En lo que respecta al Jesús histórico, es cierto que Pablo sitúa siempre en primer plano la acción de Dios y, por tanto, la cruz y la resurrección; no cabe duda, sin embargo, de que también conoce, y supone conocidas por sus oyentes, tradiciones sobre Jesús que no menciona en sus escritos y cuyo alcance real es, por tanto, difícil de valorar. No obstante, las fuentes prestan indirectamente algunos datos significativos.
Como es lógico, el antiguo
perseguidor de la comunidad cristiana
podía explicar por qué Jesús fue condenado a muerte de cruz y por qué se creyó, él mismo, obligado a perseguir a la comunidad cristiana: lo hizo, según su propia expresión, como «fariseo según la Ley»
[27]
, como «celoso de las tradiciones de mis padres»
[28]
. Probablemente, polemizando con los helenistas judeo-cristianos de la comunidad de Jerusalén, el judío helenista de la diáspora Pablo de Tarso había chocado con la crítica desencadenada por Jesús contra la Ley. Que se pusiera en entredicho la Ley (la
Tora
y la
Halacha)
[29]
excitó tanto su celo propiamente fariseo por Dios y por su Ley que decidió emprender «con saña» la lucha activa contra la comunidad, «tratando de destruirla»
[30]
. El escándalo que para todo judío suponía proclamar como Mesías a un crucificado muerto bajo la maldición de la Ley no pudo por menos que fortalecer todavía más su desmedido celo de perseguidor
[31]
.
Todo esto explica muy bien, en todo caso, que aquel modelo de fidelidad farisaica a la Ley se convirtiera en un perseguidor de la comunidad cristiana y de su fe. Pero, ¿cómo aquel fanático perseguidor de los cristianos se corvirtió en
apóstol del Crucificado?
Hasta hoy nadie lo ha podido explicar ni histórica ni psicológicamente. El mismo Pablo no atribuye su cambio radical a una instrucción humana, a una nueva autocomprensión, a un esfuerzo heroico o a una conversión autogestionada, sino a una «revelación» (a un «ver») del Crucificado resucitado —que tampoco nos describe y que, como siempre, está por aclarar
[32]
—, que tuvo coma consecuencia una conversión radical
[33]
. ¡También aquí se da una vocación! Pero de este acontecimiento, en el cual se basan su apostolado y su libertad apostólica, Pablo sólo habla cuando es impugnada su posición o su evangelio, e incluso entonces lo hace con la mayor parquedad de palabras
[34]
. La causa de Dios, lo que en última instancia importa a Dios, es el hombre, no la Ley. Pablo interpreta ahora la muerte de cruz como una secuela de la Ley. Pero al mismo tiempo —en virtud de la justificación de Jesús por el mismo Dios en contra de la Ley— como una liberación de la maldición de la Ley
[35]
. Si la recta relación entre Dios y el hombre (= la justicia) viniera por la Ley, Jesús habría muerto en vano
[36]
.
Lo que durante toda su vida significa la «gracia» para Pablo, benevolencia de Dios completamente inmerecida, se basa en esa experiencia viva del Crucificado, que a él se le ha revelado como el Viviente, como el auténtico Señor. A partir de este momento, Pablo defiende sin compromisos —exceptuando el respeto con la conciencia de los hermanos preocupados
[37]
— la importancia fundamental de la fe en Cristo por pura gracia frente a todas las tendencias que añaden una «y»: ¿salvación por Cristo en la fe
y
mediante las obras de la Ley judía (o de cualquier otra ley) ? Este su evangelio lo presenta en su carta más amplia, densa y orgánica, la escrita a la comunidad de
Roma
[38]
. que le era aún personalmente desconocida. Y lo explica dentro del horizonte de la historia de la salvación, entre la creación y la consumación, partiendo de la pecaminosidad universal de los hombres, judíos y paganos
[39]
. Afirma primero que el bien definitivo, la salvación del hombre, sólo puede alcanzarse por la fe en Cristo Jesús
[40]
, y desde esta base pasa luego a esbozar de forma impresionante la nueva vida del Espíritu en libertad y esperanza
[41]
, así como el plan salvífico de Dios para judíos y paganos
[42]
y las consecuencias más importantes para la vida cristiana
[43]
. Como ya había hecho en la carta a los Gálatas —aunque ahora habla de manera más equilibrada y menos polémica sobre la Ley, buena en sí misma, pero incapaz de conducir a la salvación—, Pablo rechaza todas las condiciones adicionales para ordenar la relación del hombre con Dios, apelando sólo al Crucificado y a la gracia de Dios. ¡La salvación del hombre no depende de ningún tipo de obras prescritas por la Ley, de ningún tipo de acciones religiosas o morales! Depende exclusivamente de la fe confiada en Cristo Jesús. Pablo lo expresa en el lenguaje judío de su tiempo, de tonalidades jurídicas: el hombre culpable y pecador es «absuelto», «declarado inocente»,
«rehabilitado»
ante Dios (y su tribunal), no en virtud de las obras de la Ley, buenas en sí mismas, sino exclusivamente por la gracia y benevolencia de Dios
en virtud de la fe
[44]
. El pasaje clásico de la carta a los Romanos podría formularse así en lenguaje moderno: «Estamos convencidos de que el hombre puede llegar a estar en buenas relaciones con Dios sin cumplir preceptos religiosos, confiando sencillamente en Dios y recibiendo así lo que Dios quiera darle»
[45]
.
De esta manera el conflicto con la Ley y su particular concepto de Dios, que había llevado a Jesús a la muerte, vino a ser también el conflicto de Pablo y su peligro mortal. Su doctrina sobre la Ley —aquí se muestra una continuidad fundamental— se presenta como continuación de la predicación de Jesús. Cierto, una
continuación radicalizada
desde la perspectiva de la muerte de Jesús: en este sentido no hay entre Jesús y Pablo una continuidad, sino una continuidad en discontinuidad. Entre la predicación del Jesús histórico y la de Pablo está la muerte de Jesús: muerte provocada por la crítica a la Ley, pero cuyo sentido se revela a través de la resurrección y en cuyo contexto ve Pablo la acción de Dios en Jesús. Por eso para Pablo está concentrado en la muerte de cruz todo lo que el Jesús histórico hizo, vivió y padeció de principio a fin. Evidentemente el crucificado se identifica con el Jesús histórico y terreno, siendo, por ese hecho, presupuesto imprescindible y contenido necesario de la fe de Pablo: impide que la fe en el Crucificado Resucitado se volatilice en ilusión o en mito ahistórico. Pablo siempre entiende y afirma la realidad y el sentido de la existencia terrena de Jesús partiendo de la cruz.
Pablo compendia en una sola palabra, la «palabra de la cruz», todo lo que hay que decir de la predicación, el comportamiento y el destino de Jesús. Desde la cruz del que está vivo según la fe puede el
teólogo
Pablo explicitar teológicamente lo que Jesús había expresado simplemente a través de la acción o dicho de forma meramente implícita. Pablo no presenta un proyecto teórico global. En la misma carta a los Romanos, su teología, centrada en el Crucificado y Resucitado y elaborada en torno a muy pocas ideas directrices, se formula en función de la situación concreta de la comunidad. Pero en el correspondiente contexto, Pablo, de forma teológica, expresa, profundiza y desarrolla desde la perspectiva de la cruz y la resurrección lo que en la predicación de Jesús se encuentra implícito, sin formulación ni desarrollo teológicos. Para ello aprovecha su formación rabínica, en especial la exégesis, así como los conceptos y categorías de su entorno helenístico. Por eso a quien parta de la tradición sobre Jesús de los evangelios, el mensaje de Jesús según Pablo se le aparecerá bajo una luz muy distinta: inserto en perspectivas, categorías y conceptos muy diferentes. Sólo con un análisis más minucioso se descubrirá que del anuncio de Jesús hay en Pablo mucho más de lo que muestran palabras o frases aisladas, que la «sustancia» de la predicación de Jesús está enteramente recogida en la predicación de Pablo:
Se puede decir, pues, que este «mensaje de la rehabilitación», típico y central en Pablo, está ya presente en las parábolas de Jesús y en el Sermón de la Montaña, pero por la muerte y la resurrección de Jesús recibe una luz completamente nueva. Por eso, al mensaje paulino de la resurrección se le llama acertadamente «cristología aplicada». Como tal, constituye también una norma crítica para la aplicación correcta de la cristología, frente a todas las tendencias a empobrecerla y vaciarla, al igual que frente a todas sus idealizaciones y transfiguraciones.
Siempre que en la historia de la Iglesia se ha oscurecido la importancia central del Jesús crucificado y viviente en cuanto determinante de la relación entre el hombre y Dios y de los hombres entre sí, inmediatamente ha vuelto a agudizarse, dividiendo espíritus, el problema de la «rehabilitación por la sola fe» en Cristo Jesús.
Siempre, en tales casos, la carta a los Romanos y la carta a los Gálatas han cobrado una fuerza verdaderamente explosiva. Así aconteció en tiempos de Agustín frente al pelagianismo. Lo mismo pasó en la época de la Reforma frente a la concepción medieval de la santificación por las obras y frente al abuso romano del ministerio. Así volvió a suceder en tiempos de Karl Barth, tras la primera guerra mundial, frente a un protestantismo cultural, que se había vuelto idealista-humanista, y frente a la ideología nacionalsocialista. Y ¿qué ocurre hoy, en la época de la religiosidad secular de las obras, inspirada en el principio de la productividad? El «sólo por la fe», eco del «sólo por Cristo» y «sólo por la gracia», jamás ha pretendido excluir las buenas obras. Pero la apelación a las buenas obras, sean cuales fueren, no puede constituir el fundamento de la existencia cristiana y el criterio de la relación con Dios. Sólo lo puede constituir el asirse firmemente e incondicionalmente a Dios a través de Jesús el Cristo con confianza fiel, contra la cual no pueden sostenerse ni el fracaso de los hombres ni cualesquiera buenas obras, y de la cual, en cambio, naturalmente se siguen las obras del amor. Mensaje sumamente consolador que presta a la vida humana sólida base en medio de los inevitables fracasos, extravíos y desesperaciones. Y la libera a la vez de la congoja de las buenas obras hacia una libertad, sabiduría, amor y esperanza capaz de superar las peores situaciones.
Mensaje sobre el que hoy no tienen necesidad de discutir la teología católica y la protestante
[46]
. Después de tan largas disputas sobre el problema del «
sola fide»
(sólo por la fe), las versiones recientes de la Biblia, por ejemplo la nueva traducción ecuménica alemana, reproducen sin equívocos la interpretación común, especialmente del texto central de la carta a los romanos
[47]
: «Pues estamos convencidos de que el hombre se justifica sólo (!) por la fe con independencia (!) de las obras de la Ley». Lo que importa en la «doctrina de la justificación» (rehabilitación) no son ciertas palabras y conceptos. Como hemos visto, Pablo la expone a los corintios de una manera completamente distinta, en términos nada jurídicos como «sabiduría» y «locura» de Dios y de los hombres. Lo que importa es el contenido, que cada época debe formular en su propio lenguaje.