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Authors: Kim Stanley Robinson

Tiempos de Arroz y Sal (9 page)

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
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Caminando arduamente hacia el norte, bordeando la orilla oeste del Gran Canal, vieron otra vez lo atestada de gente que estaba China. Aquí arriba, todo un país de arrozales y aldeas de arroz alimentaba a la gran ciudad de la costa. Los granjeros ya estaban fuera a la luz de la mañana,

metiendo los granos de arroz en los campos sumergidos,

inclinándose una y otra vez. Un hombre camina

detrás de un búfalo de agua. Es extraño ver

tan negra pobreza refinada por la lluvia,

pequeñas granjas, aldeas en ruinas, en la encrucijada,

después de las coloridas glorias de Hangzhou.

—No entiendo por qué no se mudan todos a la ciudad —dijo Kyu—. Yo lo haría.

—Nunca piensan en ello —dijo Bold, maravillado de que Kyu se imaginara que otra gente pensaba como él—. Además, tienen la familia aquí.

Apenas podían ver el Gran Canal a través de los árboles que lo cubrían, a dos o tres lis hacia el este. A su lado había montículos de tierra y de madera, que indicaban trabajos de reforma o reparación. Mantuvieron cierta distancia, esperando eludir a cualquier destacamento militar o cuadrilla armada de la prefectura que pudiera estar patrullando el canal aquel desdichado día.

—¿Quieres un trago de agua? —preguntó Kyu—. ¿Crees que aquí podemos beber?

Bold notó que era muy solícito; pero por supuesto ahora tenía que serlo. Cerca del Gran Canal, la presencia de Kyu probablemente pasara como algo normal, pero Bold no tenía papeles, y los prefectos locales o los oficiales del canal bien podían pedirle alguno. Así que no sería posible estar cerca del Gran Canal ni en el campo alejado de aquél durante mucho tiempo. Iban a tener que escabullirse para pasar, dependiendo de quién estuviera cerca. Incluso tendrían que moverse durante la noche, lo cual les haría perder tiempo y sería más peligroso. Y entonces parecía poco probable que a todas las personas que subían y bajaban bordeando el canal y su corredor les pidieran los papeles ni, para el caso, que los tuvieran.

Así que se mezclaron entre la multitud que recorría el camino del canal, y Kyu cargaba con su bulto y estaba atado con una cadena, y le buscaba agua a Bold, y simulaba no entender sino las órdenes más simples. Podía hacer una terrible y creíble imitación de un idiota. Algunos grupos de hombres arrastraban barcazas, o hacían girar los cabrestantes que subían y bajaban las esclusas que interrumpían el fluir de las aguas del canal en intervalos regulares. Lo que más se veía eran pares de hombres, amo y sirviente o esclavo. Bold daba órdenes a Kyu sin cesar, pero estaba demasiado preocupado para disfrutar de esa situación. Nadie sabía qué problemas podría tener Kyu en el norte. Bold no sabía qué sentía él, cambiaba de un momento a otro. Todavía no podía creer que Kyu le hubiese obligado a escapar de aquella manera. Bufó una vez más; tenía el poder de la vida y de la muerte sobre el muchacho; aun así le tenía miedo.

En una nueva y pequeña plaza pavimentada, junto a unas esclusas hechas con una nueva madera cruda, un yamen del lugar y sus ayudantes estaban deteniendo gente cada cuatro o cinco grupos. De repente, le hicieron señas a Bold, y él condujo a Kyu hasta allí, súbitamente desesperado, los oficiales le pidieron los papeles. El yamen estaba acompañado por un oficial superior que llevaba una túnica, un prefecto que llevaba un parche bordado con dos gavilanes. Los símbolos de rango de los prefectos eran fáciles de leer: el rango más bajo mostraba una codorniz picoteando la tierra, el más alto, unas grullas sobrevolando las nubes. Así que ésta era una figura de rango bastante superior, probablemente en busca del incendiario de Hangzhou; Bold estaba intentando pensar en mentiras, el cuerpo tenso para echarse a correr, cuando Kyu buscó dentro de su bolsa y le dio a Bold un paquete de papeles atados con una cinta de seda. Bold deshizo el nudo de la cinta y le dio el paquete al yamen, preguntándose qué dirían los papeles. Conocía las letras tibetanas en «
Om mani padme ommm
», tantas veces las había visto esculpidas en cada una de las rocas del Himalaya, pero aparte de eso era analfabeto, y las letras del alfabeto chino parecían huellas de gallina, cada letra diferente a todo el resto.

El yamen y el oficial de los gavilanes leyeron las primeras dos hojas, luego volvieron a entregárselas a Bold, quien las ató y se las dio a Kyu sin mirarlo.

—Tened cuidado cuando estéis cerca de Nankín —dijo Gavilán—. Hay bandidos en las colinas que están justo al sur de la ciudad.

—Nos mantendremos junto al canal —dijo Bold.

Cuando ya estaban fuera de la vista de la patrulla, Bold le pegó a Kyu con fuerza por primera vez.

—¿Qué fue eso? ¿Por qué no me habías dicho nada de los papeles? ¿Cómo esperas que sepa lo que tengo que decirle a la gente?

—Tenía miedo de que los cogieras y me abandonaras.

—¿Qué quieres decir? Si dicen que tengo un esclavo negro, entonces necesito un esclavo negro, ¿no es así? ¿Qué dicen?

—Dicen que eres un comerciante de caballos de la flota del tesoro y que estás viajando a Nankín para cerrar un negocio con caballos. Y que yo soy tu esclavo.

—¿Dónde los conseguiste?

—Un hombre que trabaja en las barcas del arroz los hace y escribió uno para mí.

—¿O sea que sabe de nuestros planes?

Kyu no respondió, y Bold se preguntó si también aquel hombre estaría muerto. El muchacho parecía ser capaz de cualquier cosa. Conseguir una llave, hacerse con unos papeles falsos, preparar las pequeñas bolas de fuego..., si llegara el momento en que él sintiera que ya no lo necesitaba, sin duda una mañana Bold despertaría con un tajo en la garganta. Seguramente estaría más seguro solo.

Mientras pasaban con dificultad junto a las hileras de barcazas, Bold continuó dándole vueltas al asunto. Podía abandonar al muchacho a cualquier destino que le esperara —esclavo una vez más, o la muerte rápida de un fugitivo, o la muerte lenta de un incendiario y asesino— y luego buscar su camino hacia el norte y el oeste, en la dirección de la Gran Muralla y las estepas que estaban detrás de ella y, desde allí, a casa.

Por la manera en que Kyu le esquivaba la mirada y se escondía detrás de él, era evidente que sabía más o menos lo que Bold estaba pensando. Así que durante uno o dos días, Bold le dio órdenes severamente, y Kyu obedeció a cada una de sus palabras.

Pero ni Bold abandonó a Kyu ni Kyu le cortó el cuello a Bold. Meditando en todo aquello, Bold tuvo que admitir para sí mismo que su karma estaba de alguna manera atado al del muchacho. De alguna manera era parte de él. Muy probablemente él estaba allí para ayudar al joven.

—Escucha —dijo Bold un día mientras caminaban—. No puedes ir a la capital y matar al emperador. No es posible. Y, de todos modos, ¿por qué querrías hacerlo?

Encorvado, hosco, el muchacho dijo finalmente en árabe:

—Para bajarlos.

Una vez más el término que utilizó era del oficio de camellero.

—¿Para qué?

—Para detenerlos.

—Pero el hecho de matar al emperador, incluso si lo consigues, no cambiaría nada. Simplemente lo reemplazarían por otro, y todo sería igual que antes. Las cosas son así.

Siguieron caminando con dificultad.

—¿No lucharían para decidir quién llegaría a ser el nuevo emperador? —preguntó Kyu más tarde.

—¿Por el sucesor? A veces sucede eso. Depende de quién esté en la línea de sucesión. Ya no sé nada sobre eso. Este emperador, el Yongle, él mismo es un usurpador. Quitó el trono a su sobrino, o a su tío. Pero generalmente el hijo mayor tiene un derecho claro. O el emperador designa a un sucesor diferente. En cualquier caso, la dinastía continúa. Generalmente no hay ningún problema.

—¿Pero podría haberlo?

—Podría haberlo y podría no haberlo. Mientras tanto pasarían las noches en vela pensando en las mejores maneras de torturarte. Lo que te hicieron en el barco no sería nada comparado con lo que te harían. Los emperadores Ming tienen a los mejores torturadores del mundo, cualquiera sabe eso.

Siguieron caminando.

—Tienen todo lo mejor del mundo —se quejó el muchacho—. Los mejores canales, las mejores ciudades, los mejores barcos, los mejores ejércitos. Navegan por todos los mares y allí donde van la gente se humilla ante ellos. Desembarcan, ven el diente de Buda y se lo llevan. Instalan un rey que les sirva y se van; hacen lo mismo en cualquier sitio adonde vayan. Conquistarán el mundo entero, castrarán a todos los muchachos, y todos los niños serán de ellos, y el mundo entero terminará siendo chino.

—Tal vez —dijo Bold—. Es posible. Realmente son muchos. Y esos barcos tesoro son impresionantes, no cabe duda. Pero es imposible navegar hasta el corazón del mundo, hasta las estepas de donde yo vengo. Y la gente de allí es mucho más fuerte que los chinos. Ya han conquistado antes a los chinos. Así que las cosas deberían estar bien. Y escucha, no importa lo que pase; tú no puedes hacer nada para remediarlo.

—Ya veremos si es así cuando lleguemos a Nankín.

Era una locura, por supuesto. El muchacho se engañaba a sí mismo. Sin embargo, tenía aquella mirada —inhumana, totémica, su nafs mirando las cosas de afuera— ante la cual Bold sentía un escalofrío que le bajaba por el nervio chakra, justo hasta el primer centro, detrás de los testículos. Aparte del nafs del raptor, con el cual Kyu había nacido, había algo espeluznante en el odio de un eunuco, algo impersonal y extraño. Bold no tenía duda de que estaba viajando con alguna clase de poder, con algún niño brujo o chamán africano, un tulku, que había sido capturado, sacado de las selvas y mutilado, de manera que su poder había sido duplicado; ahora había llegado la hora de su venganza. ¡Venganza, contra los chinos! A pesar de que Bold estaba convencido de que todo aquello era una locura, Bold sentía curiosidad por ver cómo podría continuar la historia.

Nankín era aún más grande que Hangzhou. Bold tuvo que renunciar a sorprenderse. Su puerto era también el hogar de la gran flota tesoro. Toda una ciudad de constructores navales había sido instalada en el estuario del río Yangzi, los astilleros incluían siete enormes diques secos perpendiculares al río, detrás de altas presas con guardias que patrullaban las puertas para que nadie pudiera sabotearlas. Miles de carpinteros de navios, más carpinteros y fabricantes de velas vivían en barrios detrás de los diques secos, y esta caótica urbanización de talleres, llamados Longjián, incluía muchas fondas para trabajadores visitantes y marineros en tierra. Las discusiones nocturnas en estas fondas trataban sobre todo del destino de la flota tesoro y de Zheng He, quien actualmente estaba ocupado construyendo un templo para Tianfei, mientras preparaba otra gran expedición hacia el oeste.

Para Bold y para Kyu era fácil deslizarse en esta escena; simularon ser comerciante y esclavo pasajeros y alquilaron dos espacios para dormir en los colchones de la taberna Mar del Sur. Aquí, durante las tardes, se enteraron de la construcción de una nueva capital en Beiping, un proyecto que absorbía al emperador Yongle gran parte de su atención y de su dinero. Beiping, puesto avanzado provincial del norte excepto durante las dinastías mongoles, había sido la primera base de control de Zhu Di antes de que usurpara el Trono del Dragón y se convirtiera en el emperador Yongle; ahora la recompensaba convirtiéndola una vez más en la capital imperial, cambiando el nombre de Beiping («paz del norte») por el de Pekín («capital del norte»). Cientos de miles de trabajadores habían sido enviados desde Nankín para construir un palacio verdaderamente enorme; de hecho, según todos los relatos, la ciudad entera estaba siendo construida como una especie de palacio; la llamaban «El gran adentro», y estaba prohibida para cualquiera que no fuera el emperador, sus concubinas y sus eunucos. Fuera de aquel recinto precioso habría una ciudad imperial más grande, también nueva.

Se decía que la burocracia confuciana que gobernaba el país para el emperador se oponía a esta construcción. La nueva capital, al igual que la flota tesoro, era un gasto descomunal, una extravagancia imperial que no agradaba a los oficiales, puesto que le hacía perder riquezas al país. No habrían visto los tesoros descargados de los barcos, o creerían que no eran equivalentes a lo invertido para conseguirlos. Entendían que Confucio decía que la riqueza del imperio tenía que estar basada en la tierra, era cuestión de expandir la agricultura e incorporar gente de las fronteras, según las costumbres tradicionales. Toda aquella innovación, la construcción de barcos y los viajes, era para ellos la manifestación del creciente poder de los eunucos imperiales, a quienes odiaban por ser sus rivales en influencia. Las conversaciones en las posadas de los marineros apoyaban a los eunucos, en su mayoría, ya que los marineros eran leales a la navegación, a la flota y a Zheng He, y a los otros almirantes eunucos. Pero los oficiales no estaban de acuerdo.

Bold observó la manera en que Kyu aprendía de aquellas conversaciones; incluso hacía más preguntas para saber más. Después de unos pocos días en Nankín, había descubierto todo tipo de habladurías que Bold ni siquiera había oído: el emperador había sido tirado por un caballo que le regalaran los emisarios de Temur, un caballo que una vez había pertenecido al propio Temur (Bold se preguntaba qué caballo sería ése; era extraño pensar que un animal hubiera vivido tanto tiempo, aunque después de reflexionar se dio cuenta de que habían pasado menos de dos años desde la muerte de Temur). Luego un relámpago había caído sobre el nuevo palacio de Pekín y lo había quemado todo hasta derribarlo. El emperador había emitido un edicto culpándose a sí mismo por aquella mala señal del cielo, provocando miedo y confusión y críticas. Después de estos acontecimientos, ciertos burócratas habían criticado abiertamente los monstruosos gastos de la nueva capital y de la flota tesoro, agotando el excedente de las reservas justo cuando la hambruna y la rebelión en el sur pedían a gritos una ayuda del imperio. El emperador Yongle se había cansado muy rápido de aquellas críticas, y había hecho expulsar de China a uno de los críticos más prominentes, y al resto lo había desterrado a las provincias.

—Todo eso está mal —dijo un marinero bastante bebido—, pero lo peor de todo para el emperador es el hecho de que tiene sesenta años. Para eso no hay ayuda que valga, ni siquiera si eres un emperador. Incluso puede ser aún peor para él.

Todos asintieron con la cabeza.

—Es malo, muy malo.

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