Sangre en el diván (15 page)

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Authors: Ibéyise Pacheco

Tags: #Ensayo, Intriga

BOOK: Sangre en el diván
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Enseguida monté un apartamento de soltero, otro más? pues, en Las Acacias. Yo lo prestaba, una vez fue Pompeyo Márquez. Ese apartamento lo tuve mucho tiempo. Cuando llego a sexto año de carrera, es cuando comenzamos a conspirar para que caiga Pérez Jiménez, año 58. Los compañeros me respetaban académicamente. Así que su caída la organizo yo, porque Héctor Rodríguez Bauza era el contacto con Pompeyo Márquez que coordinaba el movimiento cívico-militar. Toda esa gente la manejaba yo, a los de izquierda, la gente del MAS, MIR, MEP, los comunistas. Muchos de ellos me apoyaron en la candidatura presidencial. Recuerdo lúe vino Uslar Pietri a pedirme que fuera candidato. Apenas cayó Pérez Jiménez, hubo una reunión donde no sólo designé a De Venanzi como rector, sino que les dije a todas las autoridades universitarias, a ustedes yo nunca los vi en esta lucha, así que renuncien todos. Y todos renunciaron. Y dije, los nuevos decanos son fulano, zutano, mengano, y así fue. r*o era un estudiante con un gran liderazgo.

Me gradué primero de Medicina y comencé postgrado de Psiquiatría, mientras en la facultad de Humanidades, en Psicología, ya iba como por cuarto o quinto año. Después dirigí la cátedra de Psiquiatría, daba clases antes de graduarme, en la Facultad de Medicina. En la primera fila, había un par de chicas en la materia que yo dictaba a mis compañeros de Psicología, que era Neurofisiología. ¿Te imaginas aquel muchacho bien parecido, con 20 años, con prestigio, con recursos económicos? Me gustó una alumna que venía de Toronto y era hija del Director de la Sinfónica de Viena, y la madre era una mujer de Bulgaria, también con mucho dinero: Felicitas Kort. Por su formación europea liberal, era posible que se quedara en mi apartamento el fin de semana o viajara a Nueva York conmigo.

Se inició un romance muy lindo. Me acuerdo que un día en el almuerzo, me dijo: «Mis padres piensan que tú no me convienes por dos razones. Una, tú sabes que nosotros somos judíos, somos unos grandes practicantes del judaismo, y tú no lo eres, y en segundo lugar, ellos sienten animadversión a la política». Yo le respondí, voy a ir a tu casa. Fui a una cena. La única vez que fui a pedir una mano. Ella era hija única, para colmo.

Yo era muy wagneriano, y su padre, imagínate era fanático de Nietzche, y yo me lo sabía de memoria. Así habló Zaratustra. Yo me imaginaba que me los había ganado y al día siguiente a las cinco de la tarde, cuando la voy a recoger, ella no llega. La llamo a su casa y me atiende su papá, lo saludo, ¿cómo está? «Usted es un hombre muy encantador», me dijo, «grato haberlo conocido pero tengo que decirle algo: esta mañana mi esposa se la llevó a algún lugar del mundo donde usted nunca la va a conseguir». Yo le dije, «mire señor Kort, si usted anoche me dice eso, es muy distinto, porque yo no tengo ninguna intención matrimonial con ella, a mí me encanta y salimos, pero usted no sabe con quién se metió. Ahora me ha retado. Esté donde esté, yo la voy a conseguir». «Imposible, su madre tiene las intenciones de esconderla en el lugar más recóndito del mundo», me insistió él. A las siete de la mañana del día siguiente, yo estaba en el hotel Park Sheraton de Nueva York. Presumía que allí estaba porque esa ciudad era la primera escala obligada para Europa. Allí me dicen, «ella se acaba de ir». Me siento afuera en la calle y se me acerca un bell boy. «¿Qué le pasa?». Y le cuento «¿Y cómo es ella?». Y le enseño la foto. Me dice se la llevaron al Bolívar Hotel. Tomo un taxi, llego allí y va saliendo ella con la mamá y las maletas. Cuando me vio se echó en mis brazos, y le dije a su madre que hasta este momento ella era suya. Yo tenía 20 años y ella l7. Nos quedamos l5 días los dos solos de luna de miel. Pasado el tiempo le dije a ella, llama a tu padre. Yo había dejado las clases, todo. Le escribía versos. A ella le fui fiel. Estuve siete años en Europa y no me acosté con más nadie. Yo regresé a Caracas y ella se quedó en Nueva York. Todos los días hablábamos por teléfono. Cuál es mi sorpresa cuando me dicen, «ellas se fueron esta mañana». Pienso, tienen que habérsela llevado a Israel. Comienzo a averiguar los barcos que salen ese día de Nueva York y me entero que hay uno que primero va a Egipto y de inmediato agarré un avión para El Cairo. Cuando llegué allí me compré un esmoquin, esperé que el barco arribara, reservé mi camarote, a ver qué reacción iban a tener ellos. Se rindieron.

Ella se quedó en Suiza y yo regresé a Venezuela, tiempo después nos casamos. Ya los padres habían tirado la toalla. Me habían dicho, «bueno vamos a hacer lo siguiente doctor Chirinos, permita que al menos un rabino los case». Les expliqué que yo desde los siete años juré no tener ninguna religión. «Pero doctor, le estoy ofreciendo a cambio de eso, toda mi fortuna», me dijo el padre. Respondí, «yo no acepto que nadie me dé dinero que no es mío, y en segundo, ella va a vivir con lo que yo gane». Y así fue. Nos casamos en la casa de ella. El juez era el papá de Douglas Bravo, y mis testigos Héctor Mujica y Héctor Rodríguez Bauza, y un tío de ella. Mi madre quería mucho a Pupi.

Enseguida nos fuimos a Londres porque yo no aguantaba la presión, la cantidad de actividades que tenía aquí, además de mi vocación por los postgrados. Fui a estudiar al centro más importante del mundo. Maudsly, hospital psiquiátrico que a su vez es la Unidad del Instituto Nacional de Psiquiatría de Londres. Y era el más prestigioso. Había un personaje llamado Albert Eisenek, que trabajaba psicología cognitiva conjuntamente con Skinner, entonces yo, a pesar de que hacía psiquiatría, hacía psicología con ellos, conductistas por supuesto, y fui al Instituto de Psicoanálisis.

Esta anécdota es interesante. Hay una famosa plaza llamada Russell Square, porque además yo estudiaba Neurología por las noches. Pupi se puso a estudiar idiomas porque por mala suerte le exigían equivalencia de pregrado y ella se negó a hacerlo. En cambio yo tenía actividades muchas. Eso sí, a las siete de la noche estaba de gala en mi casa para ir al teatro, la ópera. Fuimos excelente pareja. En Londres estuvimos unos tres o cuatro años. Un día en un banco me encuentro a Bertrand Russell sentado allí, en la plaza, y me dice, «estoy esperando que me atiendan», yo le dije soy médico, ¿lo atiendo yo? ¡Fue mi paciente! Tuve el lujo de haber atendido al filósofo y matemático.

De ahí nos vamos a Marsella, ¿por qué Francia? Por supuesto que a cada rato íbamos a París. Una de mis complacencias es que estando allí, Ricardo Kort, papá de Pupi, me dijo, «nunca pensé, doctor Chirinos, que mi hija iba a ser tan feliz con usted». Después la madre murió viniendo de Nueva York en un accidente de aviación. A París, porque allí funciona el Centro Nacional de Investigación Científicas más importante del mundo. Allí trabajaba en las mañanas viendo mis pacientes con traumas cerebrales, epilepsia y psicología cerebral. En ese centro murió Rimbaud. Y en la tarde, iba al Instituto de Neurofisiología, hacía mi investigación. Yo estaba como becado por la gente de Londres que mandó una magnífica recomendación mía. Investigaba el efecto farmacológico de medicamentos.

Por supuesto, allí comenzaron a surgir diferencias con mi mujer en el sentido de que el proyecto mío de regresar a Venezuela no era para formar un hogar, ni ver televisión, ni tener niños. Y ella se había dado cuenta de mi pasión por la ciencia, la investigación y la política. Además, estando en Marsella los guerrilleros llegaban. Yo era quien recibía al Che, y claro, los dólares, y la moneda soviética yo era quien se los entregaba. Ha sido la mujer que he amado en mi vida. Un día le dije «tienes que irte a Venezuela». Ella había tenido un aborto espontáneo en Londres. Para mí fue durísimo decirle eso. Después ella fue una psicóloga notable. Sólo la vi una vez después de separarnos, estando yo en un lugar de Altamira, no II Padrino, sino un restaurant que estaba afuera en la callecita de ahí, entro y la veo, ya nos habíamos divorciado, y averigüé cuánto había costado el divorcio. Llamé al mesonero y le envié un sobre que contenía el cheque con el costo del divorcio. Y me fui. Ella vive en Caracas, se casó tres veces más.

Cuando llego del aeropuerto viniendo de Marsella, creo que estaba Carlos Andrés, ¿te conté sobre mis confrontaciones con Rómulo Betancourt?, yo pensaba que podía ser detenido porque sabían que yo venía de Marsella y conocían de mis conexiones con Europa, que yo me reunía con movimientos guerrilleros, con el Che a quien veía en Lyon, en París, en Marsella. En esa época eligieron a De Gaulle presidente de Francia. El director del Instituto, era Robert Naquet, y yo hacía el trabajo de investigación sobre la respuesta de los psicotrópicos en el sistema nervioso, el cual fue nominado al premio Nobel. A Robert lo habían nombrado ministro de la Cultura, cuando yo entro a decirle que me vengo a Venezuela. Me venía por la revolución, porque yo no veía mi futuro con un hogar, ese no era mi proyecto de vida. Naquet se sorprendió: «¿Cómo va a perder la oportunidad de dirigir el centro de investigación más importante del mundo para irse a Venezuela?». Gobernaba Betancourt y había una gran represión contra la izquierda.

Me detuvieron en el aeropuerto mientras esperaba el equipaje, me llevaron a Disip en Los Chaguaramos. Aún estando en Francia yo era un subversivo. Pensaba seguir con el movimiento revolucionario de entonces que se había iniciado en La Habana. Poco tiempo estuve detenido. Estando preso, el jefe de la Disip me llevaba al Tamanaco y vi unos carnavales. A los pocos días hubo una manifestación con Bianco, profesores, estudiantes de Psicología, un poco de gente de Medicina, y me liberaron.

Yo tuve dos enfrentamientos serios con Rómulo Betancourt, cuando él era candidato que habíamos decidido llamarlos a todos —Caldera, Jóvito, Betancourt— y ahí hubo un conflicto serio, le pedimos que retirara su candidatura, y Betancourt se molestó.

Al salir de Disip, me incorporo a la universidad, y a hacer política con los contactos con la lucha armada que estaban en Falcón y en oriente, aunque más débil allí. Yo era profesor, tenía una actividad política muy intensa, incluso llegué a viajar a La Habana, a hablar con el Che y me compré una finca para que el Che viviera allí. Cuando Douglas Bravo y yo estuvimos presos, él inventó que yo iba a ser Fidel Castro, y él, el Che Guevara, pero como yo no creía ni en su proyecto de fuga, ni en el proyecto guerrillero ése, estábamos en Digepol Los Chaguaramos y entonces, como yo conocía muy bien el Hospital Vargas y el médico era amigo mío, entonces inventamos una hemorragia severa, yo le hice el pianito del hospital. Eso sirvió más tarde, para que Teodoro se fugara después de tomar sangre y vomitarla, esa idea la inventé yo. Entonces a Douglas lo llevaron al Vargas y se fugó, lo sacó la esposa.

Al regreso de Marsella acepté la dirección de la Escuela de Psicología. Daba clases y fundé el departamento de Psicología Clínica y las menciones industrial, escolar, orientación y clínica.

Cuando la intervención de la universidad, era el momento de la revolución académica. Se inició un movimiento en toda la universidad, nombran decano a Félix Adam, eso facilitó mi elección como decano porque todo el mundo vio en mí al líder que podía suplir a Félix. La atmósfera interna en la universidad era muy violenta. Como decano fundo la escuela de Artes, hice una selección de lo más brillante. Miguel Otero Silva me sugirió que colocara como director a Inocente Palacios. Era perfecto porque era un comprador de arte, un gerente, entonces Miguel Otero me llevó a la casa de Inocente en el Country Club, nos hicimos grandes amigos. Di clases también por un año en Arte, Psicología del Arte. También recuperé la escuela de Idiomas, la refunde prácticamente. Todo eso, por supuesto, me dio mucho prestigio y entonces me nombraron presidente de la Comisión Humanística y representante profesoral ante el Consejo Universitario, por cierto que Juan Barreto —quien luego paró en Alcalde Metropolitano era el representante estudiantil.

Después paso a ser rector, enfrentando a Piar Sosa que era un adeco radical. Yo nunca perdí en mi aspiración a rector. En el primer intento fui electo, y a Piar Sosa le gané abrumadoramente. No sé de dónde sacas que había fracasado en una anterior oportunidad, ¿con quién? ¿Moros Ghersi? Nunca. ¿Y que me jubilé con la primera derrota? Estaba a punto, porque ya tenía suficientes años en la universidad, pero nada de eso. Todo el mundo pensaba que Piar Sosa iba a ganar. Parecía una elección presidencial. Nunca olvidaré que Piar Sosa se sentía tan sobrado que me había invitado a unos tragos en la noche. Gané en la primera vuelta de manera aplastante.

He sido el rector más exitoso de la Universidad Central de Venezuela, exceptuando a Félix Adam. Yo.

Construí la Plaza del Rectorado, con la intención de convertirla en un lugar de conciertos. Fui muy estricto como rector. Recibí el rectorado de manos de Rafael José Neri, cardiólogo. Fue difícil con la Facultad de Derecho, que se oponía a que le quitáramos el estacionamiento. Gané la pelea y de qué manera. Después se hizo una asamblea, por cierto que la voy a hacer otra vez cuando salga de todo esto que me está pasando, porque el actual decano es muy amigo mío, del mismo pueblo donde yo nací. También hice el edificio de la Asociación de Profesores Universitarios, todos tenían estacionamiento al final. Yo le decía a los abogados, sobre todo a los profesores, ¿es que cuando ustedes van a la esquina de Pajaritos, o a ver un cliente, no caminan? ¿Es mucho caminar hasta la Plaza Las Tres Gracias? Les dije de todo. Los amenacé con sacar un decreto que convertiría ese espacio en estacionamiento de todos los habitantes de Los Chaguaramos. Y no sólo eso, les dije: declaro la entrada de Plaza Venezuela por Los Chaguaramos, como autopista.

¿Qué pasa con Tazón? Lusinchi era presidente. El Ministro de Transporte y Comunicaciones era de Churuguara, mi pueblo, Juan Pedro Del Moral, íntimo amigo mío, y me dio todo el poder para las reformas estructurales de la universidad, que por cierto aquello era una entrada y salida de los militares con los estudiantes, divino, pintando las paredes, cuando me llaman de Maracay para decirme que los muchachos se vienen a protestar con los autobuses porque tienen problemas con el comedor. Y el acuerdo mío con los estudiantes es que se acababan las tomas del Rectorado, pleito que tuvieran los estudiantes, ¡ahí estaba yo! Fíjate este cuento qué interesante: salen de Maracay los muchachos y digo, no los dejen salir, es que ellos no son choferes, ése era el riesgo. Igual salieron, entonces cuando yo llamo a Juan Pedro, para que los oficiales de tránsito los paren y los detengan, mi amigo no está. Yo llamo al Ministro del Interior, ¿cómo es que se llama el que escribe en
El Nacional
? Freddy Lepage, ah, entonces el ministro era Octavio Lepage. Lo llamo y le insisto que los detengan oficiales de tránsito porque yo soy incapaz de llamar a policías, ese no es mi estilo. Lepage mandó a los grupos armados contra la guerrilla, a militares. Y los esperaron en Tazón. Fue el único incidente grave que tuve. Los estudiantes creían que yo había mandado a disparar y lo que hubo fue un solo herido, no más. Y ningún muerto. Y hubo aquella famosa asamblea en el Aula Magna y recuerdo que los de Bandera Roja, la izquierda más radical en la UCV, fueron los que más me adversaron. Yo bajé sólo a la asamblea en el Aula Magna. Amenazaron con matarme. Aquello fue un desastre. Ha sido la única vez que me han insultado en mi vida, recuerdo que dije, aún al más criminal de los delincuentes, se le permite el derecho de palabra. De modo que yo les pido que me dejen hablar cinco minutos. Y les di la explicación que te acabo de dar. Hice diferentes asambleas, facultad por facultad dando la misma explicación. No me arrepiento en lo absoluto de haber tomado la decisión de Tazón. Esa decisión la tomé solo, de manera responsable. ¿Te imaginas la cantidad de muertos si esos muchachos hubiesen manejado? Yo dije, si ustedes quieren yo renuncio, pero todos me rogaron que no me fuera. Recuperé mi prestigio con los muchachos. En cambio, a los demás rectores no los han querido. Pedí unos días de permiso para asistir a las asambleas a hablar con los muchachos, pero nunca quedó ningún rector encargado.

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