Read Sin tetas no hay paraíso Online
Authors: Gustavo Bolivar Moreno
Tags: #Intriga, #Aventuras, #Drama, #Novela
Cardona sabía, por experiencia, que hasta la más orgullosa de las mujeres y la que más aparentara sanidad tenía un precio y quiso comprobarlo mandándole a decir que pusiera ella los ceros en el cheque y las condiciones de su aceptación. También le dijo, a la aprendiz de celestina, que si ella era capaz de convencerla, esa sería su carta de presentación para él recomendarla con el resto de los miembros del cartel y para, en adelante, no volver a pedirle mujeres a ningún peluquero, ni instructor de gimnasio, ni propietaria de agencia de modelos.
Yésica aceptó el reto y comprendió que sacarlo adelante sería la salvación de su vida. Por eso, y sin saber cómo diablos iba a hacer para llevar a la mujer de la televisión que tenía obsesionado a Cardona hasta su finca, salió de ese lugar con los ojos puestos en su futuro económico. Sabía que de concretar la hazaña el negocio con «los capos» estaba listo. Sin embargo, necesitaba conocer algunos secretos del negocio y por eso volvió donde Margot con el fin de sacarle información que a la final obtuvo.
Margot le dijo que el negocio no tenía secretos. Que a las mujeres les gustaba la plata y que había que ofrecérsela con toda la desfachatez del mundo en una especie de lo toma o lo deja, y que, a partir de entonces, se empezaban a manejar dos posibilidades. Que le dijeran a uno que sí o que le dijeran que no.
Con ese simple y práctico secreto en sus manos, Yésica viajó a Bogotá, contactó a la mujer de televisión apetecida por Cardona y la enfrentó con total seguridad. Mucho tiempo pasó en la puerta de un canal de televisión hasta que la candidata apareció. Como pudo se las ingenió para que ella bajara el vidrio derecho y delantero de su auto y la escuchara:
—Vea, hermana, lo que pasa es que hay una personita que la quiere conocer y la mandó a invitar a su finca este fin de semana. La bella mujer le dijo que no, que gracias, que no estaba interesada y que la respetara. Cuando el vidrio de su carro estaba a punto de cerrarse Yésica se la jugó a fondo porque sabía que no iba a tener otra oportunidad como esa en la tierra y sólo atinó a decirle que 100 millones de pesos la estaban esperando. El vidrio siguió subiendo pero, poco antes de cerrarse por completo Yésica aumentó en cincuenta millones la oferta y el vidrio se detuvo para luego bajar otros 10 centímetros. A Yésica le volvió el alma al cuerpo cuando la mujer exclamó desde el interior del auto:
—¿Cuánto?
Yésica le repitió que 150 millones de pesos y le agregó, además, que se los darían de contado y envueltos en paquetes de a 5 millones cada uno. La mujer que tenía una muy buena reputación en el medio, hizo cuentas en la cabeza y sucumbió ante las acusaciones de su conciencia, pero negoció con su razón un precio más alto que pudiera cubrir con decoro la venta de su dignidad.
—Dígale que 200 y que me ponga los pasajes en el aeropuerto el sábado en la mañana.
Yésica se alarmó por la suma porque no sospechaba que Cardona tuviera dinero por montones en una caja fuerte del tamaño de una habitación y le dijo que 180. La mujer le contestó que ya no tenían nada más de qué hablar y empezó de nuevo a cerrar el vidrio por lo que Yésica le gritó que le daba hasta 190. Como éste siguió su curso y el carro empezó a andar, Yésica corrió detrás de él y le gritó con angustia que bueno, que entonces quedaran en los 200.
El resto ya es historia. Luego de desgastarse en un necesario show de dignidad y un forcejeo por el precio, la mujer de televisión y Yésica llegaron a un acuerdo. La modelo se alistaría el sábado en la tarde para que pasaran por ella, siempre y cuando se comprometieran a consignarle la mitad del dinero en su cuenta de ahorros el viernes y la dejaran en su casa, con el resto de dinero en efectivo, a más tardar, el domingo en la noche, ya que tenía grabación el lunes.
Con el sí de la mujer Yésica volvió donde Cardona a contarle la buena nueva. Cardona no lo podía creer y no sabía si emocionarse más por la eficiencia de Yésica o por la visita de la mujer que lo traía loco desde que la vio en televisión un par de meses atrás. Cuándo Yésica le dijo el precio, después de dar todos los rodeos del mundo pensando que él se iba a enfurecer, Cardona, quien tenía dinero suficiente para volver a construir las Torres Gemelas 5 ó 6 veces, le dijo sonriente que estaba bien, que no había problema.
—¡Pero si son 220 millones! —le repitió.
Cardona le dijo que no lo creyera sordo y se marchó feliz por haber triunfado con sus dólares sobre la soberbia y el orgullo humano.
La mujer cumplió la cita y se ganó los 200 millones de pesos, Cardona se divirtió y pagó 220 millones y Yésica que la llevó, se ganó veinte, convirtiéndose de paso y, desde entonces, en la niña mimada y consentida de Cardona y luego de Morón, a quien le consiguió un «affaire» con una modelo famosa por la que pagó 250 millones por una sola noche, consciente de que acostarse con una persona asquerosa, de malos modales, mal aliento y que pesaba 140 kilos como él, no era tarea fácil.
Pero no todas las modelos y presentadoras eran fáciles ni se vendían por dinero. Algunas, como una modelo de Medellín que odiaba a los narcos o una presentadora de televisión que odiaba las loberías, no se prostituyeron por nada del mundo. Otra modelo, cuyo rostro apareció en las portadas de todas las revistas, obsesionó a Morón. Redunda describirla. Era sencillamente divina y tenía loco desde hacía muchos meses al jefe de Cardona, quien, por analogía, podía construir entonces 30 ó 40 veces las Torres Gemelas con su dinero. Morón, el capo de capos, le mandó a decir con el peluquero que la invitaba a México.
La modelo, que se jactaba ante sus amigas de ser improstituible, no aceptó el viaje y de no ser porque nunca aprendió malos modales hubiera escupido al peluquero en sus ojos ya que su cara denotó asco absoluto ante la propuesta. Pero Morón la quería y tenía todo el dinero del mundo para comprarla aunque ella, supuestamente, no tuviera precio. Después la invitó a Europa. Nada. Luego le mandó a ofrecer ayuda para sacarle la visa norteamericana, que era algo por lo que se morían todas las modelos, reinas, actrices, niñas de la farándula en la época y hasta un ex presidente de Colombia, y tampoco. Con otros proxenetas le ofreció joyas con diamantes, relojes con incrustaciones en piedras preciosas, apoyo para que ganara un reinado donde ésta iba a participar y hasta un furgón lleno de ropa. Pero nuestra heroína no cedía. Morón estaba tan obsesionado con ella que otro día le envió un mensaje con la dueña de una agencia de modelos: que le daba 300 millones de pesos si aceptaba ir a su finca. Pero la rubia modelo se rehusaba, cada vez con más ahínco y hasta amenazó con hacer públicas las indecentes propuestas.
Al igual que Cardona, «El Titi» y otros 250 mil narcos que por aquel entonces rodaban campantes por todo el país, Morón no era de esas personas que se rendían con docilidad ante algo imposible. Experimentaba el desafío en su sangre, consideraba su orgullo herido, sentía rabia al encontrar, por primera vez en su vida, una persona que no tenía precio. El mismo precio que ya le había puesto a Fiscales, periodistas, abogados, políticos, policías, miembros de la Aduana, del Ejército, del Congreso, de la Iglesia, de la Procuraduría y hasta policías de tránsito. Cómo iba a ser, se preguntaba, que alguien, y menos una mujer, fuera capaz de escapar a sus tentáculos dolarizados. Fue entonces cuando decidió arremeter con todas sus fuerzas económicas. Mandó a «El Titi» a comprar un BMW convertible, serie 7, color rojo, último modelo, cuyo costo se acercaba a los 500 millones de pesos, unos 200 mil dólares de la época y cuyas puertas no se abrían como las de los otros mil millones de autos que poblaban el mundo, si no que se escondían en el techo al accionarlas con un mecanismo interno.
Lo hizo envolver en un gigantesco moño hecho con cintas de telas brillantes y se lo envió a la puerta de la casa. El carro era tan espectacular como la modelo que hasta ese día se rehusó a dormir con él. Ante el brillo del rojo sangre y los destellos de luz de los rines talla 16 construidos en magnesio, el olor a nuevo del vehículo, su techo corredizo y las luces estacionarias titilando en coro hasta por los espejos del auto, la modelo sucumbió sin más remedio. Fue una mañana cuando Yésica la visitó en su lugar de trabajo y le pidió que se asomara a la calle para que viera algo que tenía para ella.
Cuando la modelito se asomó, observó el auto amarrado por sus cuatro costados por una cinta dorada y con una tarjeta gigante que decía: «No encontré una manera más original para decirte que me tienes loco». Imaginando el instante en que iba a llegar a su pueblo natal montada en semejante nave, la mujer no tuvo más remedio que sonreír y aceptar el regalo, a sabiendas, claro, del precio que debía pagar por ello.
Morón la disfrutó durante tres fines de semana seguidos y hasta consideró oficializarla como novia, pero, a partir de la cuarta semana, la mujer se empezó a tornar intensa. Que para dónde vas, que por qué llegas a estas horas, que qué hacías en tal parte con tal persona, que porqué no contestas el celular, que por qué no me llevas a donde tú vas, que por qué te metes en negocios raros, que si tuviste algo que ver en la muerte de tu chofer, que si estás enredado con los paras, que si la foto que aparece en el periódico es tuya, etc. Dos meses después de la costosa conquista y cansado de las pataletas de su otrora diosa del Olimpo, Morón mandó a dos de sus hombres con una copia de la llave del BMW que se había reservado al momento de la compra, para que se lo robaran. La hermosa mujer llegó una tarde de lluvia envuelta en lágrimas y desazón a contarle a Morón lo que le había pasado.
Ella juró, sin temor a equivocarse, que él le compraría otro auto, igual o mejor, sin ningún problema, dadas las exageradas comodidades con las que vivía en sus varias casas y fincas de la zona, pero se equivocó. Morón, que para ese momento ya tenía escondido el carro en una de sus fincas, la terminó puteando por inútil y descuidada y la echó de su apartamento a patadas por haberse dejado robar un carro tan costoso. Nunca más la quiso volver a ver y aunque ella pataleó y lo buscó con angustia, el recursivo capo le cerró las puertas de su vida y su fortuna hasta hacerla volver a la Televisión, necesitada como estaba de seguir sosteniendo su espectacular y costoso ritmo de vida.
Gracias a la increíble eficiencia de Yésica, durante semanas, las fincas de Morón, Cardona y «El Titi» se llenaron como nunca de modelos, reinas, actrices y protagonistas de novela. Ellos sabían que esas mujeres tenían lo mismo que las demás, pero la diferencia radicaba en sus nombres. Les encantaba contar en sus narcotertulias con qué famosa se habían acostado esa semana.
A muchas las filmaban secretamente en pleno acto e intercambiaban los videos con sus colegas en medio de carcajadas y comentarios rastreros sobre sus personalidades, caprichos, fantasías y extravagancias. Que Fulana era muy viciosa y lesbiana, que Sutana muy interesada, que Perenceja insaciable, que Tongo muy puta, que Borondongo muy fea sin maquillaje, que Bernabé muy ladrona, que Muchilanga muy simple, que Burundanga muy siberiana y que siberiana quería decir mitad perra y mitad loba.
Llena de dinero, Yésica regresó al barrio, reunió a sus amigas y les pidió que se salieran de donde Margot porque en adelante sería ella quien les manejaría los negocios. Todas aceptaron, pero en el ambiente se palpaba un inconformismo unánime porque no se sentían más que prostitutas sin rumbo cuando lo que de verdad querían y soñaban era tener una vida tranquila, cómoda y llena de lujos al lado de un mafioso que las pudiera llegar a amar de verdad. Pero la realidad era otra: ninguna tenía posibilidades, siquiera, de convertirse en la querida de uno de ellos.
El hijo de «Caballo»
Catalina se enteró con envidia sobre los progresos de Yésica frente a los capos más importantes de la mafia, pero recobró un poco la esperanza cuando ésta le dijo que el fin de semana siguiente «los Tales» como llamaba a los narcotraficantes en clave, iban a celebrar una fiesta de grandes magnitudes para la cual solicitaron, 10 niñas entre las que iba a estar ella. Pero una vez más la suerte jugó en su contra ya que el día anterior a la fiesta y después de que Yésica le había comprado una muda de ropa costosa, pero estrafalaria, se enteró de su embarazo. Iba a dar a luz un hijo de «Caballo», o de alguno de sus amigos. Pensó con rabia que era lo único que le faltaba y se puso a llorar por enésima vez.
Cuando fue a buscarlo para pedirle que respondiera, al menos con el dinero para el aborto, se encontró con que la Finca en cuya caballeriza concibió con odio su primogénito feto, no era en verdad de Mariño, como él lo aparentó para presumir de traqueto poderoso, sino que pertenecía a una familia de cafeteros caídos en desgracia que la arrendaba los fines de semana para pagar, al menos en parte, el mantenimiento de la misma. Desde luego, «Caballo» tampoco estaba allí y decidió resolver el problema sola, además, porque sabía que el mentiroso guardaespaldas le pediría que le demostrara que el padre de la criatura era él y no alguno de sus amigos, por lo que ella tendría que matarlo sin atenuantes.
Durante largas noches caviló la decisión con ideas locas y absurdas. Pensó en tener el hijo, pero se detuvo ante esa posibilidad cuando calculó que iba a perder a Albeiro, y cuando supuso que, con un hijo, su cuerpo se iba a desdibujar y la ilusión de convertirse en la novia de un «traqueto» se tornaría más utópica aún. Pensó engañar a Albeiro adelantando la noche de sexo por ella tantas veces prometida y por él tantas veces esperada, para embaucarlo al cabo de siete meses cuando su hijo naciera, «antes de tiempo», pero se asombró de su propio cinismo. Pensó que Albeiro no había hecho méritos suficientes como para merecer criar, durante 20 años, un hijo que no era suyo, al cabo de los cuales éste se levantaría contra él, cogiéndolo a patadas cuando el pobre y débil Albeiro intentara ejercer su autoridad de padre fracasado.
Descartó una a una todas las posibilidades que se cruzaron por su mente, incluida la de perderse nueve meses del barrio, entregar en adopción o vender a su hijo y volver como si nada con el cuento de que estaba estudiando en Manizales donde vivía en casa de un tío materno. Al final, Catalina pensó como el común de las niñas del colegio cuando quedaban embarazadas.
Sin más remedio, sin pensarlo mucho, abortó. Malparió el hijo que esperaba con el dinero que le regalaba Albeiro, para sus «cositas», y que ahorró con mucho juicio, dejando incluso de tomar el bus, pues Yésica ya le había averiguado que el asesinato de la criatura costaba 200 mil pesos. Desde la noche anterior al infanticidio tomó leche en cantidades, tal y como se lo recomendó el falso médico cuando fue a dejarle los 100 mil pesos de adelanto por el «trabajo». El día del aborto se escapó del colegio, uniformada y con sus libros a la espalda, para someterse a la terrible tortura de matar al hijo de «Caballo» que crecía bajo la pretina de su uniforme azul con cuadros blancos. El tegua no salía de su asombro al ver sobre la silla de torturas a una niñita de su edad con algunos asomos de cambios físicos propios de la pubertad, pero pudo más su ambición que cualquier otra consideración y procedió a desvestirla y a encender luego el succionador. La brutal masacre duró 15 minutos.