Read Tatuaje II. Profecía Online
Authors: Javier Pelegrín Ana Alonso
Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil
Envuelto en una toalla, había esperado inmóvil, con el oído atento, a que la puerta se abriese del todo y Jana entrase en la suite, hasta que se dio cuenta de que se había equivocado y de que la puerta no iba a abrirse. Parecía que, esta vez, sus sentidos le habían jugado una mala pasada. Probablemente, la ansiedad le había hecho confundir sus deseos con la realidad. Jana no había regresado todavía, de modo que tendría que seguir esperando. Y eso era lo que había hecho durante toda la mañana…
Pero ya no podía soportarlo más.
En la habitación no hacía frío, pero tantas horas de inmovilidad sin otra prenda encima que los pantalones del pijama lo habían dejado destemplado. Se dirigió al armario y, con un tirón inútilmente violento, abrió la puerta, cogió una camiseta gris del estante superior y se la puso.
—Estoy harto —dijo entre dientes.
Buscó con la mirada el teléfono móvil, pensando en telefonear a Jana, pero en ese instante se le ocurrió una posibilidad que le hizo abandonar la idea de la llamada y dirigirse a toda prisa hasta la habitación de la muchacha. ¿Y si Jana se había ido del hotel? ¿Y si la discusión de la noche anterior la había impulsado a alejarse de él y se había mudado a otro establecimiento, o tal vez al palacio de Nieve? Esta última idea, pensándolo bien, resultaba bastante absurda, pero, aun así, Álex necesitaba comprobar que las cosas de Jana seguían en su sitio para tranquilizarse.
En cuanto se asomó al umbral del cuarto de la muchacha, el corazón empezó a latirle con violencia. La maleta no estaba en el suelo, junto al tocador, donde ella la había dejado. ¿Cómo era posible que antes no se hubiese dado cuenta? Había entrado a eso de las diez y cuarto, poco después de despertarse, con la esperanza de encontrarla todavía dormida; y, al ver que no estaba, se había vuelto malhumorado a su propia cama. ¿Cómo podía explicarse que no hubiese notado entonces la ausencia de la maleta?
Y no solo eso… Sobre la cómoda, junto a una botella de agua mineral medio vacía, había una nota escrita a mano. Álex la cogió y se la acercó a los ojos. Estaba escrita a lápiz, con la letra apresurada y casi ilegible de Jana, y decía lo siguiente:
Me vuelvo a casa. He encontrado plaza en un vuelo que sale a mediodía. Lo siento, Álex. Necesito pensar, y necesito estar sola. No me llames en unos días… Lamento todo esto.
La nota no estaba firmada, pero tampoco era necesario.
Jana se había ido sin despedirse, era evidente. Pensándolo bien, a Álex ni siquiera le sorprendía demasiado. Sabía que estaba resentida con él por no haber contestado a sus llamadas en los días anteriores. Y también sabía que su reacción después de la visión compartida, la noche anterior, había sido injusta y desproporcionada. Al fin y al cabo, no podía culparla por algo que ni siquiera había sucedido realmente. El beso entre Jana y Erik, ese beso que había irrumpido en la visión para transformar de pronto todo su significado, podía tener un sentido puramente simbólico, como la propia Jana se había encargado de señalar. Y él había reaccionado como un patán celoso e irracional, sacando lo peor de sí mismo…
Por eso no quería encontrar el libro. Sobre todo, no quería encontrarlo con ella. Si algo habían dejado claro las visiones, al menos para él, era que el libro terminaría separándolos. Peor aún; lo había visto ya en varias ocasiones, a veces en sueños, a veces en breves alucinaciones que le asaltaban estando despierto. El libro le estaba llamando, pero cualquier respuesta suya a esa llamada implicaría hacerle daño a Jana.
En todo caso, la visión de la víspera había sido distinta. En las visiones anteriores, él se contemplaba a sí mismo proyectando una sombra oscura y amenazadora a su alrededor, y sentía que esa sombra lo guiaba como un imán hacia el muro de un templo (o quizá fuese una caverna), una pared cubierta de símbolos que constituían el texto del Libro de la Creación. Los símbolos lo atraían fatalmente, como la luz a las polillas. Necesitaba leerlos, su llamada era tan imperiosa que no podía resistirse a ella. Pero Jana se interponía en su camino. Estaba en el medio, y le impedía ver los signos con claridad. Necesitaba apartarla. Le gritaba que se alejase, pero ella no parecía oírlo. Seguía allí, sonriéndole, incapaz de comprender nada, convencida de que aquello que él perseguía era algo que podían compartir. Exasperado, Álex continuaba su avance, decidido a cualquier cosa con tal de llegar hasta el muro que contenía los signos del libro. Y cuando alzaba la mano para apartar a Jana, oía una voz. Era la voz de Erik ordenándole que se detuviera, que no tocase a Jana, porque si la tocaba, aquel contacto lleno de odio y ambición la mataría.
Aquellos detalles se habían repetido en cada una de las visiones que había tenido sobre el Libro de la Creación; en todas, salvo en la de la noche anterior. En la visión que había compartido con Jana, Erik no hacía nada para detenerlo. Él y Jana yacían tendidos en una tumba, abrazados el uno al otro y bañados en la luz fría de la Esencia de Poder. Por un momento, Álex se había olvidado del libro al verlos, y había deseado con todas sus fuerzas interrumpir aquel abrazo e interponerse entre los dos. Pero la atracción del libro era más fuerte incluso que los celos, de modo que había dejado a un lado sus sentimientos y había continuado avanzando. Esta vez, nadie se interponía en su camino. Incluso llegó a leer el primer símbolo del libro… ¿Cuál era? Lo había olvidado.
Solo sabía que aquella lectura había marchitado la vida de Jana. Ese detalle de la visión no había cambiado. Una parte de él estaba convencida de que era el único en el mundo capaz de leer sin ser destruido la copia kuril del Libro de la Creación; pero esa misma parte le decía que el precio que tendría que pagar a cambio de leerlo habría de ser la destrucción de Jana.
Aturdido por la visión del cuarto vacío, Álex se sentó en la cama deshecha. El aroma fresco del perfume de Jana todavía impregnaba las sábanas. En un arranque de autocompasión, enterró el rostro en la almohada y dejó que el nudo de su garganta se deshiciese en un sollozo. Pero antes de que las lágrimas llegasen a aflorar a sus ojos, se incorporó de nuevo, saltó de la cama y, en apenas media docena de zancadas, recorrió el pasillo que conducía a la puerta de la suite.
Antes de salir, se fijó en que la tarjeta-llave continuaba en su sitio, junto al interruptor de la luz. La arrancó de un tirón, presionó el picaporte y se asomó al pasillo. Como era de esperar, no vio a nadie.
Al fondo del pasillo, junto al vestíbulo de los ascensores, había un carrito lleno de sábanas y toallas. Dejando que la puerta se cerrase por sí sola, Álex fue hacia él. Quizá algunas de las mujeres encargadas de arreglar las habitaciones hubiesen visto a Jana. Tal vez pudieran decirle a qué hora se había ido. Si no, preguntaría en recepción. Alguien tenía que haberse fijado en una preciosa muchacha de cabello oscuro arrastrando una lujosa maleta.
Justo cuando llegó a la altura del carrito de toallas, vio salir a una joven con delantal de una de las habitaciones de enfrente. La mujer se lo quedó mirando con expresión interrogante. Llevaba el cabello color miel recogido alrededor de la cabeza en una gruesa trenza. Sus ojos de color avellana, grandes y almendrados, parecían permanentemente sorprendidos. Álex se fijó en el tatuaje vegetal que ascendía por su cuello hasta desaparecer tras su oreja derecha. Después de compartir tantos meses con Jana, sabía lo bastante acerca de los clanes medu como para reconocer un tatuaje del clan de los zenkai cuando lo veía.
Sin saber por qué, la certeza de que la joven pertenecía a uno de los clanes le llenó de inquietud. Los zenkai no eran enemigos de los agmar, pero, aun así, la coincidencia de encontrar a una doncella medu en el hotel se le antojó de pronto un tanto sospechosa. ¿Y si Glauco le había pagado para que espiase a Jana? Lo lógico habría sido que hubiese confiado en un varulf para aquella misión, pero Glauco no siempre actuaba de manera lógica…
La insistente mirada de la muchacha le hizo comprender que estaba esperando a que él hablase.
—Lo siento —se disculpó—. Quería preguntarte si has visto salir a una chica morena de la habitación número 12, con una maleta. No la he oído irse…
—¿Te refieres a Jana, la princesa agmar? —La voz de la joven era apenas un susurro, aunque las palabras llegaban con nitidez a los oídos de Álex—. No te sorprendas, no es una desconocida para nosotros. Sí, la vi salir a eso de las nueve, quizá un poco antes. Me preguntó por la salida que utiliza el personal de servicio. No quería pasar por recepción.
—¿Llevaba una maleta?
—Una Vuitton preciosa. Daría mi trenza por una maleta como esa.
Álex asintió, y por un momento no supo qué más decir. En los labios de la muchacha danzaba una sombra de sonrisa.
—Espero que tú no te vayas también por la puerta de atrás —bromeó—. Alguien tiene que pagar la habitación… Además, a ti no pienso ayudarte; tú no eres un medu.
Le pareció que un brillo duro asomaba a los ojos de la joven al pronunciar aquellas últimas palabras. Quizá también supiese quién era él; eso explicaría aquella mirada. Los medu no sentían precisamente una gran estima hacia el joven humano que les había arrebatado buena parte de sus ancestrales poderes mágicos.
Balbuceando una despedida, Álex se dio media vuelta y regresó lentamente a su habitación. La huida de Jana le irritaba profundamente, pero, al mismo tiempo, le producía un secreto alivio. Que ella regresara a casa significaba que había renunciado a seguir buscando el libro… y que, por lo tanto, él tampoco se vería obligado a buscarlo.
De vuelta en la suite, se tumbó una vez más en la cama, después de entreabrir los postigos del balcón. La luz suave y verdosa de Venecia inundó la estancia. Decidió dejar que el tiempo transcurriera sin pensar en nada, dejándose acariciar por aquella luz temblorosa de reflejos.
En aquel instante, de pronto, ya nada le parecía urgente. Jana se había ido, y le había dejado una nota pidiéndole que no corriese tras ella. Podía tomarse unas horas para reflexionar… Para encajar la nueva situación.
Tres golpes decididos en la puerta del fondo le sacaron del estado de semiconsciencia en el que, poco a poco, se había ido sumiendo. El corazón le dio un vuelco. En el último momento, ella debía de haber cambiado de opinión. Casi no podía creerlo; había regresado…
Se abalanzó descalzo hacia la puerta, y antes de que llamasen de nuevo ya tenía la mano sobre el picaporte. El ímpetu con el que abrió estuvo a punto de hacerle perder el equilibrio.
Al otro lado, enmarcado por la penumbra silenciosa del pasillo, se encontraba David.
—¿Me estabas esperando? —le saludó el hermano de Jana, penetrando en la suite con una sonrisa burlona.
—Creí que era otra persona.
Álex siguió a David hasta la habitación del fondo, la que había ocupado Jana. Observó cómo el muchacho se detenía un instante ante la puerta del otro cuarto, pensativo.
—¿Habitaciones separadas? —preguntó, volviéndose hacia él con expresión interrogante—. ¿Desde cuándo os habéis vuelto tan formales?
—Es… es largo de explicar. Oye, ¿qué estás haciendo aquí?
David se derrumbó sobre uno de los sillones situados ante el balcón y, apoyándose en el respaldo, cerró los párpados. Parecía haber subido muy deprisa, porque respiraba agitadamente. Su mano derecha, enfundada en un guante negro, reposaba en su regazo formando un ángulo extraño.
—¿Dónde está Jana? —preguntó por fin, abriendo los ojos y fijándolos en Álex—. He recorrido medio mundo para traerle noticias…
—¿Noticias? ¿Sobre qué?
David frunció levemente las cejas.
—Vamos, Álex, ¿sobre qué va a ser? Sobre ese maldito libro kuril. Sé que tú también lo has estado buscando, así que no te hagas el tonto conmigo.
—Si estás buscando a Jana, pierdes el tiempo —dijo Álex, molesto con el tono mordaz de su visitante—. Se ha ido esta misma mañana… Por lo visto, ha vuelto a casa.
La expresión de David cambió, volviéndose casi seria.
—¿No te dijo adónde iba? —preguntó, asombrado.
—Ni siquiera me dijo que se iba. Por lo visto, tenía mucha prisa.
David miró de reojo la cama deshecha, pero no dijo nada.
Durante un par de minutos, los dos permanecieron callados.
—Siento que hayas hecho el viaje en vano —murmuró Álex finalmente.
El rostro de David se animó.
—¿Bromeas? —dijo—. Ahora que me he metido en esta historia, no pienso dejarla hasta llegar al final. Lo sabes todo, ¿no? Me dijeron que habías estado haciendo preguntas en Vicenza…
—¿Quién te lo dijo? —Álex lo miró con sorpresa—. No se lo conté a Jana hasta ayer por la noche…
—Los medu seguimos estando muy bien organizados, a pesar de… los cambios. Solo tuve que hacer algunas llamadas, una vez que encontré la pista de ese Armand Montvalier. Hay un par de familias agmar instaladas en Vicenza. Como puedes suponer, estuvieron encantadas de colaborar.
Álex ladeó la cabeza, poco convencido.
—¿Vas a contarme lo que sabes? —preguntó.
David asintió sin la menor vacilación.
—No voy a jugar con esto, Álex —dijo—. Me queda muy grande. Nos queda muy grande a todos.
Álex desvió la mirada hacia la rendija de luz de la ventana.
—Lo sé —suspiró—. Pero estamos a tiempo de dejarlo. En el fondo, creo que Jana ha tomado la mejor decisión. No sé casi nada de ese libro, pero lo que sí sé con seguridad es que es muy peligroso.
—Ya; justo por eso, tenemos que seguir buscando. No somos los únicos que estamos sobre su pista, Álex. Por culpa de Argo y de ese tal Yadia que lo capturó, los varulf andan también detrás de él. No quiero ni imaginar lo que pasaría si lo encontrasen antes que nosotros…
—Probablemente, los destruiría. Y no solo a ellos…
—O les daría un inmenso poder. Por eso tenemos que adelantarnos. Ya hemos soportado bastantes desastres últimamente; no podría soportar ver a Glauco al frente de los clanes.
—Pero ni siquiera sabemos por dónde empezar a buscar —objetó Álex—. Las visiones no indican nada concreto; por lo menos las mías.
—Las visiones solo son una guía, un punto de partida para empezar a buscar. Que es lo que yo he hecho. Me he pasado doce horas seguidas consultando los viejos libros de Pértinax, pero al final encontré lo que necesitaba. La pista de ese mago, ese tal Armand Montvalier…
—¿La encontraste en la biblioteca de Pértinax? —se extrañó Álex.