Ser Cristiano (81 page)

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Authors: Hans Küng

Tags: #Ensayo, Religión

BOOK: Ser Cristiano
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c)
La
auténtica interpretación crítica
discurre entre el tradicionalismo y el racionalismo. Se distancia de
todas
las formas de la superstición, entre las que también se encuentra el credo racionalista. La teología crítica actual ve la necesidad
y
los límites de la desmitologización: no quiere, como en teoría reconoce el mismo Bultmann, ni conservar ni eliminar lo mítico. Pretende, como repetidamente hemos subrayado,
interpretarlo diferenciadamente
. Para evitar simplificaciones y reducciones indebidas del mensaje evangélico es preciso renunciar a toda comprensión previa parcialista, tanto a la filosofía existencial del (primer) Heidegger como a la teoría socio-crítica de la nueva izquierda. Hay que expresar el mensaje desde una comprensión lo más amplia posible de la realidad, sin prejuicios dogmáticos (existencialistas, socialistas o de otra clase), sin ninguna «jerga de la autenticidad» (Adorno) o «de la no autenticidad».

La interpretación diferenciada de los mitos no toma los mitos literalmente, pero tampoco los excluye por las buenas. Más bien impera el principio de que lo
mítico se ka interpretar como mítico
, la leyenda como leyenda, las imágenes y los símbolos como imágenes y símbolos
[5]
. Lo cual no significa que todo lo legendario-mitológico tenga que producir en el hombre actual el mismo impacto que antes. También los mitos y leyendas, las imágenes y símbolos pueden morir y en determinadas circunstancias, aunque no por pura arbitrariedad, ser sustituidos: cuando en una época nueva ya no tienen la capacidad de expresar lo que deben expresar. El contenido del Antiguo Testamento ya no les dice a los hombres del Nuevo el mismo y tan intenso mensaje que a las anteriores generaciones de Israel. Pero abandonar la imagen o el símbolo de una cosa no implica ni mucho menos abandonar la cosa misma. Por ejemplo, si uno piensa que el nacimiento virginal, sobre el que hablaremos más adelante, es una leyenda en función de la filiación divina, por el hecho de negar la realidad del nacimiento virginal no tiene por qué negar la realidad de la filiación divina

b) Verdad y facticidad

Se suele olvidar que la última realidad, que llamamos Dios, no puede ser directamente aprehendida ni por nuestras imágenes ni por los conceptos más elaborados de nuestra reflexión. Todos ellos no pasan de ser conceptos simbólicos, análogos, meramente indicativos, a la vez semejantes y desemejantes, de los que podemos esperar, a lo sumo, que no resulten demasiado estrechos para designar al que, abarcándolo todo, es inabarcable e incomprensible y que faciliten el acceso vital hasta él. No se puede en absoluto excluir que, según las situaciones, una imagen aparentemente vaga o una simple narración puedan decir acerca de lo radicalmente inefable y expresar de las estructuras profundas de la realidad muchas más cosas que el concepto, aparentemente tan exacto y, por lo mismo, tan fijo, tan poco dúctil y tan limitado; muchas más cosas que la argumentación o la documentación, tan clara y precisa y, por lo mismo, tan unilateral e incolora. Igualmente, la poesía capta, en ocasiones, el misterio de la naturaleza y del hombre mejor que una descripción exacta o una fotografía.

Hay que tener presente que verdad no es lo mismo que facticidad ni, sobre todo, que verdad histórica. Así como hay
diferentes modos y planos de realidad
, así también hay distintas formas
de verdad
; incluso en una misma narración hay a menudo diferentes planos de verdad. Piénsese esto: ¿no es posible que una historia verdaderamente sucedida me deje indiferente? Y, al contrario, ¿no es posible en determinadas circunstancias que una historia fingida («ficticia»), no acaecida de verdad, me afecte profundamente? Una noticia de periódico sobre un viajero asaltado en el camino de Jerusalén a Jericó puede en determinadas circunstancias dejarme completamente indiferente, aunque —por desgracia— sea un hecho real. En cambio, inmediatamente me conmueve —porque contiene más verdad— la historia inventada del buen samaritano que hace la misma ruta. La primera me dice una verdad que no me afecta o que, al menos, parece no afectarme, que no es significativa para mí: es un mero hecho, una verdad puramente histórica. La otra me dice una verdad que, aunque no sea un hecho, me toca en le más hondo: es una verdad significativa para mí, una verdad relevante para mi existencia («existencial»). La pregunta del historiador: «cómo ha ocurrido realmente el hecho», está fuera de lugar en una historia como la del buen samaritano o como la del hijo pródigo: la pregunta por lo históricamente verdadero o falso no es adecuada, carece de interés. La poesía, la parábola, la leyenda tienen su propia lógica. Subrayan, acentúan, ponen de relieve, concretan: pueden proclamar una verdad más relevante que la transmitida por el relato histórico. La Biblia no se interesa en primer término por la verdad histórica, sino por la verdad importante para nuestro bien, para nuestra salvación, por la «verdad salvífica».

Cierto que, como hemos comprobado a cada paso, la cuestión histórica de todos y cada uno de los relatos sobre Jesús es, cuando menos hoy, ineludible; se la plantean ya todos los niños: se pregunta si lo narrado (por ejemplo, el caminar sobre las aguas, la transfiguración o la ascensión) sucedió tal como se narra; es decir, si es histórico. Y la cuestión no se plantea sólo en la teología científica, sino también en toda predicación que quiera andar al compás de los tiempos. Sin embargo, también hemos puesto ya de manifiesto lo contrario: en los relatos sobre Jesús no basta con distinguir los diversos estratos de la tradición y analizar sus enunciados para descubrir hechos históricos, cosa que constituyó a veces la única preocupación de la teología histórico-científica. Dichos relatos pretenden, incluso cuando simplemente narran, expresar algo más que una verdad. Nunca se limitan a dar meras informaciones que dejen indiferentes al oyente o al lector. Se trata de
mensajes
que llevan consigo una promesa o una amenaza. Lo que aparece en primer plano en los relatos de la Navidad, de los milagros, de la Pascua o del juicio no es tanto lo que realmente ha acontecido o acontecerá, sobre lo cual se dice a veces muy poco, cuanto la pregunta práctica por
lo que eso significa para nosotros
: sobre todo ello se puede volver a reflexionar críticamente en cada situación individual o social. Por lo general, tales historias informan más sobre el efecto que un determinado acontecimiento produce en los hombres que sobre el suceso mismo. Esto tiene especial vigencia cuando entre el hecho y el texto transmitido median decenios, como ocurre en el Nuevo Testamento (en el nacimiento de Jesús, por ejemplo, o en las experiencias pascuales) o median siglos, como pasa en el Antiguo Testamento (la salida de Egipto y la entrada en la Tierra prometida). Y si sabemos relativamente poco sobre el hecho histórico, sabemos relativamente mucho sobre sus efectos y sobre la actitud ante él de Israel o la comunidad cristiana. De este modo, los relatos revelan el camino que Israel o la comunidad cristiana recorrieron en sus fundamentales experiencias históricas y que hoy siguen teniendo significado para el camino del cristiano.

c) Presentación narrativa y reflexión crítica

Con esto llegamos otra vez al problema de la
forma literaria
[6]
: anuncio, predicación, catequesis son algo distinto de la ciencia, la teología o la historia. Aunque siempre han de someterse a la verificación científica y no pueden sustraerse impunemente a ella, su objetivo y, en consecuencia, su lenguaje son distintos. También un drama de Shakespeare en torno a la figura de un rey tiene diversa forma literaria que un estudio histórico sobre Enrique V. Nuestros evangelios —naturalmente con diferencias esenciales— se parecen más a un drama de Shakespeare que a una crónica o una biografía histórica: ni Shakespeare ni los evangelios tratan de presentar una historia lo más exacta posible; pero sí han de reproducir con fidelidad en lo esencial la tradición sobre los personajes y acontecimientos centrales. Uno y otros pretenden comunicar el mensaje de la forma más convincente posible (de una Inglaterra mejor; de Jesucristo y el reino de Dios) y hablar a una nueva época. Ambos tienen que captar y mover a una amplia gama de oyentes de diverso origen, y no limitarse a orientar objetivamente a unos cuantos entendidos en la materia. En ambos hay que lograr esto con una exposición relativamente corta (el Evangelio de Lucas se puede leer en dos horas). Con este fin y propósito, tanto Shakespeare como los evangelios no respetan la cronología y la topografía más que lo imprescindible, desplazan los acentos, seleccionan los hechos y las personas y, si hace falta, los inventan. Con el mismo fin y propósito hacen a veces breves compendios y condensan todo un largo proceso en una sola frase y, al revés, de una frase hacen toda una escena, de acuerdo con el principio
multum in parvo
: mucho en poco.

¿No sería ridículo intentar sustituir el Enrique V de Shakespeare o el Evangelio de Marcos por una paráfrasis más «exacta»? ¿Acaso no se sigue leyendo hoy como antes a Marcos y a Shakespeare? ¿Acaso no son representados en público (en la iglesia o en el teatro) y entendidos espontánea, aunque no siempre correctamente, por un gran auditorio, mientras muchas crónicas y obras históricas de mucha mayor precisión son en el mejor de los casos solamente estudiadas por los especialistas en las bibliotecas?

Los evangelios, como Shakespeare, no se proponen hacer una exposición histórica,
sino una «exposición dramática de la historia»
, que dispone de medios estilísticos propios y puede alcanzar su objetivo de forma más eficiente que las ideas y proposiciones abstractas. Pese a las diferencias, en los evangelios, como en Shakespeare, hay un complejo juego de planos (en lo tocante al espacio, al tiempo y al tipo de oyentes) que se interfieren recíprocamente con elementos épicos, dramáticos y líricos, y que ponen plásticamente ante los ojos una totalidad.

Desde este ángulo, la
teología «narrativa»
[7]
, de elaboración programática muy reciente, parte de un
supuesto demasiado estrecho
, por muy justificada que esté su polémica contra la reflexión excesivamente abstracta. Es cierto que una teología cristiana nunca debe cansarse de contar cosas sobre Jesús y su causa, como también es cierto que muy poco de esto han hecho tanto la teología neoescolástica como las teologías existencial y política. Pero incluso desde el punto de vista literario los evangelios no son en modo alguno puras narraciones, sino, como queda dicho, exposiciones histórico-dramáticas compuestas con diversos elementos narrativos. Es cierto que no faltan motivos para poner nuevamente de relieve la relatividad de la razón histórica y de la teología «argumentativa» y resaltar la importancia de la narración. Pero una teología o una predicación que narra relatos bíblicos o posbíblicos sin dar razón de la autenticidad del mismo acontecimiento que cuenta, ni literaria ni teológicamente será tomada en serio, y con razón, por hombres que piensan. El resultado sería un biblicismo «narrativo» o una perorata sin criterio ni control. ¿Han tenido suficientemente en cuenta este aspecto de la problemática el teórico de la literatura y, sobre todo, el teólogo? La cuestión de la autenticidad histórica es relativamente insignificante para el
especialista en literatura
?
. Para éste no es vital creer «en» Enrique V o en Enrique VIII, en Julio César o en Guillermo Tell; su intención no es «seguirlos». El se interesa ante todo por el texto y su calidad literaria, y sólo secundariamente por el contenido; por eso puede, en definitiva, resultarle indiferente que Guillermo Tell fuera un personaje real (Schiller) o un personaje legendario (Frisen), que el asesinato de César fuera cometido contra su voluntad por sus asesinos (Shakespeare), o provocado y escenificado por César mismo como salida gloriosa (Jens), que santa Juana se deba interpretar de acuerdo con Schiller, con Shaw o con Brecht. Raras son, además, las oca siones en que el especialista en literatura recurre a los documentos auténticos.

Pero la cuestión presenta otro aspecto
para el creyente
: para el hombre que cree en Jesús y hace de él la norma concreta de su comportamiento no es indiferente que ese Jesús sea una figura histórica, una leyenda o un mito; que haya actuado como jerarca, como religioso o como revolucionario social; que su muerte sucediera o no según derecho. Tal vez no le sea tampoco indiferente la cuestión de si Jesús nació realmente de una virgen, hizo milagros contra las leyes naturales, instituyó el bautismo y la eucaristía, fundó el papado y ascendió al cielo literalmente. El creyente, lo mismo que el teórico de la literatura en la medida en que cree, no se interesa en primer término por el texto y su calidad literaria, sino por el contenido mismo, por la persona presentada literariamente, por su destino y por las consecuencias que todo ello conlleva para él mismo y para la sociedad. Quiere saber si su fe se basa —y en qué medida— en una ilusión o en la realidad histórica. Cuando la fe se basa en una ilusión, ya no se trata de fe, sino de superstición.

No obstante, no deja de ser verdad que toda teología o predicación (sea escolástica o neoescolástica, existencial o política) que quisiera cambiar las historias de su tradición en conceptos, ideas, principios y sistemas, olvidaría su propio origen y sería verdaderamente incapaz de captar a los hombres para conducirlos al seguimiento de Jesús. De una u otra manera acarrearía como consecuencia un dogmatismo y, a menudo, un ritualismo. En la teología cristiana, por tanto, se han de conjugar la
presentación y la reflexión crítica
.

Para la teología es de importancia capital no quedarse en un lema ambiguo que luego en la praxis se interpreta erróneamente. Es decisivo que la consigna programática vaya seguida de la acción teológico-práctica. Como es natural, no basta que se narren narraciones y se conmemore la memoria. Sobre ello hay que tomarse la molestia de volver a los relatos bíblicos mismos y afrontar su investigación histórico-crítica para refrescar críticamente la memoria. En cualquier caso, también desde este ángulo queda justificada nuestra empresa: por necesarias que sean la teología sistemática y la reflexión crítica, que ampliaremos a continuación, esta introducción al ser cristiano «narra» cuanto le es posible sobre Jesús y la historia de su pasión y muerte, no limitándose a razonar en abstracto, a argumentar, discutir y teorizar sobre el cristianismo y el ser cristiano. Sería muy alentador para el autor de este libro que muchos lectores y, en especial, predicadores se sintieran por él estimulados a escuchar de nuevo los textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, a reflexionar sobre ellos y a transformarlos en su vida. Este mismo libro no se habría escrito, o no se habría «scrito así, sin la continua predicación
(lectio et praedicatio continua)
, entre otras cosas, del Evangelio de Marcos, del Sermón de la Montaña y de grandes partes del Antiguo Testamento.

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