existe cuanto cabe esperar: baños calientes, lecho que hechizará vuestras fatigas, y la presencia de personas dignas. Si hay que tratar asuntos de más monta, esto es cosa del varón: a él me remito.

ORESTES. Pues yo soy un extranjero procedente de la Fócide, un daulio. Cuando ya estaba dispuesto para partir con el bagaje completo en dirección hacia Argos —ciudad donde me detuve— sin conocerle, y sin que él a mí me conociera, topóse conmigo un hombre, y después de preguntar hacia dónde me encamino, y tras revelarme el suyo, dirigióme estas palabras Estrofio el focidio —yo he sabido cómo se llama a lo largo de la charla—: «Ya que, de todas maneras, te diriges hacia Argos, acuérdate, oh extranjero, de comunicar, sin falta, a sus padres que está muerto su hijo ORESTES. No lo olvides. Y tanto si es voluntad de los suyos recibirlo, o que lo entierren allí donde cual huésped vivía, tráeme cuando regreses sus noticias. Por ahora las paredes de una urna de bronce guardan los restos de este joven a quien todos lloramos siguiendo el rito». Eso es todo lo que oí, y vengo a comunicarlo. Si estoy hablando con uno de sus deudos o parientes, lo ignoro; mas quien le diera el ser, creo, ha de saberlo.

CLITEMNESTRA. ¡Acabas de anunciar nuestra ruina! ¡Maldición de esta casa, cuán difícil es contra ti luchar! Con ojo claro consigues descubrir lo más oculto y herirlo con tus dardos que no fallan. Unos seres queridos me has quitado. Ahora ha sido ORESTES, que en buen hora sus plantas alejara de esta trampa de muerte, y ahora apenas la cabeza asoma, la esperanza tú arruinas de esta casa, para encontrar al médico que extirpe de ella esa locura horrible.

ORESTES. Pues en cuanto a mí concierne, mi ilusión hubiera sido trabar mi conocimiento con huéspedes tan honrados, y ser de ellos acogido por traerles buenas nuevas. Pues, ¿quién hay mejor dispuesto hacia un huésped que otro huésped? Mas me hubiera parecido cosa impía no dar cima al encargo de un amigo después que lo prometí y de haberme él acogido.

CLITEMNESTRA. No habrás de recibir por ello un trato que no te corresponda ni serás menos caro al palacio; al fin y al cabo otro hubiera traído estas noticias. Pero llegó la hora de que un huésped que ha caminado su jornada encuentre ya su descanso tras largo camino.

(A una esclava).

Guíalo ya a la estancia de invitados, junto con sus esclavos y cortejo, y que disponga allí de todo cuanto tiene el palacio. Esta misión te encargo y de ella habrás de serme responsable.

(Salen
ORESTES
y
PÍLADES,
con su cortejo, acompañados de la esclava).

Voy a contarlo al dueño del palacio, y pues en él hay amigos leales, allí discutiremos este trance.

(Entra en palacio).

CORO. Oh leales cautivas del palacio, ¿cuándo, pues, mostraremos la fuerza en nuestros labios para ayudar a ORESTES? Oh Tierra, mi Señora, túmulo venerable levantado sobre el augusto cuerpo de un caudillo. Escucha ahora mi ruego: dame tu protección, pues que ha llegado la hora de que salte a la liza la artera persuasión, y de que Hermes, el dios de los infiernos y la noche, les guíe en esta lucha de espadas homicidas.

(Sale de palacio la
NODRIZA).

CORIFEO. Yo pienso que el extranjero dentro va causando estragos: estoy viendo a la nodriza de ORESTES cómo derrama lágrimas.

(Se acerca a ella).

Cilicia, dime, ¿hacia dónde te encaminas?

NODRIZA. Mi señora me ha ordenado que comunicara a Egisto que acuda aquí a toda prisa a hablar con los forasteros, para que así, de hombre a hombre, se entere, sin sombra alguna, del mensaje que han traído. Adoptó, ante los esclavos, un gesto muy doloroso, si bien por dentro ocultaba el gozo que le causaba hecho tan fausto para ella, —mientras que para esta casa es todo desolación por la nueva que han traído estos huéspedes. Sin duda su corazón ha saltado de gozo cuando esta nueva escuchó. ¡Infeliz de mí! Y las desgracias antiguas, tan duras, amontonadas en casa de los Atridas, han destrozado mi pobre corazón dentro del pecho. Mas yo nunca he recibido golpe tan cruel como este: que los demás infortunios aún podía soportarlos con toda resignación... Mas que mi pequeño ORESTES, un pedazo de mi vida, a quien cuidé desde el mismo instante en que de su madre yo le recibí en mis brazos... ¡Las mil torturas causadas por sus llantos, que me hacían toda la noche velar!... todo lo he sufrido en vano. Puesto que a una criatura sin el uso de razón hay que tratarla —¿no es eso?— como a un pequeño animal, siguiendo la intuición. Porque un niño de pañales no dice que tiene sed, ni hambre, ni que ha de orinar. Se basta a sí mismo el vientre. Y yo en muchas ocasiones acertaba, pero en otras, me equivocaba, lo sé, y con ello lavandera de pañales era, que entrambos oficios se confundían. Y porque yo conocía estos dos oficios, pude recibir al niño ORESTES de los brazos de su padre. ¡Y ahora me entero que ha muerto! Mas del hombre voy en busca que es la ruina de esta casa. ¡Me imagino con qué gozo recibirá esta noticia!

CORIFEO. ¿Cómo dijo que acuda hasta el palacio?

NODRIZA. Repite tu pregunta y así entiendo.

CORIFEO. Si con su guardia, o si ha de venir solo.

NODRIZA. Que venga dijo con su guardia entera.

CoRIFEO. Pues no des estas órdenes a tu amo, sino «que acuda solo de manera que no provoque alarmas». Vete y trae la orden a toda prisa, alegremente. El mensajero puede hacer que salga bien todo el plan en el secreto urdido.

NODRIZA. Después de estas noticias, ¿aún confías?

CORIFEO. ¿Y si al fin cambia Zeus nuestro infortunio?

NODRIZA. ¿Cómo? ¡Nuestra sola esperanza ya no existe!

CORIFEO. NO es verdad, pues que incluso un adivino inexperto podría así augurarlo.

NODRIZA. ¿Qué es lo que dices? ¿Sabes algo, acaso, distinto de la nueva que han traído?

CORIFEO. Vete ya a toda prisa con tu encargo. Los dioses cuidarán de lo que falte.

NODRIZA. Voyme pues a cumplir estos consejos. Y que todo resulte, con la ayuda de Dios, de la manera más perfecta.

CORO.

ESTROFA 1.ª
Escucha mi plegaria Zeus, padre de los dioses todos del Olimpo, y concede al señor de esta casa que en su empeño triunfe por contemplar de nuevo la justicia. Mi ruego te he expresado justamente, y ahora, Zeus, dale tú cumplimiento.

MESODO 1.°
Concédele el triunfo, Zeus, sobre el enemigo de palacio. Si lo exaltas, serán dobles y triples las ofrendas que de buen grado habrá de devolverte.

ANTÍSTROFA 1.ª
Es el huérfano potro de un ser que te es querido y uncido a un carro de fatigas; dale medida en la carrera y un ritmo salvador para que pueda contemplar en la pista el brío de su marcha victoriosa.

ESTROFA 2.ª
Vosotros que ocupáis un ángulo repleto de tesoros en el palacio, ¡oh deidades benignas!, conducid la sangre derramada

de los antiguos crímenes, con el auxilio de pronta justicia. ¡No engendre nueva prole la sangre antigua dentro del palacio!

MESODO 2.° Y
tú, que habitas en umbral grandioso que brillante se yergue, concede que levante nuevamente el hogar de un
guerrero su frente; que después de este velo de noche pueda al fin ver, con tranquila mirada, la libertad y su luz esplendorosa.

ANTÍSTROFA 2.ª Y
que el hijo de Maya le preste justamente su concurso; que nadie es más propicio, si lo quiere, para encauzar con viento favorable una empresa. Y si así lo desea, hace brotar sentencias sin sentido y, pronunciando una palabra oscura, la negra noche expande ante los ojos, sin resultar más claro en pleno día.

ESTROFA 3.ª Y
entonces ya los cánticos ilustres por la liberación de este palacio, cánticos femeninos para amansar el viento, melodías
agudas con gritos que resuenen cantaremos: «La ciudad ha vencido». Para mí florece esta ganancia, ciertamente, si Ate se encuentra lejos de quien amo.

MESODO 3.° Y
lleno de coraje, cuando llegue el momento culminante, si ella te grita «¡Hijo!». «Sí, de mi padre», dices, dando así cumplimiento a este acto de venganza irreprochable.

ANTÍSTROFA 3.ª
Respirando en tu pecho la audacia de Perseo, fiel a quienes reposan bajo tierra, fiel a quienes la habitan, vistiendo Ate sangrienta, aniquila al culpable de este crimen.

(Sale
EGISTO
de palacio).

EGISTO. He venido, y no por propio impulso, que me trajo un mensaje; yo he sabido que han llegado extranjeros con la nueva, en verdad no agradable, de la muerte de ORESTES. Y eso fuera una carga empapada de horror para esta casa herida ya y maltrecha tras aquella sangre que un día derramaron. ¿Cómo debo juzgarla, verdadera y real, o se trata más bien de esas leyendas de mujeres, forjadas por el miedo, que saltan en el aire y que se esfuman? ¿Cómo podrías tú aclarar mi mente?

CORIFEO. La noticia, la oímos. Pero entra en palacio y pregunta al extranjero. No existe un mensajero más completo que acudir ante él mismo e interrogarle.

EGISTO. Quiero verme con ese mensajero y preguntar si estaba cerca de él al morir, o bien si sus palabras proceden de un rumor sin fundamento. A una mente que sabe discernir, no logrará engañarla, ciertamente.

(Entra
EGISTO
en palacio).

CORO. ¡Oh Zeus, oh Zeus!, ¿qué hacer? ¿Por dónde he de empezar mis oraciones, mi llamada a los dioses, y, en mis buenos deseos, cómo decir lo justo? Porque, ahora, los filos de la espada matadora, tiñéndose de sangre consumarán la ruina sempiterna de los Atridas, o, prendiendo ORESTES de libertad una brillante llama, y de poder legal, la gran riqueza habrá de recobrar de sus mayores. Tal es la lucha que él solo, contra dos, y sin reservas, se dispone a afrontar, el muy divino ORESTES. ¡Y que todo conduzca a la victoria!

EGISTO.
(Desde dentro).
¡Ay, ay de mí!

SEMICORO A. ¡Muy bien, muy bien! ¡Hiere de nuevo!

SEMICORO B. ¿Qué está pasando allí? Y, ¿cómo han ido las cosas en palacio?

SEMICORO A. Retirémonos ya mientras la cosa acaba. No parezca que somos responsables de todos estos males. Que la lucha final ya ha concluido.

ESCLAVO.
(Sale corriendo del palacio).
¡Ay, ay de mí! ¡Mi señor! ¡Que ha sido apuñalado! ¡Ay, por tercera vez! Egisto ya no existe. Mas, ea, pronto, abrid a toda prisa, y corred los cerrojos de la estancia de las mujeres; con urgencia falta un brazo joven empero no para prestar auxilio al que ya está acabado.

(Golpea las puertas del gineceo).

¡Hola, hola! ¡Estoy llamando a sordos! ¡Oh nada, nada!, yo me esfuerzo en vano con mis gritos, que todo el mundo duerme. ¿Qué es lo que estará haciendo Clitemnestra?

CORIFEO. Parece que su cuello sobre el tajo ya ha sido colocado y que muy presto será segado por un brazo justo.

CLITEMNESTRA.
(Saliendo del gineceo).
¿Qué pasa?, ¿por qué gritas en palacio?

ESCLAVO. Digo que a vivos muertos asesinan.

CLITEMNESTRA. ¡Ay! He captado el sentido de tu enigma. Perderemos la vida arteramente tal como maquinamos. Dadme un hacha homicida bien presto; ya veremos si vencemos o somos arrollados, pues que a tal punto llega mi desdicha.

(Aparece
ORESTES
espada en mano. Abre las puertas de palacio y en el fondo se ve el cadáver de
EGISTO).

ORESTES. Es a ti a quien persigo, porque este ha recibido, al fin, su merecido.

CLITEMNESTRA. ¡Ay, ay de mí! ¿Estás muerto, mi muy amado Egisto?

ORESTES. ¿Le quieres? Pues muy bien; en este caso yacerás en su tumba. De este modo ni muerta dejarás de serle fiel.

CLITEMNESTRA.
(Arrodillada a los pies de
ORESTES).

¡Hijo mío, detente! Ten respeto, criatura, a este pecho sobre el cual tantas veces chupaste, adormecido, la leche que te daba el alimento.

ORESTES. Oh Pílades, ¿qué hacer? ¡Ella es mi madre! ¿No me atreveré a matarla?

PÍLADES. Pero entonces, ¿qué será del oráculo de Loxias en Delfos proclamado? ¿Y qué del santo juramento? Mejor tener enfrente a todo el mundo que a los dioses, cree.

ORESTES. Venciste, lo confieso. Me aconsejas muy bien.

(A su madre).

Pues, ea, sigúeme, que quiero matarte junto a él, pues lo juzgaste cuando vivo, a mi padre preferible. Muere, pues, y reposa junto a él, pues tu amor entregaste a este individuo y al que habías de amar, lo despreciaste.

CLITEMNESTRA. YO te crié, y junto a ti envejecer quiero.

ORESTES. ¿Vivir conmigo quien mató a mi padre?

CLITEMNESTRA. El destino, hijo mío, es responsable.

ORESTES. Pues también es el hado quien te mata.

CLITEMNESTRA. ¿NO temes tú la maldición materna?

ORESTES. NO, pues me diste la existencia para arrojarme después a la desdicha.

CLITEMNESTRA. Al hogar te envié de antiguo huésped.

ORESTES. Hijo de un hombre libre fui vendido por dos veces.

CLITEMNESTRA. Y, ¿dónde está, di, el premio por ello recibido?

ORESTES. NO me atrevo a echártelo en la cara claramente.

CLITEMNESTRA. NO, dilo ya, mas cuenta, al mismo tiempo, la conducta insensata de tu padre.

ORESTES. NO reproches, en el hogar sentada, a aquel que lucha.

CLITEMNESTRA. ES muy duro, hijo mío, para una esposa estar sin el marido.

ORESTES. El afán del esposo las mantiene en casa vagarosas.

CLITEMNESTRA. Hijo mío, pareces decidido a darme muerte.

ORESTES. El golpe decisivo tú te has dado.

CLITEMNESTRA. ¡Cuidado! que los perros de tu madre...

ORESTES. ¿Y cómo escaparé a los de mi padre si mi deber no cumplo?

CLITEMNESTRA. ¡Todo inútil! Me veo suplicando ante una tumba.

ORESTES. La suerte de mi padre ha decretado la muerte contra ti.

CLITEMNESTRA. ¡Ay, infelice! ¡Qué víbora parí y he alimentado!

ORESTES. ¡Qué perfecto adivino ha resultado al fin tu pesadilla! Asesinaste a aquel que no debías; sufre, pues, una muerte también que no debías.

(La arrastra al interior del palacio para matarla).

CORIFEO. Por la doble desgracia de estos seres lloro yo ahora, pero una vez que a tanta sangre el infeliz Orestes puso punto final, prefiero, al menos, que al ojo de la casa no aniquilen.

CORO.

ESTROFA 1.ª
Ya llegó la justicia, con el tiempo, a la
casa de Príamo, un castigo tan justo como horrendo. También doble león y doble Ares ha llegado al hogar de los Atridas. Su misión ha cumplido íntegramente el desterrado que anunciara Delfos bien guiado, en su impulso, por la mano de un numen.

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