Read Sin tetas no hay paraíso Online
Authors: Gustavo Bolivar Moreno
Tags: #Intriga, #Aventuras, #Drama, #Novela
Yésica la recibió con su cara pálida y de acontecimiento en la sala de espera de la clandestina clínica y se la llevó para su casa en un taxi. Lucía un poco desparpajada, no tenía remordimientos, no sentía culpa, no sentía duelo, no sentía nada. El hijo de «Caballo» se quedó masacrado en el frasco del succionador y en el mismo instante en que ella miraba la ciudad por los ventanales del taxi, la criatura, o bueno, lo que quedaba de ella, era arrojada a una caneca de deshechos clínicos cuyo contenido, iría a parar en la noche y de manera irremediable, al lecho de un río donde ya no se sabía si había más mierda que fragmentos humanos o campesinos consumiéndolos desintegrados en sus calderos.
Llegaron a casa de Yésica y le contaron a su mamá que a Catalina la habían sacado del salón de clases por encontrarse mal de salud. Yésica la cuidó con caldos de paloma, huevos de codorniz, malos consejos y cerebros de pescado hasta que llegó la noche y con ella el momento de regresarla a su casa.
Albeiro la estaba esperando con la cara torcida y los brazos cruzados, pero al verla demacrada y triste, negoció su ira para no echar a perder una propuesta que le traía con la factura original de la compra de un colchón y una solicitud de arrendamiento que esperaba llenar si ella le daba el sí para irse a vivir con él. Pero Catalina llegó demasiado débil por lo que la exhibición de motivos quedó aplazada para otro día. Doña Hilda se preocupó mucho y aunque sospechó algo, le pidió perdón a Dios por ser tan mal pensada y dudar de su hija que apenas era una niña. Catalina pidió que la dejaran descansar y doña Hilda se llevó a Albeiro para la cocina.
—Camine me acompaña a calentar la comida, mijo, —le dijo con amabilidad mientras Albeiro se despedía de Catalina con un beso en una esquina de la boca pues ella volteó la cara cuando el quiso estampar sus labios sobre los suyos.
Ya en la cocina, Albeiro reafirmó su gusto por doña Hilda que esa noche vestía un pantalón blanco ceñido al cuerpo que le hacía resaltar más su digno trasero para una mujer de 38 años. Albeiro, que no dejó de mirarla un instante se cuestionó con dudas sobre su amor por Catalina, pero se justificó pensando que su amor era tan grande que abarcaba las raíces ancestrales de su novia o que, simplemente, su pasión por ella era un cáncer incurable que estaba haciendo metástasis en su madre.
Cuando Catalina cumplió en secreto 30 de los 40 días de dieta sugeridos por el tegua que le practicó el aborto, quiso volver al Colegio para retomar su ilusión de llegar a ser alguien en la vida, pero se encontró de sopetón con Yésica. Advirtió en su rostro la creencia de poseer la solución a sus problemas, pero la escuchó sin mucho entusiasmo. En efecto, Yésica tenía la solución a los constantes fracasos de su amiga. Le dijo que el fin de semana siguiente, los «duros» iban a celebrar el cumpleaños de Morón en una finca y que le habían pedido 60 mujeres, dos para cada uno de los 30 invitados y que le parecía imposible que «todos los 30 hijueputas» la fueran a rechazar.
Catalina recordó que su vientre lucía desafinado por el embarazo, que las raíces de su cabello estaban negras, que su estima andaba de viaje y que sus glúteos ya no lucían templados como antes, por lo que rechazó la oferta. No quería volverse a ilusionar. Yésica le insistió asegurándole que esta era la oportunidad de su vida y que no podía abandonar sus sueños jamás. Que reviviera, que se levantara y que se diera otra oportunidad. Sin más remedio, aunque pesimista, Catalina decidió competir en desventaja con las otras 59 mujeres que, seguramente, lucirían despampanantes ese día y aceptó la propuesta de Yésica. Decidió incrustarse a la brava en un mundo que le parecía esquivo. Con la autoestima en el piso, pero queriendo rescatar su sueño de las cenizas, Catalina zarpó, el sábado siguiente, hacia el prólogo de su verdadera historia.
«No las necesitas»
Fue en una suntuosa finca, propiedad de Morón, en el municipio de Zarzal, donde Catalina empezó a escribir la novela de su vida con tinta rosa. Por el espacio aéreo de la ostentosa hacienda estaba sobrevolando un helicóptero que aterrizó con el anfitrión de la fiesta en el centro de una cancha de fútbol, al lado de una plaza de toros repleta de arcos asimétricos, repetidos muchas veces y pintados de blanco. Varios senderos tapizados en grama muy verde y fina rodeados de florecidos jardines servían de tapete a los invitados, muchos de los cuales ya no se sorprendían por tanto derroche. La finca tenía el tamaño de una villa olímpica o un pueblo y tantos escenarios deportivos como aquella. Canchas de tenis, voleibol playa, squash, raquetbol, piscina olímpica e instalaciones para tres deportes más que los dueños no entendían ni jugaban, pero al que los escoltas inventaban nuevas reglas durante sus tiempos libres. Y qué decir del baño turco, el sauna y las estatuas de tamaño natural, mirando con desprevención a los 30 invitados que hasta allí llegaron a celebrar el cumpleaños número cincuenta del líder del cartel más grande jamás visto.
Yésica se vio a gatas para conseguir las sesenta mujeres que necesitaban en la estrambótica rumba programada para durar tres días con sus noches y en la que la lealtad de cada aliado del cartel iba a ser premiada con dos mujeres, media docena de botellas de un whisky conservado durante 18 años en los toneles de algunas bodegas escocesas y el derecho a exigirle a los mariachis, al trío, a la orquesta o al DJ contratados, la canción que se les viniera en gana. No importaba si al Mariachi le tocaba cantar rock, al trío trancem o a la orquesta vallenatos.
Cuando las mujeres llegaron en dos buses, luego de atravesar a pie los 18 hoyos de un muy bien cuidado campo de golf, los capos, los asistentes de los capos, los hijos de algunos capos, algunos aprendices de capo y también algunos que presumían de capos como Mariño, se lanzaron a acaparar a las más lindas. «El Titi» se fue a la fija y se hizo a los servicios de Paola y Ximena. Vanessa se fue con Morón a pesar de que su gordura le hacía dar asco y Yésica se fue con Cardona más concentrada en ubicar a Catalina mirando por encima de los hombros de los invitados que en lo que debía hacer para satisfacer al número dos de la organización.
Inexplicablemente, Catalina no había hecho su ingreso aún. Antes de entrar a la casa, observó con rabia algo que la hizo desaparecer por espacio de seis minutos y medio. Cuando llegó a la playa de la piscina donde iba a tener lugar la fiesta, encontró una tarima repleta de luces y un DJ prestidigitando una consola con el cuidado que tienen los empacadores de huevos en sus canastas. Cincuenta y nueve de las sesenta mujeres contratadas, ya ocupaban uno de los brazos de cada traqueto, menos el izquierdo de Cardona que seguía desocupado esperando con impaciencia a que Catalina apareciera. Cuando Yésica se la señaló, la miró de arriba a bajo, paseó sus ojos por sus piernas y por el valle de sus pequeños senos como si estuviera comprando un kilo de carne y le dio la orden de voltearse pintando un círculo en el aire con su dedo índice. Le miró el trasero con ansiedad y cuando ella se volteó, con una sonrisa hipócrita, se extasió en sus ojos recibiendo con agrado la felicidad que proyectaba la niña aunque ignorara que se debía a la satisfacción profunda que sentía por algo que acababa de hacer en la puerta de la finca en tan poco tiempo. De todos modos Catalina no pasó el examen. Cardona empezó a secretearse y a reírse con uno de sus colegas mientras le miraba el pecho. La niña sentía morirse de pena haciendo el ridículo en medio de 59 mujeres tan pobres como ella, tan idiotas como ella, tan estúpidas como ella, pero con las tetas más grandes que las de ella.
Fue entonces cuando Yésica se lanzó a salvarla intercediendo ante Cardona por ella. Le dijo tantas y tan variadas mentiras, que el segundo de la organización decidió cambiarla por Yésica a quien le interesaba más mantenerse al margen del negocio para no perder su estatus de empresaria. Le dijo que ahí donde la veía, esa muchachita flaquita y sin teticas, era la que mejor «tiraba» de todas las sesenta que habían venido. Que ninguna conocía tan bien los secretos del sexo oral como ella y que si no tenía tetas de silicona era porque a muchos pervertidos les encantaba la fantasía de estar haciendo el amor con una colegiala. Que no se iba a arrepentir y que, con toda seguridad la iba a volver a pedir en menos de una semana.
Con el beneficio de la duda, Cardona aceptó el cambio y Yésica se fue por ella, afanada porque Catalina conociera y asimilara con rapidez las mentiras que le dijo al hombre que la iba a sacar de pobre.
—Hermana, —le dijo mientras caminaban los quince metros que las separaban de Cardona— tiene 10 segundos para convertirse en la mujer más puta de Pereira, en el mejor polvo del mundo. El segundo más duro de todos estos hijueputas que están aquí, la está esperando para que se lo demuestre.
Ruborizada y con el corazón a punto de estallar, Catalina no tuvo más remedio que convertirse, en un segundo y sin que su novio lo sospechara, en la más experimentada prostituta de toda la ciudad. De un lado, para no hacer quedar mal a Yésica y del otro, porque sabía, en lo más profundo de su ser, que esta sería la última oportunidad que tendría en la vida de conseguir, de una vez por todas, el dinero para su operación.
Yésica le dio toda la cartilla posible para que la mentira saliera bien y con su experiencia «a priori», Catalina salió a cumplir su misión. Cardona se encontraba tan encantado con los relatos que acerca de la niña le hizo Yésica, que ni si quiera esperó a que le cantaran el Happy Birthday a su jefe cuando ya la estaba metiendo a su alcoba. Muerta del miedo Catalina empezó a cumplir, al pie de la letra, con las mentiras de Yésica.
Al cabo de una larga y agitada jornada, Cardona quedó tan satisfecho, tan impresionado y tan sin aliento que se durmió mientras miraba a Catalina vestirse. Desde el baño ella lo sintió roncar con la boca abierta y se asomó para confirmar el asco que le acababa de adquirir. Hasta sintió el impulso de esculcarle un maletín que cargaba para robarle el dinero que necesitaba y salir corriendo, pero el estallido de las trompetas de los mariachis que a esa hora empezaban a cantarle a Morón Las mañanitas, la intimidaron. Conspiraron, además, en su contra, su insípida inteligencia, o su miedo, pero el caso es que ella optó por ganarse la voluntad del hombre que la acababa de poseer, por cuarta vez en su vida, relegando a Albeiro a tener la posibilidad terrible de convertirse en su quinto hombre.
Por eso, cuando Cardona despertó, encontró sobre su pecho la cabeza de Catalina y sobre su cabeza los dedos de una niña que lo peinaba una y mil veces con una sumisión de esclava. Cardona, sentía temor de que estas cosas se mezclaran con el cariño por lo que algún día adoptó, como ley, abandonar inmediatamente a cualquier mujer que tocara su corazón. Curiosamente, en esta ocasión se olvidó de sus propios estatutos y se dejó dar cariño sin frenos. Luego se enterneció como un niño chiquito y la abrazó.
—Duérmase que yo lo cuido. —Le dijo ella con total dulzura despertando en él un sentimiento inequívoco de amañamiento y quizá de cariño, que no estaba muy acostumbrado a dar a persona diferente a Lina María, su amante oficial o a Lucy su cuarta esposa y con la cual vivía en la actualidad.
Cuando Cardona volvió a despertar, la cabeza de Catalina se encontraba metida entre sus piernas haciéndolo retorcer de emoción. Ella estaba dispuesta a hacerle olvidar las tetas de una mujer y también a volverse indispensable en la vida de aquel hombre de modales bruscos, pero que ya había dado muestras de nobleza al confiar a ella su sueño sin necesidad de meter el maletín bajo su almohada. Cuando Cardona escuchó un trío de cuerdas en el sector de la piscina, la tomó de la cabeza y la subió hasta su boca agradeciéndole su esmero y manifestándole su vergüenza con Morón por no estar en la celebración de su cumpleaños. Catalina le dijo que necesitaba hablarle sobre algo muy importante, pero Cardona se excusó mientras se vestía a toda velocidad, aunque le prometió que durante la velada iban a hablar.
—Son sólo cinco minutos —insistió ella y Cardona aceptó acortando el tiempo a un segundo, aunque con algo de decepción.
—¿Cuánto necesitas?
—¿Por qué sabe que es plata lo que necesito?
—Ay, mamita, yo a ustedes me las conozco como a la palma de mi mano como para no saber que lo que vos necesitás es plata— le replicó con sobradez apuntándose los botones de su camisa.
—Cinco millones de pesos —le dijo ella arrancándole una sonrisa.
—¿Cinco millones? —Preguntó incrédulo y repitió con tono de burla —¡Cinco millones pago yo por una modelo, mamacita! Yo ya arreglé con Yésica por 500 mil para cada una. Arréglese con ella y si le sirve bien y si no, también. Yo me voy a estar con el Patrón.
Catalina se puso a llorar y le dijo que 500 mil no le alcanzaban para nada, que la escuchara, que la pusiera a hacer lo que quisiera durante el tiempo que quisiera, pero que, por el amor de Dios, le prestara esa plata porque necesitaba hacerse el implante de silicona en el busto.
—¿Y para qué te vas a mandar a poner tetas? ¡Catalina por Dios! ¡Si vos no las necesitás! ¡Catalina, vos no las necesitás! ¡Con lo rico que lo hacés, vos no las necesitás! —Le repitió hasta la saciedad sembrando en ella la peor de las confusiones: ¿Cómo así que después de soportar todas las penurias que pasó, después de entregarle su virginidad a tres desconocidos, después de abortar al hijo de uno de ellos, después de vivir frustrada, después de humillarse y degradarse por el sueño de tener los senos operados, se aparecía ahora un tipo a decirle que ella no necesitaba tener las tetas grandes? Eso para ella era inaudito, no podía ser.
Confundida y entendiendo la vida ahora menos que nunca, Catalina quiso comprender las palabras de Cardona, pero no pudo. Por eso se fajó en explicaciones y súplicas adicionales atacándolo con todos los recursos verbales a su alcance. Sin embargo, Cardona no estaba dispuesto a darle toda esa plata por una sola noche de amor.
—Hagamos una cosa —le dijo en actitud calculadora —yo te voy a prestar ese billete, pero vos cómo me lo vas a pagar, ¿ah?
—Como quiera, pero préstemelo, por favor —le dijo Catalina haciéndole todo tipo de promesas en tono suplicante y al parecer logró ablandarlo porque al segundo Cardona sentenció:
—Está bien… Te los voy a prestar, pero con una condición: estrenás las tetas conmigo…
Catalina sonrió por la obvia condición y le prometió esta vida y la otra, pero Cardona le reiteró su conclusión de antes: