—¿Se ha fijado alguna vez en que la gente a la que le gustan los perros toma café? ¿El té es para los amantes de los gatos?
Gurney no creía que valiera la pena reflexionar sobre ello. Kline hizo un gesto para que lo siguiera a su oficina, luego extendió el gesto en dirección a un sofá de piel de estilo contemporáneo, se acomodó en un sillón a juego situado al otro lado de una mesa baja de cristal y sustituyó su sonrisa por una expresión de seriedad casi cómica.
—Dave, deje que le diga lo contento que estoy de que haya decidido ayudarnos.
—Suponiendo que haya un papel adecuado para mí.
Kline pestañeó.
—La cuestión territorial es muy delicada —dijo Gurney.
—No podría estar más de acuerdo. Deje que le sea franco, que hable con la bata abierta, como se dice.
Gurney disimuló una mueca en una sonrisa educada.
—La gente que conozco en el Departamento de Policía de Nueva York me cuenta cosas impresionantes de usted. Fue el investigador principal en algunos de los casos más sonados, el hombre clave, el tipo que lo comprendió todo; sin embargo, cuando llegó el momento de las felicitaciones, siempre cedió el mérito a otro. Se dice que tenía el mayor talento y el menor ego del departamento.
Gurney sonrió, no por el cumplido, que sabía que era calculado, sino por la expresión de Kline, que parecía sinceramente desconcertado por la noción de reticencia a aceptar las medallas.
—Me gusta el trabajo. No me gusta ser el centro de atención.
Kline miró un buen rato como si estuviera tratando de identificar un aroma esquivo en su comida; al final se rindió.
Se inclinó hacia delante.
—Dígame, ¿cómo cree que puede ser importante en este caso?
Esa era la cuestión crítica. Pensar en una buena respuesta le había ocupado la mayor parte del trayecto desde Walnut Cros.
—Como analista consultor.
—¿Qué significa eso?
—El equipo de investigación del DIC es responsable de recopilar, inspeccionar y preservar pruebas, interrogar testigos, seguir pistas, comprobar coartadas y formular hipótesis de trabajo en relación con la identidad, los movimientos y motivos del asesino. Esa última pieza es crucial, y es en la que creo que puedo ayudar.
—¿Cómo?
—Examinar los hechos de una situación compleja y desarrollar una narración razonable es la única parte de mi trabajo en la que era bueno.
—Lo dudo.
—Otras personas son mejores a la hora de interrogar a sospechosos, descubrir indicios en la escena…
—¿Como balas que nadie más sabía dónde buscar?
—Eso ha sido suerte. Normalmente, hay alguien mejor que yo en cada pequeño elemento de una investigación. Ahora bien, cuando se trata de encajar las piezas, de ver lo que importa y lo que no, eso puedo hacerlo. En el departamento no siempre tenía razón, pero la tenía con bastante frecuencia para marcar una diferencia.
—Así que tiene un ego, al fin y al cabo.
—Si quiere llamarlo así. Conozco mis limitaciones y mis virtudes.
También sabía de sus años de interrogatorios que ciertas personalidades respondían a ciertas actitudes, y no se equivocaba con Kline. La mirada del hombre reflejaba una comprensión más cómoda de ese aroma exótico que había estado tratando de etiquetar.
—Deberíamos discutir la compensación —dijo Kline. Había pensado en una tarifa horaria que hemos establecido con ciertas categorías de consultores en el pasado. Puedo ofrecerle setenta y cinco dólares por hora, más gastos (gastos dentro de lo razonable) a partir de ahora mismo.
—Está bien.
Kline tendió su mano de político.
—Estoy ansiando trabajar con usted. Ellen ha reunido un paquete de formularios, declaraciones juradas y acuerdos de confidencialidad. Tardará un rato si quiere leer lo que firma. Ella le llevará a un despacho libre. Hay detalles que tendremos que trabajar sobre la marcha. Personalmente le pondré al día de cualquier información que reciba del DIC o de mi propia gente, y le incluiré en las reuniones generales como la de ayer. Si ha de hablar con personal de investigación, hágalo a través de mi oficina. Para hablar con testigos, sospechosos, personas de interés, lo dicho, a través de mi oficina. ¿Le parece bien?
—Sí.
—No malgasta palabras. Yo tampoco. Ahora que estamos trabajando juntos, deje que le pregunte algo. —Kline se recostó y juntó los dedos, dando más peso a su pregunta—. ¿Por qué dispararía a alguien antes y luego lo acuchillaría catorce veces?
—Un número alto suele apuntar a un acto de rabia o a un esfuerzo a sangre fría de crear una apariencia de rabia. La cifra exacta podría no ser significativa.
—Pero dispararle antes…
—Sugiere que el propósito de los cortes con el cristal era distinto al homicidio.
—No le sigo —dijo Kline, que inclinó la cabeza como un ave curiosa.
—A Mellery le dispararon de cerca. La bala le seccionó la arteria carótida. No había señales en la nieve de que dejaran caer la pistola o la arrojaran al suelo. Por lo tanto, el asesino debió de tomarse su tiempo para quitar el material con el que había envuelto el cañón para amortiguar el sonido y luego guardarse el arma en un bolsillo o en una cartuchera antes de pasar a la botella rota y colocarse en situación de apuñalar a la víctima, ahora tendida inconsciente en la nieve. La herida de la arteria estaría salpicando mucha sangre en ese momento. Así pues, ¿por qué molestarse con la botella? No era para matar a la víctima, que a efectos prácticos ya estaba muerta. No, el objetivo del asesino tuvo que ser, o bien eliminar las pruebas del disparo…
—¿Por qué? —preguntó Kline, moviéndose hacia delante en su silla.
—No sé por qué. Es sólo una posibilidad. Pero es más probable, dado el contenido de las notas que precedieron a la agresión y las molestias que se tomó llevando la botella rota, que el apuñalamiento tenga algún significado ritual.
—¿Satánico? —La expresión de terror convencional de Kline apenas ocultaba su apetito por el potencial mediático de semejante móvil.
—Lo dudo. Por locas que parezcan las notas, no me suenan tan locas en ese sentido particular. No, me refiero a «ritual» en el sentido de que cometer el asesinato de un modo específico era importante para él.
—¿Una fantasía de venganza?
—Podría ser —dijo Gurney—. No sería el primer asesino en pasar meses o años imaginando cómo sería saldar cuentas con alguien.
Kline parecía preocupado.
—Si la parte clave del ataque era el apuñalamiento, ¿por qué molestarse con la pistola?
—Incapacitación instantánea. Quería asegurarse, y una pistola es una forma más segura que una botella rota para incapacitar a la víctima. Después de toda la planificación que acompañaba este asunto, no quería que algo saliera mal.
Kline asintió, luego saltó a otra pieza del rompecabezas.
—Rodríguez insiste en que el asesino es uno de los huéspedes.
Gurney sonrió.
—¿Cuál?
—No está preparado para decirlo, pero apostaría su dinero en ello. ¿No está de acuerdo?
La idea no es completamente absurda. Los huéspedes se alojan en los terrenos del instituto, lo cual los pone a todos, si no en la escena, al menos convenientemente cerca de ella. Son, sin lugar a dudas, un grupo extraño: drogadictos, emocionalmente erráticos, al menos uno con relaciones con la mafia.
—Pero…
—Hay problemas prácticos.
—¿Cómo cuáles?
—Huellas de pisadas y coartadas, para empezar. Todos coinciden en que la nevada empezó alrededor del anochecer y continuó hasta la medianoche. Las huellas de las pisadas del asesino entraron en la propiedad desde la calle después de que la nevada hubiera cesado por completo.
—¿Cómo puede estar seguro de eso?
—Las huellas están en la nieve, pero no hay nieve nueva en las huellas. Para que uno de los huéspedes hubiera dejado esas huellas, tendría que haber salido del edificio principal antes de que cayera la nevada, porque no hay huellas en la nieve que se alejen de la casa.
—En otras palabras…
—En otras palabras, habrían echado en falta a alguien ausente desde el anochecer a la medianoche. Pero eso no ocurrió.
—¿Cómo lo sabe?
—Oficialmente no lo sé. Digamos que oí un rumor de Jack Hardwick. Según los resúmenes de los interrogatorios, cada individuo es visto por al menos otros seis individuos en distintos momentos de la tarde. Así que, a menos que todos estén mintiendo, nadie se ausentó.
Kline parecía reticente a dejar de lado la posibilidad de que todos estuvieran mintiendo.
—Quizás alguien de la casa contó con ayuda —dijo.
—¿Quiere decir que alguien de la casa contrató a un sicario?
—Algo así.
—Si fuera así, ¿para qué estar allí?
—No le sigo.
—La única razón de que los huéspedes sean sospechosos en cualquier grado es su proximidad física al asesinato. Si alguien contrató a un sicario para que cometiera el crimen, ¿por qué ponerse tan cerca para empezar?
—¿Excitación?
—Supongo que es concebible —dijo Gurney con una obvia falta de entusiasmo.
—Muy bien, olvidémonos de los huéspedes por el momento —dijo Kline—. ¿Qué tal un golpe mañoso preparado por alguien que no fuera uno de los huéspedes?
—¿Es la segunda teoría de Rodríguez?
—Cree que es una posibilidad. Por su expresión, intuyo que no comparte esta opinión.
—No le veo la lógica. No creo que se le hubiera ocurrido siquiera si Patty Cakes no fuera uno de los huéspedes. Primero, ahora mismo no se sabe nada de Mark Mellery que pudiera convertirlo en el objetivo de la mafia.
—Espere un momento. Supongamos que el gurú persuasivo consiguiera que uno de sus huéspedes (alguien como Patty Cakes) le confesara algo, ya sabe, en pro de la armonía interior o de la paz espiritual o del rollo que Mellery le estuviera vendiendo a esta gente.
—¿Y?
—Y quizá después, cuando llega a casa, el tipo se pone a pensar que a lo mejor ha sido un poco impulsivo con tanta honradez y franqueza. La armonía con el universo puede ser algo fantástico, pero quizá no merezca el riesgo de que alguien posea información que podría causarte graves problemas. Quizá cuando está lejos del encanto del gurú, el tipo vuelve a pensar de un modo más pragmático. Tal vez contrata a alguien para eliminar el riesgo que le preocupa.
—Es una hipótesis interesante.
—Pero…
—Pero no hay ningún sicario en el mundo que se moleste con la clase de enigmas que tenemos en este asesinato. Los hombres que matan por dinero no se molestan en colgar las botas en las ramas de árboles ni dejan poemas en los cadáveres.
Kline dio la impresión de que podría rebatir tal opinión, pero se detuvo cuando alguien abrió la puerta tras una somera llamada. La elegante criatura de la recepción entró con una bandeja lacada en la cual había dos tazas de porcelana con sus correspondientes platitos, una elegante cafetera, un delicado azucarero, una jarrita de leche y un plato Wedgwood con cuatro galletas. Puso la bandeja en la mesita de café.
—Ha llamado Rodríguez —dijo la mujer, mirando a Kline. Luego, como si respondiera a una pregunta telepática, añadió—: Está en camino, ha dicho que llegaría dentro de cinco minutos.
Kline miró a Gurney como si estuviera tratando de interpretar su reacción.
—Rod me ha llamado antes —explicó—. Parecía ansioso por manifestar algunas opiniones sobre el caso. Le sugerí que se pasara mientras usted seguía aquí. Quiero que todo el mundo sepa lo mismo al mismo tiempo. Cuanto más sepamos, mejor. Sin secretos.
—Buena idea —dijo Gurney, sospechando que Kline quería tenerlos allí al mismo tiempo por una razón que nada tenía que ver con la franqueza, más bien por su afición a controlarlo todo mediante el conflicto y la confrontación.
La asistente de Kline salió del despacho, pero no antes de que Gurney captara la sonrisa de Mona Lisa en su rostro, que confirmaba lo que había pensado.
Kline sirvió sendos cafés. La porcelana parecía antigua y cara; sin embargo, él la manejaba sin ningún orgullo ni preocupación, lo cual reforzaba en Gurney la impresión de que el maravilloso fiscal del distrito era de buena cuna y de que las fuerzas del orden constituían un paso hacia algo más consecuente con su origen patricio. ¿Qué era lo que Hardwick le había susurrado en la reunión del día anterior? Algo sobre un deseo de ser gobernador. Quizás el viejo y cínico Hardwick tuviera razón otra vez. O puede que Gurney estuviera viendo demasiadas cosas sólo en la manera en que un hombre sostenía una taza.
—Por cierto —dijo Kline, apoyándose en la silla—, que la bala en la pared, la que pensaban que era una trescientos cincuenta y siete, no lo era. Era sólo una hipótesis basada en el tamaño del agujero en la pared. Balística dice que es una treinta y ocho especial.
—Es raro.
—Muy común, en realidad. El arma estándar en la mayoría de departamentos de Policía hasta los años ochenta.
—Calibre común, pero elección rara.
—No le sigo.
—El asesino se tomó muchas molestias para amortiguar el sonido del disparo, para hacerlo lo más silencioso posible. Si el ruido era una preocupación, una treinta y ocho especial era una elección de arma rara. Una veintidós habría tenido mucho más sentido.
—Quizás es la única arma que tenía.
—Quizá.
—Pero ¿no lo cree?
—Es un perfeccionista. Tuvo que asegurarse bien de que contaba con la pistola adecuada.
Kline dedicó a Gurney su mirada de contrainterrogatorio en un juicio.
—Se está contradiciendo. Primero ha dicho que las pruebas muestran que quería que el disparo fuera lo más silencioso posible. Luego que eligió el arma equivocada para eso. Ahora está diciendo que no es la clase de tipo que elegiría un arma equivocada.
—Un disparo silencioso era importante. Pero quizás algo era más importante.
—¿Como qué?
—Si hay un aspecto ritual en este asunto, la elección de la pistola formaría parte de ello. La obsesión por cometer el crimen de determinada manera podría ser prioritaria sobre el problema del sonido. El asesino lo haría del modo en que se sentía obligado a hacerlo y se ocuparía del sonido lo mejor posible.
—Cuando dice ritual, oigo psicópata. ¿Cómo de loco cree que está este tipo?
—Loco no es un término que me resulte útil —dijo Gurney—. Jeffrey Dahmer fue considerado legalmente sano, y se comía a sus víctimas. A David Berkowitz le juzgaron legalmente sano, y mataba a gente porque su perro satánico le decía que lo hiciera.