Sangre en el diván (12 page)

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Authors: Ibéyise Pacheco

Tags: #Ensayo, Intriga

BOOK: Sangre en el diván
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Roxana no logró el abrazo comprensivo de algún internauta con estas confesiones. El morbo se activó después de su muerte. Miles de internautas ingresaron para leer los dos mensajes que destacaban en su blog, ése del 7 de marzo, y otro posterior del 5 de mayo, enviado a las 5:3l pm, en donde contó:

«Hoy es el día en que la relación con el doctor Edmundo Chirinos y yo terminó. Comprobé que el amor es una palabra difícil de descubrir y que no todos somos bienaventurados de descubrir este sentimiento. Pero siempre hay algo bueno en todo, el que logre saber diferenciar los tratos que nos pueden brindar. Los errores que cometen las chicas para perder un hombre, ya sea en este caso, un hombre mayor. El saber que un hombre no lo es todo en la vida, que primero es la familia y que también debemos darnos cuenta cuando nos tratan mal, cuando nos utilizan y cuando usan esa frase tan pegostosa que nos hace volar al cielo: te quiero mucho; cuando no es cierto, cuando lo dicen sólo para llevarte a la cama. Recuerdo siempre que mi madre me decía que los hombres te pedían la prueba de amor sólo para acostarse contigo y luego botarte. Más o menos así me pasó con Chirinos, aunque él no me pidió la prueba de amor y sólo se acostó conmigo y luego sintió que era mucho para él y no quería verme más. Pero como mi objetivo no era sólo acostarme y chao, sino ver si aguanta todos los errores que cometemos constantemente, y hace que perdamos a los chicos que nos gustan, decidí seguir insistiendo. Hasta el punto que me dijo que era irrecuperable. ¿Irrecuperable? Yo no quiero que me recupere, sino conseguir o demostrar que no hay que molestarlos mucho porque si no, perdemos lo que realmente vale la pena».

También en el proceso de investigación, el CICPC había bajado de la computadora de Roxana un archivo identificado como
Edmundo,
que contenía distintos documentos de Word, así como su cuenta de chat, en la que con una amiga, Raiza, compartió entre las semanas de mayo y julio distintos sentimientos y temores. Uno de ellos fue la posibilidad de un embarazo, disipado a los días con la llegada del período. Ante ese atraso de la regla, Chirinos había decidido, cada vez que tenían relaciones, hacerle tragar a Roxana la pastilla llamada «del día siguiente», para evitar cualquier riesgo de embarazo. Raiza, su amiga, le había aconsejado que no tomara esa pastilla con tanta frecuencia, y Roxana le dijo que fingía tragársela, para después escupirla.

«Asesino psicópata, jódete»; «mal parido, debe ser que no tienes una hija, cabrón»; «que se muera de dolor»; «con razón el Chaburro es como es, si esta joyita era su médico psiquiatra, ¿qué tal?»; «ojalá lo pagues caro»; «ese crimen quedará impune, el viejo baboso moverá cielo y tierra, ¡ya verán!»; «sádico asesino»; «75 años y pasarás a la historia como un perro… bravo Edmundo, te la comiste desgraciado!»; «que siga tratando a Chávez que lo que terminó fue loco»; «este tipo es el Hannibal Lecter venezolano, lo único que le falta es ser caníbal, esto es de película»; «de candidato presidencial a psiquiatra del mayor loco del país y ahora asesino, qué inteligente Marisabel, se le escapó a tiempo»; «que lo manden a la cárcel de La Planta en hilo dental»; «déjenlo libre a ver si mata a Hugo».

Llovieron comentarios en Internet contra Chirinos. De cada cien, podía aparecer uno como éste: «No sean tan mal agradecidos con este eminente científico, orgullo de Venezuela y camarada resteao. Por su fibra extremadamente humanista, se prestó a ayudar a una paciente con un trastorno suicida irreversible, y ahora lo quieren manchar involucrándolo en un suicidiohomicidio porque lamentablemente esa paciente buscaba en su inconsciente, escapar de este mundo. Justicia para nuestro científico más destacado de este siglo!».

Chirinos no parece enterarse del desprecio generalizado. Se comporta como si viviera en una cúpula de cristal y es capaz de asegurar que goza del respeto universal.

La verdad, Chirinos se ha gozado las bondades de la sociedad venezolana que, cómplice o ignorante, lo trató con todos los privilegios. Y a las mujeres, también se las disfrutó. Casi que convertido en leyenda, es obligado preguntarle a ellas cuál es el encanto de ese personaje, poco agraciado físicamente —aun cuando él siempre se ha valorado como «muy guapo»— con gestos amanerados, una voz nasal y ciceante, y un complejo de calvo, que es peor que ser calvo. Chirinos trae a la mente esa imagen del novelista Jim Thompson, al describir una pequeña población del Upper State New York: «Había algo triste en ella: me recordaba esos hombres calvos que peinan la parte del costado de su cabeza a través de la coronilla».

Aún joven, ante el primer atisbo de calvicie, Chirinos viajó a New York para adquirir Athena, el último invento para frenarla. Su miedo a perder cabello atentó contra su higiene. Comenzó a lavárselo con menos frecuencia. Y se hizo un injerto. El pánico a la calvicie se fue juntando con el disgusto de la vejez. El botox y la tintura de pelo fueron su compañía constante.

A las mujeres, eso poco ha parecido importarles. Durante décadas, en especial, entre los 80 y principios de los 90, Chirinos acudía a cuanto evento público le era posible, calzando de cada brazo un espectáculo de mujer. Preferiblemente famosa. Y un evento podía ser desde una fiesta hasta un entierro. Desde un acto académico hasta uno político. Los bares y clubes de lujo eran objetos frecuentes de su visita. En fin, el psiquiatra de moda.

Sobre él, las mujeres destacan que les encanta cómo las atiende, las halaga, las escucha, diferenciándose de la mayoría de los hombres venezolanos, que suelen ser poco caballerosos. Afirmaciones como seductor, buena copa, mejor cama, gran conversador, bailarín divino, melómano, muy culto, sirven para la colección necesaria de este psiquiatra considerado narcisista por muchos. Su éxito con las mujeres es indesmentible.

Casi todas las mujeres que han mantenido una relación con Chirinos —que difícilmente alcanza los seis meses— se separaron en buenos términos de él. Hablar del psiquiatra les genera ahora cierta inquietud. Algunas han ido como atando cabos y se aventuran bajo el juramento de absoluta confidencialidad, a hacer ciertas confesiones: «Una vez íbamos a hacer el amor y me propuso consumir cocaína. Insistió en que me garantizaba que nada me iba suceder porque él era médico». «Le iban gustando cada vez más jóvenes; se volvía incómodo ver cómo le saltaba a niñas, delante de uno». De las confidencias de dos de ellas, surgen testimonios imposibles de comprobar porque pueden incluso estar sazonados con el despecho. Igual erizan los pelos: «Se quedó con la herencia de una señora mayor que se la dejó a él, en vez de a sus hijos, quienes inútilmente reclamaron su dinero». Y: «Deberían averiguar la muerte de otras pacientes. Una vez me propuso como solución, con una prima esquizofrénica, ponerla a dormir para siempre».

Psiquiatras de El Cedral susurran la sospecha de otras muertes, pacientes, víctimas posibles que nadie reclamó.

Los hombres lo refieren como un hombre agradable para tomarse unos tragos. Uno que otro, con una copa demás, llegó a preguntarle si le gustaban los hombres, o si era bisexual, basados en que a veces acudía a lugares de enganche de su mismo sexo. Recuerdan que Chirinos lo negaba con la mayor naturalidad, aunque gustaba de hablar también de los atributos masculinos. Podía describir como «griega» la belleza de hombres y mujeres, «qué cuerpo tan atlético», y de las féminas, con seguridad, se derretía por las piernas. Sus amigos más cercanos solían reclamarle que podía acostarse hasta con un esperpento por el puro impulso sexual, y les incomodaba que en esas aventuras quisiera arrastrarlos con unos pares igual de espantosos.

Los carros son su debilidad, y las marcas BMW y Mercedes, con última tecnología y el mayor confort. Su
penthouse
en Sebucán sin embargo, no es una muestra ni de lujo, ni de buen gusto. Lo compró hace 25 años, y allí se quedó. Tal vez para siempre.

Chirinos es un viejito menudo, con la cara estirada, el pelo pintado, que se viste como muestran las revistas de deportes. De día, parece listo para asistir a un juego de tenis, con la franela blanca a rayas, el suéter amarrado al cuello y mocasines sin medias. Estar preso en su casa no le impide salir a recibir las visitas a la puerta, con una gran gentileza. Sugiere estacionar el carro en el garaje de su edificio y para ello abre el portón con el control remoto. Tiene una sonrisa casi permanente que inclina hacia un lado, lo que le agrega un toque de cinismo, ¿o maldad? Procura mirar todo el tiempo a los ojos y habla muy bajo, tratando de obligar a la cercanía física. Sus primeras y segundas frases —y si se le permite, no hay más temas— van dirigidas al halago femenino. De inmediato no oculta su voluntad de brindar la sensación de que los deseos personales serán cumplidos.

A su apartamento se accede por un pequeño ascensor, que al abrir su puerta muestra la terrible imagen de unos policías viendo un desvencijado televisor, en una silla de desecho. En la esquina del pasillo está una especie de colchoneta donde los castigados efectivos de la alcaldía del municipio Sucre deberán rotar su sueño para custodiar al ex rector que tiene casa por cárcel. Chirinos no oculta su desagrado y con prisa abre la puerta de su apartamento. Ofrece la bebida que apetezca. Parece decepcionarse al escuchar agua y café. El apartamento, a pesar de ser un
penthouse
, y tener la posibilidad de mirar el cerro Ávila, no recibe luz natural —las ventanas están ocultas con persianas y gruesas cortinas— y un aire acondicionado bastante ruidoso acompaña cada área. Es un lugar que da la sensación de haberse congelado en el tiempo. Los sofás, la alfombra, los adornos, las fotos, las revistas, ese gran afiche de Marilyn Monroe, los equipos… tiene una grabadora de llamadas telefónicas de las de antes, y apenas entiende lo que es DirecvTV Plus. Se pavonea por tener un iPod, aunque su orgullo es una gran colección de discos de acetato, que tiene a bien mostrar con sus respectivas dedicatorias.

Su habitación está casi integrada al recibo principal. Tiene allí una pequeña área que funciona como estudio. Del baño, destaca su jacuzzi y la colección de esencias que genera la primera envidia femenina. Anexo al recibo está el espacio que probablemente sea el más frecuentado: un gran bar, bien provisto a primera vista, y una mesa con una computadora. El segundo piso del
penthouse
, Chirinos lo destinó a sus numerosos libros y archivos —pero muchísimos, tantos que los policías ni siquiera intentaron escudriñar allí, diciendo que parecía la biblioteca de Hannibal Lecter— y unos aparatos de gimnasia, que ya el cuerpo de Chirinos dice que no aguanta el trajín de usarlos.

Una vez en su confort de anfitrión, el psiquiatra trata de indagar sobre la vida personal de la entrevistadora. Su estrategia falla ante un detalle que no había considerado: sus uñas, sucias, manchadas con una especie de betún que visiblemente se está colocando en el pelo, tal vez ante la dificultad de acceder a los tintes por su prisión, desviaron la atención de la periodista que con indiscreción debe haber puesto cara de desagrado. Una vez recompuesto, comenzó a hablar de su tema preferido, él mismo. Los personajes de la historia, venezolanos o extranjeros, que tuvieron una relación directa o indirecta con él, que como por arte de magia en su narración van quedando reducidos a satélites admiradores de su encanto, a expertos embriagados con su sapiencia, o a amantes arrastradas, ciegas de pasión y locura ante tan deseado portento.

Pareciera exagerado. Pero es que Chirinos es una exageración en sí mismo. Ausente de decoro, de culpa, de vergüenza, de sentimientos —lo que lleva a expertos a clasificarlo como un psicópata narcisista—, el psiquiatra puede pasar cualquier cantidad de tiempo procurando impresionar y demostrar que tiene muchos, todos los encantos. Por momentos se comporta como si fuera un adolescente, y claro está, a sus 75 años su performance resulta bastante decadente.

Su situación para el momento de largas conversaciones —casa por cárcel, procesado por homicidio, desacreditado profesionalmente y hasta enfermo— procura revestirla de frivolidad. Trata de convencer de que lo que le acontece, además de temporal, es una sumatoria de la envidia y de los eventuales enemigos que ha podido haberse granjeado en su exitoso ejercicio profesional.

Su gestual, su esfuerzo, sus cuentos —porque cuentero sí que es— están dirigidos a la conquista. Al principio con timidez, pero en cada oportunidad, con más fuerza, comienza a comportarse como un animal tras una presa. Quizás le esté pesando mucho su encierro.

Chirinos miente sin pudor. Y sin parar. Como si su boca fuera una metralleta, y sus palabras, balas. No importan los esfuerzos por rebatir con fechas, registros históricos, testimonios. La verdad, su verdad, es como él lo dice, y no hay más conversación si no hay interés en escucharla.

Está muy solo. Sus teléfonos no repican aunque trata de hacer ver que lo tienen asediado las mujeres y pacientes. Los hijos, dos, mujer y hombre de diferentes mujeres, no tienen contacto con él. Su ex esposa menos. La señora que trabaja para él desde hace más de 20 años, quiere regresarse a Colombia —de ella también fueron recabadas fotos desnuda—, y poco se sabe del resto de su familia. Una hermana lo visitó un día cuando se operó. Tan sólo una pareja de amigos asistieron leales a casi todas las audiencias de su juicio.

Parece sano, y cuida su dieta, aun cuando en un año tuvo que ser intervenido en dos oportunidades. La primera fue por una hernia discal, pero la segunda pareció decidida desde el más allá. Ocurrió días después de cumplirse un año de la muerte de Roxana Vargas.

El diagnóstico de Chirinos parecía escrito por la víctima: hemorragia subdural. Coincidía textualmente con la autopsia del médico forense al describir la razón del fallecimiento de Roxana. Sólo que a ella le fue provocada por un objeto contundente, y a Chirinos, posiblemente por problemas de irrigación sanguínea consecuencia de la edad. Chirinos corrió con más suerte: salió con vida, aun cuando los médicos tuvieron que intervenirlo. Un informe médico fechado el l9 de agosto, que procuraba ante el juez de la causa su libertad por razones de salud, indicaba lo siguiente: «Paciente masculino de 75 años, médico psiquiatra, hipertenso, diabético, prostático crónico, con antecedentes de craneotomía parieto frontal derecha el 2 de agosto del año en curso, con hematoma subdural crónico de más de seis meses de evolución para drenar, ha presentado aumento de volumen por presencia de líquido, cefalea, trastornos de equilibrio con franca ataxia que le ocasiona trastornos de la marcha y lenguaje mal construido… fue reintervenido drenando nuevamente el hematoma, lográndose expansión cerebral. El paciente viene mejorando pero necesita disminuir drásticamente factores que provoquen aumento de estrés».

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