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Authors: Javier Pelegrín Ana Alonso

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Tatuaje II. Profecía (13 page)

BOOK: Tatuaje II. Profecía
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Jana alzó las cejas.

—Qué tontería. ¿Por qué? Si esa copia del libro existe y llega a caer en nuestras manos, piensa en todo lo que podríamos hacer con ella. Podríamos resucitar a Erik…

—Olvídalo, Jana. —El tono de Álex era, de pronto, áspero—. Estás soñando despierta.

Aquello molestó a la muchacha, que creyó percibir cierto aire de superioridad en la observación.

—No estoy soñando —le contradijo, firme—. Yo misma he visto cómo ese libro resucitaba a un hombre. Estaba grabado en un vídeo. Un mago, Armand, se quemaba y luego renacía de sus cenizas. Y el libro estaba frente a él. Yo vi su reflejo.

—Sería un truco —dijo, impaciente—. Además, aun suponiendo que lo que dices fuera verdad, no creo que fuese buena idea intentarlo. Si el libro es tan poderoso, piensa en los desastres que podría ocasionar… Sería como deshacer todo lo que hemos conseguido en los últimos meses.

—¿Y qué hemos conseguido? —estalló Jana, furiosa—. ¿Qué los medu perdamos una parte de nuestra magia, y que esa magia la tengan los humanos? Supongo que a ti eso te parece magnífico, pero a mí no me entusiasma tanto. Los hombres no saben qué hacer con la magia, está claro. Unos la temen, otros la emplean mal, algunos incluso terminan heridos o dominados por ella…

—Acabarán acostumbrándose. Es cuestión de tiempo.

Jana emitió una breve carcajada llena de escepticismo.

—Ya —dijo—. Eso es lo que tú quieres creer. Al fin y al cabo, eres el responsable… Pero, precisamente por eso, esperaba otra reacción.

Álex la miró sin comprender.

—Respecto a Erik —aclaró Jana—. Creí que tú, más que nadie, desearías volver a verlo vivo.

El ceño fruncido de Álex le hizo comprender que se había aventurado en un terreno resbaladizo.

—Era mi mejor amigo —gruñó él, evitando su mirada—. Me habría gustado que las cosas fueran distintas… Pero ahora ya no podemos cambiarlas. Si Erik resucitase, ¿qué crees que pasaría? Muchos medu lo interpretarían como un cumplimiento de su vieja profecía: el rey que retorna, el comienzo de una nueva era de esplendor para los clanes…

—¿Y eso sería malo? —preguntó Jana con sarcasmo.

—Sería peligroso. Daría una excusa a Glauco y a otros como él para intentar recuperar lo que han perdido. No creo que los humanos saliesen muy bien parados… Y empezarían otra vez las disputas entre clanes.

Jana contempló su joven y agresivo rostro con fijeza.

—No quieres que vuelva —dijo, leyendo más allá de sus iris azules—. Y no es por los medu, ni por la profecía. Le tienes miedo… Es ridículo. Él dio su vida por ti.

Álex soportó en silencio la mirada acusadora de su novia.

—No le tengo miedo —se defendió en voz baja—. Pero no consigo entender por qué quieres que vuelva… Si él regresa, los drakul recuperarán todo el poder que han perdido.

—Si Erik estuviera al frente, no me importaría —dijo Jana—. Sería un buen rey para los medu… El único rey posible.

Álex se puso de pie y caminó hacia la ventana, dándole la espalda.

—La profecía no se cumplirá nunca, Jana —dijo—. Desde luego, no se cumplirá con Erik. Nadie puede regresar de la muerte, aunque sea un príncipe medu. Ningún libro, por poderoso que sea, puede conseguir eso.

Las palabras de Álex cayeron sobre Jana como una lluvia helada y hostil. Sintió frío húmedo por dentro, un frío que era a la vez rencor.

—No intentes convencerme —musitó, volviendo la cara hacia la pared—. Tú no sabes nada.

Álex contestó desde el otro lado de la habitación, sin molestarse en alzar la voz.

—Me había imaginado este momento de un modo muy distinto.

—Podría haber sido muy distinto. Todo esto es culpa tuya. Puedes bajar a decirle a tu amiga Nieve que yo no he tenido nada que ver con la fuga de Argo, si quieres. A ti seguro que te creerá…

—Lo siento, no creo que eso sirva. —Álex caminó con desgana hacia la cama y se sentó en el borde—. Nieve no dejará que te quedes aquí mientras todos lo buscamos. Cree que tú tienes alguna pista acerca de adónde ha podido ir. ¿La tienes?

Jana se giró y le sostuvo la mirada, desafiante.

—Si la tuviera, no se lo diría a ella.

Álex suspiró y se puso de pie.

—Cambiarás de opinión cuando la veas —afirmó—. Nieve puede ser muy persuasiva… Incluso sin su antigua magia, es increíble lo que puede llegar a conseguir.

En el vestíbulo del palacio se había instalado una espesa penumbra, como si un mar de sombras hubiese engullido la luz cálida de la mañana. Nieve y Corvino esperaban de pie sobre el suelo embaldosado, ambos vestidos con pantalones y camisetas negras. En cuanto Jana apareció con Álex en el rellano de las escaleras, un relámpago de advertencia atravesó las pupilas de la antigua guardiana. Nieve estaba pálida de furia… Jana nunca la había visto así.

—No he tenido nada que ver —dijo, antes de llegar al último escalón. Inconscientemente su mano apretó la de Álex, buscando seguridad—. He estado toda la noche en mi cuarto… Tenéis que creerme.

—Sabemos que no has salido —dijo Corvino girando hacia los recién llegados su rostro moreno y contrariado—. Pero eso no significa que no hayas podido ayudarle.

—Me pidió que lo hiciera —admitió Jana sin acobardarse—. Y es posible que lo hubiese hecho… Pero no he tenido tiempo.

Nieve avanzó hacia ella con un fuego extraño en la mirada.

—¿Así es como nos pagas nuestra hospitalidad? —le reprochó—. Heru nos lo advirtió, nos dijo que nos traicionarías… ¡Pensar que no le hicimos caso! Si no se hubiese ido, ahora podría sernos de gran ayuda…

—No sirve de nada lamentarse, Nieve —murmuró Corvino—. Ahora ya no tiene remedio. Jana, tienes que decirnos lo que sabes —añadió con severidad, clavando sus ojos en los de la muchacha—. No lo debes.

—Yo no os debo nada —replicó Jana, irritada—. Vine aquí para haceros un favor, ¿os acordáis? Si no me hubiese entrevistado con Argo, los varulf no os lo habrían vendido…

—Vamos, Nieve. Jana solo quiere ayudar —intervino Álex en tono conciliador—. No estáis siendo justos con ella, ni siquiera le habéis dado la oportunidad de explicarse.

—Que se explique ahora —la desafió Nieve—. Estamos esperando.

—No creo que sea buena idea. —Álex hablaba con creciente seguridad, como si viese muy clara la situación—. Cada minuto que pasa juega en nuestra contra. Debemos unir las fuerzas para localizar a Argo… antes de que sea demasiado tarde.

Nieve lo miró incrédula.

—¿Pretendes que ella también participe en la búsqueda? De eso ni hablar. Se quedará aquí.

—Vamos Nieve —dijo Álex, acercándose a la antigua guardiana con una sonrisa—. No estás siendo razonable. Jana puede ser decisiva para localizar a Argo. Puede hacer cosas que no están al alcance de ninguno de nosotros. Vendrá conmigo… Respondo por ella.

Jana no daba crédito a lo que acababa de oír. ¿Quién se creía Álex para hablar de esa forma? Como si ella tuviese mucho interés en ayudar a los guardianes a encontrar a su antiguo compañero. Estaba harta de todos ellos…

—Está bien —dijo Nieve, mirándola de reojo—. Pero con una condición: que no te apartes de ella en ningún momento.

—Hecho. —Álex se le acercó y la agarró por un brazo—. Vamos, Jana…

—A la una aquí mismo, si es posible —les gritó Corvino cuando ya habían salido a la brisa húmeda de la calle—. Avisad si lo encontráis… Y tened cuidado. Algo me dice que no está solo, y que no se dejará atrapar con facilidad.

Capítulo 12

Habían atravesado ya un par de canales cuando Álex se detuvo a esperarla.

—¿Se puede saber a qué ha venido eso? —le gritó Jana, fulminándolo con la mirada—. ¿Desde cuándo estás de su parte?

Álex se volvió y comenzó a andar de nuevo antes de que ella llegase a su altura.

—Te he sacado de allí —dijo sin girarse a mirarla—. Supuse que querrías venir conmigo, y era la única forma de conseguirlo.

—Ya… «Yo respondo por ella». Como si pudiesen fiarse más de ti que de mí.

—Al menos, ellos lo ven así. —Álex volvió a detenerse, y esta vez no reanudó la marcha hasta que Jana lo alcanzó—. Oye, no tienes que participar en esto si no quieres, Pensé que te interesaba ese libro…

—Parece que a ti te interesa más que a mí.

Álex le clavó una mirada acerada como una flecha.

—¿Qué has querido decir? —quiso saber.

Ella tiró de su mano con brusquedad, obligándolo a detenerse. Se encontraban ante el pretil de un puentecillo de hierro, sobre un estrecho canal de aguas verdosas que discurría entre ruinosas fachadas.

—Yo he sido sincera contigo, pero tú no —dijo—. Sabes más de lo que me has dicho… ¿Crees que puedes engañarme?

Él no se defendió. En lugar de hacerlo, la miró con dureza.

—Te he traído conmigo, ¿no? —preguntó, impaciente—. Pensé que con eso sería suficiente.

—Pues no lo es. —Jana se cruzó de brazos sobre el puente, decidida a no dar un paso más sin haber aclarado la situación—. Quiero saber adónde vamos. Tú pareces saberlo muy bien. Acabas de llegar a Venecia, pero está claro que conoces el camino.

—¿Quieres saber adónde vamos? Muy bien, pues ven conmigo. Es bastante fácil…

—No lo es, Álex. No voy a seguirte como si fuera tu mascota. Tendrás que convencerme de que vaya.

—Eso nos llevaría bastante tiempo, creo. Y eso es justamente lo que no tenemos; así que, si no quieres venir… Tú sabrás.

Álex se apartó de la barandilla del puente y, con paso decidido, recorrió el tramo que los separaba de la otra orilla del canal. Unos segundos después, Jana lo vio desaparecer en la oscuridad de una calleja mohosa y húmeda.

Debería haberlo seguido de inmediato, pero no estaba dispuesta a correr tras él, al menos mientras él pudiera verla… u oírla. Esperó hasta que los pasos del muchacho se perdieron en la distancia, y entonces se lanzó a la carrera por el mismo callejón que él había tomado.

Demasiado tarde… El muelle en el que desembocaba aquel estrecho pasadizo se encontraba desierto.

Con la mano colocada a modo de visera sobre los ojos, Jana contempló el lento y plateado canal. Había dos góndolas bastante alejadas la una de la otra, navegando en direcciones distintas. Imposible saber cuál de las había tomado Álex, suponiendo que viajara en alguna de ellas.

Desalentada, Jana regresó sobre sus pasos y volvió a internarse en la calleja desierta. Había un gato blanco encaramado en una tapia de ladrillo, observándola con aparente interés. «Si fuera una varulf, podría comunicarme con él —se dijo la muchacha, frustrada—. El gato tiene que haber visto pasar a Álex, él podría decirme hacia dónde ha ido…».

Se apoyo en la gruesa tapia de ladrillo, ignoró al animal y trató de serenarse. Estaba furiosa con Álex, pero sabía que su enfado no la ayudaría a encontrarlo. Si quería seguir su rastro por medios mágicos, necesitaba transformar sus sentimientos; necesitaba recordar lo mucho que él significa para ella.

—La senda del corazón —murmuró, desprendiendo de su tobillo un cordón de plata que siempre llevaba puesto, formando una especie de brazalete de varias vueltas.

Pasándose las manos por detrás de la nuca, abrió de nuevo el engarce y se abrochó la fina cadena. Con los dedos sobre ella, repitió una y otra vez el nombre de su amigo.

—Álex. Álex. Álex…

Con cada repetición, Jana buceaba más profundamente en su memoria, tratando de encontrar recuerdos de los momentos más conmovedores que Álex y ella habían vivido juntos. El primer beso, en las escaleras de su casa; el momento en que descubrió el nudo de amor celta tatuado sobre su piel. Aquel segundo beso en el patio del colegio, cuando Álex estuvo a punto de morir por haber rozado sus labios…

No tuvo que esforzarse mucho. El recuerdo de aquellas escenas bastó para cambiar su estado de ánimo de inmediato. Las discusiones y los rencores quedaron olvidados. En ese momento, lo único que quería era reunirse con él, sentir sus brazos alrededor de su cintura y ponerse de puntillas para besarlo.

Un cosquilleo ardiente en los dedos que rozaban la cadena le hizo comprender que el conjuro había dado resultado. Hincando la rodilla izquierda en el suelo, se enrolló el cordón de plata sobre el tobillo y volvió a engarzarlo. La quemazón se trasladó aquella parte de su piel, y antes de que su voluntad pudiera intervenir ya estaba caminando a buen paso tras el rastro de Álex.

Sabía que lo único que tenía que hacer era dejar que sus pies la guiasen y seguir pensando en Álex para no romper el encantamiento. Y así, sus pasos la fueron llevando de una calle a otra, atravesando canales y puentes, mientras ella avanzaba como una sonámbula, la mayor parte del tiempo con los ojos cerrados.

El conjuro le producía una extraña ebriedad, una sensación de bienestar que hacía mucho que no sentía. Una sonrisa alucinada se instaló en su rostro, y durante algunos minutos incluso llegó a olvidar el motivo de aquella persecución.

Hasta que, en un momento dado, sus pasos se detuvieron bruscamente.

Jana abrió los ojos, y reconoció el lugar enseguida. Se encontraba a la entrada de la Calle dei Morti, donde estaba el palacio del misterioso Armand. No era posible que Álex hubiese dado con él nada más llegar a Venecia… ¿O sí lo era?

Recordando su visita anterior a aquel rincón de la ciudad en compañía de Yadia, se dirigió sin la menor vacilación hacia el muro gris que cerraba la callejuela. Al igual que la otra vez, había un graffiti rojo de un caballo toscamente dibujado sobre la piedra del muro. Cuando Jana lo tocó, el muro se desmoronó levantando una nube de polvo, y detrás apareció la fachada transparente, que poco apoco fue adquiriendo consistencia. Jana subió de dos en dos los escalones apenas visibles que conducían a la puerta del extraño palacio. Se detuvo en el rellano circular, ante la brillante puerta negra, y comenzó a llamar con los nudillos, trazando con sus golpes el perfil de la cabeza del caballo.

En cuanto la puerta se abrió, Jana se quedó petrificada en el umbral. Frente a ella, al otro lado del vestíbulo, había una puerta abierta a través de la cual se veía una ventana gótica que daba a un ancho canal. Y ante la ventana, dándole la espalda, reconoció la silueta de Argo. Parecía un ángel lisiado y enfermo, que solo de milagro se mantenía en equilibrio.

Dentro de aquella misma estancia, en un rincón que no resulta visible desde el vestíbulo, se oían voces.

—El principio lo pongo yo, y ha subido desde la última vez que hablamos —dijo una de ellas—. Es lo que hay… Lo tomas o lo dejas.

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