Read Sin tetas no hay paraíso Online
Authors: Gustavo Bolivar Moreno
Tags: #Intriga, #Aventuras, #Drama, #Novela
El golpe de Estado a los Capos grandes como Morón y ahora «El Titi» estaba dado y nadie estaba dispuesto a renunciar a los placeres que ofrecía conseguir dinero a manos llenas sin depender de un jefe o de una organización. Por eso la guerra se intensificó. Por eso la guerra creció y empezó a cobrar víctimas a granel. Los índices de violencia y muertes violentas del departamento del Valle y del Eje Cafetero se dispararon a niveles intolerables para la sociedad y para la gente buena de esos lugares. Nadie volvió a pasear, nadie volvió a cenar en los restaurantes de las afueras de Cali, Pereira o Armenia y los novios no volvieron a llevar a bailar a sus novias a lugares nocturnos y discotecas temiendo que se repitiera la horrible historia de comienzos de la década de los año 90 cuando los narcos se las arrebataban a las malas por el solo hecho de ser bonitas o estar «buenas».
Sucedió infinidad de veces, una de ellas a Freddy Montano, un administrador de empresas, un muchacho decente, que se sacrificó 16 años estudiando para ser alguien en la vida. Y lo había logrado. La noche de los hechos acababa de ser nombrado subgerente de una sucursal de un importante banco en Cali. Con la buena noticia de su nombramiento, sacó sus ahorros de otro banco, donde los tenía, y se fue a comprar un lindo anillo para comprometer a su novia, con la que llevaban ocho años de relación. Se conocían desde el bachillerato y su amor estaba condenado a no desaparecer jamás. La llamó, como siempre le dijo tres o cuatro veces que la amaba y la invitó a salir, según él, para celebrar su nuevo nombramiento aunque la verdad fuera otra. Le quería pedir que se casaran como premio a toda la paciencia que ella tuvo esperando, primero, que estudiara y luego que consiguiera un puesto digno, derrumbando de paso el dicho popular de que la novia del estudiante nunca sería la esposa del profesional. Muy contento por la doble emoción que le producían su nombramiento y su futuro matrimonio, Freddy se compró una muda de ropa nueva, se mandó a peluquear, se aplicó el perfume que a su novia le gustaba y se fue a recogerla en un taxi. Se encontraron, se alegraron, se besaron, se abrazaron, se mimaron, se acariciaron, se despidieron y se fueron. Don Jairo y doña Nelsy, padres de Argenis, les pidieron que no se fueran a demorar y ellos los tranquilizaron aceptando su sugerencia.
Llegaron a la discoteca y se ubicaron en una de las mesas de la entrada porque las demás estaban ocupadas a esa hora. Salieron a bailar un par de veces y Freddy no aguantó más las ganas de darle la noticia que por tantos años ella estuvo esperando con religiosa paciencia y temor de que no llegara. Le entregó el anillo, mirándola a los ojos y le pidió que se casaran. Argenis no podía creerlo. Desde ese instante le cambió la vida. Esa mujer sencilla y bella, pero de escasos recursos que optó por hacer un curso de peluquería ante la imposibilidad de sus padres para financiarle una carrera universitaria estaba conquistando el sueño de toda su vida cual era el de casarse con el hombre que amaba, el único hombre que había conocido en su vida, su único novio, su único amor. Por eso lo empezó a besar con locura, en la cara, en los labios en la nariz en los ojos, en el cuello. Le repetía con sinceridad que lo amaba y él no se quedaba atrás. Lo cierto es que la celebración del compromiso se alcanzó a volver un poco atrevida, pero dentro de la más absoluta inocencia.
Desde una de las mesas de atrás, un hombre de aspecto prepotente, cadena de platino de dos centímetros de ancho en el pecho, camisa negra desabrochada dos botones antes de llegar al cuello, reloj Rolex con diamantes, peluqueado alto y mirada de asesino, se fijó en Argenis. Tenía, o mejor, creía tener el poder y el dinero suficiente para hacerla suya en el momento que quisiera. Y mientras Freddy la sacaba a bailar besándola por todo el camino entre la mesa y la pista, el hombre de aspecto prepotente se secreteaba con uno de sus guardaespaldas siempre mirando a la pareja.
Al llegar a la mesa, luego de bailar tres o cuatro canciones seguidas, Argenis encontró una nota, dejada por el mesero en la que alguien le decía que estaba muy hermosa y que cuándo se veían. Freddy estalló en furia y le preguntó al mesero el paradero del abusivo que había dejado esa nota ahí. El mesero lo sintió tan bravo que no quiso decir la verdad. La noche se empezaba a dañar y Freddy prefirió pedir la cuenta. Cuando el mesero le trajo la cuenta, a lado y lado de la mesa aparecieron dos hombres de aspecto miserable y se le acercaron a Argenis aunque le hablaron a Freddy.
—Que el patrón quiere conocerla.
Freddy no soportó más insultos y se levantó dispuesto a defender el honor de su novia que en medio del drama le pedía a gritos que se calmara, que no fuera a cometer una locura. Los hombres sacaron un par de pistolas y se las pusieron en la cabeza al tiempo que otros dos hombres se acercaron a la linda mujer y le pidieron que los acompañara hasta la mesa de su Jefe. Argenis gritó, suplicando que la dejaran en paz, pero nadie hizo algo por ayudarlos. Freddy le gritaba que no fuera y en un intento desesperado por salvarla se zafó de los dos hombres que lo estaban encañonando y trató de arrebatarle a su novia a los otros dos, pero en ese momento el mundo se quebró en millones de piezas de porcelana para ellos. Sonaron dos disparos que le florearon la cabeza al administrador de empresas que se sacrificó 16 años estudiando mientras su novia que lo había esperado ocho, gritaba desesperada intentando resucitarlo, sin querer entender lo que pasaba.
El caso es que los hombres se fueron del lugar dejando en el piso el cadáver de Freddy y se llevaron a la bella Argenis. El hombre de aspecto prepotente y cara de asesino, que no era otro que el mismísimo Cardona en sus épocas de traquetico principiante le hizo el amor a la desdichada Argenis toda la noche. Ella, que también estaba muerta por dentro, no dijo una sola palabra. Sólo lloraba la muerte del ser que más amaba en la tierra. Ni siquiera tuvo tiempo de darse cuenta que cuando el hombre de aspecto prepotente y cara de asesino se cansó de hacerle el amor, se la dejó a sus cuatro escoltas para que hicieran con ella lo que quisieran. ¡Y lo hicieron! La tuvieron todo el día como muñeca de trapo haciendo y deshaciendo con su cuerpo.
Al día siguiente, cuando ya el cuerpo de Freddy estaba siendo velado en una funeraria de la ciudad, Argenis fue abandonada en un paraje solitario de la carretera que de Cali conduce a Jamundí. La policía la encontró demacrada, deshidratada, callada, ensimismada, acabada, muerta en vida, sin ganas de vivir, sin ganas de morir, violada, sin lágrimas, sin aliento de cerrar los ojos, drogada, vilipendiada, ultrajada, desnuda, despeinada, embarazada, sin ilusiones, sin sueños, entregada… ¡Pérdida total!
Freddy fue enterrado sin que ella lo supiera y Argenis tuvo que ser recluida en un centro de rehabilitación donde permaneció tres meses hasta que tuvo conciencia de lo que había pasado, para luego morir de tristeza. Ni yo, que soy un corrupto asqueroso podía tolerar una historia así, de las que, según la Policía, pasaron muchas. Y ese era el temor que teníamos todos con el nacimiento de tantos cartelitos de la droga sin ley ni patria, sin control ni límites, sin Dios ni madre.
Cuando Yésica y Catalina se enteraron por la televisión de la captura de Cardona, ambas sintieron un dolor sincero. Los narcos significaban mucho para ellas. Eran los Robin Hood criollos que les permitían odiar al estado, a los políticos, a los profesores de secundaria, a la iglesia, al establecimiento, a los policías, a todo el mundo. Por eso lloraron y se preguntaron por la suerte de «El Titi», rezando a Dios para que a él no le pasara lo mismo. Y al parecer sus rezos dieron resultados porque a los pocos días pudieron hablar con él. Sintieron tanta felicidad como la que se experimenta al hablar con Dios y se citaron, una semana más tarde, para que Catalina le mostrara al Titi sus nuevas dimensiones. Fue una mañana sin lluvia ni sol en el séptimo piso de un edificio del norte de Bogotá, donde el narco, que ahora emergía como el segundo de la organización, gracias a la captura de Cardona, vivía escondido desde su regreso al país.
Cuando «El Titi» vio a Catalina con las tetas grandes se obnubiló. Sintió vergüenza pensando en cómo decirle que, ahora sí, estaba muy buena, que ahora sí clasificaba y que la quería, no para su vida pero sí para un instante de ella. Lo cierto es que la pretendía. Sin soltar un cigarrillo a punto de perecer y sin dejar de mirar su nueva talla de sostén, le pidió a Yésica que se la dejara esa noche. Yésica le dijo que el post operatorio estaba en marcha aún, pero que se la traía sin compromiso para que viera lo mamacita que había quedado. «El Titi» le dijo que no importaba y que él se comprometía a no tocarle las tetas, aunque no se comprometía a no mirárselas. Catalina, que vivía chorreando la baba por «El Titi» y más exactamente por sus variados olores a lociones de marca, aceptó quedarse con la ingenua ilusión de escucharlo recitar a media noche un poema de amor pidiéndole que fuera su novia. En medio de todos los dramas que la atropellaron desde su niñez, que aún no terminaba, Catalina mantenía en su inconsciente el icono del príncipe azul a caballo, con capa y romanticismo incluidos.
Pero a medianoche sucedió todo lo contrario: «El Titi» le pidió que se quitara la blusa para contemplarla mientras contestaba una llamada de su novia que duró horas enteras. Ya en la madrugada, cuando «El Titi» cortó la llamada, Catalina yacía dormida sobre un sofá y en ese mueble vio salir el sol, sin moverse, hasta que el propio «Titi» la despertó para informarle que se tenía que ir, porque su novia ya estaba llegando a Bogotá y que él ya había mandado a sus hombres al aeropuerto para que la recogieran.
Al salir del edificio donde vivía «El Titi», en un taxi, Catalina anotó muy bien la dirección y se propuso hacerle pagar todos y cada uno de los desplantes que él le hizo y que no eran pocos. Las primeras veces por tener las tetas pequeñas y ahora por tenerlas grandes.
Muy aburrida regresó Catalina al apartamento de Ismael Sarmiento, donde vivían ahora y desde donde Yésica estaba empezando a armar toda una estrategia de mercadeo para conseguirle a Catalina un novio traqueto. La verdad, los nuevos encantos de Catalina empezaban a abrir puertas e Ismael, un aprendiz de traqueto en proceso de aprendizaje que no tuvo reparo alguno en dejarlas quedar en un apartamento que tenía en Bogotá y que solo utilizaba cuando se desplazaba de Cali a la Capital.
No se supo nunca lo que dijo ni la manera en que Yésica encaró la promoción de las tetas de Catalina, lo cierto es que durante tres meses seguidos, semana tras semana, la feliz adolescente se paseó por todas las fincas, casas y apartamentos, búnkeres, haciendas, caletas, celdas y condominios de un sinnúmero de mafiosos que, sin embargo, jamás contemplaron la posibilidad de hacerla su novia, precisamente, porque su doble moral les impedía formalizar una relación con una mujer, que aunque bella y protuberante como la impulsaron a serlo, rayaba en la prostitución.
No faltaron, desde luego, las visitas a media docena de extraditables recluidos en cárceles de máxima seguridad.
Algunas veces se hacían pasar como hijas otras veces como familiares y otras veces como amigas de los reclusos. Lo cierto es que una vez dentro de las celdas, Catalina y Yésica se convertían en las disipadores de las ansiedades de estos pobres hombres que fama tenían de tener las piernas más largas del mundo porque todo el mundo sabía que tenían un pie en Colombia y el otro en los Estados Unidos. No obstante su condición de desahuciados jurídicos, la soberbia y capacidad para cometer maldades de algunos narcotraficantes permanecía intacta. Algunas veces, cuando contrataban los servicios sexuales de una modelo, una actriz o una de estas mujercitas a las que llamaban despectivamente como «prepagos» los narcos en desgracia grababan con cámaras escondidas sus faenas, algunas veces para chantajearlas, otras veces para deleitarse con los otros reclusos mirando sus encantos. Lo cierto es que la figura estilizada con protuberancias en el pecho de Catalina, se hizo famosa entre los internos de dos o tres cárceles del país.
Fueron tres largos meses durante los cuales se paseó sonriente y realizada por las camas de los traquetos de Cartago, Pereira, Medellín, Cali, Bogotá, Villavicencio, Montería, Cartagena, Girardot, La Picota, La Modelo y Cómbita. Varias veces fue invitada a México, pero las mismas veces le fue negada la visa, aunque los miembros de un cartel de manitos se quedaron sin las ganas de conocerla ya que, en su lugar, se contaban por docenas las mujeres que acudían a su millonario llamado con el pretexto de viajar a cumplir compromisos actorales y de modelaje al D. F.
Con sus nuevas tetas, que sin lugar a dudas le hicieron merecer un lugar destacado entre las preferidas de la mafia, Catalina viajó a lo largo y ancho del país, algunas veces en carro, la mayoría de veces en avión y pocas veces, como una tarde en que aterrizó en una finca de Montería junto con doce niñas más, en un helicóptero. En ese tiempo lo vio todo. Lo que sabía, lo que ignoraba, lo que le habían contado, lo que imaginaba y también lo que nunca pensó que existiera: hombres con 12 camionetas, escoltas numerosas, personajes con seis motos Harley Davidson, casas de 24 habitaciones, comedores de 36 puestos, vajillas de 1500 piezas, cubiertos de plata, pistas de aterrizaje que se cubrían con árboles móviles cuando los aviones repletos de coca despegaban, lanchas veloces, habitaciones repletas de armas, cocinas con tres neveras de doble puerta y repletas de completísimos mercados, de productos importados en su mayoría.
Conoció los bultos de dólares, las fiestas de 15 días consecutivos, esculturas en bronce de tamaños descomunales, garajes en mármoles y granitos, estatuillas del Divino Niño, del Señor de los Milagros y de la Virgen María en oro, piscinas pintadas a mano con el color del mar y casi de su mismo tamaño, haciendas donde el límite se pierde hasta tres o cuatro veces en el horizonte y donde eran necesarios varios días a caballo para recorrerlas y animales de paso cuyos precios superaban con creces el de los Rolls Royce's y los Ferrari.
Sin proponérselo, sin quererlo, y también sin importarle, conoció una parte de las obras pictóricas de Miró, Dalí, Obregón, Botero, Grau, Manzur, Luciano Jaramillo, Villegas, Alcántara, Roda, Jacanamijoy, Manuel Hernández y hasta un cuadro de Picasso que, meses después, la Policía encontró durante un allanamiento decorando una de las paredes de la cabaña de Holgazán, el caballo predilecto de un poderoso narcotraficante del Valle del Cauca al que también le tenían cocinero y mucama.