Tatuaje II. Profecía (14 page)

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Authors: Javier Pelegrín Ana Alonso

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

BOOK: Tatuaje II. Profecía
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—No seas ridículo Yadia —respondió la otra voz con aspereza—. No puedo darte más de lo que te he dado. No tiene sentido que me amenaces… ¿Qué vas hacer devolvérselo a Corvino?

Un escalofrío recorrió de arriba abajo la espina dorsal de Jana. Había reconocido la segunda voz en cuanto oyó las primeras palabras. Se trataba de Álex…

Sin tomarse ni un segundo para reflexionar, entró como un huracán en la habitación donde negociaban los dos conspiradores. Ambos miraron simultáneamente hacia la puerta, sorprendidos. Incluso Argo se volvió al instante, alertado por la respiración jadeante de la muchacha.

Los ojos de Jana se encontraron con los de Álex, más azules y fríos que nunca.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó—. No deberías haber venido…

Aquello era más de lo que Jana podía tolerar.

—¿Ah, no? —Replicó, irónica—. ¿Y qué se supone que debía hacer, quedarme plantada en la calle, en el mismo sitio donde tú me dejaste?

Álex se encogió levemente de hombros, mientras Yadia sonreía sin disimulo.

—Podrías haber vuelto al palacio de Nieve. Tienes las llaves, y sabías que no había nadie.

—Te olvidas de una cosa. —Jana casi siseaba de indignación—. Quedamos en que yo también iba a participar en la búsqueda, ¿recuerdas?

Álex tardó unos segundos en responder.

—Ya ves que no era necesario —dijo al fin—. Yadia sacó a Argo del palacio por encargo mío… Pensé que era la mejor opción.

Jana avanzó un paso hacia él.

—Es increíble —comenzó. La voz le temblaba de rabia—. Has dejado que yo cargue con la culpa delante de Nieve, y resulta que habías sido tú… ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Pensabas ocultármelo todo el tiempo?

Álex suspiró.

—Confiaba en que no te enterases, sí. Siempre subestimo tus poderes… Está claro que, a pesar de lo que sucedió en la Caverna Sagrada, la magia sigue estando mal repartida.

—Digamos que yo sé utilizar la pequeña porción que me corresponde mejor que la mayoría —contestó Jana, mirando de reojo a Yadia—. Pero esa no era la cuestión, ahora… ¿Cómo has podido llegar a un trato con él, dejándome a mí fuera?

Yadia se sacudió con dignidad sus largos cabellos blancos hacia atrás, y emitió un ruidoso bufido.

—Bueno, ya está bien —dijo—. Sois tal para cual, y yo he pecado de ingenuo confiando en vosotros… Vámonos, Argo. Conmigo estarás más seguro que con ellos; está claro que no nos necesitan.

Argo se apartó lentamente de la ventana y clavó los ojos en Álex. Este pareció entender de inmediato el significado de aquella mirada.

—De eso nada, Yadia —dijo con firmeza—. Lo siento, pero Argo se queda conmigo. Fue lo pactado desde el principio… Tú solo tenías que liberarlo, y ya has recibido tu paga por hacerlo.

Yadia sonrió con afectación.

—Estás yendo muy deprisa —gruñó—. Por lo visto, has olvidado que sé muchas cosas que a ti no te convienen que circulen por ahí. ¿Cuánto crees que me pagaría Corvino por esa información? Por no hablar de Glauco…

Un relámpago atravesó los ojos de Álex.

—Déjate de rodeos —dijo—. ¿Qué es lo que quieres?

Yadia miró pensativo a Argo.

—Quiero ser yo quien lo proteja —dijo—. Puedo hacerlo mejor que tú. Y a cambio… Yo sé que él tiene enormes riquezas escondidas. Se ha pasado miles de años reuniendo su pequeño tesoro. Quiero que lo comparta conmigo… Aunque estoy dispuesto a negociar, para que tú y tu novia participéis también en el negocio.

El rostro de Argo se contrajo en una mueca de repugnancia.

—No es eso lo que quiere —murmuró—. Quiere el libro, como vosotros.

Jana miró fijamente a Álex, sin molestarse en intentar ocultar su asombro. Por más que lo intentaba, no conseguía entender lo que estaba pasando. Yadia y Argo parecían dar por sentado que ella y Álex estaban juntos en aquella negociación. Sin embargo, era evidente que Álex había intentado dejarla al margen… Y que sabía mucho más acerca del Libro de la creación de lo que le había contado.

Una desagradable risotada de Yadia interrumpió sus reflexiones.

—El libro —repitió el cazarrecompensas con desdén—. ¿Crees que soy tan ingenuo como para tragarme esa historia? A estos a lo mejor consigues engañarlos, pero a mí no. El vídeo estaba trucado, estoy seguro. Así que por el libro no te preocupes; a mí no me interesa.

Evitando la mirada de Yadia, Argo se acercó a Álex con expresión casi suplicante.

—No le creas —dijo—. Es un bastardo varulf, lo único que quiere es encontrar el libro y entregárselo a Glauco a cambio de que le acepten en el clan… Él no puede protegerme, Álex. No es lo bastante poderoso, pero vosotros sí.

Álex asintió.

—Dije que te protegería y lo haré.

Una sombra de desconfianza cruzó el rostro del viejo guardián.

—No te llevaré hasta el libro si no me das tu palabra de que me protegerás. No solo hasta que te lo entregue; también después… Aunque después, si todo sale bien, tal vez ya no necesite ninguna protección.

—Eres idiota, Argo —siseó Yadia—. Suponiendo que le libro existiera, él no te dejaría usarlo, ¿no te das cuenta? Quiere encontrarlo para destruirlo.

Jana observó que las pupilas de Álex se encogían, y comprendió que Yadia había dado en el clavo.

De modo que era eso. Álex había averiguado la existencia del libro al mismo tiempo que ella, y había decidido localizar la copia realizada por Dayedi para destruirla. Quizá tuviera intención de contárselo aquella misma mañana, cuando acudió a su habitación para despertarla. Pero, al darse cuenta de que Jana estaba pensando en utilizar el libro para devolverle la vida a Erik, cambió de opinión, y decidió no informarla de sus planes.

—No podrás destruir el libro —murmuró—. Arawn lo intentó, y no pudo hacerlo…

—Este no es el verdadero libro —contestó Álex sin mirarla—. Tan solo es una copia.

—Lo importante es el texto; ¿qué más da que sea una copia o no? —insistió Jana—. No debes intentarlo siquiera, Álex. Podría acabar contigo, pero no solo contigo. Si lo destruyes, podrías destruirlo todo… ¡Argo, díselo tú!

Argo sonrió con desdén.

—No me importa que lo destruya, con tal de que antes me deje utilizarlo para volver a ser el que era.

—Pero si quema el libro, no te servirá de nada…

—Te equivocas, Jana —dijo el viejo guardián con una sonrisa—. Álex tiene razón, el libro no es más que una copia… El mundo no se destruirá con él. No es eso lo que debéis temer.

—No es eso… ¿Qué es, entonces? —preguntó Jana.

Argo se irguió un poco antes de contestar. Sus ojos ardían como si tuviera fiebre, y un visible temblor sacudía sus manos.

—El libro os destruirá a vosotros —dijo en un susurro—. Los dos lo queréis, pero no podréis conseguirlo sin traicionaros el uno al otro.

Fue como si aquellas palabras helasen el aire contenido en la habitación. Jana sintió de inmediato el frío, un frío intenso y cruel que le clavaba sus agujas hasta impedirle respirar.

—Si os creéis las mentiras de este viejo, tendréis merecida cualquier cosa que pueda pasaros —dijo Yadia con una mueca de disgusto—. Sé que estoy en inferioridad de condiciones, así que no voy a insistir. Me voy. Ya acudiréis a mí cuando me necesitéis…

—No creo que volvamos a necesitarte —afirmó Álex, sin apartar sus ojos de Argo.

Yadia alzó las cejas y sonrió, mirando a Jana. Luego dándole la espalda, comenzó a avanzar arrastrando los pies hacia la puerta.

—Muy bien, como queráis —dijo, girándose por última vez antes de salir—. Buena suerte, entonces… Creedme, la vais a necesitar.

Capítulo 13

Cuando Yadia se fue, Argo dejó escapar un suspiro de alivio.

—Gracias, supongo —dijo, mirando a Álex—. No habría podido soportar volver a depender de él.

—Deberías estarle agradecido —repuso Álex, echando una mirada al vestíbulo—. Gracias a él eres libre… No sé cómo se las ha arreglado para romper el conjuro de protección de Corvino y sacarte del palacio.

—Tu amiga no parece muy conten ta de que haya escapado —dijo, señalando a Jana con el dedo.

En el rostro de la muchacha se dibujó una mueca de fastidio.

—No voy a discutir contigo, Argo. Estas aquí y puedes llevarnos hasta ese libro, según dices… Muy bien, pues llévanos.

—Ahora no vamos a ir a ninguna parte, Jana —intervino Álex—. Nieve y Corvino están peinando la ciudad para dar con él; hay que esconderlo, al menos por un tiempo.

—Entonces, quedémonos aquí —repuso ella—. No creo que encontremos escondrijo mejor.

—Vamos, Jana; aquí no po demos quedarnos —dijo Álex. Parecía muy cerca de perder la paciencia, a juzgar por el tono cortante de su voz—. Yadia sabe dónde estamos, y se ha ido bastante molesto. No me extrañaría que nos echase encima a los varulf en cualquier momento… No te preocupes, he alquilado una suite en el hotel Cimarosa. Es un sitio discreto, y he tomado la precaución de registrarme con un nombre falso.

—¿Desde cuándo tenías planeado todo esto?

Álex sonrió, aunque sus ojos no reflejaron ninguna alegría.

—No hace mucho —contestó—. Ya te dije que he estado bastante ocupado…

—Uno terminará traicionando al otro —le interrumpió Argo, frotándose las manos con satisfacción—. Esto empieza bien, muy bien… Un regalo envenenado. Siempre he sabido que no hay nada más dañino que un regalo bien elegido.

Jana lo miró con aprensión, pero Álex avanzó hacia ella y tomó una de sus manos entre las suyas.

—No le hagas caso —dijo—. Está desvariando. Suponiendo que ese libro exista, no permitiré que nos separe.

—Ya. —Jana retiró la mano—. ¿Por eso quieres destruirlo?

Se hizo un hondo silencio mientras los jóvenes se sondeaban mutuamente con la mirada. Así permanecieron durante más de un minuto, hasta que la luz azulada procedente del vestíbulo los distrajo.

Ambos se giraron al mismo tiempo hacia la puerta. Y allí, erguida y desafiante como nunca la habían visto, estaba Nieve.

—Heru me lo advirtió —dijo. Su voz, a la vez ronca y apasionada, delataba la violencia de su decepción—. Me dijo que no me fiase de vosotros, pero yo no quise hacerle caso… Álex, ¿cómo has podido?

—Ningún tribunal lo ha juzgado, que yo sepa. Vosotros dos os creéis la ley… Pero no lo sois.

Nieve se había puesto tan pálida que su piel casi parecía translúcida.

—¿Desde cuándo eres tan comprensivo con él? Intento matarte, Álex. Lo habría hecho de no ser por Erik.

—Lo sé. Pero eso no justifica que lo mantengáis secuestrado.

La aureola de luz azul que rodeaba a la guardiana se volvió más intensa y oscura.

—Ha sido ella, ¿verdad? —dijo, señalando a Jana, que se mantenía al margen de la escena, a pocos pasos de Argo—. Ella te ha convencido de que lo liberaras. No intentes negarlo, Yadia me lo ha contado todo. ¿Cómo lo has conseguido, Argo? ¿Qué les has prometido para que se pusieran de tu parte?

Argo hizo un gesto desganado con la mano, mientras afloraba a sus labios una malévola sonrisa.

—Intenta adivinarlo, querida. Vuélvete a casa y siéntate con Corvino a reflexionar…

Un rugido inhumano e insoportablemente agudo ahogó las últimas palabras del anciano. Era la voz de Nieve. Brotaba de su garganta como un torrente de sonidos cristalinos, alzando un viento destructor alrededor de la inmóvil figura de la guardiana.

Todo sucedió a la vez: la fuerza huracanada de aquel viento mágico agitó las cortinas, derribó los escasos muebles de la habitación y alzó en volandas a Jana y a Argo, lanzándolos violentamente contra la pared del espejo. Al mismo tiempo, los vidrios de la ventana estallaron todos de golpe, cayendo al suelo en una lluvia de diminutos fragmentos. Solo Álex permanecía en pie en medio del desastre. El viento sonoro de Nieve azotaba cruelmente su rostro, pero él ni siquiera bajó la mirada.

En lugar de eso, Jana le vio extender ambas manos con las palmas abiertas, como si quisiera detener el vendaval. Y también vio cómo el viento se estrellaba contra un muro a escasos centímetros de aquellas manos, condensándose en una tromba de agua que retrocedía como una ola atraída por el interior del océano. El océano parecía ser Nieve… En pocos segundos, el agua la cercó por todas partes y la envolvió en un torbellino que ocultaba casi completamente su figura. Su sobrenatural chillido no cesó, aunque ahora sonaba quebradizo, intermitente. Parecía imposible que sobreviviese a la fuerza despiadada de su propia violencia, que Álex había transformado mágicamente en agua.

Jana observaba la escena desde el suelo, petrificada. Se había golpeado la cabeza, y la conmoción había conseguido nublarle la vista durante segundos, al cabo de los cuales consiguió finalmente reaccionar. Tenía que ayudar a Álex, terminar con aquello de una vez ates de alguien resultase herido…

Se había olvidado de Argo, y cuando lo vio saltar a través del ventanal roto ya era demasiado tarde para detenerlo. Jana se precipitó tras él y lo vio caer unos metros para luego remontar el vuelo pesadamente, como un buitre herido…

—Se escapa —gritó, volviéndose hacia el interior de la estancia—. Argo ha saltado, se escapa volando…

El viento se detuvo abruptamente, y las aguas que envolvían a Nieve se evaporaron con la rapidez de un sueño. Un Álex pálido y tembloroso se lanzó hacia el ventanal, mientras Nieve permanecía totalmente quieta, mirando el cielo desde el centro de la habitación con ojos desencajados.

Los tres vieron sobrevolar el canal a baja altura, alejándose en dirección a la Laguna. Jana cogió del suelo una pluma negra que se había desprendido de sus alas al arrojarse por la ventana. Mientras seguía con la vista la trayectoria del guardián, concentró todos sus esfuerzos en establecer un vínculo mágico con las alas de Argo a través de aquella pluma. Rememoró el sabor arenoso del ojo que Argo le había entregado, el momento en que este se disolvió en su boca, instantes antes de provocarle una visión. Notó que el vínculo se fortalecía a través de aquel recuerdo, y a partir de ese instante pudo seguir la huida de Argo con los ojos cerrados, viendo interiormente lo mismo que él veía.

El guardián no estaba asustado. Una sensación de euforia lo invadía cada vez que miraba hacia abajo, hacia la amplia panorámica de canales flanqueados por palacios de mármol y ladrillo que se extendía a sus pies, cada vez más lejos. Una corriente de brisas tibia le había ayudado a ganar altura, y sus alas apenas tenían que esforzarse para proyectarlo hacia delante. Le bastaba con mantenerlas bien extendidas, flotando en el viento, y batiéndolas cada vez que este debilitaba el empuje.

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