—Hubo un constructor con ese nombre, un verdadero sinvergüenza. ¿Qué edad tendría esa chica?
—Veintitantos. Dijo que llamaría. ¿Qué le contesto?
—Decídelo tú. A estas alturas, ya deberías saber si las pelirrojas esculturales me convienen o no. ¡Y ahora, basta de cháchara! Me retiro a mi cueva. Necesito concentrarme en un caso de incesto. No dejes entrar a la tentación… a menos que —Fidel enarcó cómicamente una ceja— estés absolutamente convencida de que deba caer en ella.
* * *
P
ERO no fue Eloísa Ángel, sino Leandro Motis, secretario general del Partido Socialista de Aragón, quien se presentó en el bufete del pasaje del Ciclón veinte minutos después.
Alicia le hizo pasar, le acompañó por deferencia hasta la puerta de su jefe y llamó con suavidad. Fidel estaba tan enfrascado en sus papeles que no se percató de su presencia.
—Salud, compañero —tuvo que saludarle Motis.
—¡Leandro! Pasa, por favor. Gracias, Alicia, puedes dejarnos solos.
—Hacía tiempo que no nos veíamos —dijo el político.
—Tienes razón. ¡No sabes cuánto me alegro! Toma asiento, por favor.
Al primer vistazo, Fidel comprobó que Motis había envejecido. Su rostro tenía un color grisáceo. A pesar de ello, el abogado exclamó:
—¡Te encuentro estupendo, Leandro! Como siempre.
La réplica fue la típica de un hombre tan serio, duro y a menudo descortés como Motis.
—No hace falta que mientas, Fidel. Con la operación me he quedado hecho unos zorros.
—¿Te han intervenido?
—He perdido un riñón.
—No lo sabía… Pero no estoy de acuerdo con lo que dices sobre tu aspecto.
—Quien no se consuela es porque no quiere.
Motis no tuvo que añadir nada para que Fidel dedujese que, con respecto a su salud, había algo más, y grave. La última imagen que el abogado conservaba de él no guardaba relación con la macilenta piel de su cara, que parecía colgar inerte de los acusados pómulos. La mirada del líder socialista, antes desafiante, había perdido su brillo. Fidel creyó entrever un tenebroso reflejo en sus pupilas. «¿La muerte?», caviló.
—¿En qué puedo ayudarte, Leandro? —preguntó servicialmente para ahuyentar tan tétrica idea.
—Puedes hacerlo, Fidel, ya lo creo, y en un asunto trascendental para mí —aseguró Motis tras una pausa que pareció emplear en ordenar sus ideas—. Antes de nada, te diré que nadie sabe que he venido a verte. No he querido comentarlo con la ejecutiva, a la espera de tu reacción.
Fidel removió unos papeles, impaciente.
—¿Qué misterio es éste?
—En asuntos tan delicados hay que ser cautos. Se trata de una materia muy frágil.
—¿Qué materia, Leandro?
—Déjame ir por orden.
—Llevaba un día de lo más soso, pero comienza a ponerse emocionante —comentó con fingida desenvoltura el abogado, frotándose las manos.
Sin embargo, estaba alerta. No sólo no adivinaba el propósito de la visita; ni siquiera intuía por dónde podían ir las intenciones del secretario general.
Abandonando al fin sus subterfugios, Motis le sacó de dudas.
—Mi presencia obedece a lo siguiente, Fidel: quiero que te presentes a las elecciones.
En el silencio que sobrevino se oyó crujir una falange de la mano izquierda del Viejo, aquejada por un principio de artritis.
—¿Qué elecciones? ¿Las próximas?
Motis lo confirmó. Fidel se había quedado en blanco. Le costó articular sus palabras.
—De modo que era eso.
El político volvió a asentir. Fidel cogió el paquete de Ducados y le ofreció uno a su interlocutor. Motis no fumaba.
—No lo he consultado con nadie, te insisto —añadió el dirigente socialista, concentrándose en sus uñas, salpicadas de cutículas—. Pensé hacerlo, pero me hubiera expuesto a filtraciones y en una operación como ésta basta un desliz para que todo se vaya al garete.
El abogado recordó que la fecha señalada por el gobierno para las elecciones municipales y autonómicas era el próximo domingo 22 de mayo. Tuvo la certeza de que conocía la respuesta a la pregunta que hormigueaba en la punta de su lengua, pero de todas formas la formuló.
—¿Para qué puesto habías pensado en mí?
Motis le miró a los ojos. El abogado sintió que esa mirada congelaba el tiempo en el pasado común de sus luchas políticas.
—Para la alcaldía de Zaragoza. Allí eres un viejo conocido.
El abogado accionó la rueda del encendedor. Las manos le temblaban ligeramente.
—Demasiado viejo, tú lo has dicho. ¿No vas muy deprisa, Leandro?
—Tal vez —admitió Motis, detectando tensión en su colega. Sabía que Paternoy iba a necesitar un período de reflexión para aceptar un desafío de semejante naturaleza, pero no disponía de tiempo. Así lo dijo en voz alta, añadiendo—: Al menos, considéralo. Tómate unos días para pensarlo.
—¿Cuántos?
—Una semana. Dentro de ocho días concluye el plazo para la presentación de candidaturas en las asambleas locales.
Fidel parecía atenazado por las dudas.
—¿Has barajado otras opciones? Habrás pensado en alguno de vuestros portavoces, concejales…
Motis hizo chasquear la lengua.
—Las encuestas no nos son favorables. Nuestras posibilidades de recuperar la alcaldía de Zaragoza son escasas. No dispongo del candidato apropiado. Con eso no quiero decir que nuestros militantes no sean válidos. Son buena gente y han trabajado de lo lindo. Han hecho una oposición seria, consiguiendo, como sin duda sabes, poner en aprietos a García del Cid. Pero de ahí a derrotarle en las urnas hay un paso que sólo alguien como tú podría dar.
El rival a quien se refería Motis era un hombre de la derecha tradicional. En los dos últimos comicios Gregorio García del Cid, un pediatra en excedencia, especialista en crecimiento y nutrición infantil, había derrotado con claridad a los socialistas. Era un político de corte populista, correoso y práctico, bien relacionado en los círculos zaragozanos de poder y con apoyos en Madrid.
Fidel le conocía de vista. Tenía más trato, aunque no especialmente bueno, con su hijo Juan, que era fiscal, y con quien se había enfrentado ante los tribunales en diversas ocasiones.
—¿García del Cid va a optar de nuevo a la alcaldía? ¿Por tercera vez?
—Seguro —descontó Motis—. Si alguien como tú no lo evita, se eternizará en el cargo.
—En unas recientes declaraciones, insinuaba que no se presentaría.
—Es perro viejo. No tiene relevo, ya se ha ocupado él mismo de ir eliminando a posibles delfines. Los suyos irán a pedírselo de rodillas. En breve hará pública su candidatura, te apuesto lo que quieras.
—No. Lo que quieras tú.
—Antiguamente solíamos jugarnos una comida en la
Fuente de la Junquera
, ¿te acuerdas?
Fidel sonrió, enternecido. Un puente de compartidos recuerdos tendió entre ellos la pasarela de la amistad. La boca de Motis dibujó una mueca que sólo remotamente podía ser una sonrisa. Su enfermiza cara se afiló. El abogado volvió a pensar que a su amigo no le quedaba demasiado tiempo y sintió hacia él una corriente de afecto. Si llegaba a pasarle algo irreparable, le recordaría como un hombre valioso.
El político carraspeó para aclararse la voz, pero sus palabras siguieron sonando como si atravesaran un filtro de arena.
—Te necesitamos, Fidel.
—Hablas en plural. ¿Lo haces en nombre del partido?
—Es un ruego personal, lo admito, pero en absoluto una tesis caprichosa. Estoy convencido de interpretar la voluntad de nuestros compañeros. No se me ocurre nadie mejor para esta candidatura. Cuentas con serias opciones, Fidel. De lo contrario —Motis sonrió de una forma que al abogado le resultó un tanto taimada—, no habría venido a pedírtelo. Lo lograste una vez y puedes volver a conseguirlo. Tienes prestigio, experiencia… Eres un ciudadano respetado, honesto… Por otro lado, tu candidatura nos ilusionará, aplacará nuestras divisiones internas.
—Pero, técnicamente…
El dirigente socialista le interrumpió con autoridad.
—Dispondrás de un equipo de asesores en comunicación, obras públicas, ecología, finanzas… lo que necesites.
La indecisión seguía paralizando al Viejo. Era como si se hubiera desdoblado en dos seres y cada uno tirase hacia un extremo.
—En realidad, no precisaría de grandes medios…
A la mirada de Motis afloró la esperanza.
—¿Aceptas?
—Déjame pensarlo —rogó Fidel—. De esta reunión me queda claro que es una prioridad para ti y eso me halaga. Ahora tengo que decidir si también es importante para mí.
Motis se levantó con más dificultad de la que hubiera tenido un hombre sano.
—Gracias por escucharme, amigo. En cuanto te pongas a rumiar nuestra oferta, acuérdate de nuestros buenos tiempos y de los viejos amigos.
—Lo haré, Leandro. Te lo juro.
—Un socialista nunca jura.
—Te lo prometo.
Motis sonrió dolorosamente y su mirada se apagó como el brillo de un pez bajo el agua. Fidel se ratificó en que ya no quedaba nada de aquel líder que arengaba a las multitudes y que había sido ministro de Trabajo en el primer gobierno de Felipe González.
El abogado acompañó a Motis hasta la puerta. Desde el rellano le observó bajar las escaleras con la espalda encorvada.
En ese momento, un vivo recuerdo de su padre inundó su memoria. Finalizada la guerra civil, Francisco José Paternoy había sido encarcelado por su pertenencia a Juventudes Socialistas. Con Franco lo pasó todo lo mal que un resistente que nunca dejó de serlo podía llegar a pasarlo. Cumplió una larga condena y, al salir de prisión, anduvo errando sin trabajo hasta que consiguió emplearse en el transporte público. Murió de un infarto durante un partido en
La Romareda
entre el
Real Zaragoza
y el
Fútbol Club Barcelona
. Su hijo Fidel había heredado su localidad. Con el abono, conservaba una foto del equipo de los
Magníficos
[3]
y la imagen de su padre de pie en la grada aplaudiendo las galopadas de Carlos Lapetra por la banda izquierda. Con los ojos de la nostalgia, Fidel vio también a su padre tocando la campanilla y accionando el freno en las paradas entre la plaza de Aragón y la Feria de Muestras, con el uniforme gris y la gorra de plato de los conductores de Tranvías de Zaragoza.
Motis no había llegado aún al entresuelo cuando la memoria de Fidel se detuvo en los años setenta. Las luchas, las detenciones, los mítines clandestinos, el calor de las multitudes y las ideas que enterraron la dictadura le oprimieron el corazón. Sintió la llamada a la acción y comprendió que iba a aceptar la propuesta.
* * *
Dos días después, llamó a Leandro Motis para darle un sí. El dirigente socialista se lo agradeció con calor y le rogó máxima discreción mientras cerraba la candidatura.
Pero algo debió de fallar, porque la prensa no tardó en hacerse eco de la noticia.
El Periódico
, Opinión, 5 de marzo de 2011
El murmurador, Nipho
¡FUENTEOVEJUNA!
Saben mis lectores cuánto me desagrada hablar de mí. El nombre de Narciso y el mío empiezan por ene y terminan por o, pero ahí acaban nuestras coincidencias
.
Sin embargo, deberé referirme hoy en mi columna a una parte de… mi conducto auditivo. Un turbio rumor, por turbador, ha llegado a mis oídos de buena fuente: la de Leandro Motis, jefe de la tribu socialista, miembro del comité federal
y…
—¿Me ayudaría a inventariar sus cargos, don Leandro?
—Usted siempre tan protocolario, Nipho
.
Está en mi naturaleza, qué le vamos a hacer. No así en la de Motis, que es altanera, rígida… y su cabeza, dura como las vigas de hierro que encofraba en la construcción cuando era «paleta». Luego inventarían la viga hueca, pero Motis ya tenía el caletre en otra parte
.
—Al grano, Nipho —protesta ahora el lector
.
Vale. Hallábame en una barbería de El Tubo poniendo mis barbas a remojar cuando en otra butaca reconozco al aludido Motis. Cubierto el rostro por espuma de afeitar, pero él, sin duda. Suena su teléfono y se lo calza a la oreja mientras las mías se estiran como las del búho en la noche. Motis habla en voz baja hasta que, refiriéndose a la alcaldía de Zaragoza, Aljafería perdida del socialismo mudéjar (pues el andalusí aún conserva su Alhambra), pronuncia un alto, y casi en alto, nombre ya no secreto: ¡Fidel Paternoy
!
«
¡Padre nuestro!», podría igualmente haber exclamado, puesto que de viejas glorias y santísimas trinidades va esta operación.
Pero no me creerán, amigos. Fuime que hube de aquella cervantina barbería, tuve la suerte de tropezarme —¡oh, Hado!— con el mismísimo candidato.
Hacia mí venía por El Tubo con su bondadosa sonrisa. ¡Paternóster, Paternoy, que estás en los cielos de la abogacía, misericordioso y eterno! Digo esto último porque hace ya una eternidad de su «municipalismo asambleario y progresista». Ahora, insospechadamente, vuelve don Fidel, alias
el Viejo,
a la arena política, con Leandro Motis como padrino (¡ah, esa escena en la barbería, puro Coppola!).
¿Quién de los dos, Gregorio García del Cid (Partido Popular) o Fidel Paternoy (
PSOE
), conquistará la alcaldía de Zaragoza?
—Salud, Nipho —me saluda el candidato socialista con una republicana y, quizá porque nos detenemos delante de El Plata, uno de sus nuevos negocios (¿no lo sabían?), cabaretera sonrisa—. ¿Qué, a escribir el artículo? ¿Hay asunto?
—¡Fuenteovejuna! —le espeto con el tono en sordina que me atenaza la garganta cuando a punto estoy de cantar la gallina
.
—Mañana te leeré, entonces —promete este demócrata del tuteo
.
—Como todos mis lectores a una —me despido a lo Lope de Vega
.
* * *
7 de marzo de 2011
N
O me la quito de la cabeza. ¿Se estará convirtiendo Eloísa Ángel en una obsesión?
Tampoco sería la primera vez en mi historial amoroso. Ya antes me colgué con Gloria de la Nuez. La arquitecta de plazas duras, así la llamaba Nipho en sus pedantes artículos. Un mal día del año pasado, Gloria me dejó. Se ve que yo no era suficiente para ella.
¿Y quién soy? ¿Un hombre de dos caras? ¿De muchas?