Sin tetas no hay paraíso (25 page)

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Authors: Gustavo Bolivar Moreno

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Drama, #Novela

BOOK: Sin tetas no hay paraíso
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Catalina sólo atinó a correr con su rostro envuelto en lágrimas y su corazón desgarrado hasta la habitación del hotel. Hasta allí llegó Marcial Barrera con sus guardaespaldas, haciendo alarde del pánico que les hizo sentir a todos los asistentes a la coronación. Ante los sollozos de Catalina, Barrera sólo atinó a sentenciar con voz tranquila y pausada:

—Tranquila mi vida que esto no se queda así… Llore tranquila que esto no se queda así— repitió, seguro de lo que pensaba hacer.

El organizador del concurso sabía que estaba metido en problemas y trató de atenuarlos enviándole a Marcial Barrera los 40 millones de pesos que él le pagó por la corona de la señorita Putumayo, con una carta que resumida decía lo mismo: «Lo lamento, no tuve en cuenta un compromiso que ya había adquirido con anterioridad, pero aquí está su dinero. Muchas gracias y en otra ocasión será». Marcial arrugó la carta con desprecio, le regaló el dinero a Catalina para que dejara de llorar aún dos semanas después de haberse coronado virreina y mandó a matar al organizador del concurso. Bonifacio Pertuz, dueño de la franquicia del reinado, apareció muerto el tiempo necesario después, atado de pies y manos y con un tiro en la frente, a la orilla de un camino polvoriento que en sus años vivos lo conducía a su finca de verano. El cadáver, que estaba envuelto en una sábana blanca, portaba un letrero que estaba pegado a un palo que salía de la boca del difunto y que decía: por faltón.

Catalina recibió con algarabía la noticia y se aterró de haberse alegrado, pues sabía que ese era el primer paso que daba antes de perder del todo la conciencia. Marcial Barrera vio la noticia por televisión con una sonrisa que amenazaba con convertirse en carcajada y estampó un beso en las piernas de Catalina que estaba a su lado con el control remoto en sus manos y quien en medio de su confusión moral sólo atinó a exclamar con satisfacción:

—¡Eso le pasó por hijueputa!

—Un regalito más, concluyó él.

Con los cuarenta millones de pesos en su cartera de cuero de marta y haciendo cuentas mentales por todo el camino, Catalina regresó a su casa un viernes en la mañana cuando ni Albeiro ni doña Hilda la esperaban por no ser una fecha tan usual. Llegó transformada y con unas enormes y transparentes gafas sobre su cara, en una camioneta oscura, confortable y recién comprada que Marcial acababa de poner a su disposición. Cuando su madre y su novio escucharon el inconfundible sonido de una pesada puerta de 4X4 al cerrarse, ambos se asomaron por la ventana, él desnudo y ella con una sábana enredando su cuerpo y corrieron en estampida, él hacia el baño y ella hacia la sala donde la noche anterior dejaron la ropa regada por el piso y sobre los muebles, dos horas después de que Bayron anunciara que se iba de la casa porque no se aguantaba que su ex cuñado, ahora convertido en el jefe de la casa, lo mandara a comprar cosas a la tienda.

Catalina golpeó en su puerta muchas veces antes de que le abrieran dando tiempo a que las vecinas se asomaran por las ventanas a verla, tejiendo todo tipo de comentarios. Cansada de golpear, optó por lanzar una piedra sobre el vidrio, pero su acto coincidió con la apertura de la puerta, por parte de su mamá, que lucía cansada y nerviosa. Desde el saludo Catalina notó que las cosas con su madre habían cambiado. Fue un saludo seco y frío que se limitó a un beso sobre una mejilla escurridiza y a un par de nerviosas frases:

—¡Hola, mamita! ¿Cómo le fue?

Catalina sospechó al instante que algo raro sucedía y entró a su casa llena de desconfianza. Extrañó a Bayron descolgándole el bolso del brazo, pero se alegró de que no estuviera al recordar la suma de dinero que traía dentro. Doña Hilda miraba de reojo cerciorándose que ninguna prenda suya ni de Albeiro hubiera quedado olvidada en el piso o sobre los muebles, tratando de rebuscar palabras que maquillaran su inseguridad, pero que sólo contribuían a aumentar la duda que Catalina estaba sintiendo. Por eso la hija desconfiada decidió tomar el toro por los cachos y le preguntó sobre el por qué de su nerviosismo. Doña Hilda a punto de infartar le respondió con otra pregunta:

—¿Sí sabe que por ahí está el Albeiro?

Los arrestos de su inocencia le sirvieron a Catalina para alegrarse por la inesperada presencia de su novio en la casa. Por eso salió a buscarlo con anhelo, sin detenerse a pensar por qué estaba en la casa. Mientras caminaba, pasos largos, hacia su habitación donde ella creía que estaba, doña Hilda le aclaró que Albeiro estaba en el baño. Desde ese sitio donde él se encontraba lavándose el pene y poniéndose los pantaloncillos al revés, Albeiro la saludó en voz alta, aunque de manera fría, pero ni así Catalina se percató de que algo muy importante estaba gestándose.

Cuando Albeiro salió del baño, doña Hilda se encerró en la cocina para no observar el saludo que Catalina acostumbraba a darle y que, por lo regular, incluía un beso inocente, una recostada en su pecho y, a veces, un par de vueltas en pleno abrazo. Pero de nada se perdió la celosa concubina y suegra de Albeiro esta vez, pues su marido y yerno se mostró más frío que nunca y esta frialdad sí hizo mella en el ánimo de Catalina quien nunca había sentido en su alma el sabor de un desplante del que ella consideraba aún su novio.

Pensó, por primera vez y en serio, que algo raro estaba pasando en su casa y lo comprobó unos minutos más tarde cuando encontró las pertenencias de Albeiro regadas por toda la casa: Las planchas de screen en el patio, su grabadora en la habitación de su mamá, su ropa en el armario de su mamá, y algunas prendas recién lavadas en las cuerdas de la ropa que colgaban de la parte alta de la cocina. Albeiro y doña Hilda no sabían qué hacer, qué decir ni dónde meterse. Estaban muy asustados y optaron por inventar una mentira. Que Albeiro se tuvo que venir de su casa porque el aguacero de la semana pasada le inundó el patio donde trabajaba y que doña Hilda no tuvo más remedio que aceptarlo en la suya, teniendo en cuenta que era el novio de su hija. Cuando Catalina preguntó por Bayron le dijeron que se había ido de la casa y que no sabían donde estaba. Lo cierto fue que ella tuvo que creer todo lo que escuchó sin darse cuenta que estaba empezando a pagar los karmas que tenía acumulados a punto de engaños a su novio, que no eran pocos.

Luego de dejarle 30 de los 40 millones a doña Hilda y 5 de los 10 que le quedaban a Albeiro, Catalina regresó a sus andanzas. Aunque Marcial la estaba esperando con desespero, buscó a Yésica para que le consiguiera otro programa distinto y para que la excusara ante el celoso hombre que se ratificaba como el único miembro de la mafia que la había tomado en serio, estampando en el ambiente un rótulo de noviazgo a su relación.

Yésica cumplió los dos cometidos y se llevó a Catalina para donde los hijos de unos traquetos de Tulúa donde pasaron el fin de semana. En el fondo querían estar con jóvenes de su edad, cansadas tal vez de lidiar con hombres gordos viejos, desagradables, de mal aliento y barrigones como Cardona, Morón y el mismo Marcial Barrera, quien estaba a punto de cumplir los 65 años cuando decidió pedirle a Catalina que se casaran.

Fue el martes a su regreso de Tulúa. Pensando en que el dinero y los lujos que empezaba a darle no eran suficientes para retenerla, Marcial Barrera recurrió al recurso desesperado de proponerle matrimonio a su amada, sin importarle un bledo lo que dijeran de él sus amigos, sus colegas, sus cinco ex esposas y sus nueve hijos. Estaba dispuesto a morir al lado de Catalina, ignorando por completo que a ella le producía vómito acostarse con él y que, entre eso y darle un beso, prefería lo primero. Por eso la propuesta la sorprendió al máximo y más que sorprenderla la asustó porque en el fondo sabía que no podía despreciarlo aunque le pareciera lo más asqueroso que le hubiera podido pasar en sus quince años de vida.

Aleccionada por Yésica quien le recordó la edad de Marcial, los peligros que corría en el mundo en que actuaba y la cantidad de dinero que iba a dejar si se moría, incluso entregado por ellas mismas a la DEA, Catalina le dio el sí a su novio a la mañana siguiente luego de abrir de par en par y en medio de carcajadas una camioneta azul y blindada, que Marcial le parqueó frente a la puerta del edificio donde quedaba el apartamento que Ismael Sarmiento les había prestado con el respectivo y velado interés de poseerla cadavezque coincidieran en él. Incluso le dijo a Catalina cuando observaba extasiada la camioneta regalada por Marcial, que no se la recibiera y que no se casara con ese viejo sacrificando de paso su juventud, y que a cambio él le regalaba ese apartamento y una camioneta mejor. Catalina le dijo que muchas gracias, que la propuesta no estaba del todo mal pero que a su lado no iba a ser más que una amante, «la mocita de turno», mientras que al lado de Marcial iba a ser una esposa, la señora de la casa. Por eso le dio el Sí a Marcial.

El cuasi anciano se sintió realizado con la respuesta y empezó los preparativos. Empezó por conseguir un cura que la casara a esa edad y no lo encontró, hasta que se comprometió con una generosa donación para una parroquia en construcción y el padre le dio el sí. Superado el primer escollo, organizó un equipo de gente para que le organizaran la fiesta. Quería botar la casa por la ventana por lo que elaboró una lista de mil quinientos invitados entre familiares, curas y amigos civiles, militares y políticos. Contrató 300 meseros y mandó a comprar 1500 botellas de whisky, 387 botellas de vino, 90 botellas de champaña, 170 pollos, 6 vacas, 9 marranos, dos reconocidas orquestas, dos tríos de música de cuerda, dos cantantes de rancheras muy famosos, tres conjuntos de mariachis y se trajo de Bogotá una unidad móvil de televisión para filmar la fiesta. Al percatarse del bombo con el que Marcial estaba organizando la fiesta y pensando que esta llegaría a oídos de Albeiro dada la trascendencia que la boda tendría en los medios, Catalina le pidió a Marcial que se casaran en una ceremonia discreta. Marcial estalló en ira recordándole que los gastos ya llegaban a 2 millones de dólares, pero al momento y ante el ultimátum de su prometida, reculó. Catalina le dijo que se casaban sin invitados y en el patio de la casa o no se casaba.

Por eso, la boda de Catalina con Marcial Barrera no fue el acontecimiento del año en ninguna parte. Tan poco significó a todos los niveles la boda, que el interés de Catalina porque su familia no se enterara, se cumplió. Por eso siguió yendo a su casa de manera clandestina, feliz de que Albeiro no supiera que estaba casada, aunque preocupada por el paradero de Bayron de quien ni su mamá ni nadie daba noticia alguna.

Vino a saber de él un mes después, cuando un diario de crónica roja lo mostró ensangrentado, enredado en una moto y con la cabeza en la parte baja de la primera página, con un arma en la mano y un titular que anunciaba la muerte de un sicario que intentó asesinar a un juez de la República con el que todos se solidarizaron sin saber que no era digno de una muerte así, pero tampoco de una vida llena de honores. Se llamaba Virgilio Daza. Yo lo conocí en el año 1995 cuando interpuse una demanda contra el Estado que se falló a mi favor a cambio del 40% del monto de la misma. De todas maneras, Bayron estaba muerto y en el cielo, el juez estaba muerto y quemándose en el infierno y Catalina estaba viva, pero con el alma enferma.

Con el permiso de su cada vez más celoso, posesivo, absorbente y machista esposo, Catalina asistió al entierro de su hermano y agradeció a su novio el haberse hecho cargo de su mamá en momentos tan difíciles. Llegó a pensar incluso y se lo dijo a Yésica, que gracias a Dios, Albeiro estaba viviendo en su casa sin imaginar que eso, justamente, había impulsado a Bayron a cometer la locura de meterse a la banda de Antonio, con el que volteó hasta la tarde de su muerte, cuando por 10 millones de pesos aceptó «darle piso» al doctor Virgilio Daza.

Pero la verdadera tragedia estaba por llegar. Enfermo y obsesionado por evitar que a Catalina se le acercara alguien diferente a él, Marcial Barrera contrató un par detectives para que la vigilaran durante las 24 horas. En el entierro de su hermano estuvieron los detectives con cámara en mano y guardando el luto correspondiente. Cuando los hombres de Marcial Barrera le entregaron más de 108 fotografías de Catalina abrazada a Albeiro, algunas veces besándolo y casi todo el tiempo acariciándolo, Marcial preinfartó y tuvo que ser trasladado de urgencias a una clínica de Bogotá. Catalina no lo supo y él tampoco le quiso decir, por vanidad, ya que ella podía pensar que estaba con un viejo, aunque ya lo supiera y tampoco quiso decirle de su preinfarto porque no quería que ella se enterara del motivo.

El monstruo que habitaba dentro de Marcial Barrera despertó tres días después, cuando fue dado de alta, luego de lo cual empezó a tomar medidas desesperadas. La primera de ellas, mandar a asesinar a Albeiro. A Catalina la amaba tanto que era incapaz de tocarla para hacerle daño. Por eso no le dijo nada y prefirió actuar a sus espaldas contratando un par de sicarios para que siguieran al padrastro de Catalina aunque él siguiera convencido de que era su amante.

A Albeiro lo salvó un beso de doña Hilda. Iba a ser baleado una mañana cuando salía de su nueva casa con su nueva mujer a tomar su nuevo taxi. Cuando la mira de la pistola de uno de los sicarios estaba fija en su cabeza y sus dedos estaban a punto de halar el gatillo, doña Hilda le dio un beso apasionado para despedirlo y los sicarios se detuvieron, se asombraron al ver la escena y se cuestionaron sobre las dudas de su patrón. Por eso aplazaron la ejecución y corrieron a contarle a Marcial Barrera, con pruebas fotográficas en mano, que estaba equivocado, que Albeiro no era el novio de la señora Catalina sino su cariñoso padrastro.

Marcial Barrera empezó a dudar de lo que decían las fotos y buscó la manera de sacarle a su esposa la verdad que quería escuchar. La abordó una de las muchas noches en que ella regresaba cansada del gimnasio y le empezó a hacer todo tipo de preguntas. Que con quién vivía su mamá, que dónde, que la quería conocer, que cuando iban, que si ella vivía con alguien, que por qué no la invitaba a la casa. Catalina le dijo que estaba brava con ella por haber dejado perder a su hermano Bayron y que por eso no la quería ver. Marcial insistió y le pidió que la perdonara porque la pobre debía estar sufriendo mucho con la muerte de su hijo. Catalina, que ya estaba cansada de escucharlo le dijo que bueno, que iba a ver cómo la invitaba y aprovechó la ocasión para pedirle permiso de ir a Pereira a buscarla, aunque lo que quería, en el fondo, era verse con Albeiro para que la hiciera sentir mujer una vez más, ya que al lado de su esposo se sentía apenas como una prostituta con su cliente: insatisfecha, pero con plata.

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