Sexo para uno (5 page)

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Authors: Betty Dodson

Tags: #Autoayuda, Ensayo, Erótico

BOOK: Sexo para uno
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Un caso típico de masturbación femenina reprimida era el de mi amiga Nancy. A los veinticinco años, después de seis de tener relaciones sexuales, no estaba segura de haber tenido algún orgasmo. (¡Es difícil imaginarse a un hombre con el mismo problema!) Me parecía que la única manera de saberlo era aprendiendo a llegar al orgasmo. Nancy nunca se había masturbado conscientemente. Le describí algunas de las sensaciones que yo había tenido y le hice un dibujo de los genitales femeninos, explicándole la importancia que tiene el clítoris.

Una semana después, Nancy admitió que se sentía ridícula y confusa al intentar masturbarse. Además, no pasaba nada. Cuando descubrí que sólo había dedicado diez minutos al amor en solitario, le dije suavemente que dedicaba horas a su cara y su pelo. A lo mejor le merecía la pena gastar un poco de tiempo con su cuerpo.

Le describí detalladamente varias técnicas para masturbarse con la mano, haciendo especial hincapié en lo sensual que podía ser si lo hacía con vaselina. Lo podía hacer con un dedo o más, o con toda la mano, moviéndola en círculos, hacia arriba y abajo o hacia los lados. Podía intentar hacerse un masaje en el Monte de Venus o juntar los labios mayores con los dedos. Se podía tocar el clítoris directamente o por los lados, cambiando el ritmo y la presión. También le sugerí que se leyera un libro de sexo o que intentara tener una fantasía sexual.

«No pasa nada», me informó Nancy dos semanas después. Se quejaba de que se le había cansado la mano y se había aburrido con todo el asunto. Le aconsejé que usara un vibrador, pero rechazó la idea diciendo que era
demasiado mecánico
. Entonces me acordé de otra amiga que tuvo su primer orgasmo en el baño, dejando que cayera agua sobre sus genitales. Tenía muchas inhibiciones para tocarse
eso
, y decía que el agua era como un amante espiritual haciéndole caricias. Le pasé la información a Nancy y funcionó. ¡Orgasmo por fin! Esta vez no tenía ninguna duda. Nancy estaba encantada de que por fin hubiera pasado, pero estaba furiosa de que hubiera tardado tanto. Le recordé que conocíamos a varias mujeres que no habían tenido orgasmos hasta los cuarenta años.

Durante los seis meses siguientes, Nancy mantuvo un
idilio
con su baño hasta que superó los prejuicios mecánicos y se compró un vibrador eléctrico. Ahora podía tener orgasmos en su cuarto. Acababa de empezar a salir con otro hombre, y no sabía si contarle que nunca había llegado al clímax con la penetración. Le dije que le contara sus descubrimientos sexuales inmediatamente, asegurándole que lo más importante era no simular los orgasmos. «Una vez que lo hacemos, estamos atrapadas en una gran mentira sexual», le dije. Nancy se puso muy contenta cuando comprobó que su novio estaba más que dispuesto a compartir la masturbación con ella. La noche que cogió fuerzas para llevarse el vibrador, lo pasaron estupendamente
los tres
. En poco tiempo, Nancy consiguió tener orgasmos con su vibrador durante la penetración y cuando hacían sexo oral. ¡Estaba en la gloria!

Al ver lo que se podía conseguir si las mujeres se contaban sus problemas, decidí convertirme en una feminista con carnet. Me hice del NOW, pero en aquel momento me pareció demasiado conservador. Fui a un centro de mujeres que estaba dirigido por algunas más jóvenes y más radicales. La recepcionista me dijo que el centro no tenía ningún grupo de concienciación y sugirió que yo organizara uno. Contesté en seguida que no tenía experiencia. Pero, según ella, la experiencia de ser mujer era suficiente. Quería que me diera alguna idea, un manual, cualquier cosa, pero todo lo que recibí fue una sonrisa y un consejo:

«Tú reúne a las mujeres y todo saldrá solo».

Estaba bastante preocupada y no sabia a quien elegir para dirigir el grupo, así que llamé a dos amigas mías. Fijamos una fecha e invitamos a las mujeres que nos parecía que estarían interesadas. Nos reuníamos de nueve a quince mujeres una vez a la semana durante un año. Compartíamos nuestra información, nuestra fuerza y nuestra esperanza. Se creó un ambiente totalmente nuevo para aprender. Estar con un grupo exclusivamente de mujeres tan a menudo, me hizo volver al pasado. Cuando era joven siempre tenía amigas intimas a las que quería. Pero a medida que fui creciendo, la sociedad me recompensaba por querer a los hombres y no a las mujeres. Ya de mayor, sabia que siempre había una implicación sexual en potencia cuando unas mujeres se veían con cierta regularidad, y la palabra
lesbiana
me horrorizaba. Ya tenía suficientes problemas como para tener, además, desviaciones sexuales. En el pasado había sido muy tímida sexualmente. Pero gracias a mi evolución erótica adquirí más experiencia y cada vez estaba más lanzada.

A finales de los años sesenta se pusieron de moda las fiestas sexuales y descubrí lo divertido que podía ser el sexo con las mujeres. Esta nueva dimensión erótica me pareció de lo más natural, y empecé a considerarme
bisexual
. Me encantaba tener la libertad de sentirme atraída por ambos sexos.

Entonces empezaron las luchas internas entre las feministas heterosexuales y las feministas lesbianas, a principios de los setenta. No sabia de qué lado estaba, porque yo era una feminista bisexual. No quería ser una lesbiana total y reprimir mis sentimientos eróticos hacia los hombres, pero tampoco quería ser totalmente heterosexual y reprimir mis sentimientos eróticos hacia las mujeres. Me sentía como un gnomo andrógino revoloteando entre dos campos opuestos, y proclamando los placeres del amor en solitario y de la masturbación.

También me encontré ante dos posibilidades cuando tuve mi primera relación sexual duradera con una mujer, Según lo que dicta la sociedad, las mujeres podían ser lesbianas románticas y enamoradas o amigas platónicas y heterosexuales Laura y yo combinamos las das opciones y nos hicimos
amigas sexuales
. Era una categoría erótica nueva para mujeres bisexuales.

Laura era una de las mujeres más valientes que he conocido en mi vida. Era una señora de negocios durante el día y una feminista radical por la noche. Había aprendido artes marciales y andaba por la calle sin ningún miedo. Además, era una belleza clásica y tenía unos ojos penetrantes de color castaño. Acababa de cumplir treinta años y yo tenía cuarenta y dos, de modo que a veces me sentía como su, hermana mayor que tenía más experiencia, sobre todo en 1o que se refiere al sexo.

Hablábamos mucho sobre el feminismo, y le expliqué mis ideas sobre el sexo. Para mí, la monogamia compulsiva, el amor romántico idealizado y el sexo dependiente, eran una maldición para las mujeres. Para evitar todo esto era importante que pasáramos temporadas separadas. Ella estaba de acuerdo, y todo el tiempo que estuvimos juntas seguimos teniendo otros amigos sexuales y platónicos.

Poco a poco fuimos evolucionando hacia un intercambio sexual que nos satisfacía a las dos. La educación católica que había recibido Laura había hecho que el sexo fuera un desastre para ella. Hacia muy poco tiempo que había aprendido a llegar al orgasmo por medio de la masturbación. La primera vez que intentamos el sexo oral estábamos muy incomodas las dos. A Laura le daba vergüenza actuar cuando se lo hacia yo, y a mí me preocupaba tardar demasiado cuando me lo hacía ella. Decidimos olvidarlo de momento, y compartir la masturbación.

Con los masajes y la masturbación logramos una gran variedad sexual. Había noches que sólo nos dábamos un masaje y disfrutábamos sin sexo. Otras veces nos turnábamos para hacernos masajes y masturbamos una a la otra, hasta llegar al orgasmo. Una usaba el vibrador mientras la otra le hacia caricias sensuales o practicaba la penetración vaginal o anal. A veces las dos usábamos el vibrador a la vez. La que estaba abajo lo ponía en una posición que le gustara a ella, y la que estaba encima tenía que moverse para encontrar lo que quería. Siempre nos turnábamos para todo.

Compartir la masturbación era muy reconfortante y pasábamos muchas horas juntas dándonos masajes. En vez de estar colgadas con una imagen romántica del sexo, Laura y yo estábamos compartiendo una imagen erótica del amor. Cuando nos separamos, nuestro amor no se convirtió en odio y hemos mantenido una sincera amistad hasta hoy.

En la época en que Laura y yo éramos amigas sexuales, tomé parte en otro grupo de concienciación. Estaba formado por mujeres profesionales, que querían crear un sistema de apoyo muy fuerte, una organización para mujeres interesadas en el poder y el dinero. Como es lógico, yo abogaba por un poder que se basara en el placer. El poder económico no era suficiente. Sin la liberación sexual, que supone también la liberación del espíritu, haríamos un mal uso del poder, como habían hecho los hombres. No hay mucha diferencia entre un matriarcado y un patriarcado —son las dos caras de la misma moneda que representa a la familia. El padre y la madre eran dictadores, buenos o crueles. En mi familia, mi padre era un blandengue. Mi madre era la jefa y había que tener cuidado con ella.

En una de las reuniones del nuevo grupo de concienciación, hablé largo y tendido sobre mi vida sexual, con la esperanza de empezar un diálogo acerca del sexo. Expliqué lo que había observado en las fiestas sexuales a las que había asistido. Muchas mujeres simulaban tener orgasmos. Los hombres sí los tenían de verdad, y sus compañeras estaban allí sólo para complacerles. En mi opinión, una mujer no podía quererse a sí misma si su vida sexual se basaba en disimular. También hablé de mi experiencia tanto con hombres como con mujeres. Me consideraba una feminista bisexual, pero me parecía que debíamos olvidar todas las etiquetas y unirnos para que el impacto fuera mayor. Muchas personas se sentían torturadas socialmente porque tenían que elegir entre el camino recto o ser homosexual. Había decidido definirme a mi misma como una lesbiana bisexual y heterosexual, hasta que las etiquetas sexuales fueran algo obsoleto. Cuando terminé mi charleta, había silencio absoluto en la sala.

Descubrí, con gran asombro, que lo personal no era algo político; al menos no lo era cuando se refería al sexo. A todas les parecía que el sexo era algo privado, pero yo creía que era uno de los pilares del feminismo. Entre las mujeres del grupo había varias escritoras y editoras, una fotógrafa, una productora de televisión, una guionista de cine, una directora de teatro, una actriz y dos vicepresidentas de una empresa. Sólo dos estaban casadas, y el resto, divorciadas o solteras. Yo había dado por hecho que las mujeres que tenían una carrera profesional tenían una mentalidad más abierta respecto al sexo y eran más independientes. No era cierto. La inseguridad en el trabajo y los problemas económicos eran dos de los motivos por los que las mujeres seguían buscando un hombre para sentirse seguras. No me parecía mal compartir el amor, el sexo y el dinero con un compañero. Pero creía firmemente que el amor por uno mismo era lo primero.

Me armé de paciencia y escuché historias tristes y repetitivas de la adicción al amor. Estas mujeres tan guapas y tan bien educadas estaban atrapadas por su falsa modestia y no se sentían a gusto con su cuerpo. Su actitud romántica respecto al sexo hacía que se sintieran desgraciadas y decepcionadas. Me imaginaba que casi todas estaban empeñadas en conseguir todos sus orgasmos por medio de la penetración. Todas las del grupo eran exclusivamente heterosexuales. Cuando hablaba de mi bisexualidad, aduciendo que era
la actitud natural
, se ponían tensas por su propio miedo al lesbianismo. Pero yo seguí hablando de mi vida sexual mientras ellas se reían y me tomaban el pelo. Estaban de acuerdo en que yo era de otro planeta, aunque les aseguraba que había nacido en Kansas.

A pesar de todo, las quería mucho. Al fin y al cabo, eran
normales
según la sociedad. Era yo la que había saltado la barrera del comportamiento sexual. Siempre estaba deseando que llegara el día de nuestra reunión para convertirme en payaso sexual, en mimo y en hermana maestra. Les daba consejos sobre lo que debían hacer para conseguir una cita con un hombre, y cómo podían lograr todo lo que quisieran sexualmente. También hice una demostración de cómo estimular el clítoris durante la penetración. Y, por supuesto, hacía discursos apasionados sobre la masturbación sin complejos y les enseñaba movimientos de la pelvis y posturas que yo utilizaba con mi vibrador. Se quedaron boquiabiertas la noche que me quité la blusa y les empecé a hablar de lo importante que era estar en forma para ser buena en la cama.

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