Read Sin tetas no hay paraíso Online
Authors: Gustavo Bolivar Moreno
Tags: #Intriga, #Aventuras, #Drama, #Novela
Conmovida por las nobles y sinceras intenciones de su novio, Catalina entró al baño y lloró por la ingenuidad de Albeiro y por lo que iba a hacer con sus amigas a partir de esa noche en la finca de Mariño. Se sintió tan falsa y tan infeliz que hasta pidió perdón a Dios por faltarle a un hombre que sólo merecía amor y sinceridad de su parte. Albeiro se la jugó a fondo con caricias y ruegos para lograr que Catalina se le entregara esa misma mañana, pero no pudo, porque aunque Catalina lo deseaba, sabía que entregarle su virginidad a él y no a Mariño, significaba olvidarse de su gran sueño.
Triste por no haberla convertido en su mujer, pero entusiasmado con la idea de casarse o irse a vivir con ella, Albeiro volvió al taller de screen, donde estampaban las banderas del Deportivo Pereira, con un ánimo y una felicidad tales que aumentó en más de un doscientos por ciento su productividad. Quería demostrarle a su amada novia, al regreso de su paseo, que el viaje a las termales de Santa Rosa ya no era una utopía. En la noche y con el corazón sangrando, Catalina salió caminando de su casa en compañía de Yésica, Ximena y Vanessa. Dos cuadras más adelante fueron recogidas por una camioneta con placas de Cali y de vidrios oscuros.
A la medianoche llegaron a una Finca alquilada por Mariño, sólo por el fin de semana, donde los patos se paseaban señoriales alrededor de un lago artificial en cuyo muelle dos motonaves y un yate pequeño se dejaban arrullar por las pequeñas olas que generaba el viento. Los compinches y guardaespaldas de Mariño se peleaban por custodiar el área de la piscina pues sabían que, por lo regular, ellos terminaban metiendo a sus mujercitas desnudas al agua. De esta manera conocieron actrices famosas, presentadoras de televisión, reinas y modelos, en posiciones escandalosas que la revista Play Boy pagaría en dólares y por millones y hasta podía decirse, sin temor a exagerar, que muchos de esos escoltas escogieron esa profesión más por lujuria y voyerismo, que por ganar dinero arriesgando sus vidas. Por eso ninguno de ellos se quería quedar custodiando el exterior de la finca por lo que decidieron apostar, a cara y sello, quiénes se quedaban dentro de la casa y quiénes fuera de ella. Los perdedores entraron en depresión. Hubieran preferido que les bajaran el sueldo a privarse de observar a su jefe haciendo el amor con las niñas que acababan de llegar.
Entre ellas se encontraba Catalina muerta del susto, porque sabía que su primera vez con un hombre era inminente. Un hilillo frío recorría su cuerpo y se adormecía en el cóccix, a propósito, mientras ella pensaba en Albeiro, en su mamá, en el engaño que les hizo y en Mariño desnudo con su barriga de nuevo rico sobre su frágil humanidad. De vez en cuando, secando sus manos sudorosas contra las botas de su pantalón, le decía en voz baja a Yésica que necesitaba con urgencia un trago para calmar los nervios.
—Fresca, amiga que trago es lo que le va a embutir ahora ese man, hasta por los ojos, —le decía con cierta burla y llenando de miedo a Catalina quien entró en pánico cuando Yésica le entregó otro detalle adicional:
—Ellos acostumbran a embadurnarnos de trago por todas partes. Les encanta beber trago de nuestras vaginas.
Cuando la camioneta de vidrios oscuros se detuvo, Mariño se acercó impetuoso, pero les ofreció con cariño su mano a Catalina y a sus tres amigas, demostrando con esto, que no se iba a comportar como un verdadero capo, cuyo orgullo y prepotencia les impedía actuar con caballerosidad. Mariño, que creía que para pasarla mejor debía impresionar a sus invitadas, se inventó que la finca era de él y las invitó a seguir hasta la piscina dando órdenes por todo el camino a los hombres que habían acertado el lado de la moneda lanzada al aire. Que prendan la música, que sirvan el trago, que me dejen a solas con las nenas, que manden por comida al pueblo, que pilas con los radios, que no dejen apagar el sol y que echen ojo porque «ya saben que la DEA me está buscando para extraditarme» y un sinnúmero de innecesarias mentiras, que lo hacían sentirse un capo de verdad y que ante las niñas lo elevaban de categoría pues, a decir verdad, todas quedaron descrestadas.
Cuando llegaron al área de la piscina, Mariño llamó a Yésica a un lado para decirle lo que pensaba y en el orden que lo quería hacer. Catalina trataba de sonreír sin que se le notara la angustia, mientras Mariño las miraba a ella y a sus amigas con más seriedad de la debida. Y mientras las tres aspirantes a la cama y al dinero de Mariño se ofrecían a la distancia, este le hablaba con total franqueza a Yésica. Mariño se notaba molesto e inconforme, pero ninguna de la mujercitas sabía por qué o por quién. Para disimular que no estaban escuchando la discusión entre el cliente y Yésica, Vanessa y Ximena admiraban el suntuoso lugar con asombro, mientras Catalina trataba de controlar sus nervios sin saber que lo peor estaba por suceder. Claro que lo sospechó cuando vio la cara de Mariño mirándola con desprecio mientras le hablaba a Yésica:
—¿Sabe qué parcera? A mí no me gusta mucho la peladita que usted dice que es virgen.
Yésica no supo qué decir mientras Mariño prendía un cigarrillo y miraba a Ximena con una ceja más levantada que la otra en una auténtica pose fanfarrona propia del hombre Marlboro de los comerciales. Catalina, que observaba con atención los gestos de Mariño, se empezó a llenar de inseguridad y trató de sacar el pecho para ocultar lo que para ella significaba un defecto.
—¿Pero por qué no le gusta? ¡Es la única virgen de las tres! —exclamó defendiéndola de otra frustración.
—No sé, la niñita está bonita, pero está muy chiquita, —dijo mirándola y agregó— además casi no tiene teticas.
—Pero es virgen como a usted le gusta, Mariño. —Al instante agregó con disgusto: —¡Yo les consigo lo que ustedes me piden!
—No, eso está bien, pero dejémosla crecer un poquito… Apuesto que tendrá por ahí unos catorce añitos…
—Quince —mintió Yésica agregándole un año más, a lo que Mariño respondió con una sonrisa de pesar y una frase compasiva:
—¡No, qué pecadito! Tiene la misma edad de mi hija. No, no soy capaz, me quedo con la de blusita blanca —sentenció señalando a Ximena. —La otra que me espere, más tarde la mando a llamar.
Cuando Yésica empuñó los labios para contarle lo que había expresado Mariño, Catalina entró en desespero y se puso a llorar. Todas sus amigas trataron de consolarla en vano, pero ella no quería escuchar razones. Estaba más triste que nunca, su ilusión se esfumaba como un charco sobre el asfalto en una tarde soleada, su autoestima dormía en el piso y sus lágrimas hacían fila para salir. Primero dijo que se iba a matar. Después, cuando recordó que no tenía la valentía suficiente para hacerlo, dijo que se iba a robar, si era el caso, para conseguir para la operación porque ya no se aguantaba más las humillaciones de esos tipos. Que si se creían muy lindos los muy estúpidos, que comieran mierda y que ojalá los cogiera la Policía para que dejaran de ser tan hijueputas. En medio del alboroto, Mariño mandó a llamar a Ximena. Un guardaespaldas de nombre Javier y de alias «Caballo» la llevó hasta la puerta de su habitación y cuando regresó, se acercó a Catalina a indagar sobre los motivos por los que la niña lloraba con tanto sentimiento y decepción.
En un comienzo Catalina se mostró reacia y hasta le pidió que la dejara sola, pero «Caballo» insistió con bondad y gentiles modales por lo que la niña terminó confiándole sus penas y dolores. Le dijo que se encontraba aburrida del rechazo que le hacían los hombres por no tener los senos grandes y, de paso, le preguntó por qué ellos eran así y que si ellos no se sentían capaces de mirar más allá de lo material. «Caballo» le respondió, con desparpajo, que no, porque ellos estaban poseídos por el demonio de la lujuria y que contra semejante diablo tan delicioso nadie quería ni podía luchar. A Catalina le causó risa la respuesta y se abrió más. Le dijo que tenía novio y que lo quería, pero que el pobre ganaba muy poquito y que por eso no le podía comprar las cosas que ella quería.
Al fondo se escuchaban los relatos de Yésica a Vanessa sobre la manera como conoció a Mariño y los gritos de Ximena en la Piscina hasta donde Mariño la fue a lanzar desnuda ante la mirada complacida de sus guardaespaldas que en la oscuridad se estrellaban las manos sin dejar de mirar las tetas de la mujer, apostando a si eran de verdad o de silicona.
Catalina la observaba con envidia y se ponía a llorar de rabia, pero «Caballo» trataba de tranquilizarla pidiéndole que no llorara más porque si el problema era de plata, él podía conseguírsela. Catalina lo miró con asombro. No podía creerlo y empezó a secar sus lágrimas con el antebrazo derecho mientras «Caballo» seguía convenciéndola de que sus días de pena habían terminado. Le dijo que se había enamorado de ella tan pronto como la vio bajar de la camioneta de su jefe y hasta juró que una mujer igual era lo que le pedía todas las noches a Dios en sus oraciones.
Cuando Catalina le preguntó, con algo de ansiedad, que él de dónde iba a sacar cinco millones para su operación, «Caballo» le contestó que levantar ese billete era más fácil de lo que ella pensaba. Que a veces lo mandaban a recoger bultos de dólares que lanzaban las avionetas de la organización al mar o que también lo sacaba de las básculas cuando lo ponían a pesar el billete, porque era tanto, que contarlo se convertía en un oficio tedioso, demorado y casi imposible. Catalina se empezó a animar, pero fue cuando él le contó que de esa manera había conseguido para comprarle un taxi a su papá, cuando ella vio más cerca su sueño de agrandarse las tetas.
Tan pronto como Ximena apareció sonriente, ocultando su desnudez con una toalla blanca que apenas le cubría las nalgas y los senos, y se escucharon los gritos de Mariño llamando a Yésica para que le mandara a Vanessa, Catalina aprovechó la oportunidad para escaparse con Caballo.
—Vamos a la pesebrera que allá hay aire acondicionado —le dijo «Caballo» y ambos se ampararon en el descuido de los demás y en las sombras de la noche para llegar al suntuoso lugar donde dormían cerca de una docena de caballos, cada uno en un establo dotado de aire acondicionado, pisos de madera, techos de teja de barro que reposaban sobre cañas de macana y paredes perfectamente estucadas.
Sonriendo y con paranoia entraron a la pesebrera, donde «Caballo» descargó con cuidado su ametralladora AK 47 tratando de no producir ruidos que pudieran alebrestar a los corceles de paso fino que allí dormían o a sus compañeros de trabajo que lo vieron esfumarse con la menor. Catalina sólo pensaba en Albeiro con mucho sentimiento de culpa y en el dolor que le iba a producir la penetración, de acuerdo con los relatos y advertencias de todas sus amigas.
Cuando «Caballo» empezó a besarla y a desvestirla con algo de brusquedad, la inexperta muchachita entró en una especie de letargo, mientras por su mente cruzaban las palabras de su mamá advirtiéndole que se portara bien y las de Albeiro proponiéndole matrimonio. Al regresar, ya Javier la tenía en ropa interior y empezaba a besarle el cuello mientras se bajaba los pantalones con total temblor y ansiedad. Catalina pensó que la hora irremediable de ser mujer había llegado y se lamentó mucho de hacerlo con un desconocido y en ese, nada romántico, lugar, pero no tenía opción: Su único patrimonio en este mundo era su himen y si se lo entregaba a Albeiro como su alma se lo pedía, hubiera perdido la oportunidad de conseguir el dinero para el implante de silicona en su busto. Por eso decidió relajarse desconectando, de paso, el corazón de sus decisiones.
Pero no logró aislar del todo los sentimientos. Cuando «Caballo» la lanzó, erecto, contra una paca de heno, Catalina sólo atinó a cerrar los ojos para que las lágrimas no se le escaparan, temiendo echar a perder el momento que le significaba cumplir uno de sus dos sueños. «Caballo» bregaba y bregaba mientras ella se mordía los labios para no gritar de dolor y mientras los compañeros del astuto escolta observaban la escena, extasiados por el deseo, a través de la puerta entreabierta del establo. Pero «Caballo» no pudo concretar su hazaña y de un momento a otro se enfureció y la lanzó con fuerza a un lado.
—¿Por qué esta mierda no entra? —preguntó mientras sus compañeros se tapaban la boca para que sus carcajadas no los delataran.
—¿No es mejor en el suelo? Preguntó la pobre con un tono suave y humillado con el que pretendía distensionar la embarazosa situación. Sin responder nada y poseído por el diablo de la lujuria al que él tildaba de delicioso, «Caballo» la tomó por los hombros, como una muñeca de trapo, la tiró con brusquedad sobre el piso y se trepó sobre ella con violencia y salvajismo dispuesto a saciar sus deseos antes de que Mariño lo sacara del delicioso éxtasis con un grito.
De repente el cuerpo de Catalina se estremeció. Sin lubricación alguna, el bestial hombre la penetró. La niña sintió el peor dolor de su vida. Su boca se abrió por completo como un resorte y sus uñas se clavaron en la espalda de «Caballo», ahogando un grito lastimero que atravesó su alma y que le arrancó una docena de lágrimas inmensas que rodaron por el cuello del poseído animal que, habiendo entrado en ritmo, no paraba de moverse sobre ella con total angustia, desespero e irresponsabilidad. Su excitación era tal, que en el momento de eyacular quiso preguntarle si ella planificaba, pero prefirió callar para no dañar el momento, sin saber siquiera, que acababa de convertirse en el primer hombre en la vida sexual de la niña.
Un nudo se quedó a vivir en la garganta de la nueva mujercita que no salía de su asombro al verse llena de sangre y sin haber disfrutado en lo más mínimo, de los manjares del sexo, como lo aseguraban sus experimentadas amigas en los relatos del parque.
Cuando empezó a vestirse con el rostro satisfecho y algo de vergüenza por la brutalidad demostrada, «Caballo» observó que la niña lloraba, pero no lograba suponer por qué. Ella tampoco lo sabía. Estaba en duda si sollozaba por el dolor que le producía el desgarramiento de su vagina, por la pérdida definitiva de su niñez o por haber cometido infidelidad contra Albeiro. Los sentimientos se mezclaban en ella y se tropezaban unos con otros, de modo tal que, mientras el sentimiento de culpa le arrancaba una lágrima, el sentimiento de saberse ya una mujer a las puertas de conseguir una de sus metas le desenterraba una sonrisa.
Al terminar de vestirse «Caballo» se enteró que Catalina era virgen y entró en pánico. Pensó, con altas probabilidades que la niña podría estar embarazada y le pidió que se hiciera rápido un examen para evitar sorpresas. La regañó por no advertirle de su inocencia y se disculpó diciéndole que él había pensado que por el solo hecho de venirse a una finca con un traqueto como su jefe, él suponía que ella debía tener algo de experiencia, por ejemplo, como para planificar. Ella le preguntó que si siempre lo hacía sin condón y él le mintió diciéndole que sólo esa vez y eso porque no esperaba que mi Dios le fuera a mandar esa niñota tan linda en horas de trabajo.