Read Tatuaje II. Profecía Online
Authors: Javier Pelegrín Ana Alonso
Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil
—Ya. Delante de mí y de otras trescientos personas…
Álex señaló el pasillo central, que ya se encontraba casi totalmente despejado.
—Vamos —dijo con desgana—. No quiero seguir con esta discusión.
Salieron al vestíbulo, donde se había congregado una pequeña multitud alrededor de la barra del bar. Un camarero sudoroso, con la pajarita ladeada, iba y venía detrás de la barra sirviendo botellines de agua y cervezas en vasos de plástico. Cuando Jana y Álex se aproximaron, todos los rostros se volvieron simultáneamente hacia ellos en medio de un aluvión de cuchicheos. La mujer del tipo de la lotería, que sostenía rígidamente un enorme vaso de refresco, clavó en Álex sus ojos mezquinos y ansiosos.
—Será mejor que nos vayamos —sugirió Jana, tirando suavemente del brazo de su amigo—. Quedarnos aquí no sería buena idea. Hay otros bares en Venecia bastantes mejores que este.
—Quería comprar una botella de agua —replicó Álex, sin moverse—. Se me ha puesto la boca seca, y tardaremos un buen rato en llegar al hotel.
—Hazme caso. La compraremos fuera.
Reaccionando por fin, Álex siguió a Jana hacia la salida, y ambos enfilaron apresuradamente una calle lateral para alejarse lo más deprisa posible del siniestro teatro.
Caminaron a la luz de los anticuados faroles durante un buen rato sin tocarse. El agua oscura de los canales reflejaba las luces de las escasas ventanas iluminadas.
—No te entiendo —dijo Jana después de unos minutos, incapaz de seguir esperando respuestas que no llegaban—. ¿Cuánto tiempo llevas en Italia? Estabas a dos pasos de mí, y ni siquiera contestabas a mis llamadas… ¿Qué me estás ocultando?
—Intentaba protegerte. —Quizá por efecto de la tensión, Álex había apretado el paso, y a Jana le costaba trabajo seguirle—. Encontré una pista sobre el libro y quise averiguar qué había detrás. Pero pensé que sería peligroso; y estaba seguro de que tú te empeñarías en acompañarme si te lo contaba…
—Ya. Muy caballeroso de tu parte —le interrumpió Jana, mordaz—. Como si no te hubiera demostrado ya bastantes veces que sé cuidar de mí misma.
—Me preocupo por ti; no sé por qué te extraña tanto.
Siguieron caminando unos minutos más sin dirigirse la palabra, concentrados en las luces oscilantes de las escasas góndolas que aún circulaban por los canales. Atravesaron una pequeña plaza de aspecto encantador. En el bajo de una de las casas había un restaurante con un toldo de franjas blancas y amarillas, brillantemente iluminado. Jana pensó en proponerle a Álex que se quedaran a cenar allí, pero enseguida cambió de idea. Ninguno de los dos estaba de humor para una cena romántica. Y la discusión le había quitado el apetito.
Dejaron atrás aquel refugio cálido y acogedor y se adentraron en una calle oscura y desierta. Los tacones de Jana resonaban con un chasquido metálico cada vez que daba un paso sobre los adoquines de la calzada. En cambio, las zapatillas deportivas de Álex apenas hacían ruido.
—¿No vas a contarme lo que paso? —preguntó ella al fin—. ¿Cómo te enteraste de la existencia de Armand?
Sus miradas se cruzaron en el instante en que atravesaban el rectángulo de luz de un portal abierto.
—Empecé a tener sueños extraños. Fue antes de que nos dieran las vacaciones… Siempre era lo mismo. Una escena angustiosa que se repetía cada noche, y en la que aparecía el Libro de la Creación.
—Yo también tuve sueños; o, más bien, visiones… Pero fue después de que Argo me hablase por primera vez del libro. ¿Qué soñabas exactamente?
—Pues… Es difícil de explicar. Detrás de mí, a mi espalda, había una luz muy intensa, casi abrasadora; una luz de una fuente desconocida… La luz proyectaba una sombra muy alargada de mi cuerpo, tan enorme que se perdía en la distancia. Y oculto en aquella sombra estaba el libro. Yo sentía su presencia, sentía que me llamaba, pero por más que me esforzaba no podía verlo. Era como si mi sombra se lo hubiese tragado.
Una lancha enfiló el canal junto al cual caminaban y pasó junto a ellos con un ruido de motores que se superponía al borboteo del agua. La luz de la embarcación proyectó un reflejo amarillento sobre el rostro en sombras de Álex.
—¿Cómo supiste que era el Libro de la Creación? —preguntó Jana.
Álex meditó un instante su respuesta.
—Esa información formaba parte del sueño, supongo —explicó—. Yo sabía que en la sombra había un libro, y sabía que el libro era poderoso y terrible y que se llamaba «el Libro de la Creación».
—¿Sabías que era un libro de los kuriles?
—No. Eso lo supe más tarde, cuando empecé a hacer averiguaciones.
Jana buscó su mirada en la oscuridad, pero no la encontró. Álex tenía la vista clavada en el extremo del canal, hacia donde caminaban a buen ritmo.
—¿Cómo llegaste hasta Armand? —preguntó la muchacha—. Supongo que Argo te habló del libro mientras viviste con los guardianes…
—Te equivocas; ninguno de ellos lo mencionó jamás. He tenido que averiguarlo todo por mi cuenta. Y no ha sido nada fácil, te lo aseguro.
—Puedo imaginarlo. Le pregunté a mi hermano David y nunca había oído hablar de él. Y si David no lo conoce, debe de conocerlo muy poca gente… ¿Quién te puso sobre la pista?
Le pareció que Álex esbozaba una leve sonrisa.
—No te lo vas a creer. La encontré en la biblioteca del colegio. Nunca me había dado por mirar el departamento de «donaciones antiguas», pero hay verdaderas joyas…
Jana asintió, pensativa. El colegio Los Olmos había sido, durante más de un siglo, un importante enclave medu. No era extraño que en su biblioteca pudiesen encontrarse textos relacionados con la historia de los clanes… Las dos medu de la junta directiva del centro, ambas pertenecientes al clan de los albos, habían decidido un par de meses atrás añadir las colecciones medu a la biblioteca general del colegio, juzgando que el tiempo de los secretos había pasado.
—Quizá el libro nos esté llamando —conjuró, insegura—. Hasta ahora yo tenía mis dudas, porque sabía que Argo podía haber falseado mis visiones para manipularme. Pero, según dices, tus visiones no tuvieran nada que ver con Argo, y está claro que el propósito de esas visiones era conducirte hasta el libro. Es lo mismo que has pensado tú, ¿no? Por eso has estado buscándolo.
Al final de la calle había una placita ovalada con una extraña iglesia de piedra ros en el centro. Álex se quedó inmóvil sobre el empedrado, mirado su torre levemente inclinada hacia la derecha, pero Jana tuvo la impresión de que sus pensamientos se encontraban muy lejos de que aquella torre.
—No sé si el libro nos está llamando o no. Y tampoco estoy seguro de querer escuchar su llamada —dijo en voz baja.
—Pero, entonces, ¿por qué has seguido su pista? ¿Por qué fuiste a Vicenza a examinar el cadáver de Armand?
Álex se encogió de hombros.
—No por la razón que piensas, Jana. Es cierto que he estado buscando el libro, pero lo único que quiero hacer con él es destruirlo.
Incrédula, Jana se echó a reír.
—Tiene que ser una broma —dijo—. Estamos siguiendo el rastro de un objeto increíblemente poderoso, un libro que podría cambiarlo todo, y tú quieres destruirlo. Y, para colmo, no me dices nada… ¿Cuándo pensaba contármelo?
—Cuando llegase el momento —repuso Álex, reanudando lentamente la marcha en dirección a la parte trasera de la iglesia—. Pensé que tardaría un poco más en llegar, eso es cierto…
—Si yo no hubiera tenido visiones del libro, si no te hubiera contado de Armand, tú no me habrías dicho nada —dedujo Jana—. Es lo que tú hubieras preferido, no intentes negarlo.
Álex la miró a los ojos por encima del hombro izquierdo. Sus pasos eran decididos, pero a la vez nerviosos, bruscos.
—No lo niego —reconoció, sin alterarse—. Lo siento Jana, pero a veces tengo la sensación de que tú te resistes a ver las cosas como son en realidad. Sigues anclada al pasado, a los deberes y tradiciones de tu clan, y continúas pensando que cualquier cosa que pueda aumentar el poder del clan en el futuro es buena. Pero te equivocas.
El letrero iluminado del hotel Cimarosa apareció en el extremo de la calle lateral. Atravesaron un puente de piedra y se encaminaron hacia allí.
—No te entiendo —murmuró Jana, exasperada—. ¿Por qué ese empeño en destruir el libro? ¿Por qué te parece tan peligroso?
—Porque posee un enorme poder, un poder que podría llegar a resultar catastrófico si cayese en manos equivocada.
—Eso es cierto. —Jana recordó con una punzada de temor la mirada burlona de Yadia—. Gracias a ese maldito cazarrecompensas, los varulf ahora saben tanto como nosotros. Si hubieras confiado en mí antes… En fin, ya no tiene remedio.
Se estaban aproximando al hotel, en cuyas escaleras charlaba animadamente un grupo de turistas octogenarios. Instintivamente, Jana buscó la mano de Álex. De pronto, se sentía extrañamente fuera de lugar en medio de aquella ciudad llena de extranjeros que lo ignoraban todo acerca de los medu, y que lo único que pretendían era hacerse fotos junto a los principales monumentos y pasárselo bien.
Álex pareció comprender su sensación de extrañeza, porque le apretó suavemente la mano, como para recordarle que estaba a su lado. Ambos pasaron sin decir nada junto al grupo de ancianos, atravesaron el elegante vestíbulo decorado con pesados ramos de lirios y gladiolos y se metieron en el ascensor.
—De todas formas, no me has explicado cómo diste con la pista de Armand —dijo Jana, pulsando el botón del tercer piso—. Eso no pudiste encontrarlo en los libros de la biblioteca.
—Pues fue allí donde lo encontré —repuso Álex con el ceño arrugado—. La segunda vez que consulté el tomo donde relataba la leyenda del Libro de la Creación, encontré dentro un recorte de periódico italiano, metido entre las páginas que narraban la leyenda. Contenía un solo artículo, que hablaba de la muerte de Armand en extrañas circunstancias.
El ascensor se había abierto, y ambos avanzaron sobre el pasillo alfombrado de púrpura en dirección a la suite que compartían.
Álex introdujo la tarjeta de la habitación en la ranura, y el picaporte cedió con un breve chasquido. Ya en el interior, metió la tarjeta en una segunda ranura adherida a la pared, y las lámparas de la suite se encendieron todas a la vez, bañando el vestíbulo y el ancho corredor que comunicaba a las dos habitaciones en un juego de luces cálidas y agradables.
—Yo sabía que el recorte no estaba allí la primera vez que consulté el libro —continuó explicando Álex mientras Jana, sentada sobre su cama, se quitaba los zapatos—. Pensé que era una pista, que alguien quería guiarme hasta el cadáver de Armand. Así que, en un impulso, me compré un billete de avión a Roma y, desde allí, cogí un tren a Vicenza…
—¿Lo relacionaste conmigo? —preguntó Jana mirándole a los ojos—. Sabías que yo estaba aquí, que Argo había insistido en verme. Vicenza está cerca de Venecia… A la fuerza tuviste que pensar en mí.
—Pensé que podía haber alguna relación —admitió Álex—. Y sigo pensándolo. Quizá todo esto no sea más que una estratagema de Argo para vengarse de nosotros, Jana. Tú sabes que nos odiaba, tanto a ti como a mí.
—Pero empezaste a tener sueños antes de que lo capturaran —objetó Jana—. No puede haber ninguna relación….
—¿Por qué no? Argo pudo inducirme esos sueños. Pudo ingeniárselas para que algún alumno del colegio dejase ese recorte en el ejemplar que sabía que yo iba a consultar. Quizá ni siquiera exista el Libro de la Creación, Jana. Ha jugado con nosotros… Y también con Yadia, y con los varulf.
Jana comenzó a frotarse la puntera dolorida del pie derecho, embutido en una fina media de lycra. Cuando Álex dejó de hablar, levantó los ojos hacia él.
—¿Y cómo explicas lo que hemos visto esta noche? —preguntó—. Ese tipo hizo de magia de verdad. Y sabe algo del libro, de eso no hay duda.
—Podría formar parte del plan de Argo. Quizá él le encargó que nos impresionase, que desplegase ante nosotros sus mejores trucos.
—No. Argo no le habría confiado a un simple actor el secreto del libro, y estoy segura de que Armand lo conoce.
—¿Por qué estás tan segura? —preguntó Álex, intrigado.
Jana pensó en contarle lo de la voz interior que había oído al final del espectáculo de magia, mientras las luces permanecían apagadas. Armand le había hablado del libro, aunque nadie más le hubiese oído… Pero Álex no había confiado en ella durante todo aquel tiempo, se modo que finalmente decidió guardarse el secreto.
—Lo sé, eso es todo —se limitó a decir—. Y también sabe otras cosas relacionadas con nosotros, estoy segura. Aunque no entendí por qué insistía en preguntarte si estarías dispuesto a matar… ¿Tú sabes a qué se refería?
—No —contestó Álex, dándole bruscamente la espalda—. No tengo ni idea.
«Está mintiendo —pensó Jana de inmediato—. Es evidente que sigue ocultándome algo, y tiene que ser algo terrible, porque ni siquiera es capaz de mirarme a los ojos…».
Lo oyó alejarse por el pasillo, entrar en el baño y abrir el grifo del lavabo. Mientras escuchaba distraída el rumor del agua, sus pensamientos volvían una y otra vez a las extrañas palabras que Armand le había dirigido a Álex en presencia de todo el teatro. «Era como si le estuviese esperando —murmuró, casi sin darse cuenta—. Como si quisiese advertirle de algo».
Álex reapareció en el umbral de su habitación secándose las manos con una toalla blanca.
—Podríamos pedir la cena al servicio de habitaciones —sugirió, en un tono quizá exageradamente despreocupado—. Es un poco tarde para salir, y la verdad es que a mí no me apetece…
—De acuerdo. Pero, antes de pedir, me gustaría que probásemos una cosa.
Un brillo pícaro apareció en los ojos de Álex, pero volvió a desaparecer en cuanto el muchacho observó el gesto sombrío de Jana.
—No tiene nada que ver con lo que estás pensando —dijo ella, impaciente—. Quiero que intentemos tener una visión… Los dos juntos.
Le pareció que Álex palidecía.
—¿Una visión, ahora? —murmuró—. ¿Lo crees necesario?
Ella asintió con firmeza.
—Es la única forma de saber si las visiones las provocaba Argo o si proceden directamente del libro. Ahora que Argo ha muerto, si conseguimos ver el libro otra vez sabremos con seguridad que no ha sido cosa suya.
—Pero podría ser cosa nuestra —dijo Álex—. Quiero decir que estamos sugestionados, y eso podría bastar para provocar una visión relacionada con el libro…