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Authors: Betty Dodson

Tags: #Autoayuda, Ensayo, Erótico

Sexo para uno (7 page)

BOOK: Sexo para uno
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Una vez leí una carta en una revista de sexo muy conocida. Iba dirigida a un médico que tenía una columna en la revista. Me puse furiosa. Se llamaba «Grandes labios vaginales», y una mujer de veinte años decía que recientemente había notado que sus labios menores se habían agrandado. Quería saber si podía ser por la masturbación y qué hacer al respecto. El médico le contestó que podía ser hereditario y que «...si al masturbarse tira usted de los labios, pueden agrandarse. Si es tan grave que se avergüenza y no quiere tener relaciones sexuales, es relativamente fácil reducir el tamaño». Le recomendaba una visita a la consulta del médico, un poco de novocaína y
ras, ras
—se acabaron los problemas. Me abstendré de insultar a este médico y sólo diré que no tenía una actitud positiva hacia el coño.

Otra recomendación de los médicos que me parece ofensiva es la circuncisión femenina. Una amiga mía, que sólo tenía orgasmos con un vibrador, quería tenerlos también con en pene de su pareja. Le preguntó a su médico, quien le dijo que si se hacia la circuncisión su clítoris podía ser más sensitivo. Sólo sugirió que la operación podía
ayudar
. Era un procedimiento muy sencillo —un poco de novocaína y
ras, ras
. Se hizo la circuncisión y tuvo una infección, por lo que tuvo que estar dos semanas más de lo que se le había dicho en un principio. Cuando se recuperó, seguía sin poder tener un orgasmo mediante la penetración. En mi opinión, tanto la circuncisión masculina como la femenina son innecesarias.

¡Ha llegado el momento de olvidar el ideal romántico de tener todos los orgasmos con la polla de Romeo dentro del coño de Julieta! Si una mujer puede tener orgasmos masturbándose, es orgásmica. Los hombres llaman frígidas a las mujeres que no pueden tener orgasmos en la postura tradicional, en pocos minutos y con la estimulación que a él le gusta. La verdad es que muy pocas mujeres alcanzan el orgasmo sólo mediante la penetración, sin otros estímulos. (¡Imagínense a un hombre intentando tener un orgasmo sin tocarse la punta de la polla!) No hace falta correrse para disfrutar del sexo, pero una mujer que no consigue tener orgasmos la mayoría de las veces no puede mantener una actitud positiva hacia el sexo durante mucho tiempo.

El papel crucial del clítoris ya está claro. Hoy en día, clínicos especializados en el sexo utilizan la masturbación como terapia para mujeres y hombres con problemas. A pesar de la teoría reciente del
punto-G
, que hizo que las mujeres se dedicaran a buscar un sitio mágico dentro de la vagina que producía el orgasmo, el clítoris sigue siendo nuestro órgano sexual más importante. Hasta ahora no he conseguido encontrar mi punto-G. Todo el asunto me recordaba a Linda Lovelace en la película pomo
Garganta profunda
: ella creía que su clítoris era esa cosa que cuelga del fondo de su boca, evidentemente una fantasía sexual masculina. Pero tengo un par de amigas que adoran su
punto-G
y eso está muy bien.

La penetración vaginal es muy erótica, sobre todo cuando se hace con estilo y con sensibilidad. Tanto la parte exterior como la parte interior de los genitales femeninos producen sensaciones maravillosas. Algunas mujeres prefieren los orgasmos sólo mediante la penetración: otras quieren estimulación en el clítoris a la vez; y algunas prefieren el sexo oral. También hay mujeres como yo, que lo quieren todo, incluyendo la masturbación.

La obsesión por la liberación de la mujer me tuvo tan absorbida que, durante diez años, no pensé siquiera en la importancia que tiene que los hombres tengan una actitud positiva hacia la polla. Daba por hecho que a casi todos los hombres les gustaba su pene, sobre todo por los privilegios que supone tener uno. Pero estaba equivocada. Las mujeres no son las únicas que no están contentas con su cuerpo y sus genitales. La represión sexual afecta a ambos sexos.

Cuando un hombre disfruta con la masturbación y se siente a gusto con su vida sexual, le gusta su pene. Pero para un hombre impotente no es más que la causa de muchas decepciones. El pene puede ser una constante tentación para un religioso que ha hecho votos de castidad, o para un marido monógamo. El resultado del odio exagerado hacia el pene pueden ser imágenes y fantasías de castración. El miedo a la castración se debe probablemente a la represión de la masturbación masculina. El niño que está jugueteando tan contento con su pito acaba traumatizado cuando su madre le amenaza con cortárselo si no se está quieto.

Blake dice que cuando estaba casado y tomaba pastillas para la depresión, su polla le recordaba continuamente su frustración sexual. Quería a su mujer, pero también quería tener aventuras sexuales. Ni siquiera podía disfrutar de la masturbación por miedo a ser descubierto. Llegó al punto de imaginarse que ponía el pene en el alféizar de la ventana y la cerraba con todas sus fuerzas. Tuvo esta fantasía de castración más de una vez.

Cuando se divorció y tuvo unas cuantas aventurillas, la relación con su polla cambió drásticamente. Se pasó días enteros, o eso le parecía a él, tocándosela, libre por fin de masturbarse cuando quisiera. Hace poco, a los sesenta y tres años, le hizo una foto a su pene en plena erección y le mandó este retrato a una de sus amigas en Michigan. Debajo ponía
Pensando en ti
.

Muchos hombres heterosexuales no dan importancia a su polla, a no ser que sea muy pequeña o muy grande. Los que la tienen muy pequeña casi siempre la quieren tener más grande, a no ser que hayan aprendido a ser amantes fantásticos. Los que la tienen enorme impresionan mucho a otros hombres, pero a lo mejor asustan a las mujeres.

A la mayoría de las personas les gusta un tamaño medio, exceptuando algunos hombres y mujeres que consideran que el hecho de que la polla sea muy grande mejora la relación sexual. No sé si hay datos científicos sobre el tamaño medio de un pene normal, pero imagino que entre trece y diecisiete centímetros cuando está en erección. Eso no quiere decir que un hombre que lo tenga más grande o más pequeño no pueda tener una actitud positiva hacia su pene. No es el tamaño del pez lo que importa, es el movimiento de las olas.

Algunas pollas se curvan de forma natural hacia arriba y otras se curvan hacia los lados. Incluso he visto una que se curvaba hacia abajo. Pero ninguna de estas tendencias interfiere en una buena relación sexual.

El grosor y la longitud varían en los penes de los hombres igual que en el clítoris de las mujeres. El pene puede ser corto o largo, grueso o delgado. La forma, el tamaño y el color de la punta cambian, igual que en los clítoris. La punta puede ser afilada, desigual por los bordes, o plana.

Hay pollas clásicas y muy simétricas, pollas barrocas con venas y pliegues complicados y pollas danesas modernas con trazos sencillos, lo mismo que los estilos de los coños. Hay todo tipo de colores: beige, color melocotón, marrón, lavanda, y rosa.

Es sólo un sueño, pero creo que cuando los hombres adoren de verdad sus falos, las armas y los misiles MX estarán obsoletos. Imagine un gobierno con una imagen positiva de los coños y de las pollas.

La terapia sexual

Después de tres años dirigiendo las Terapias Sexuales estaba harta de catalogar el sufrimiento femenino y las injusticias sociales. También estaba cansada de la imagen romántica que daba de una artista aislada en su torre de marfil. No quería luchar por resolver problemas estéticos que yo misma había creado, sino que quería ayudar a resolver algunos problemas sociales que ya existían. El sexo era una clave del feminismo, podía liberar a las mujeres o esclavizarlas. Mi espíritu feminista quería sustituir la retórica del feminismo por mis imágenes eróticas. Decidí organizar unas Terapias de Concienciación física y sexual para que las mujeres pudieran explorar el placer juntas.

Necesitaba un sitio especial para mi nuevo proyecto erótico. En un momento de locura o de inspiración divina me deshice de todos los muebles caros que había acumulado durante mi matrimonio. Mis adorados símbolos de respetabilidad desaparecieron de mi vida, y me quedé con un enorme cuarto de estar vacío. Mis amigos estaban asombrados y yo también. Luis XVI se fue y llegó Betty I, transformando mi salón tradicional en un templo de placer. Puse una moqueta de felpa y muchos espejos. Llenó las paredes de mi arte erótico, y encima de la chimenea colgué fotos mías desnuda en posturas de yoga. Por ultimo, coloqué almohadones por la habitación, y logré que quedara espacioso, elegante y sencillo. Era sólo el principio.

En enero de 1973, empecé a llamar a todas las mujeres que conocía para conseguir participantes para las primeras terapias. Me parecía que sería suficiente con una hora semanal. Les expliqué que estaríamos desnudas, y me di cuenta de que era una idea poco atractiva para ellas, pero sólo quería jugar con mujeres valientes. Había planeado hacer ejercicios corporales como yoga y kárate, hablar de la alimentación y la salud, estudiar los genitales, compartir nuestras historias de masturbaciones y describir nuestros orgasmos (o la falta de ellos). Iba a enseñarles a masturbarse por medio de demostraciones y compartiendo mis experiencias.

Sabia que iba a necesitar ayuda, por lo que pedí a mi amiga Laura que me ayudara. Estaba encantada, y enseguida me contestó que sí. Durante cuatro años llevamos los grupos juntas. El primer año teníamos dos grupos separados a la semana. Después de cada sesión, Laura y yo repasábamos todo lo que había ocurrido. Sus experiencias me daban el apoyo que yo necesitaba.

Cada grupo tenía su propia personalidad. Algunos eran muy reservados sexualmente y hablaban más, otros eran dulces y sensuales. De vez en cuando había uno obsceno y escandaloso. Todos eran divertidos porque Laura y yo éramos unas payasas.

Los rituales de placer acabaron siendo como querían los miembros de cada grupo. Había madres y esposas que vivían en las afueras de la ciudad, mujeres casadas que trabajaban, mujeres divorciadas, solteras. La edad variaba desde los veinte hasta los cincuenta, y de vez en cuando había alguna abuela de sesenta. La mayoría era heterosexual, pero en algunos grupos había mujeres bisexuales y lesbianas. Siempre dejaba bien claro que apoyaba todos los tipos de sexo. Como ponía especial énfasis en el sexo en solitario y el amor por uno mismo, le quitaba importancia a las etiquetas sexuales. Simplemente éramos mujeres sexuales.

Sabía que una demostración valdría más que mil palabras, porque la mayoría de las mujeres no tienen imágenes sexuales. Al principio les enseñé la masturbación haciendo una pantomima, actuando para que vieran cómo se movía el cuerpo primero con un orgasmo ligero y luego con uno muy intenso. Después les ponía un video con una estrella del porno haciendo que tenía un orgasmo impresionante. Todas las semanas les decía que los deberes para casa consistan en practicar la masturbación. Había diferentes tipos de vibradores para las que quisieran llevarse uno a casa. Se rieron mucho cuando les dije que tenían que hacer sus tareas.

Una noche, después de hacer mi demostración de la masturbación, una mujer bastante tímida dijo que le gustaría ver un orgasmo de verdad algún día. Sin dudarlo, Laura y yo enchufamos nuestros vibradores y nos masturbamos hasta tener un orgasmo. Cuando terminamos, todas aplaudieron. Después de unos cuantos grupos más, se nos olvidaron las preocupaciones y la vergüenza de actuar en público. Hablar de sexo limitaba las posibilidades. Nuestra forma de enseñar se convirtió en algo de primera clase desde que incorporamos la masturbación de forma regular a las terapias. Las mujeres podían tener dos imágenes sexuales del orgasmo. Laura se corría varias veces en el tiempo que yo tenía un orgasmo muy intenso.

Era muy positivo para las mujeres vernos a Laura y a mí teniendo orgasmos de verdad. Algunas no estaban seguras de haber tenido uno alguna vez porque no sabían de qué se trataba. Viéndonos aprendían los movimientos, la respiración y podían ver la energía. Varias mujeres que decían que no eran orgásmicas estaban equivocadas. Resultó que habían estado teniendo pequeños orgasmos. Después de vernos, se dieron cuenta de que su idea del orgasmo era muy exagerada. Creían que era una especie de ataque.

Cuando hicimos una demostración de las diferentes posturas en las que se podía hacer el amor, tuvimos un diálogo muy divertido sobro el papel que jugaban ambos sexos. Discutimos quién haría de hombre y quién de mujer. Luego hicimos una crítica de la actuación de cada una. Nuestro macho era patoso y demasiado agresivo, mientras que nuestra hembra era modosa y pasiva. A las mujeres les encantaba vernos hacer el tonto. Hicimos una demostración de la postura en ángulo recto, con la mujer tumbada boca arriba y el hombre de lado. También enseñamos la postura
tradicional
,
la mujer superior
,
cucharas
, y el
estilo perro
. En todas las posturas le dábamos especial importancia a la estimulación del clítoris, con la mano o con el vibrador, mientras simulábamos la penetración. Nuestra última escena erótica fue enseñarles cómo dos mujeres podían usar el mismo vibrador a la vez y bailar hasta el orgasmo.

Para mi asombro, enseguida me convertí en una buena organizadora y administradora. Al cabo de un año estaba constituyendo grupos en la costa oeste y en otras partes del país. Mi lema era: «El vibrador llegará lejos». Pero me resistí a convertir los grupos en una gran operación comercial, aunque tenía muchas ofertas para financiarlos y era muy tentador. No había ningún motivo intelectual, era un sentimiento. Sabía que si dejaban de ser una experiencia íntima para mí, dejarían de tener el efecto que yo quería.

No hice ninguna publicidad de los grupos, pero se corrió la voz muy deprisa. Muchas mujeres recibían toda clase de información de sus amigas y se apuntaban. Otras tardaban meses e incluso años en decidirse. Nunca llevé los grupos de una forma consistente y fija; todos los años decía que era el último. Sólo el hecho de pensar en organizar más grupos era abrumador. Me sentía responsable del bienestar de cada una de las mujeres, y era agotador. Pero, a pesar de todo, la experiencia era tan emocionante que antes o después me olvidaba de todos los inconvenientes y empezaba de nuevo.

Después de cinco años los grupos terminaron siendo de quince mujeres, los fines de semana, y los llevaba yo sola. No se obligaba a nadie a hacer algo que no quisiera. El principio fundamental del placer era la libertad de poder elegir.

El día que empezaban las sesiones recibía a las mujeres totalmente desnuda. Se desvestían enseguida, para no tener tiempo de pensar en la vergüenza y el pudor. Al cabo de una hora desaparecían todas las inhibiciones al respecto. A todas les parecía muy natural estar desnudas. En la segunda sesión estaban deseando quitarse la ropa.

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