—Creo que estamos en un sub-reino. Este sitio podría ser más grande por dentro que por fuera.
El pasadizo se inclinó hacia abajo y terminó en un cruce con nuevos pasadizos a izquierda y derecha. Una vez más Ojo de Tormenta olisqueó el aire buscando el rastro de las Perdiciones de las Inundaciones. Luego volvió rápidamente al pasadizo original y cambió a la forma feroz Hispo, con el pelo de la nuca poniéndosele de punta. Los otros sabían lo que eso significaba y se prepararon para atacar a lo que apareciese por la esquina.
Momentos más tarde entró en el túnel una Perdición de las Inundaciones con las aletas de los pies chapoteando en los charcos ruidosamente. Se paró cuando los vio, los ojos enormes y muy abiertos, la mano agitándose de sorpresa y miedo.
Ojo de Tormenta se lanzó encima inmediatamente clavándole las inmensas mandíbulas de la forma feroz en el cuello. El peso inmenso de la loba abatió a la Perdición sin prácticamente lucha, resonó un chasquido por todo el túnel y las manos dejaron de hacer de gestos. Ojo de Tormenta le liberó el cuello, que ahora colgaba hacia atrás en un ángulo imposible, claramente roto. La carne espiritual empezó a evaporarse, colgando en el aire estancado un momento antes de desvanecerse en la nada.
Hijo del Viento del Norte pasó por delante de Ojo de Tormenta y se puso en cabeza. Giró a la izquierda (la dirección por la que había venido la cosa aquella) y les hizo gestos para que le siguieran. Siguieron sigilosamente por el siguiente túnel, estrecho y húmedo hasta que también se dividió, con dos pasadizos nuevos que llevaban hacia abajo en direcciones opuestas.
Sin ninguna pista aparente sobre cual era la mejor ruta, Hijo del Viento del Norte giró a la izquierda otra vez, suponiendo que sería más fácil recordar el camino si escogían una dirección consistente. Ahora estaban totalmente a oscuras y todos confiaban en sus sentidos para que les guiaran y les informaran sobre la localización de los otros.
—Yo ya no puedo seguir —dijo Julia—. No estoy tan bien entrenada para moverme en la oscuridad como vosotros, cabras montesas. —Sacó la PDA y lo encendió. El resplandor tenue de la pantalla iluminó el pasillo proporcionándoles la suficiente luz para que se vieran.
—Ponlo en el medio —dijo Ojo de Tormenta con la voz Hispo bronca y gutural—. La bloqueamos con el cuerpo.
Siguieron adelante, los bultos de Hijo del Viento del Norte y Ojo de Tormenta evitaban que buena parte de la luz se transmitiera demasiado lejos para no alertar a ninguna Perdición de la intrusión de luz extraña.
—No veo ninguna debilidad en estos muros —susurró Carlita—. Sólo se están haciendo cada vez más fuertes. Si esto es un sub-reino quizá no podamos romperlo.
—Pero quizá averigüemos qué es lo que está manteniendo a los espíritus unidos a sus huesos —dijo Julia.
Hijo del Viento del Norte se detuvo de golpe y les hizo un gesto con el brazo para que pararan. Se quedó quieto, olisqueando el aire, al igual que Ojo de Tormenta. Luego se metió sigilosamente en lo que ahora Carlita veía que era una sala más grande, una cueva circular sin pasadizos que partieran de ella, un punto muerto.
Pero en vez de sólo huesos había unos globos extraños, de un blanco lechoso, esparcidos por el suelo y apilados en grupos.
—Agh —dijo Halaszlé cuando entró—. Huevos de pescado.
Carlita se acercó lentamente a uno intentando verlo mejor. Debajo de la piel opaca del huevo había algo que se retorcía. Algo con aletas y escamas.
—Perdiciones de las Inundaciones, aquí es donde salen de los huevos.
Ojo de Tormenta no pudo evitar soltar un gruñido mientras miraba a los otros y luego otra vez a los huevos. Todos la entendieron. Siguiendo su ejemplo, cuando Ojo de Tormenta se lanzó todos saltaron hacia un grupo diferente y rasgaron los huevos con las garras.
Las Perdiciones se agitaron y lucharon pero murieron enseguida, demasiado débiles para soportar la matanza. Una momentánea punzada de culpabilidad bañó a Carlita mientras rebanaba otro pez-cosa, pero se recordó que no eran bebés, eran monstruos. No eran fruto de Gaia sino de los venenos que fluían por el río; probablemente habían sido verdaderos huevos de espíritus pez en algún momento pero desde entonces se habían contagiado del lodo tóxico y se habían deformado para convertirse en Perdiciones.
Sólo les llevó unos minutos matarlos a todos y luego Ojo de Tormenta salió decidido de la sala sin prestarles más atención a los huevos machacados. Los otros le siguieron en el mismo orden que habían tomado al principio.
Cuando llegaron de nuevo al cruce, siguieron adelante, lo que habría sido un giro a la derecha a partir de su dirección original.
Aquí el suelo estaba más inclinado, parecía que se estaban desplazando por debajo de la superficie, quizá hacia el mismo lecho del río.
Muy pronto vieron una luz oscilante en las paredes del túnel que tenían por delante, como si se reflejara a través del agua y provenía de una sala que había más adelante hacia su izquierda. Redujeron el paso y avanzaron con mucha cautela. A la entrada de la habitación, Ojo de Tormenta se asomó y retiró la cabeza inmediatamente. Les hizo un gesto para que volvieran atrás por el pasillo y luego les susurró.
—Diez Perdiciones de las Inundaciones. Comiendo espíritus. Ventana al río. Miran como llegan nuevos espíritus, arrastran contra su voluntad.
—¿De qué está hecha la ventana? —preguntó Carlita.
Ojo de Tormenta ladeó la cabeza confundida y se encogió de hombros.
«
Lógico
—pensó Carlita—,
¿Qué iba a saber un Lupus de materiales de construcción?
»
—Si es cristal —les dijo a los otros— quizá podamos romperlo y dejar que entre el río. Una fuerza así tiene que inundar la presa y reventarla.
—Es el único plan que he oído hasta ahora —dijo Julia, los otros asintieron.
—Tú rompe ventana —le dijo Ojo de Tormenta a Carlita—. Nosotros matamos Perdiciones.
Les guió de nuevo a la entrada y después de mirar por encima del hombro para asegurarse de que estaban todos listos irrumpió en la sala.
Las Perdiciones estaban desperdigadas, rasgando con dientes afilados cadáveres hinchados de animales, espíritus víctimas de las inundaciones. Parecieron totalmente sorprendidos por el repentino asalto.
Ojo de Tormenta tiró al suelo uno grande y le mordió la garganta con sus poderosas mandíbulas. Hijo del Viento del Norte se lanzó contra otro metiéndole el puño de garras totalmente en el estómago y sacándoselo por la espalda, partiéndole el espinazo de un golpe. Julia utilizó la sorpresa provocada por este ataque repentino para deslizarse detrás de un tercero que se había dado la vuelta para presenciar a su compañero caer ante el guerrero Wendigo. La loba le barrió con las garras desde la cabeza a la cola, arrancándole trozos de carne como cuando un pescador limpia lo que ha cogido.
Halaszlé dudó en la puerta, sin saber a cual atacar. Estaba obviamente muerto de miedo y no estaba acostumbrado a un ataque tan crudo. Pareció adquirir valor con el sorprendente golpe de Hijo del Viento del Norte, así que se metió de un salto en la sala y clavó los dientes en el brazo de una Perdición intentando descoyuntárselo.
La Perdición no pareció sentir dolor y sin prestar atención a los esfuerzos de Halaszlé, sacó una garra y le laceró el hocico. El lobo gimió pero no le soltó, tirando con más fuerza incluso. Se oyó un ruido seco cuando el brazo de aquella cosa se dislocó del hombro, pero los músculos todavía lo unían al torso. La Perdición abrió las fauces y mordió a Halaszlé, que soltó el brazo e intentó esquivarla en el último minuto. Los dientes le cogieron la oreja y se la arrancaron cuando el lobo saltó a un lado.
La Perdición tragó la oreja y emitió un gorgojeante y extraño sonido de satisfacción mientras se precipitaba a pegarle otro mordisco al Garou huido.
Carlita pasó corriendo al lado de todo esto hacia la ventana situada en un ángulo torcido de la pared. Parecía un parabrisas (quizá rescatado de algún coche accidentado que había caído al río) ahora colocado con firmeza entre los huesos.
Estiró la pierna hacia atrás y le dio una patada con toda la fuerza de su forma Crinos, y le rebotó el pie. Nada. Se dio cuenta de que la fuerza del río trabajaba al otro lado en su contra. Era imposible que pudiera sacar la ventana de una patada con toda aquella agua viniendo en su dirección, era demasiado fuerte. Tenía que encontrar alguna forma de arrastrar la ventana hacia ella.
Metió la daga de colmillo en el borde de la ventana, arañando los huesos e intentando soltar el cristal. Si bien el cuchillo fetiche rebajaba algunos huesos, era incapaz de apoyarlo lo suficiente para alcanzar el borde del cristal, más enterrado en los huesos de lo que había pensado.
Se volvió para mirar a los otros y sofocó un grito.
Las Perdiciones que quedaban (siete por lo menos) se estaban fundiendo formando una única ola gigante de agua. Justo en el instante que Carlita se dio cuenta de lo que estaba pasando, la ola se elevó y se estrelló contra sus compañeros de manada sumergiéndoles. El agua se lanzó ahora contra ella extendiéndose mientras venía y tragándose toda la habitación. Carlita aspiró una gran bocanada de aire y se preparó para el golpe.
La ola se rompió contra ella y la lanzó contra la pared más alejada. Una vez sumergida en la estela abrió los ojos y pudo distinguir a lo lejos a sus compañeros, luchaban por golpear el agua pero no parecían hacerle ningún daño. Halaszlé intentaba salir nadando de la sala, pero parecía atrapado en una especie de remolino que le hacía girar frenéticamente.
Ojo de Tormenta se desmayó con el hocico abierto y Carlita vio un pequeño torbellino de espuma que se le formaba en la boca y se le metía por la garganta a la fuerza. Hijo del Viento del Norte se había sujetado el hocico con la mano como si intentara mantenerlo cerrado contra una fuerza invisible que estuviera intentando abrírselo. No veía a Julia por ninguna parte.
«
¡Mierda!
—pensó Carlita—,
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!
»
Y de repente no se pudo mover. El agua se congeló a su alrededor y se vio atrapada en hielo; tensó los músculos y acuchilló el bloque con la daga rompiéndolo en mil pedazos. Entró una bocanada de aire que la chica aspiró agradecida llenándose los pulmones, sólo para echarse a temblar cuando el aire congelado casi se los hiela.
Oyó un aullido de rabia y buscó la fuente. Hijo del Viento del Norte estaba de pie entre trozos de hielo, acuchillándolo, haciéndolo astillas, aullando en el aire glacial, consumido por la rabia. «
¡Así que fue eso!
—pensó Carlita—.
Llamó al viento del norte que congeló esta mierda. ¡Muy bien! Puede que termine con neumonía, pero al menos tenemos la oportunidad de salir de ésta peleando
».
Salió de su propio bloque de hielo arrastrándose y empezó a astillarlo con furia con la daga de colmillo. Los trozos que desprendía se disipaban en bocanadas de escarcha y luego la nada.
Pero el suelo helado empezó a derretirse y tiraba de ella como si intentara derribarla. Lo golpeó con las garras del pie y saltó a un bloque más grande de hielo.
—¡Esta mierda se está derritiendo! —gritó a los otros.
—¡Ya lo sé! ¡Ya lo sé! —chilló Julia. Ahora la veía, estaba intentando aplastar tanto hielo como podía antes de que se convirtiera en agua pero no estaba llegando tan lejos como Carlita o Hijo del Viento del Norte. Ojo de Tormenta estaba tirada en el suelo, vomitando agua y con aspecto débil y abatido, prácticamente incapaz de mantener los ojos abiertos. Halaszlé intentó levantarse pero no hacía más que resbalar en el hielo, así que se rindió y se puso a machacarlo con las garras pero con menos resultados incluso que Julia.
Carlita se dio cuenta de repente que con la habitación convertida en hielo, quizá se había debilitado la ventana y se resquebrajaría con más facilidad. Cambió a la forma Hispo con la daga de colmillo en la boca y saltó por la resbaladiza capa de hielo hacia la ventana, adquiriendo más velocidad a cuatro patas que a dos. Ahora sólo se veía media ventana por encima del nivel del hielo.
Volvió a cambiar a la forma Crinos y golpeó la ventana con toda su fuerza. La punta de la hoja impactó contra el grueso cristal y lo astilló haciendo que las grieta se extendiera con un dibujo de telaraña salvaje, pero la ventana se mantuvo firme.
Retiró la mano preparándose para asestarle otro golpe pero entonces cayó al agua helada cuando el hielo se hundió, sustituido una vez más por un lago de líquido de Perdición.
No tuvo tiempo de coger aire y sabía que no podría aguantar mucho. Pateó la ventana y vio que las grietas se hacían más profundas pero todavía se mantenía firme con la fuerza que hacía el río al otro lado. «
¡No puede terminar así! ¡Había una profecía, coño!
». Sintió cómo se le acababa el aire. «
Dios, Maldito sea. Hoja. Frágil
».
Casi tan pronto como maldijo al Ragabash Uktena, algo la llamó.
Lo oyó con claridad, como si llegase a través de un mar calmado en un día de sol brillante. Escuchó de nuevo.
«
Carlita… hija mía elegida… ábrete a mí. Presta atención a mi llamada. Presta atención a aquel con el que hiciste un pacto…
»
Se dio cuenta de quién era, el que les había llamado con anterioridad pero cuya voz se había visto ahogada por el río corrompido. Le prestó atención, se relajó y se entregó por completo con total y perfecta confianza.
De repente podía respirar. El aire no corría por sus pulmones pero era como si no lo necesitara. Con la boca todavía cerrada no tenía ninguna necesidad de respirar, pues a su alrededor todo era espíritu, alimento bastante sólo con tocarlo. Aquí no le hacía falta seguir las leyes del mundo material.
Fuera de la ventana algo se movió río arriba. Una forma oscura que aumentaba de tamaño según se iba aproximando, moviéndose como un torpedo por unas aguas ya veloces de por sí. A los pocos segundos se aclararon sus facciones: la cabeza y los brazos de un puma golpeaban el agua, propulsándose más rápido gracias a la cola ondulante de una serpiente. Tenía un semblante que daba miedo mirar, los ojos derramaban furia y rabia. Era aquel a cuya llamada Carlita había prestado atención.
Carlita se giró y nadó todo lo rápido que pudo hacia la puerta, lejos de la ventana. En cuanto se quitó de en medio, la ventana se hizo añicos dentro de la sala con la fuerza del enorme bulto que la atacó. Agua pura y fría entró a chorro junto con trozos de ventana, dominando al agua de las Perdiciones, mezclándose con ella, limpiándola con una marea de pureza cristalina.