Read Roehuesos - Novelas de Tribu Online

Authors: Bill Bridges y Justin Achilli

Tags: #Fantástico

Roehuesos - Novelas de Tribu (3 page)

BOOK: Roehuesos - Novelas de Tribu
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Claro que Carlita tampoco estaba desprovista de prejuicios. Hoja Frágil era un metis, un producto de la unión prohibida entre Garou y su nombre reflejaba esa condición, los huesos de Hoja Frágil eran débiles y tendían a romperse. Si hubiera estado por allí para bautizarle, había bromeado Carlita en el pasado, le habría llamado Loza Frágil en vez de Hoja Frágil. Esta deformidad era una debilidad lisiante en la sociedad de los hombres lobo y puesto que los Garou eran una raza feroz, buena parte de su política la imponían aquellos que aplicaban la ley del embudo, lo ancho para ellos y lo estrecho para los demás. Alguien que no pudiera destacar a la hora de combatir tenía que recurrir a otras tácticas. Muchos Garou consideraban estas tácticas débiles o dignas de cobardes, así que además de que le despreciaran por su herencia metis, a Hoja Frágil también le despreciaban por su incapacidad de estar a la altura de los demás Garou a la hora de luchar. Como Roehuesos que era, Carlita debería haber estado por encima de una intolerancia tan rastrera, dado lo que había sufrido ella también, pero cuando los oprimidos tienen la oportunidad de exigir venganza… ¿qué había dicho Lágrimas de Silicio? Qué más daba ahora…

—Llámame Hermana Guapa, ya lo sabes. Soy Hermana Guapa, no te está permitido llamarme Carlita.

—Me disculpo, Hermana Guapa. Estoy herido, necesito ayuda.

—Ya lo veo. ¿Qué pasó? ¿Te caíste por las escaleras?

Hoja Frágil sonrió, algo muy curioso en la cara de un lobo.

—Muy gracioso, más gracioso todavía si supieras mi historia, pero no te culpo. Pero ya está bien de chistes. Las amenazas están aquí.

—¿Amenazas? ¿Qué amenazas?

—Hombres.

Carlita ladeó la cabeza.

—¿Muchos hombres? ¿Por qué no enfrentarnos a ellos y luchar? Los hombres seguro que huyen.

—Estos hombres no van a huir. Estos hombres nos conocen. —Hoja Frágil se lamió el anca. Carlita vio que aún tenía ahí la herida húmeda, un trozo de carne rasgada que se parecía mucho a una herida de perdigón, pero un perdigonazo se curaba rápidamente, en cuestión de segundos—. Balas de plata, cazadores de Garou.

Carlita retrocedió un poco.

—¿Cazadores? ¿Cazadores especializados? ¿Muchos? ¿Y por qué no escaparnos al mundo de los espíritus?

Ahora era Hoja Frágil el que se sorprendía.

—¿Huir? ¿De los hombres?

Carlita adelantó el hocico.

—¿Gloria a los muertos por mano del hombre? —Era el debate más clásico entre los Garou, los hombres. Algunos hombres lobo defendían la guerra contra la humanidad y sus ciudades, que dejaban cicatrices en el rostro de Gaia, el espíritu madre que los Garou habían nacido para defender. De hecho era algo que había ocurrido en el pasado remoto de los Garou, algo que incluso todavía resonaba en lo más profundo de las almas humanas de estos tiempos modernos. Aquellos que veían a los Garou en aquella forma monstruosa del Crinos sufrían el Delirio, una especie de locura que hacía que el individuo tuviera un ataque de pánico y luego no pudiera recordar con claridad los detalles sobre los Garou. El Impergium, la guerra contra el hombre, había sido declarada un fracaso rotundo entre los Garou.

Hoja Frágil, sabía Carlita, era un Ragabash, una especie de estafador o comediante entre los Garou. A pesar de lo bajo que caían a veces ni siquiera ellos aceptaban que huir del hombre era disculpable. Carlita, una Philodox, era más práctica, más racional, una jueza. Para ella no había ni que planteárselo: morir esta noche o luchar mañana, ¿qué problema había?

—Luna de Invierno es muy orgulloso, él no va a huir.

Así que
ese
era el problema, Luna de Invierno era un Ahroun, un guerrero, y encima un guerrero joven, decir que era muy orgulloso era decir poco. Carlita había oído hablar a sus amigos de la Manada del Ojo Escondido sobre un jovencito que acababa de tener su Primer Cambio hacía unas semanas. Luna de Invierno todavía estaba desvariando con el poder que le daba ser un Garou. De hecho, al saberlo, Carlita se sorprendió de que Hoja Frágil siquiera hubiera tenido tiempo de llegar hasta aquí para pedir ayuda. Habría sido más del estilo de Luna de Invierno lanzarse contra uno de los cazadores y morir por culpa de un perdigonazo de plata. Tenía que admitir el mérito del lobezno, que no estuviera ya muerto daba fe de que alguien estaba consiguiendo enseñarle algo. Es verdad que los Garou eran duros y desde luego más de lo que pudiera aguantar cualquier hombre, pero un equipo de cazadores expertos era con toda seguridad demasiado para un cachorro, por lo menos muchos juntos.

—Ya basta de charla. Voy a ver a esos hombres.

No estaba lejos, o eso dijo Hoja Frágil, así que los dos viajaron en la forma Lupus al aparcamiento de un almacén que estaba a las afueras de Tampa, camuflados por la oscuridad de la noche. Con un poco de suerte, esperaba Carlita, Luna de Invierno no había hecho ninguna tontería demasiado grande y todavía podría llegar a tiempo para ayudarle. No es que le cayera bien, Luna de Invierno había terminado el instituto el año pasado y al igual que los pocos críos que conocía de las afueras acomodadas de la ciudad, era un inmaduro y un imbécil de sobresaliente. Añádasele su naturaleza Ahroun a la invencibilidad propia de cualquier adolescente y tenías un chaval tan tozudo como un… bueno, como un mulo, para ser sinceros. Carlita era tres o cuatro años más joven que Luna de Invierno y ya era mucho más sensata, comprendía mejor las peculiaridades de la vida Garou, por ejemplo, el respeto que se debía a los logros conseguidos y la sabiduría de entender que meterse en una pelea con un poli por haberte pescado bebiendo siendo menor de edad no cuenta como logro. Con todo, en estos tiempos que corrían, los Garou eran una raza poco frecuente y moribunda y hasta los más tercos y estúpidos solían tener algo que los redimía cuando era necesario. Luna de Invierno sólo tenía que encontrar qué era ese algo en su caso.

Carlita sintió algo raro desde el punto en que se acercaron al aparcamiento, olía algo conocido en el aire, pero no sabía qué era exactamente. Al parecer, Luna de Invierno había estado enredando por el aparcamiento por algún asunto (Hoja Frágil no sabía por qué, aunque dijo que uno de los ancianos había enviado al cachorro a buscar algo) sólo para ser víctima de una emboscada de los cazadores que debían haberle seguido o haberle visto cambiar de forma. En la cima de una colina sobre el aparcamiento, Hoja Frágil describió el terreno: Luna de Invierno estaba dentro del aparcamiento, que a su vez estaba rodeado por una valla de defensa. Cualquier Garou que se preciase podía superar eso sin demasiadas dificultades, pero fuera, un perímetro de una docena o así de buena gente con escopetas apuntaba de vez en cuando amenazando al joven lobo que, por lo menos, tenía el buen sentido de correr en zigzag entre un cobertizo ondulado del aparcamiento y tres pesadas camionetas que estaban aparcadas.

Carlita y Hoja Frágil adoptaron forma humana, Carlita era una adolescente hispana larguirucha y de tez morena y Hoja Frágil un hombre de complexión morena pero aventada, de unos veintitantos años, pelirrojo y con una sombra de barba. Se agacharon en la cima de la colina para contemplar la escena.

—Esos cazadores son buenos, Hermana Guapa. Ya se han enfrentado a los Garou antes, mira como hacen moverse constantemente a Luna de Invierno esperando cansarle. Son muchos más así que cada uno de ellos tiene que moverse menos, pero Luna de Invierno no puede dejar de correr.

—Apuesto a que el pobre crío está volviéndose loco ahí abajo. Igual así aprende, probablemente jamás se ha enfrentado a nada que no pudiera superar a base de porrazos.

—Ya lo sé —Hoja Frágil contuvo una sonrisa—. Bueno, vale más que lo aprenda ahora, antes de someterse a los ritos de iniciación y termine fracasando por culpa de alguna vanidad estúpida.

—Mira quién habla, debilucho. Yo voto por que se deje al pipiolo aprender por las malas. ¿Qué pasa con esa herida?

—Va un poco mejor. Seguramente estaré dolorido unos días.

—Sí, bueno, no hablaba de eso. Verás, era una forma sarcástica de decirte «
Si los cazadores andaban detrás de Luna de Invierno, ¿cómo es que terminaste tú con un disparo?
»

—Ah, perdona. No se mucho de ironías. Para los débiles y demás.

—Mira, Hoja Frágil, menos cachondeo. Me importan poco esas citas altruistas que, además, habrás leído en los anuncios de algún autobús; y que no se te olvide quién es aquí el gran lobo.

—Echando mano del rango, ¿eh? Vale, vale. Y fue John Knowles
[2]
.

—Deja de cambiar de tema, joder, o vas a terminar como las alitas de pollo a las que me recuerda tu inconsistente osamenta.

—De acuerdo. Los cazadores me dispararon. Oí aullar a Luna de Invierno mientras pasaba de camino al clan Sigue el Norte. Me acerqué con cuidado y supongo que uno debe haberme visto. Reconocí a Luna de Invierno antes de que me dispararan pero no pude hacer nada para ayudarle, así que me fui a buscar a alguien que pudiera y resulta que me encontré contigo la primera, olí tu asquerosa “cena” sobre media milla antes y simplemente seguí el rastro de moscas. —Hoja Frágil sonrió.

—Sabes, para alguien que fue lo bastante sabio como para ir en busca de ayuda, no eres lo bastante listo para hablarle con respeto a tus mayores.

—Yo soy
tu
mayor, solo que tú tienes más fama.

—Bueno, lo que sea. Pero no te pases. Estoy aquí por propia voluntad, no porque sea responsabilidad de la manada Dedos Pegajosos estar pendiente de ese mocoso.

—Me parece muy bien, pero mira otra vez a esos cazadores. Deben haberse pagado las balas ellos mismos, porque las están tacañeando un montón.

Carlita se dio cuenta de que Hoja Frágil tenía razón, al principio había pensado que quizá no querían atraer la atención con disparos, pero estaban lo bastante lejos de la ciudad propiamente dicha como para que cualquiera que oyese algún disparo sólo pensase que los residentes estaban espantando caimanes o coyotes. No, estos tíos estaban demostrando una economía notable con aquellas armas, lo cual quería decir que tenían un presupuesto limitado o que sólo tenían las balas de plata que llevaban con ellos.

—Sí, ahora que lo dices. Y mírales, parecen unos palurdos, no son esos trajeados del gobierno de la “Operación Lobo Adolescente” o como se llame. Lo que quiere decir que a menos que Pentex esté trabajando en algún proyecto de
Rescate
, estos merluzos no forman parte de ninguna organización mayor.

—Bueno, no conducen coches del gobierno, son todo pontiacs y camionetas.

—¿Y por eso sabemos que son hijos de sus abuelos y encima estúpidos?

—No, iba a sugerir que van por cuenta propia.

—Ya lo sé, pero no me agobies. Sólo estaba haciendo un chiste, Hoja, así es como me enfrento a la tensión.

—Muy perspicaz.

—Vete a la mierda. Lo oí en la Dra. Laura.

—Bueno, pero para volver al tema que nos ocupa, ¿qué hacemos?

—Si se están mostrando tan frugales con los rifles, eso seguramente significa que no tienen mucha munición. Si los podemos distraer y que desperdicien unas cuantas balas, estaríamos en mejor posición para luchar contra ellos si es que llega el momento.

—¿Y por qué no llamamos a la poli y ya está, Hermana Guapa?

—No, no funcionaría. Suponiendo que los paletos estos no sean dueños de la propiedad, se los llevarían y la policía traería a la protectora de animales para que se ocupara de Lunalenta que o bien destroza a unos cuantos o el muy tonto termina enseñando el culo en el zoo.

—Podemos aullarle para que cambie de forma. Cuando los polis vengan se encontrarían con esos tíos rodeando a un pobre chaval de las afueras. Quién sabe, quizá sea algo legítimo, quizá intentó divertirse un poco con la hija del granjero y al granjero no le gustan los hombres lobo.

—No, hay demasiados. Incluso si los polis lo achacaran todo a unos cuantos rústicos alucinando a la luz de la luna, alguien terminaría oyendo algo y sabría lo que pasa. Y terminaríamos hasta las orejas de cazadores que tienen todos los dientes y no se dedican a manosear a sus hermanas.

—Ahí lo tienes, Hermana Guapa. Ahora ya sabes por qué fui a buscar a alguien.

—Bien hecho, maravilla de chaval. Ahora deja que la chica murciélago piense un momento. —Carlita se sentó y cogió un palo con el que empezó a hacer esbozos en el suelo y la hierba—. Por mucho que crea que ese crío es un lerdo, quiero sacarle de ahí con tanta dignidad como pueda. Ya le van a patear bastante el culo cuando vuelva al clan de la Bahía Herida.

Hoja Frágil se encogió de hombros, se sentó sobre los cuartos traseros y contempló la situación que se desarrollaba abajo.

—Voy a entrar —anunció Carlita de repente.

—Sabía que ibas a decir eso, Hermana Guapa, así que aquí tienes las razones para no hacerlo que me he pensado por adelantado. En primer lugar, te van a ver y entonces te van a disparar. En segundo lugar, todo lo que eso va a conseguir es tener dos Garou atrapados en vez de uno, y entonces os van a matar a los dos. En tercer lugar, no hay nada ahí que pueda ayudarte, lo que hay es lo que ves. A menos que estés planeando hacerle el puente a una de esas camionetas y atropellar a los cazadores, en cuyo caso te dispararían antes de que pudieras intentarlo, es una pérdida de tiempo. En cuarto lugar, quizá sea algo cínico por mi parte, pero no puedo evitar pensar que meterse ahí corriendo va a desequilibrar la situación de un modo que no he explicado todavía.

—Avísame cuando termines, Dientes Frágiles, estúpido Ragabash.

—Eso es prácticamente todo.

—Muy bien, entonces quédate aquí y cierra el pico. Oye, haz algo útil, atrae algún disparo por ejemplo.

—Estas de coña, ¿no?

—Un poco. —Con una sonrisa festiva Carlita bajó la cuesta andando.

Mientras descendía hacia el aparcamiento del almacén invocó a los espíritus camaleón, «
Esconde mi presencia, esconde mi paso; protégeme de la vista y el sonido
» susurró sin aliento. Sin otra cosa que la voluntad y la bendición de esos espíritus, Carlita se desvaneció de los sentidos colectivos de los cazadores incluso antes de aparecer. Invisible e inaudible, pasó arrastrándose por debajo de la verja rodante, andando luego a zancadas llenas de confianza hacia una de las camionetas, donde se acababa de poner a cubierto Luna de Invierno. Se metió debajo del camión, tan invisible para el Garou como para los cazadores y le dio un golpecito en el anca.

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