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Authors: Betty Dodson

Tags: #Autoayuda, Ensayo, Erótico

Sexo para uno (10 page)

BOOK: Sexo para uno
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Durante mi infancia y luego en mi matrimonio, la masturbación estaba basada sobre todo en que
no me pillaran
. Aprendí a ser rápida y silenciosa. Cuando estaba con alguien en la cama procuraba no respirar muy fuerte ni moverme mucho. Nunca estaba relajada, porque sólo me preocupaba ser
muy femenina
todo el tiempo. Lo que ocurría, en realidad, era que tenía muchos prejuicios.

En una de mis Terapias, una mujer casada me contó que tuvo el primer orgasmo a los cuarenta y ocho años. Una noche se puso el vibrador en el clítoris y dos horas después casi se cae de la cama del placer, ¡y pesaba alrededor de cien kilos! Con el vibrador conseguía la estimulación que necesitaba su cuerpo. Ni ella ni su marido habían tenido paciencia suficiente. Ahora están encantados con su nueva vida sexual: para ella la penetración es el aperitivo; cuando él se corre, ella tiene un orgasmo con el vibrador mientras se besan y se abrazan. Están en plena luna de miel sexual.

Otra de las mujeres de las Terapias estaba desesperada después de diez años de matrimonio, un hijo y ningún orgasmo. Se compró un vibrador y se lo puso directamente en los genitales durante mucho tiempo, varias noches seguidas. Estaba decidida a experimentar el placer. Sólo consiguió estar dolorida durante unos días. Como no tenía sensaciones en los genitales, en vez de obtener placer sentía dolor. ¡Estaba furiosa! Pero por lo menos el dolor era la prueba de que había vida
ahí abajo
, y no se dio por vencida. Con un poco más de práctica y más suavidad, empezó a tener sensaciones agradables.

Una amiga mía, que es lesbiana, aprendió a tener orgasmos con un vibrador cuando tenía más de treinta años. Al cabo de un año podía tenerlos con su pareja con sexo oral. Cinco años después se quedó encantada cuando aprendió a masturbarse con la mano. Decía que se sentía más completa ahora que sabía que no dependía de un aparato ni de una persona. Podía tener sus propios orgasmos. Pero el paso del vibrador a la mano no fue fácil, hasta que empezó a hacer uso de algunas fantasías sexuales. Cuando estaba con su pareja pensaba en ella, y cuando estaba sola no pensaba en nada. Ahora, cuando se masturba con la mano, piensa en el sexo. Para excitarse sin un vibrador y sin su amante necesitaba usar la mente.

Conocí a una mujer de treinta y dos años que llevaba diez teniendo orgasmos solamente con un vibrador. Cuando conoció al hombre con el que se quería casar, quiso aprender a llegar al orgasmo haciendo el amor. Cambió su técnica primero. Se empezó a poner la mano entre el vibrador y el clítoris. Lentamente aprendió a responder a un roce más suave. Tardó seis meses en aprender a correrse con la mano, y no tuvo ningún problema con su marido.

Una amiga bisexual que había estado usando un vibrador cuando se quedaba sin pareja, decidió regalárselo a alguien. Decía que sus orgasmos eléctricos eran tan fáciles de conseguir que había dejado de tener fantasías sexuales. Volvió a hacerlo con la mano en un baño de agua caliente, mientras leía un libro porno. Al cabo de unos años, se compró otro vibrador porque se dio cuenta de que podía usarlo, seguir teniendo sus fantasías e, incluso, tener más de un orgasmo, aunque tuviera una pareja.

Las fantasías sexuales pueden estar llenas de contradicciones. Por ejemplo, conozco a una mujer casada que estaba preocupada porque sus fantasías casi siempre eran con mujeres, aunque ella se consideraba heterosexual. Una amiga lesbiana se preguntaba por qué a menudo tenía fantasías heterosexuales, si a ella no le gustaban nada los hombres. Es una pena que nos pasemos la vida con etiquetas sexuales entre las piernas. Mientras nos definamos como heterosexuales, bisexuales u homosexuales en vez de sencillamente
sexuales
, seguiremos estando enfrentados en el sexo. La minoría moral es la que lleva la voz cantante, mientras que la mayoría sexual permanece en silencio. Ha llegado el momento de apoyar el placer sexual, sea cual sea la forma que adopta. Un orgasmo es un orgasmo.

Una amiga mía, que se consideraba una feminista radical, se empezó a preocupar porque sus fantasías sexuales no eran correctas políticamente, ya que no eran
feministas
. Yo le aseguré que todas las fantasías eran correctas. Muchas personas se imaginan cosas que en realidad no quieren que les ocurran nunca. También le recordé que se puede ser adicto a las fantasías como a cualquier otra cosa, y le sugerí que cambiara de fantasía. Una de las que empezó a usar era la de ella moviendo su clítoris dentro de la boca de su amante que estaba atado a la cama. Pero cuando se queda atascada, o tiene prisa, vuelve a la antigua, en la que cinco polis irlandeses la violan. Esa nunca falla.

Las fantasías sobre violaciones pueden dar marcha. No creo que sea correcto hablar de
fantasías feministas
o
sexo feminista
. La liberación de la mujer no consiste en definir qué es lo correcto en el sexo. Se trata de investigar y aumentar nuestro potencial erótico. Respeto a las feministas que defienden el ideal del
amor perfecto entre dos
en una relación monógama que dure para
siempre
. Por lo tanto, pretendo que respeten mi ideal de vivir con una familia de amigos eróticos. Nunca habrá una manera
correcta
de tener fantasías y orgasmos.

Al comienzo de mi romance con el movimiento por la liberación de la mujer, actuaba como cualquier amante romántico: idealizaba a
todas las mujeres
. Creía que las feministas habían sido las elegidas para sacar al mundo del lío en el que estaba metido. Hasta que descubrimos nuevas imágenes eróticas parecíamos un ejército, hablando de
líneas de fuego
, del
enemigo
, y de cómo ganar
la
batalla entre los sexos
. ¡No era nada divertido!

Al fin me di cuenta de que las feministas no eran perfectas y de que la vida es injusta. Las revoluciones sexuales tienen momentos de esplendor y de decadencia. Sólo la evolución personal de cada uno es algo consistente. Erotizando nuestra vida, podemos dar ejemplo a las demás mujeres. En vez de alzarnos
contra
la pornografía, deberíamos alzarnos
a favor
de la expresión sexual, de nuevas imágenes eróticas y de convertir el sexo y el placer en arte. Hay que sustituir el feminismo radical por el feminismo erótico a medida que cada mujer abre caminos nuevos en su liberación personal.

La capacidad de soñar y de imaginar cosas ha sido fundamental en mi evolución creativa. La fantasía es una manera de jugar con la mente y de desarrollar la imaginación. Mi arte erótico, las Terapias y este libro empezaron siendo fantasías sexuales.

El poder es una de mis últimas fantasías. Me veo presidiendo en una larga mesa de conferencias, vestida de cuero negro con un cinturón de diamantes. En la reunión están todos los representantes ejecutivos de las grandes multinacionales. Mi propuesta es que eroticemos toda la estructura de estas organizaciones y que el orgasmo esté en el orden del día. Se quedan todos estupefactos cuando les enseño los diseños de las futuras salas de reuniones, llenas de toda clase de maquinaría sexual para garantizar el éxtasis. Se aprueba por unanimidad que el placer es más importante que los beneficios, y ahora que tenemos energía sexual, no nos hace falta la energía nuclear.

La terapia sexual masculina

Durante muchos años recibí cartas de hombres que querían seguir una terapia sexual porque sus novias o mujeres habían seguido una. Al principio contesté que no sin dudarlo. Pero cuanto más lo pensaba mas me llamaba la atención. La idea de que una mujer enseñara a un grupo de hombres a masturbarse era una locura, era el mundo al revés. Además, era todo un reto, y un día respiré hondo, eché los hombros hacia atrás y me dije: «¿Por qué no?»

El primer grupo que tuve resultó ser de hombres heterosexuales, así que hubiera sido fácil centrarme en enseñarles a conocer la sexualidad femenina. Pero estaba decidida a conseguir que profundizaran en su propia sexualidad a través de la masturbación. Eran hombres tranquilos, no los típicos
machitos
, y la variedad de sus ocupaciones era interesante: tres profesores de sexualidad, dos clérigos, un artista, un estudiante universitario y tres hombres de negocios.

El primer día, después de una discusión intelectual de varias horas, les pedí que me contaran sus miedos sexuales, y en primera persona, cosa que nunca hicieron. El problema más grave estaba en su actuación en la cama. Les preocupaba la eyaculación precoz o el hecho de no poder tener una erección. Este tema llevaba a las mujeres a pensar que no eran atractivas, o les impedía que lubricaran con normalidad, o no conseguían tener orgasmos porque no estaban relajadas. Mientras escuchaba a estos hombres me di cuenta de que la calidad de sus propios orgasmos importaba poco. Querían dar placer y orgasmos a sus mujeres. Su imagen de
buen amante
dependía de cómo reaccionasen ellas. A las mujeres puede que les dé miedo el sexo, pero a los hombres les da miedo fracasar en la cama.

La
exposición oral sobre el pene
no tuvo mucho éxito porque decían que un pene no tenía ningún misterio; se veían los genitales todos los días. No conseguí que hubiera una discusión sobre el tamaño, ni tampoco que hicieran algún comentario sobre su relación personal con sus respectivos penes ¿Le parece al hombre atractiva su polla? ¿Le parece bonita? ¿Le gusta masturbarse? No hubo casi respuestas. No les interesaba ver los genitales de los demás porque los veían todo el rato en vestuarios y cuartos de baño.

El día reservado para las exposiciones orales acabó cuando enseñe mi
conejo partido
a un grupo de hombres por primera vez. Me asombré bastante la vergüenza que les daba mirar, pero eso hizo que yo fuera aun más atrevida. Terminé haciendo toda clase de movimientos con el clítoris, y para terminar hice una demostración de respiración por el coño —hacía entrar y salir aire de mi apertura vaginal. Cuando lo hacía con las mujeres, siempre recibía un aplauso, pero los hombres estaban atónitos con la idea de una
vagina muscular
.

Esa noche no pude dormir de lo preocupada que estaba. No sabia qué hacer el día de la masturbación dirigida. Después de haberme pasado años hablando de lo parecidos que éramos los hombres y las mujeres, estaba abrumada al descubrir lo diferentes que éramos en realidad. Intentaba imaginar lo que se siente teniendo polla y huevos. Miraba hacia abajo y fantaseaba con un clítoris de quince centímetros de largo. Cuando iba al cuarto de baño, lo hacía sujetándome el clítoris. ¿Orinar era un recordatorio constante del sexo? ¿Qué se sentiría al despertar empalmado? Con un órgano sexual así de grande, a lo mejor era placer suficiente ponerse cachondo y eyacular. Quizá por eso a los hombres no les preocupaba tanto la calidad de sus orgasmos. Me encantaría ver salir disparado el esperma de mi clítoris de quince centímetros, aunque no tuviera un orgasmo
por todo el cuerpo
.

Por un momento tuve envidia del pene, cosa que creí que no podría ocurrir nunca. Aunque seguía teniendo una actitud positiva hacia el coño y me encantaba mi pequeño clítoris, andar por ahí con genitales exteriores tenía que ser muy distinto. Yo había tardado treinta y cinco años en tener una imagen positiva de mis genitales. Los hombres se sacaban el pito varias veces al día sólo para hacer pis. ¿En qué momento se me había ocurrido dirigir una terapia sexual?

El segundo día, uno de los hombres me trajo un pene de goma, muy mono. Era como si supiera todo lo que se me había pasado por la cabeza la noche anterior y quisiera ayudar un poco. Me puse colorada, le di las gracias y dejé el pene al lado de mi vibrador eléctrico, que era mucho más grande. Me caían bien estos hombres. Querían aprender de verdad y me parecía que me estaban cogiendo cariño. Pero una vez más, la discusión acabó siendo demasiado intelectual — hablaban del miedo que tenían los hombres al miedo, pero no contaban nada concreto ni personal. Yo estaba igual de fría que ellos. Tenía que hacer algo.

Parecía un general dirigiendo a sus tropas a la primera línea del placer, cuando anuncié que había llegado el momento del ritual de la masturbación. Me puse de pie, enchufé el vibrador y observé cómo mis hombres se tumbaban en el suelo con cuidado de no tocar al que tenían a su lado. Tantearon hasta tocarse el pene y luego se quedaron tiesos. Todos estaban aguantando la respiración.

Estaba de pie preparada para actuar, y vi que todos tenían los ojos cerrados. Les recordé que me estaban pagando por hacer sesiones de masturbación, pero no me estaban mirando. Cuando por fin abrieron los ojos y me miraron, fue tan intenso que me desconcerté por un momento. Empecé a observarles fijamente uno por uno, hasta que me centré de nuevo. Les animé a que respiraran, que movieran la pelvis, que se pusieran aceite en el pene y que vieran de vez en cuando al resto del grupo para que tuvieran la imagen y para inspirarse. La visión que tenía yo de toda la escena hizo que por un momento tuviera una sensación extraña, mezcla de sexo y poder. ¡Ahí estaba yo, una mujer más bien pequeña, por encima de diez hombres grandes y desnudos que se masturbaban a mis pies!

Uno de los terapeutas, al que conocía desde hacia varios años, me miró fijamente con un brillo sexual en los ojos. Roger era como un gigante, con el pelo gris y la barba blanca. Se parecía al Dios de La Creación de Miguel Angel, excepto por sus enormes genitales de color marrón oscuro. Se estaba tocando la polla, que era casi como mi vibrador de veinticinco centímetros. Empecé a moverme a la vez que él mientras me tocaba el clítoris.

Cuando Roger se corrió, fue alto y fuerte. Su orgasmo tuvo el
efecto dominó
. Primero Dick, luego John y más tarde Rick. Me temblaban las piernas y me tiré al suelo. Hank, que estaba a mi izquierda, olvidó su propio placer para ver el mío. Bobby, el artista, estaba a mi derecha, y cuando mi pie tocó el suyo, el calor nos puso en marcha a los dos. Gritamos los dos al mismo tiempo.

Los demás aplaudieron. Me incorporé, abracé a los dos hombres que estaban a mi lado y dije que quería un abrazo de cada uno de ellos. Todos se pusieron de pie y empezaron a darse abrazos. ¡Menudo espectáculo! Una habitación llena de hombres heterosexuales abrazándose unos a otros como si fueran osos. Eran abrazos llenos de amor y de aprobación.

Cuando nos sentamos en un círculo para hablar, John, el clérigo, dijo que la experiencia le había parecido gratificante y que mi apoyo sexual había sido muy contagioso. Rick estaba asombrado de lo diferente que había sido de cuando lo hacía de joven con sus amigos. Nuestro objetivo era la aceptación en común del amor en solitario. Decía que nunca había podido tocarse el cuerpo con cariño, porque tenía miedo de que terminara por gustarle su propia virilidad. Roger dijo que los hombres suelen defenderse de ese miedo con la violencia. Poder compartir orgasmos y abrazarse estando desnudos suponía una ruptura total con los convencionalismos sociales. Hank, que era el único que no había tenido un orgasmo, dijo que verme a mí había sido una inspiración para empezar a quererse a sí mismo. «Todos seremos mejores amantes cuando nos queramos mas a nosotros mismos», le conteste.

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