Orestíada (8 page)

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Authors: Esquilo

BOOK: Orestíada
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ELECTRA.
¡Si ni siquiera, padre, hubieses sucumbido al pie de Troya! ¡Si no hubieses hallado sepultura con la restante hueste, caída en el combate, cabe el río Escamandro! Si,
antes, tus asesinos hubiesen sucumbido de este modo, y alguien, muy lejos, nuestra desventura ignorando, hubiese conocido el destino fatal que les dio muerte!

CORO. Esto, hija mía, vale más que el oro; lo que pides supera la ventura más excelsa, la de los hiperbóreos, pero poder, sí puedes. Lo cierto es que el chasquido de este doble trallazo hasta mí llega; los defensores de estos están ya bajo tierra, las manos de quien manda son impuras y esto es algo odioso para el muerto, y lo es aún mucho más para sus hijos.

ESTROFA 4.ª

ORESTES.
Como un dardo penetra en mis oídos lo que has dicho. ¡Oh Zeus, oh Zeus! Envía desde abajo un tardío castigo contra la mano osada y asesina. ¡Incluso en una madre ha de cumplirse!

ESTROFA 5.ª

CORO.
¡Oh, si me fuera dado entonar, algún día, con voz clara, el himno de victoria! ¡Ante el hombre inmolado, ante la esposa muerta! ¿A qué ocultar en vano lo que sale volando de mi pecho? ¡Ante mi proa ruge, furiosa, la cólera del alma, odio implacable!

ANTÍSTROFA 4.ª

ELECTRA.
Pero decidme, ¿cuándo el abundoso Zeus, segando, ay, ay, cabezas desgarrará su
brazo? ¡Que vuelva la confianza en esta tierra! Justicia pido contra injustos seres. ¡Oh Tierra, potencias subterráneas, escuchadme!

CORO. Es ley, sí, que las gotas vertidas en el suelo con un asesinato exijan nueva sangre. Pues conjura la muerte a las Erinias que en nombre de los que antes han caído van trayendo desgracia tras desgracia.

ESTROFA 6.ª

ORESTES.
¡Soberano del mundo de los muertos! ¡Maldiciones terribles de los muertos! Mirad cómo se encuentra lo que resta del clan de los Atridas, en qué indigencia, privados de su casa. ¡Oh Zeus!, ¿adonde puedo dirigirme?

ANTÍSTROFA 5.ª

CORO.
De nuevo me palpita con fuerza el corazón al oír tus lamentos. Desespero, de bilis se ennegrecen mis entrañas al oír tus palabras. Pero cuando te veo bien dispuesto a la lucha, aleja mis dolores la esperanza, que se abre ante mis ojos lisonjera.

ANTÍSTROFA 6.ª

ELECTRA.
Y, ¿qué más te diremos para obtener tu ayuda? ¿Acaso los dolores con que nos ha afligido nuestra madre? Es posible calmarlos, pero son al embrujo inaccesibles. Cual carnicero lobo, por culpa de mi madre, implacable mi espíritu se
muestra.

ESTROFA 7.ª

CORO.
Al son de un ario canto me golpeo el pecho, y siguiendo los compases de cisia plañidera. Al ritmo de una sierra y bañados en sangre, pueden verse los gestos de mi mano, uno tras otro, desde arriba, de lejos; con los golpes mi dolorida y percutida testa retruena sin descanso.

ESTROFA 8.ª

ELECTRA.
¡Ay, ay, cruel, ay madre osada! ¿Cómo pudiste, en cruel sepelio, enterrar sin su pueblo al soberano, sin gemidos, sin lágrimas, enterrar a tu esposo?

ESTROFA 9.ª

ORESTES.
Me has contado, ay de mí, toda la infamia. Y este ultraje a mi padre ha de pagarlo, con la ayuda de dios y de mis manos. ¡Quítele yo la vida, y muera luego!

....................................................................

ANTÍSTROFA 9.ª

CORO.
Fue mutilado, para que lo sepas. Y la autora que lo enterró de esta manera infame buscaba que su muerte resultara insufrible a tu existencia. Ya oíste la desdicha de tu padre, llena de infamia.

ANTÍSTROFA 7.ª

ELECTRA.
Mencionas el destino de mi padre, pero a mí me tenían recluida, sin dignidad, sin poder hacer nada. Aislada en mi estancia, cual perro
peligroso, las penas me brotaban más prestas que la risa, y vertiendo, en mi encierro, un lamento de lágrimas sin cuento. (A
ORESTES).
Oye estas crueldades, y mantenías grabadas en tu mente.

CORO.

ANTÍSTROFA 8.ª
Óyelas sí, permite que entren en tus oídos estas palabras, hasta las tranquilas honduras de tu espíritu. El pasado así fue, el resto procura conocer con tu arrojo. Has de ir a la lucha con ánimo implacable.

ESTROFA 10.ª

ORESTES
A ti te invoco, ¡únete a los tuyos!

ELECTRA.
Yo
te llamo en mis lágrimas bañada.

CORO.
Nuestro coro con unánime voz se une a
estos rezos. Ven a la luz y escucha; y ponte a nuestro lado frente a nuestro enemigo.

ANTÍSTROFA 10.ª

ORESTES.
Ares con Ares luchará, y Justicia, también, contra Justicia.

ELECTRA.
¡Ay dioses, asentid con justicia a estos ruegos!

CORO.
Tiembla mi corazón al oír vuestros votos. El destino final ha tiempo espera. Con plegarias podría, al fin, cumplirse.

ESTROFA 11.ª
¡Oh miseria aferrada a este linaje! ¡Oh golpes discordantes y sangrientos de Ate! ¡Ay duelos insufribles, gemebundos! ¡Ay dolor implacable!

ANTÍSTROFA 11.ª
La venda que ha de ser remedio de esta herida reside en esta casa: no la pueden poner manos ajenas, ha de ser ella misma por medio de sangrienta y cruda lucha. ¡Éste es el himno de los dioses que bajo la tierra habitan!

Oh dioses subterráneos, escuchad esta súplica. En vuestra gran clemencia enviad a estos hijos un auxilio que lleve a la victoria.

(ORESTES
y
ELECTRA
han ido subiendo hasta la parte más alta del túmulo. Ahora, puestos de rodillas, golpean la tierra).

ORESTES. ¡Oh padre que caíste de un modo tan indigno de un monarca! Dame, yo te lo imploro, el poder de esta casa.

ELECTRA. YO te pido lo mismo, padre mío. Necesito tu ayuda para huir de la muerte e infligírsela a Egisto.

ORESTES. De esta suerte, tu parte alcanzarás en los banquetes que ofrecen los mortales. Si no, carecerás de los honores en las ricas ofrendas, hechas de llama y grasa, de esta tierra.

ELECTRA. Yo, con toda mi dote, te ofreceré, en mis bodas, libaciones al salir de la casa. Habrá de ser tu tumba para mí la riqueza más preciada.

ORESTES. ¡Tierra, permite que mi padre pueda contemplar esta lucha!

ELECTRA. Concédenos, Perséfone, la gloriosa victoria.

ORESTES. Recuerda el baño donde te arrancaron, oh padre, la existencia.

ELECTRA. Recuerda aquellas redes que contigo estrenaron.

ORESTES. En grilletes sin bronce te atraparon.

ELECTRA. Y unos velos urdidos con perfidia.

ORESTES. Al oír tal ultraje, ¿no despiertas?

ELECTRA. ¿NO vas a levantar tu amada frente?

ORESTES. Envía la justicia para unirse al combate con los tuyos, o déjanos usar la misma llave, si quieres que, vencido, resultes vencedor.

ELECTRA. Escucha ya mi súplica postrera. Contempla estos polluelos posados en tu tumba, amado padre; ten piedad del gemido del macho y de la hembra.

ORESTES. No dejes que se pierda enteramente la semilla de Pélope; que así, aunque estés bajo tierra, no habrás muerto del todo. [Los hijos son la voz que salva a los hombres de la muerte. Ellos son como el corcho que tira de la red, así impidiendo que el tejido de lino vaya al fondo].

ELECTRA. Escucha, que por ti es este lamento. Te salvas a ti mismo si escuchas mis plegarias.

(Bajan del túmulo).

CORIFEO. Vuestra larga oración no es reprochable tributo hacia esa tumba no llorada. Y, pues tu corazón está dispuesto a lanzarse al combate, haz lo que falta y reta así al destino que te aguarda.

ORESTES. Así se hará. Mas no creo importuno preguntar el porqué de esas ofrendas, y por qué intenta reparar tan tarde un daño sin remedio. Era mezquino el tributo a un espíritu insensible. Que aunque yo a calcular no alcanzaría el valor de la ofrenda, esta es, sin duda, inferior a la culpa. Por la sangre vertida, aunque ofrecieras tus riquezas el esfuerzo es inútil, según dicen. Contesta a lo que quiero, si lo sabes.

CORIFEO. Hijo, lo sé, que yo estaba presente. Por los sueños nocturnos aterrada esta impía mujer nos ha ordenado ir a ofrecerle algunas libaciones.

ORESTES. ¿Puedes contar el sueño exactamente?

CORIFEO. Parecióle parir una serpiente.

ORESTES. Y, ¿cómo terminaba este relato?

CORIFEO. La envolvía en pañales, como a un niño.

ORESTES. ¿Qué alimentos tomaba la serpiente?

CORIFEO. Ella en persona le acercaba el pecho.

ORESTES. Y, ¿no le hería el monstruo los pezones?

CORIFEO. Chupaba leche con sangre mezclada.

ORESTES. ¡No son vanos los sueños de los hombres!

CORIFEO. Ella, entonces, despierta horrorizada, lanzando un grito de terror, y, en casa, al grito de la dueña, las antorchas, que apagara la víspera, se encienden. Luego envía estas fúnebres ofrendas esperando que sean un remedio que pudiera calmar su alma angustiada.

ORESTES. Pues yo pido a la Tierra y al sepulcro del padre, que en mí encuentren estos sueños cumplimiento feliz. Como lo entiendo, todo cuadra muy bien: si esta serpiente parece que nació del mismo seno que yo, si se introdujo en mis pañales, si chupó con su boca el mismo seno que un día me criara y que de él hizo brotar sangre con leche; si mi madre lanzó un grito de horror ante el suceso, no hay remedio: ya que ella ha alimentado esta alimaña, morirá por fuerza. Soy yo quien la asesina, convertido en serpiente, como lo indica este sueño.

CORIFEO. Te escojo como intérprete del sueño, y ¡ojalá que suceda como dices! Pero danos tus órdenes a todos; dinos lo que hay que hacer, de qué abstenerse.

ORESTES. El asunto es muy sencillo: tú entrarás en el palacio
(A
ELECTRA) y a vosotras recomiendo que mantengáis nuestro pacto porque quienes, con engaños, a aquel varón dieron muerte, con nuestro engaño también sean al fin sorprendidos, en igual trampa muriendo tal como el príncipe Apolo, Loxias, proclamara un día, profeta que hasta este instante nunca me ha mentido. Y, yo, cargado con mi bagaje, me acercaré de la entrada a la puerta, acompañado de Pílades —huésped nuevo el uno, y antiguo huésped el otro de este palacio—. Y hablaremos en la lengua del Parnaso, los acentos del focidio remedando. Y es posible que ningún portero con rostro alegre nos reciba, que esta casa es hoy presa de desgracias. Allí vamos a quedarnos sin movernos, hasta que alguien ante la puerta pasando, se dirija mil preguntas y así diga: «¿Cómo, pues? ¿Por qué Egisto de su casa a un suplicante rechaza si está en Argos y conoce el asunto en cuestión?». Pues bien, si yo entonces llego a traspasar el dintel de la puerta y me lo encuentro sentado en el trono augusto de mi padre, o si más tarde llega y me habla cara a cara, —que no dudo que él habrá de reclamar mi presencia— antes de decir: «¿De dónde ha venido el forastero?», cadáver lo dejaré después que yo con mi bronce su cuerpo haya traspasado. Y la Erinia, que de muerte no va ya escasa, esta sangre cual tercera libación, habrá de apurar entonces. Tú, pues, atenta, vigila lo que ocurre en esta casa, y que todo vaya bien. Y a vosotras un discreto lenguaje os pido: a callar cuando convenga y a hablar las palabras adecuadas.

Y por lo que al resto atañe, que él su mirada dirija hacia aquí y que me asegure la victoria en esta lucha.

(ORESTES
acompañado de
PÍLADES,
se retira).

CORO.

ESTROFA 1.ª
Cría la tierra innúmeros y horrorosos azotes; los marinos abismos rebosan de enemigos portentosos para el hombre; en el
cielo brillan los astros que traen maleficio a los mortales. Todo ser alado, en fin, o fruto de la tierra contar podría del huracán las iras tormentosas.

ANTÍSTROFA 1.ª
Mas, ¿quién podría hablar del alma más audaz que la del macho, y del amor sin freno —compañero de azotes para el hombre— que anida en las entrañas de temeraria hembra? El vínculo que enlaza a las parejas en la bestia, en el hombre, acaba siempre roto por la lujuria de las hembras.

ESTROFA 2.ª
Quien no ha dejado que le broten alas a su espíritu vano, que conozca la astucia incandescente que imaginó la miserable hija
de Testio, de su hijo asesina, al dejar consumir la roja llama compañera del hado de su hijo, desde aquel mismo instante en que saliera llorando del seno de su madre, y que había de medir el tiempo de su vida hasta llegar el día marcado por los hados.

ANTÍSTROFA 2.ª
Pero hay otra mujer, en las leyendas, más odiosa aún, la sanguinaria Escila: ella a su esposo la muerte provocó para buscar el bien del enemigo, por un collar dorado deslumbrada, don de Minos, arrancando a Niso
su mortal cabellera cuando plácidamente respiraba en el sueño, ¡esa mujer de corazón de piedra! Y así, de
esta manera, pasó a las manos de Hermes.

ESTROFA 3.ª
Y pues he recorrido tan amargas desgracias, ¿no es acaso justo que este palacio abomine de una odiosa esposa, de los arteros planes de un femenino corazón contra un varón en armas? —¡contra tu esposo, sí, cual si enemigo fuera, la mano levantaste!

ANTÍSTROFA 3.ª
De entre los grandes crímenes el de Lemnos ocupa un lugar destacado en la leyenda. El pueblo lo condena entre lamentos y cada nuevo crimen con el crimen de Lemnos se compara. Por este sacrilegio que condenan los dioses la raza ha
sucumbido en medio del desprecio de los hombres; porque nadie respeta aquello que a los dioses no es querido. ¿Cuál de estas tradiciones no espigo justamente, honrando así un hogar que no se enciende, y el cetro femenino que toda audacia ignora?

ESTROFA 4.ª
El puñal puntiagudo junto al pecho hiere y traspasa, en nombre de Justicia (hollada en tierra) contra quien la majestad de Zeus, con alma impía, un día violara.

ANTÍSTROFA 4.ª
Es firme el basamento de Justicia; y Aisa funde ya el bronce y un hijo ha enviado a este palacio para cobrar, después de tanto tiempo, la mancha de unos viejos homicidios, la ilustre Erinia, de designios hondos.

(Vuelven a aparecer
ORESTES
y
PÍLADES).

ORESTES.
(Llamando a la puerta).
Esclavo, esclavo. ¿No oyes que a la puerta están llamando? ¿Quién hay dentro? Esclavo, —repito—. ¿Quién, en casa? Es la tercera vez que te llamo para que alguien salga de esta casa, si gusta de acoger a un huésped por las órdenes de Egisto.

ESCLAVO. Sí, sí, ya atiendo. Mas, ¿de dónde viene el extranjero? Dime, ¿de qué tierras?

ORESTES. Anunciame a los dueños de la casa, a los que me dirijo con noticias. Y date algo de prisa, que ya el carro oscuro de la noche se acelera, y la hora es llegada en que ya el ancla los mercaderes echan en las celdas que acogen a los huéspedes. Que venga alguien que tenga autoridad en la casa, la dueña del lugar; mejor, el dueño. Pues el recato, en las conversaciones, enturbia las palabras; pero un hombre habla a otro hombre sin recelo alguno y expone claramente su objetivo.

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