Corre Hacia el Sol miró al suelo.
—No lo había pensado de esa manera; yo nos veía como iguales ante Gaia.
—¿Una pantera y un conejo son iguales? Existe eso que llaman la cadena alimenticia que hace que haya siempre alguien por encima.
—Si lo miras desde el mundo material, sí, pero no desde el mundo espiritual. Cada uno tiene dones que ofrecer, reinos en los que se es el rey. Es sólo aquí donde hay que compartir una porción desigual de vez en cuando.
—¿Y por qué? —dijo Carlita—. Es más, ¿qué hacer para solucionarlo? ¿Cómo eliminas la lucha de clases cuando el hecho básico del mundo material son los recursos limitados y la lucha por acapararlos? Sí, he leído a Marx, claro que hay una abundancia infinita en el regazo de Gaia, pero no es que la chica lo esté compartiendo con nosotros.
—¡Pero no por culpa suya! El Wyrm es el que provoca la escasez y la envidia, la avaricia y el ansia por devorar más de lo que necesitamos. Nuestro estado natural es el de abundancia rica en todo.
—Sí, pero siempre terminamos en lo mismo. ¿Cómo lo arreglas?
Corre Hacia el Sol se quedó callado un momento y luego miró a Carlita a los ojos, profunda y fijamente como si quisiera tatuar a fuego aquel momento en su memoria.
—Lo arreglas matando a Jo'cllath'mattric.
Carlita desvió la mirada, todo aquello era demasiado intenso, casi cursi. Si las cosas no fueran tan asquerosamente importantes y significativas se habría burlado de la seriedad de su compañero Roehuesos. Era un auténtico idealista, con una pasión que ella no había reunido jamás para nada, excepto quizá para conseguir un almuerzo gratis. La hizo sentirse muy pequeña en comparación con él, claro que no era él el que se iba a Serbia.
—Ya —dijo Carlita—. O muriendo en el intento.
El centro del túmulo estaba en el medio de los cuatro cuadrantes de la iglesia, en un pequeño patio. Los puentes lunares se abrían y se cerraban en un espacio que había ante una pequeña fuente donde brotaba el agua desde los profundos manantiales que había bajo las losas.
Cuando salió la luna la noche después del consejo, la manada se reunió para viajar a sólo Gaia sabía donde. Carlita miró a los pocos Garou que se habían reunido en aquel pequeño patio para despedirlos, otros los contemplaban desde las ventanas de todos los cuadrantes o desde los árboles del jardín a los que se habían subido algunos espectadores para tener mejor vista. Carlita se sentía como si toda la manada estuviera bajo las cámaras, contemplada por toda la Nación Garou; y en cierto sentido lo estaban, los Galliards seguro que volverían con historias sobre lo que habían visto así que si la pillaban mascando chicle o metiéndose el dedo en la nariz, muy pronto lo sabría todo el mundo.
Se puso derecha e intentó adoptar una pose descuidada, algo que dijera, venga-ya-vamos-a-empezar-de-una-vez. John Hijo del Viento del Norte también parecía consciente de que estaban posando para la posteridad y aprovechaba el momento todo lo que podía, con la mirada intensa y asintiendo mientras el Guardián de la Puerta realizaba los ritos para despertar a los espíritus.
Julia estaba concentrada en comprobar las bolsas para asegurarse de que lo llevaba todo: baterías para el APD, un cargador que funcionara en la red europea, libretas y lápices por si se iba la luz y guías michelín de Serbia.
Ojo de Tormenta estaba sentada muy quieta, en la forma Lupus, esperando pacientemente sin preocuparse de los ojos que la contemplaban; a su lado Grita Caos espiaba mansamente las ventanas y las caras que le devolvían la mirada. Sabía lo que era ser el centro de atención de los extraños (y de los poderosos además) en la asamblea de la Forja del Klaive donde casi lo sacrifican a la ira de la Camada. No parecía agradarle demasiado que le prestaran tanta atención.
El estudio que hacía Carlita de sus camaradas lo cortó el repentino brillo trémulo de la luz de la luna que se reflejó en la plaza cuando un puente lunar apareció ante todos, abriendo un agujero que llevaba a un camino protegido a través de los cielos de la Umbra. El Guardián de la Puerta le hizo una seña a Ojo de Tormenta y antes de poder decir ningún adiós, la loba caminó resuelta a través de la abertura plateada. Grita Caos fue inmediatamente después, seguido por John Hijo del Viento del Norte. Julia miró a Carlita, que le hizo un gesto para que entrara primero. La Moradora del Cristal atravesó la entrada y Carlita empezó a seguirla pero se paró en el borde y volvió la mirada hacia todos los ojos que la contemplaban. Los saludó con la cabeza y levantó la mano haciendo la señal de “paz para todos”, como si sólo se estuviera metiendo en el metro en vez de dirigirse a una perdición casi segura.
Luego desapareció mientras el agujero del aire se cerraba tras ella.
Era un paseo muy largo desde Madrid a las orillas del Tisza, el puente lunar atajaba la distancia de forma considerable pero no del todo. Tuvieron la sensación de tener que caminar tres o cuatro horas antes de ver el reflejo distante de una salida. Entonces aumentaron la velocidad, impacientes por llegar a su destino a pesar de lo que les esperaba allí. Y es que la caminata era demasiado monótona, que traigan a la bestia Wyrm.
Ojo de Tormenta dudó ante el agujero brillante, olisqueando, pero a Grita Caos no pareció importarle y pasó. Un chapoteo cortó el grito que lanzó, como si algo grande hubiera chocado contra el agua. Antes de que ninguno pudiera reaccionar, el puente empezó a desaparecer y todos fueron víctimas de la ley de la gravedad.
—¡Mierda! —fue todo lo que Carlita pudo decir antes de caer al agua ella también y sumergirse en las frías profundidades. Todos lucharon por mantenerse a flote en medio de un río grande e impetuoso. Hijo del Viento del Norte era el que mejor lo llevaba, había cambiado a la forma Lupus y estaba abriéndose camino hacia la orilla más cercana; los otros siguieron su ejemplo cuando se dieron cuenta de que lo mejor era la forma lobuna, pero hasta en su nativa forma de loba Ojo de Tormenta no lo tuvo nada fácil. Fue la última en llegar a la orilla, saliendo a rastras a la orilla arenosa con los otros cuatro lobos mojados.
Tosiendo, escupiendo (y sacudiéndose el agua) recuperaron el aliento e intentaron orientarse.
Estaban en una especie de parque o playa, veían edificios cerca y otros más grandes en la otra orilla donde brillaban luces en muchas calles y en algunos edificios; una ciudad, muy europea por la pinta de la arquitectura. Los edificios más cercanos estaban a oscuras y parecían hoteles. La ciudad estaba al otro lado de un gran puente que cubría la distancia no lejos del punto al que habían trepado.
—Ahhhh —gruñó Grita Caos cambiando a la forma Homínida—. No voy a estar seco jamás.
—Dímelo a mí —dijo Carlita, metiendo el dedo en lo que ahora era una oreja humana intentando extraer algo de humedad—. ¿Dónde coño estamos? ¿Belgrado?
—No lo sé —dijo Grita Caos—. Hay una señal allí, en el puente.
—¿Sabes leer serbio? —dijo Hijo del Viento del Norte.
—No, pero si es Belgrado, al menos debería decirlo en letras latinas.
Hijo del Viento del Norte asintió y se escurrió la chaqueta.
Ojo de Tormenta había cambiado a la forma humana y habló con una nota de preocupación en la voz.
—¿Julia?
Todos miraron a Julia que estaba sentada en el suelo en forma humana, temblando y abrazándose los hombros.
—Eh, tía —dijo Carlita avanzando hacia ella—. ¿Estás bien?
Julia asintió.
—Sí, no pasa nada. Es sólo que… vi la Penumbra cuando caímos. Gracias a Gaia que aterrizamos en el mundo material, no creo que hubiéramos sobrevivido al Tisza de la Umbra.
—¿Qué viste? —preguntó Hijo del Viento del Norte.
—Es un torrente rabioso, como la peor tormenta imaginable, prácticamente inunda las orillas. Oh, dulce Gaia, y esos cuerpos; cientos de cadáveres de espíritus y toxinas hirviendo, masas de aceite verde y púrpura. Todo yendo río abajo como si lo arrastrara el desagüe más grande del mundo.
—Menuda mierda —dijo Carlita—. ¿Cómo luchamos contra eso?
Nadie respondió, Ojo de Tormenta se dirigió al puente diciendo.
—Seguidme.
Y lo hicieron. Cuando llegaron a la carretera vieron un cartel: Belvarosi, obviamente el nombre del puente y otra palabra: Szeged.
Julia sacó su PDA y la encendió.
—Por lo menos mi fetiche es impermeable —sacó el índice geográfico y escribió Szeged con el puntero, apareció una entrada: Hungría.
—Bueno, no es Serbia —dijo—. Pero estamos francamente cerca. Serbia está al sur no lejos de aquí.
—Sigamos andando entonces —dijo Grita Caos—. Tiene que haber alguna pista que nos indique por qué caímos al río en vez de al túmulo. ¿Además, quién lleva el túmulo?
—¿No estabas escuchando? —dijo Carlita—. Quizá nadie, podría estar abandonado.
—¿Entonces por qué puede todavía recibir un puente plateado? —dijo Hijo del Viento del Norte.
—No lo sé —dijo Julia—. Quizá lo dejaron abierto antes de irse sus dueños. O quizá hay alguien todavía al mando.
—¿Entonces por qué ponernos en remojo? —dijo Grita Caos.
—Vamos a buscarlos y a averiguarlo —dijo Julia metiéndose la PDA en el bolsillo y caminando despacio hacia el puente, los otros la siguieron.
Al llegar al centro del puente, Grita Caos se paró y miró a su alrededor confuso. Los otros se pararon y le miraron.
—Oí algo llamándome por el nombre —dijo Grita Caos—, pero no veo nada.
Julia ladeó la cabeza.
—Yo también oigo algo, pero no suena como un nombre; viene… de la Umbra. Algo está gritando tanto que lo oímos en el mundo material.
—Entonces tenemos que ir al otro lado y ver qué es —dijo Hijo del Viento del Norte.
—Ah, no —dijo Julia—. ¡Tú no viste ese río!
—¡Somos Garou! Tenemos que estar preparados para lo que sea. Algo llamaba a Grita Caos, tenemos que ver qué es.
—Sí —dijo Ojo de Tormenta mirando con firmeza a Julia.
Julia asintió.
—De acuerdo, yo guío —sacó la PDA de nuevo y la encendió. Le hizo algo a la pantalla y la superficie de plástico se convirtió en un espejo de plata. Los otros se reunieron a su alrededor sujetándole cada uno un brazo, un hombro o una parte de la chaqueta del traje. Julia miró fijamente el espejo, a los ojos de su reflejo, como si buscara algo.
—De acuerdo… sujetaos… ya lo veo.
El mundo empalideció a su alrededor mientras Julia pasaba al otro lado metiéndose junto con el resto de la manada en el mundo de los espíritus.
Un estruendo de agua proveniente del río tormentoso los duchó. El río saltaba enfurecido de su curso para estrellarse contra el puente empapando a la manada con aquella agua aceitosa y nauseabunda. Se agarraron a la barandilla para evitar que el agua los tirara a aquella corriente furiosa.
Ahora todos veían los horrores que había descrito Julia antes, el río estaba cubierto de cuerpos, cadáveres de animales hinchados y peces comidos por el ácido. El aceite verde y púrpura giraba en remolinos como pintura que hubieran vertido desde algún cielo invisible.
Y ahora oyeron con claridad una voz profunda y resonante que empezaba a hablar, pero en ese momento otra gran ola se estrelló contra el puente ensordeciendo a la manada con su rugido. Mientras el agua se retiraba, un chillido atravesó el aire estancado.
—¡Mirad! —exclamó Grita Caos tan alto como pudo mientras señalaba el cielo. Una bandada de murciélagos volaba en círculos sobre ellos. Cada uno tenía una cola con espinas, larga como un látigo y creaban una red de hojas lacerantes mientras hacían un círculo.
—¡Conozco a esas cosas! —chilló Grita Caos—. Se mencionaban en un cuento que oí una vez al lado de Pisa la Mañana…
Antes de conseguir terminar su mensaje, uno de los murciélagos se separó de la formación y salió disparado directamente contra él como un misil. Antes de que el Hijo de Gaia tuviera tiempo de reaccionar, la cola del murciélago le golpeó, atrapándole los brazos a los lados y tirándole al suelo.
La manada saltó como uno para ayudar al caído pero ahora descendieron los otros murciélagos con las colas de espinas golpeando el aire en busca de los Garou que corrían. Ojo de Tormenta aulló cuando dos colas le dieron sendos latigazos, intentó cambiar a la forma Lupus para escaparse pero eran demasiado rápidas y la atrapaban con las espinas incluso en su forma lobuna haciéndole cortes profundos en el pelo animal.
Hijo del Viento del Norte intentó cortar las colas con las garras, pero la cola de otro murciélago lo atrapó y casi lo tira del puente, sólo su lucha lo mantuvo en tierra firme.
Carlita y Julia esquivaron un muro de aquellas colas machacadoras y llegaron hasta Grita Caos justo cuando las mandíbulas del murciélago le rasgaban la oreja. Julia alzó la mano para aplastarlo pero apareció una cola de la nada y le agarró el brazo alzándoselo y alejándolo. Luchó para alcanzar a Grita Caos con el otro brazo, pero la cola le apartó todo el cuerpo.
El murciélago empezó a quitar de la oreja de Grita Caos una pasta líquida brillante. Carlita, esquivando otro grupo de colas, tuvo náuseas con solo verlo pero intentó acuchillar al murciélago con las garras. El bicho cayó hacia atrás, chillando con la mitad de la pasta aquella desapareciéndole por la garganta y la otra mitad volviendo a la oreja de Grita Caos.
El murciélago volvió a adelantarse de un salto y Carlita fue a coger la daga de colmillo, pero las colas ganaron la partida. La cogieron por una pierna y se cayó golpeándose la barbilla contra el suelo; estaba mareada y mientras la arrastraban hacia atrás vio una vez más que el murciélago hurgaba en la oreja de Grita Caos.
Una forma pesada saltó por encima de ella hacia el murciélago, que graznó mientras aquella nueva forma luchaba con él clavándole unas garras peludas en las plumas. Una sangre púrpura y nauseabunda salpicaba todo el puente mientras luchaban los dos.
Carlita parpadeó y salió del aturdimiento, la figura que agarraba al murciélago era la forma Crinos de un Garou, grande y negro, con el pelo salpicado de gris.
El murciélago se escapó de las manos del Garou y echó a volar, chilló y se lanzó a la seguridad del río. Sus compañeros gritaron y le siguieron soltándose las colas pero no sin dejar rastros de sangre cuando liberaron las espinas. Desaparecieron pronto en la oscuridad que cubría el Tisza.
El Garou, con las manos cubiertas de sangre púrpura, cambió a la forma humana. Llevaba un abrigo manchado y marrón y parecía que llevaba años sin afeitarse. La barba negra le llegaba prácticamente a la cintura, al igual que el cabello. Miró a la manada perplejo, como si no estuviera seguro de qué hacer después.